Capriles y su nuevo capricho

Los procesos constituyentes obedecen, o bien, a la necesidad de crear un Estado, o de refundarlo, de introducir cambios de tal magnitud que produzcan la reconfiguración del mismo. La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aprobada en una inédita consulta popular, en diciembre de 1999, significa un ejemplo de cómo una nación desarrolla todo un proceso de lucha política para crear un marco constitucional para hacer posible la construcción de un modelo distinto de sociedad. Durante las peores crisis en la llamada cuarta república, los dirigentes políticos jamás legaron, ni siquiera a considerar la posibilidad de convocar un proceso para sustituir la Carta Magna. Parece todo el mundo olvidar que la clase política venezolana prefirió incluso sacrificar a un presidente del poder o descabezar a dos candidatos presidenciales de AD y COPEI, antes que encabezar un proceso que cambiara la constitución y abriera paso al diseño de una que interpretara el clamor popular y diera piso a profundas transformaciones políticas. Aún más, cuando el entonces recién electo presidente, Hugo Chávez, convocó a consulta y se dio inicio al proceso constituyente, los sectores de derecha iniciaron una campaña feroz en su contra. Sobre la nueva constitución y los cambios que introducía llovieron las más absurdas infamias.

Sabedores de que la nueva Carta Magna daba paso a la conformación de un Estado garantista de los derechos humanos, de la solidaridad, el humanismo, el bolivarianismo, la integración, el desarrollo del poder popular, la democracia participativa y protagónica y la soberanía plena, la derecha venezolana no dudó en torpedear su aprobación y cuando dio el golpe de Estado, en abril del 2002, la derogó de un plumazo. Luego vino el perdón, el perdón imperdonable que es el responsable de la impunidad con la que hoy se maneja la oposición. Con el mayor cinismo, Henrique Capriles reafirma su inmundicia como político y ahora propone una Constituyente. Este idiota malvado, está admitiendo que, de haber llegado a la presidencia, ese sería el camino que hoy estaríamos transitando, sólo que se hubiera ahorrado la consulta y se habría repetido el escenario de 2002, es decir, el desconocimiento del proceso histórico que dio origen a nuestra constitución bolivariana y, peor aún, de la voluntad popular que hizo posible su aprobación. La impunidad ha llegado a tal extremo que no falta quienes aseguran que se ha producido una suerte de pacto de cúpulas según el cual, Capriles baja el volumen de su llorantina reclamando fraude y el Gobierno lo reconoce como líder de la oposición y le garantiza no juzgarlo por los crímenes que incitó luego de las elecciones de abril pasado.

Como es de esperarse, cuando en este país se habla de la gente que en verdad tiene plata, no hay crimen con castigo y la lucha política se deja a los pendejos que en la calle arriesgan el pellejo por una causa. El capricho del nené más consentido de este país, nos puede llevar a un candelero político, incluso de proporciones mayores a las de abril del 2002 ya que este insensato de Capriles en verdad está en fase terminal de su desvarío político, necesita, como todo fascista, embaucar, engañar, manipular y luego emprender un ataque violento en las calles azuzando a los desquiciados que lo apoyan. El Gobierno de Maduro tendrá mucha responsabilidad por lo que suceda, puesto que le ha dado bastante guaya al caprichoso para que actúe. El mejor antídoto es enjuiciarlo, hacerle responder por su irresponsabilidad como gobernador y por su participación en los crímenes post-electorales de modo que aquellos que estén acariciando la idea de que aquí lo que reina es el desgobierno y por lo tanto, se pueden embarcar en cualquier loca aventura sin temor a que se les pongan los ganchos, se bajen de esa nube y dejen de actuar por capricho.


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Jorge Ochoa

Licenciado en Educación

 Jorgeochoa004@gmail.com

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