En las actuales circunstancias, es necesario para Venezuela acompañar la indignación emocional con el conocimiento de la realidad. Es urgente, comprender por ejemplo, hasta donde podamos, las características de los procesos sociales y políticos, como es el caso del grupo gobernante de los Estados Unidos y en específico, la naturaleza oligárquica del poder encarnado por Donald Trump, nuestro principal antagonista, no sea que caigamos en despeñaderos imprevistos o perdamos veredas de oportunidad.
Contrariamente a lo que podamos pensar, Burguesía y Oligarquía no se refieren a un mismo aspecto de la clase social de los ricos y poderosos. Así la burguesía se refiere a la clase social propietaria de los medios de producción y en general de la riqueza social, mientras que la palabra oligarquía, de origen griego, se refiere al sistema de gobierno que está en manos de un pequeño grupo, que puede ser una élite económica, política o militar. Aristóteles lo llegó a considerar una forma corrupta de gobierno. Un grupo ejerce y controla el poder político. Es por lo tanto exclusiva y excluyente, y no hay libre flujo de personas e ideas con el resto de la sociedad.
Por ello es completamente acertado señalar que una oligarquía utiliza el poder y los recursos del Estado para enriquecerse a sí misma, a menudo de forma sistémica e ilegal. El interés propio de unos pocos se prioriza sobre el bien común de la mayoría. En el gobierno de Trump por ejemplo no hay pobres ni trabajadores.
En ese sentido Donald Trump encarna la figura que trasciende los límites tradicionales del liderazgo político, como es el del oligarca moderno. Con él llega al poder directamente la clase burguesa y oligárquica de los Estados Unidos a ejercer el poder, desplazando a los sectores de la clase media que lo detentaban anteriormente.
Desde su primera presidencia, Trump convirtió no solo el capital privado en su músculo político sino que incluyo a los sectores empresariales directamente en la gestión del Estado, lo cual en su segunda presidencia ha desarrollado y fortalecido, incorporando a su equipo dirigente y staff o manteniendo cerca de él, a los hombres más ricos de los Estados Unidos, que de esa forma participan en las decisiones estratégicas del gobierno de USA.
Su relación con el resto de la población de ese país, trabajadores y clases medias, ha sido plenamente instrumental, movilizándolos hacia su causa con un discurso populista, que envuelto en promesas de restauración nacional, ocultaba una organización del poder profundamente elitista, pues su restauración no incluye ni el empoderamiento ni el beneficio social de sectores populares. Una muestra es que se ha rodeado de multimillonarios, siendo su gabinete descrito por la prensa como el más acaudalado en la historia de Estados Unidos.
Esta configuración no es casual pues responde a una lógica donde las decisiones se alinean con los intereses de grandes corporaciones, sin el principio de representación democrática, y con la apariencia de participación a otros grupos sociales, se ha hecho temible en el terreno politico, lo que ha permitido que Trump concentre la mayor cantidad de poder en la historia moderna.
Trump no solo gobierna con los ricos, sino para los ricos. Su reforma fiscal de 2017 redujo significativamente los impuestos a las grandes empresas y a las rentas más altas, consolidando una transferencia de beneficios hacia las élites económicas. Bajo su mandato, la desigualdad se profundizó, y el acceso al poder se volvió aún más dependiente del capital. En este contexto, el término "oligarquía" dejó de ser una metáfora y comenzó a describir con precisión la estructura emergente del poder estadounidense.
El incremento en los ingresos por aranceles no ha mejorado la situación de los 100 millones de pobres de solemnidad que viven en los Estados Unidos el país más rico y poderoso del mundo. Tampoco ha funcionado su promesa popular de "traer trabajos de vuelta". Donald Trump ha fortalecido el poder y la fortuna de los más ricos, que son muy pocos. Eso es ser oligarca.
Lo que Trump representa no es una originalidad, es la consolidación de una nueva oligarquía que sustituye a la anterior. Ya no se trata como antes de una élite discreta, formada por familias tradicionales o redes institucionales, sino de una clase de magnates mediáticos, tecnócratas financieros y empresarios que operan en tiempo real, con visibilidad global y alta capacidad financiera. Esta oligarquía no se oculta, se exhibe, se auto promociona, se legitima a través del espectáculo. Trump es su emblema, su síntesis más ruidosa y eficaz. Aunque Mellon pertenece a la burguesía de abolengo de Estados Unidos, su donación de 140 millones de dólares al gobierno para financiar al ejército, por el cierre del gobierno, muestra la unidad de esa nueva oligarquía, con influencia, protección fiscal y acceso perpetuo al poder, con ganas de gobernar por siempre.
Su visión oligárquica se expresa también en la ausencia deliberada de dirigentes provenientes de las clases populares. En su entorno no hay obreros o maestros, convertidos en ministros, ni líderes comunitarios o granjeros ascendidos por mérito social. La política se convierte en un control de las élites, donde el origen humilde no es virtud sino obstáculo. Esta exclusión sistemática refuerza la lógica entre ese grupo oligarca, el poder se hereda, se compra, se negocia, pero no se democratiza. Trump el oligarca, acaba con el simbolismo, tan de ese país, de que todos los estadounidenses son iguales con tal que sean ciudadanos.
Pero la estructura oligárquica de Estados Unidos no permite ni la igualdad ni el progreso de todos, aunque sean ci
udadanos.