Muy a pesar del pomposo anuncio de la cúpula militar y la oligarquía colombiana a través de sus empresas de comunicación, y del afanoso esfuerzo por maquillar una masacre sanguinaria como exitosa operación militar, la verdad –aunque ha surgido a cuentagotas- empieza a desmoronar la teoría oficial del gobierno narcoparamilitar colombiano.
Para los que seguimos con ojo crítico a toda la gama de lo que erróneamente se suele llamar “medios de comunicación”, una vez más quedó evidenciada la solícita y amoral actitud de los dueños de estos complejos industriales productores de mentira a gran escala. Todos, y digo todos, acompañaron la nefasta noticia de un titular que por su homogeneidad, no pudo pasar desapercibido.
“Muerto en combate”. “Abatido en combate ”. “Murió en combate”. “Muere en combate”. Estas palabras fueron utilizadas recurrentemente, de manera dolosa y descarada, para describir el asesinato del líder grancolombiano y revolucionario Raúl Reyes, y que posteriormente ha sido revelado –y denunciado públicamente por dos gobiernos hasta ahora- como una masacre artera y dolosa, un asesinato a sangre fría y sin atenuantes de 17 colombianos, 17 hombres y mujeres que dedicaron su vida a la lucha contra la desigualdad y la barbarie de un Estado narcoparamilitar, mientras dormían en su campamento. Las conmovedoras imágenes que han sido presentadas por diferentes medios no dejan lugar a dudas: fueron arrasados desde el aire usando bombas de racimo (cluster), luego vueltos a rociar desde los Supertucanos con una lluvia de granadas y armamento de grueso calibre, y por último, como para dejar muy claro que lo único que les interesaba a los asesinos era no dejar vivo a alguien que pudiese denunciar la masacre, ni siquiera a aquéllos que supuestamente debían presentar a la justicia, bajaron tropas desde esos mismos helicópteros que terminaron el trabajo de “limpieza” brillantemente: todos fueron rematados con dos tiros de gracia, incluso aquellos cuyos cuerpos ya presentaban las desgarradoras consecuencias del bombardeo.
Ningún combate, ninguna acción heroica y valiente, como nos quieren hacer creer los mismos que bajo la mesa tienden la mano a los descuartizadores de la motosierra. Y estos cobardes asesinos salieron luego relucientes y perfectamente peinados, a mostrarnos las fauces como para hacernos saber que su sed de sangre aún es grande.
Tiene una lógica macabra que el campamento de Raúl Reyes haya sido el escogido para asestar un golpe que la oligarquía colombiana considerará definitivo al incipiente proceso de paz que se avisora en el horizonte, ayudado y promovido en gran medida por la propia víctima de las bombas que por toneladas fueron arrojadas desde los Supertucanos.
Raúl Reyes era el elemento político de las FARC que más activamente concedía entrevistas, recibía a corresponsales, sostenía encuentros con los enviados de diversos gobiernos y grupos internacionales. El comandante era pues, uno de los articuladores y facilitadores claves, junto al Presidente Hugo Chávez y la valiente senadora Piedad Córdoba, del proceso que hoy se ha querido dinamitar, cosa que lo convertía en el objetivo idóneo cuando sabemos que lo que busca el Establecimiento militar y económico es echar a pique el trabajo que paciente y laboriosamente el líder rebelde adelantó por años para liberar al país del flagelo de la violencia. Es una mentira burda y grosera pretender, como lo hacen las grandes empresas comunicativas del Establecimiento, que con el deceso de Raúl Reyes el proceso de paz encontrará un nuevo impulso político, y que el representaba la línea dura. La verdad es que precisamente él fue el escogido por sus asesinos porque representaba la esperanza de una eventual materialización de los esfuerzos de paz. La organización insurgente deberá sin embargo superar el golpe sufrido y encontrar nuevos mecanismos que faciliten dichos esfuerzos, algo de lo que ya han dado tempranas muestras.
Desgraciadamente, las múltiples actividades políticas que desarrollaba Reyes traían aparejadas un riesgo inherente al propio trabajo de coordinación y enlace, pues implicaba ser el miembro más visible, y por lo tanto más expuesto, en la cadena de mando que adelantaba dichos esfuerzos políticos. Además, el grupo de combatientes que él comandaba estaba muy lejos de ser una unidad destinada a la guerra –así lo pudieron constatar las docenas de visitantes que recibió a lo largo de los años- y estaba más bien organizado en torno a las actividades de intercambio políticas y culturales. Una dolorosa y lamentable prueba de ello, fue la muerte de Julián Conrado en el mismo operativo criminal, que fue uno de los más destacables y reconocidos cantautores que ha dado la guerrilla, y en general, el arte nacido del pueblo. Este riesgo sin embargo, nunca fue ignorado por el comandante Reyes y quienes lo acompañaban, y lo afrontaron siempre con naturaleza y aplomo como dignos revolucionarios que sabían que el propósito de sus vidas está en la construcción del futuro, y nunca dudaron en ofrecerlo a dicha tarea.
Y es aquí donde debemos preguntarnos en qué consiste este inmenso triunfo de la Seguridad Democrática, al saber que el Ejército colombiano sigue siendo tan débil estructuralmente como lo era hace 10 años, y que no es capaz ni siquiera de tomar por asalto un campamento ocupado por 18 combatientes que dormían con la conciencia tranquila, y cuya única labor era la búsqueda de un diálogo para llegar a la tan ansiada paz en Colombia. Sabían que la única oportunidad que tendrían para acabar con el líder guerrillero era haciéndolo de manera artera, arrasando su campamento en lo profundo de la selva mientras éste dormía.
Las FARC asimilarán la pérdida de su principal vocero como lo hace un ejército disciplinado pero sobre todo, cohesionado ideológicamente. La muerte del revolucionario lo convierte en ícono, y en ejemplo del sacrificio que muchos colombianos han ofrecido como símbolo de la resistencia viva de un pueblo organizado y levantado en armas. Uribe deseaba exterminar al político, pero acaba de crear a la leyenda. Las pancartas mostrarán su rostro mil veces por el mundo, y los soñadores usarán su recuerdo indomable. Asesinaron al hombre, y con ello reivindicaron al héroe.
Mejor aún, si analizamos los hechos en el contexto específico de esta coyuntura, muy pronto nos daremos cuenta de que el deceso del comandante Reyes, con todo y y lo doloroso que resulta para los combatientes de la organización insurgente, será en términos prácticos un obstáculo que superarán muy pronto gracias a su extrema capacidad de reorganización. Y aquí es donde tiene su principal falla estructural el sistema de seguridad defendido por el narcoparamilitar hospedado en la casa de Nariño, pues sus estrategas han sido incapaces de reconocer que la fuerza motora de la causa rebelde no es de ningún modo coyuntural, o pasajera. Por cinco décadas ha estado firmemente alimentada desde el propio pueblo que está cansado de vivir en la misera y la injusticia, mientras mira sorprendido como la misma cúpula política, económica y militar que controla los destinos del país se enriquece a sus costillas, y apuntalados por el terror paramilitar y los ingresos provenientes del narcotráfico, toma represalias brutales y sanguinarias contra los mismos que ha jurado proteger. Por ello, ahí donde cayó uno surgirán cien más, alimentados por el mismo anhelo de justicia y solidaridad que impulsó a Reyes durante su prolífica carrera política. Ésta y otras organizaciones insurgentes serán retroalimentadas y reimpulsadas por aquello que más teme el Establecimiento: la voluntad de cambio de un pueblo.
Hoy asistimos a la comprobación de que la Seguridad Democrática se halla atrapada entre los sobornos al más puro estilo de la cosa nostra, y los artilugios bélicos proporcionados por el imperio norteamericano. Sin ellos, el Ejército nacional no es más que una comparsa amorfa –aunque no menos salvaje- de las aventuras bélicas que un transtornado y delirante dictadorzuelo emprende contra su propio pueblo, con la ayuda y bendición de las mismas estructuras de poder que proveen los medios para hacerle creer a un sector de la sociedad colombiana que la pesadilla guerrerista podrá alguna vez traernos, por muy descabellado que suene, la paz.
Miles de millones en financiación local y extranjera, cientos de miles de soldados propios mas centenares de mercenarios gringos e israelíes sólo han servido para demostrarnos hoy que la muy cacareada Seguridad Democrática no es más que un cascarón vacío, que asienta sus cimientos en la parafernalia tecnológica que el imperio pone gustoso al servicio de los verdugos que le hacen el trabajo sucio y en el dinero lleno de sangre que va a parar a manos de sapos y otra fauna igualmente repugnante.
El temor, la duda y la incertidumbre debe ser el cóctel psicológico que más abunda en el cerebro de los soldados colombianos. El temor a que los gringos les retiren el apoyo logístico, la duda de que sus atrocidades aceleren ese proceso, y la incertidumbre de qué sucederá con ellos cuando esto pase.
Lo que las empresas comunicativas se han empeñado en bautizar como el más grande golpe asestado contra el grupo insurgente, se convierte a la luz de las evidencias en una victoria militar pírrica y bochornosa con la que el gobierno colombiano podrá alardear en sus círculos guerreristas y criminales, una ganancia nula que sólo satisface a los perros de la guerra pero no por ello menos dolorosa y triste para aquéllos que creemos que Colombia merece por fin superar la larga pesadilla de la violencia. Las consecuencias reales de esta bofetada a la voluntad de paz aún están por verse.
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