Perú. la historia de los pobres humillados y ofendidos

Humillados y ofendidos: opresores y oprimidos; abusivos y maltratados; señores y sirvientes. Estas son algunas de las realidades antagónicas que pueden ser conjugadas en una sola palabra: injusticia. El desprecio, sentido, visto, vivenciado, practicado o verbalizado: el desprecio en acción o en latencia, es el resultado de esa realidad injusta que es el Perú, un país en el cual se cumple la original afirmación de George Orwell, el asimismo célebre escritor, de que todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros (Orwell, 1978).

La emancipación definitiva del Perú y de toda América del Sur se concretó en la Batalla de Ayacucho en diciembre de 1824 pero, como dijo el ex presidente Alan García en el video de una conferencia impartida en 2003 a jóvenes militantes de su partido APRA y que ha comenzado a circular por estos días, en Ayacucho el ejército español estaba compuesto en su mayoría por peruanos, mientras que el patriota estaba constituido por soldados rioplatenses, chilenos, colombianos, ecuatorianos, venezolanos y "solo un 20% de peruanos", la mayoría indígenas y campesinos de la sierra. Los peruanos de Lima y de la costa lucharon a favor de los españoles, dando indicios de que no querían la concreción de la independencia. Las evidencias, dan cuenta de que durante las luchas emancipatorias, la oligarquía y la élite peruana traicionaron primero a San Martín y luego a Bolívar.

Años después, cuando en Lima gobernaba Felipe Salaverry, los generales Agustín Gamarra y Luis de Orbegoso se unieron para derrocarlo. El entonces presidente de Bolivia Andrés de Santa Cruz que ambicionaba crear una confederación peruano-boliviana que reuniera al Alto y al Bajo Perú, pactó con Gamarra con ese objetivo. Pero, a pesar de su común rechazo hacia Salaverry, ambos generales se distanciaron, siendo ahora Orbegoso el que se alió con Santa Cruz mientras que Gamarra concordó con Salaverry para luchar contra ellos.

Solo unos años después, en 1837, cuando Chile invadió la Confederación Perú-Boliviana, exiliados peruanos apoyaron a Chile y lucharon en contra de su país de origen. Así mismo, a mediados de ese siglo, Perú fue objeto de una de las pocas incursiones militares propiciadas por España tras su derrota en América. En 1862, una flota al mando del almirante Luis Hernández Pinzón ocupó territorio bajo soberanía peruana para exigir que el gobierno cumpliera ciertas demandas de ciudadanos españoles que habitaban en el país. El Almirante José Manuel Pareja enviado a sustituir a Hernández Pinzón impuso condiciones humillantes al Perú a cambio de devolver el territorio ocupado lo cual fue aceptado por el gobierno en 1865, a pesar que hubo un sector de la sociedad que se opuso al acuerdo asumido por el régimen.

El único período de gloria del Perú en el siglo XX se vivió durante el gobierno del general Juan Velasco Alvarado que inauguró una etapa de transformaciones profundas de la sociedad y el Estado llevando adelante reformas a favor de los sectores más excluidos y recuperando para el Estado, empresas transnacionales de la minería y la energía que esquilmaban al Perú, llevándose al extranjero la gran riqueza del país. Así mismo, Velasco desarrolló una profunda reforma agraria que se hundió como una daga en el corazón de la tradicional propiedad latifundista, primero en la costa y después en la sierra, instando a los campesinos a no crear pequeñas propiedades agrícolas minifundistas, sino avanzar en la creación de asociaciones comunitarias para trabajar la tierra.

Velasco enfermó gravemente en 1973 y en 1975 fue traicionado por su segundo al mando, el también general Francisco Morales Bermúdez que lo derrocó, comenzando un proceso de regresión de todas las medidas populares tomadas por su antecesor.

…Y así llegamos al pasado reciente y al presente: seis presidentes electos desde el año 1990 que hicieron campaña por un proyecto y gobernaron con otro: Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Pedro Castillo. Si a ellos le sumamos los sucesores constitucionales Martín Vizcarra y Manuel Merino, tenemos ocho mandatarios que tras el fin de sus gestiones (algunos finalizadas antes del tiempo reglamentario) han sido investigados por la justicia, en algunos casos juzgados, Toledo detenido y protegido por Estados Unidos, e incluso el caso extremo de Alan García quien prefirió recurrir al suicidio a fin de evitar enfrentar la justicia.

Pedro Castillo ha sido el primero y el único entre todos ellos que emergió de ese Perú profundo, excluido y marginado por siglos, que ha sido objeto primordial de las consecuencias nefastas de la traición de las élites. Nunca lo dejaron gobernar, desde el primer momento el fujimorismo y el establishment limeño se confabularon para hacer inviable su gestión. Nunca pudieron comprobar sus actos de corrupción. Un destacado abogado peruano que dista mucho de ser su adepto me confesó que el más mediocre de sus colegas hubiera podido desmontar cada una de las acusaciones que se le hicieron.

Los pobres en países como el nuestro: "Aquí los pobres tienen visibilidad social, se les detecta a distancia sin otro dato que su aspecto exterior: ropas raídas, faltos de higiene, físicamente fatigados y de poco peso, sin hábitos burgueses. El barrio pobre y la casa de vecindad, sea el tugurio del callejón o la vivienda de la barriada, se imponen a la vista y al olfato. Tienen olor: huele a desagüe, a humo de kerosene, a seres humanos aglomerados, contaminados, a humedad. La pobreza no está escondida, la tenemos paso a paso, presente: a diferencia de lo que, según Harrington, ocurre en las sociedades desarrolladas. Es, justamente, a partir del aspecto exterior que la gente de los sectores medios)' Al señalar que "la asociación pobreza -choledad- suciedad es repetida en los mensajes de los sectores privilegiados. Una manera de afirmar la supuesta 'blancura' propia. O una manera de condenar a los pobres ''porque son sucios". No es difícil imaginar las consecuencias para la sociedad peruana de la difundida sensación de desprecio que los peruanos experimentan. Como afecto social, el desprecio y su expresión más abierta, la discriminación, constituyen una severa valla para el desarrollo de sentimientos de solidaridad, decisivos en la forja de cualquier nación; y, de esencial igualdad, definitorios de toda sociedad que con derecho de autodefina como democrática. Desprecio y discriminación sentidos y expresados hacia una persona provocan en ella sentimientos no menos negativos que, como es lógico, hacen lo suyo para impedir un minimum de empatía entre los individuos que conforman una sociedad. Este desencuentro constituye una de las tragedias del Perú Dina Boluarte, gobernando en absoluta orfandad, ha tenido que ir reculando en sus objetivos. De afirmar que había sido elegida por el pueblo para gobernar hasta 2026, ha tenido que aceptar un adelanto de elecciones para 2024, aunque ya le ha hecho saber a algunos de sus partidarios más cercanos que tal vez esa fecha sea muy lejana. Fuentes amigas en Lima que han consultado a los magistrados de la Junta Nacional de Elecciones me han informado que ellos han comentado que estarán listos para que, sin violar la ley y tras una reforma constitucional, las elecciones puedan realizarse en julio-agosto de 2023.

Boluarte debería aceptar esta posibilidad, para ponérsela a la clase política y esperar su respuesta. Los escenarios son dos: que la propuesta sea aceptada, tras lo cual seguramente se desactivarán transitoriamente las manifestaciones y el escalamiento de la violencia, aunque sin solución definitiva porque ella provendrá solo de la realización de una Asamblea Constituyente que cambie las reglas y genere condiciones para la gobernabilidad y la estabilidad política.

Pero, en caso que las élites representadas en el Congreso no acepten el adelanto de elecciones para 2023, se estará echando "gasolina al fuego" y habrá que prepararse para lo peor, incluyendo una guerra civil.

Un diplomático amigo acreditado en el Perú me ha dicho que las manifestaciones, más que apoyo a Castillo, son expresión del hartazgo del pueblo por el desprecio, la humillación, la marginación y el racismo de parte de la oligarquía limeña y el Congreso hacia los sectores humildes de la sociedad, en particular los del interior del país, de la sierra y de la selva.



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Antonio J. Rodríguez L.


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