Piedad Córdoba

El honor de ser mujer revolucionaria

Piedad Córdoba está más allá de la actitud quejumbrosa y manipuladora que le endilgan algunos sesudos camaradas que se preocupan en exceso por el regreso de Gustavo Márquez a Bogotá y le asignan a la ilustre senadora unas intenciones como de Mata Hari latinoamericana.

Se equivocan quienes se dejan manipular por la matriz de opinión que se ha venido conformando en torno a la camarada Piedad y en general contra los revolucionarios colombianos. Si ella fuera un hombre dirían que es un terrorista de las FARC, pero es mujer y la inteligencia del imperio utiliza los prejuicios machistas que los europeos trajeron a nuestro continente para desprestigiarla quién sabe con qué intenciones.

Ya quisieran muchos tener el guáramo que tiene Piedad Córdoba para hacer oposición en un país donde los opositores son asesinados, donde los crímenes son política cotidiana del narco gobierno de Uribe Vélez.

Tan elocuente en un salón del palacio de Miraflores como en las montañas colombianas, corriendo el riesgo, más que de recibir piquetes de plaga, de perder la vida en cualquier momento, esta camarada se ha convertido en un punto de referencia de dignidad y de lucha por la paz, en una esperanza de revolución pacífica, que resurge en Colombia después del asesinato de Gaitán y de más de medio siglo de guerra.

Pacífica, sabia y protectora, pero dispuesta a todo como toda madre, Piedad Córdoba se acerca a Chávez como se acercan los líderes del continente y el mundo entero, como vienen los jefes de Estado que están conscientes de que para combatir al imperialismo es necesario unirse, crear los numerosos polos de poder popular que permitirán derrotar al imperio unipolar.

Pero es mujer, y el machismo subliminal hace víctimas, a muchos camaradas, de la idea que el imperialismo quiere popularizar para descalificar a esta revolucionaria, porque es la mayor rival de Uribe y los pitiyanquis en Colombia con vistas a las próximas elecciones, hecho más grave porque esa oligarquía
siempre ha eliminado físicamente a los líderes populares en ese país.

Pero la correlación política de fuerzas ha cambiado en el continente y no se atreven a asesinar a Piedad Córdoba sin antes descalificarla.

Flaco servicio al proceso revolucionario continental hacen los camaradas que se prestan para esa campaña, así como quienes pretenden vender al Comandante Chávez como un tipo al que una mujer puede hacer cambiar de opinión por un asunto de pura testosterona. Olvidan estos camaradas que se refieren al estadista más esclarecido del último siglo, al Jefe de un país que se enfrenta abiertamente a los opresores del mundo, que es capaz de comprender los más hondos sentimientos del pueblo, que se ha entregado completamente a todos nosotros, y que ha puesto en vilo, con su genio y con su fortaleza moral, al imperialismo y a todos los que le sirven.

Es el momento de abrir una gaveta y guardar los prejuicios sexistas. Que si hubiera una intención romántica en este caso, a Piedad no le quedaría grande el papel de Manuela Sáenz y a Chávez le encajaría muy bien el de Simón Bolívar. Pero no es el caso. Esta valiente mujer revolucionaria no es un objeto sexual ni nada que se le parezca, es una camarada que está en el ojo del huracán de una guerra civil, y merece respeto.


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Andrea Coa


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