De la oveja Dolly a Benjamín Rausseo

Para quienes no tenemos medidas de miss comentar algunas cosas, a veces resulta contraproducente. Porque lo primero que te espetan es que eres una “acomplejada” o “envidiosa”. O en el mejor de los casos una rolo de gorda. Pero en aras de la libertad de expresión y contra la autocensura, ahí les va. Tengo la impresión de que el desespero por verse “bien buena” es mucho más extendido en Venezuela que en cualquier otro país del mundo. Tanto, que un banco está ofreciendo créditos para “hacerse” los senos, la nariz, el pompis, la bemba y cualquier otra “protuberancia” o “deficiencia” que se tenga. Pero no es eso lo que me preocupa. Me preocupa es la diversidad de la especie humana. Y es que dentro de algunos años todas (y todos) seremos iguales. Siga leyendo.

Los senos por ejemplo. Antes, antes hace dos años, no hace veinte ni treinta, usted, hombre o mujer podía observar diversas formas de mamas. Unas más pequeñas que otras, o más redondas que otras, unas más caídas que otras, otras más bonitas que otras. Ahora no, ahora da la impresión que todas las mujeres se han tragado dos toronjas grape fruit. A veces creo que en cualquier momento explotarán, porque el pellejo se ve tan estirado que, al menos a mi mí, me causa esa preocupación. Y bueno, una no puede estarle diciendo a la portadora de la protuberancia si se puede tocar. O si siente el pellejo prensado. Da pena, por más que sea. Y en el mejor de los casos se puede prestar a confusión, si la pregunta es entre compañeras de género. Y si quien quiere tocar es varón, pues, peor. El avance en la cirugía estética no es directamente proporcional al avance entre las relaciones entre sexos opuestos.

Los rostros. Los rostros son todos iguales. Las mujeres de “ciertad edad y de cierta clase social” se me van pareciendo todas a Lalo, el compañero del Mono Kini. El botox y la cirugía estética provocan en el rostro una especie de crispación. Pero no una crispación cualquiera. Es una crispación que parece provocada por un gran enojo. Con el agravante de que también la boca ha sufrido modificaciones. Suele estar como picada de avispa. Hinchada. La gran Sofía Loren nunca imaginó que unas décadas después su boca iba a ser imitada. Pero muy mal imitada. Creo que las portadoras de la nueva boca deben sentirla como anestesiada. La gente sonríe, pero la sonrisa no es acompañada de la normal “arruguita” en los ojos. No, lo ojos se quedan abiertotes. Inexpresivos. Igualito que Lalo, pues.

Resultados. Cuerpos perfectos, rostros y senos estirados. Tan perfectos como los cuerpos de los maniquíes Y esto se puede comprobar yendo a comprar ropa. La mayoría de las tiendas no tienen talla treinta y cuatro. El 90% tiene hasta la talla treinta. La talla de los maniquíes. Y la ropa de moda es de la talla que exhibe el 90% de las vitrinas. Lo que se consigue talla 34 está “pasado de moda”. A estas alturas querido lector, lectora, ya habrá pillado que soy talla 34.

Lo cierto es que si usted usa talla de treinta y cuatro para arriba, olvídese. Ese es un pecado original, venial, mortal y culinario. Cierre el pico y confórmese con las batas tipo Mercedes Sosa o Soledad Bravo.

Por eso me “preocupa” el futuro. Las barbaridades de Joseph Mengele, que vimos en la película Los Niños del Brasil (1978, Franklin J. Schaffner) ya se hacen aquí, pero cual oveja Dolly. Y los bancos dan créditos para eso. La gente se está clonando voluntariamente. ¿Usted como quiere ser? Dirán que exagero, que soy una envidiosa o una rolo de gorda. Pero este es el país que siempre me asombra. Si no, que lo digan los financistas de Benjamín Rausseo. Más producción, imposible.


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Mercedes Chacìn


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