En Europa el concepto de tolerancia empezó a cobrar forma, pasando de lo personal o familiar a lo socio-político, cultural y religioso, a fines del siglo XVI. Tolerantia es una antigua expresión latina que en cualquier idioma moderno derivado de esa lengua madre que es el latín, sigue significando hoy que se acaba aceptando algo que no gusta o no parece correcto; es decir, que se lo tolera en lugar de condenarlo o intentar destruirlo, que es lo que se supone debía hacerse. Mostraré que se lo sigue haciendo en muchos casos, aunque ahora se debe disfrazarlo dándole un nombre hipócrita para que no se lo llame intolerancia.
El siglo XVI europeo al que se llama del Renacimiento porque Europa lo embellece reduciéndolo a lo artístico y arquitectónico, a Leonardo, Rafael y Miguel Ángel, fue también un siglo terrible de violencia, muerte y hasta de hambre, en el que se inicia el colonialismo ibérico en la recién hallada América; e internamente, en el propio continente europeo, cobran fuerza la caza de brujas y la guerra religiosa entre católicos y protestantes. En agosto de 1572 se produce en París la masacre de la Noche de San Bartolomé, obra maestra de intolerancia católica. Pero también los protestantes queman o dañan iglesias católicas y también hacen matanzas en países en que establecen su dominio. Y cito la San Bartolomé porque a partir de ella empiezan a oírse voces que quieren reducir esa violencia, buscando al menos algún grado de tolerancia.
La idea de tolerancia se abre camino con calma y superando rechazos y dificultades en la conflictiva Europa de los siglos XVII y XVIII, éste igualmente embellecido como Siglo de la Ilustración. Clave de todo esto es que Europa se está haciendo capitalista y colonialista mediante un proceso de acumulación originaria esclavista y una creciente expansión colonizadora. En los principales países del continente eso produce choques y reclama cambios y acuerdos políticos que cuentan con el apoyo de la burguesía y que son por supuesto favorables a ese ascenso capitalista que busca limitar el poder aristocrático feudal dominante y que da inicio en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII a la primera fase de la llamada Revolución industrial. Y son dos reconocidos filósofos que también son pensadores políticos los que imponen y hacen triunfar en Europa la idea de tolerancia como base de una nueva visión política liberal favorable a la expansión y triunfo de la ascendente burguesía. Esos filósofos son Locke y Voltaire. Eso es bien conocido, lo he discutido antes, y en este corto artículo prefiero detenerme en examinar críticamente los límites de esa celebrada tolerancia.
Tolerancia es concepto europeo, de blancos propietarios para europeos blancos y también propietarios. Los no europeos, los pueblos coloniales, los indios y los negros, quedan fuera de ella y con ellos valen como antes la intolerancia, el dominio brutal y el despojo de tierras y riquezas. Locke y Voltaire son negreros. Y Locke, en su citado, pero poco leído Segundo tratado sobre el gobierno civil, deja esto claro en relación con los indios norteamericanos. La propiedad colectiva de la tierra es un obstáculo al progreso y los que la defienden, como ellos, deben ser no solo expropiados de estas para privatizarlas y hacerlas producir sino exterminados sin piedad como alimañas.
La tolerancia es siempre paternalista, incluso entre pueblos similares. Siempre hay un tolerante y un tolerado, tolerante el que mira desde arriba al tolerado, el cual debe agradecerle su tolerancia. Y cuando se trata de la más difícil, de la tolerancia religiosa, entonces el cristianismo es superior y único, porque es la religión verdadera. Y den gracias las otras a que se las tolera. Eso sí, mientras no estalle una guerra religiosa, que es la más horrible y criminal de todas las guerras.
Esto, porque la tolerancia solo funciona en tiempos de paz y solo vale cuando hay paz. El choque político violento y sobre todo la guerra, ya sea colonialista o entre pueblos blancos y ricos, acaba con toda tolerancia. Lo primero que se hace en una guerra es deshumanizar y animalizar al adversario para poder así matarlo sin cargos de conciencia.
Un rápido recuento de las guerras recientes o actuales, esto es, de las guerras de la tolerancia, nos lo mostrará. Esas guerras: la Revolución francesa, la masacre de la Comuna de París, la Guerra de secesión estadounidense, las dos Guerras mundiales, las guerras de EU desde las de Corea y Vietnam hasta las de Afganistán, Irak, Siria, Libia y Yemen, han sido las guerras más asesinas de la historia humana. Y, en las últimas los soldados son invulnerables resultando solo necesarios para aterrorizar al enemigo. Y son pocos porque ya no hacen falta, pues se mata a distancia. Y en estas últimas guerras solo mueren los civiles, y mueren como moscas. El tolerante le lanza al ex tolerado, misiles a control remoto, desde cielo, mar y tierra, usa drones, envenena el aire, el agua y la tierra. Al país que quiere exterminar lo acusa de todo, de dictatorial, de violador de los derechos humanos, de terrorista, de lo que sea. Y luego se vuelve a hablar de paz, de reconstrucción, de derechos humanos y, cínicamente, hasta de tolerancia.
Es más, hace dos décadas EU, el principal masacrador y asesino serial del planeta, inventó la guerra preventiva. Se basa en que EU es capaz de leer a distancia la mente del real o supuesto país o gobierno enemigo, de descubrir que tiene planes de agresión contra EU, y entonces este, antes que ese enemigo potencial actúe, le lanza una tonelada de misiles desde cualquier sitio y lo destroza en cosa de minutos.
En fin, que, aunque adornada de hermosas, pero ya desgastadas ropas liberales, la tolerancia no puede desmarcarse de la prepotencia racista y colonial de quienes la promulgan y de ella se benefician: Europa y EU, es decir, Occidente. Y es que para que fuese válida, la tolerancia tendría que replantearse en otros términos y relaciones. Es decir, en términos democráticos igualitarios y comunes para todos. Tendría que ser definida y aprobada como tal entre pueblos iguales; o sea, que tendría que dejar de ser tolerancia para convertirse en acuerdo pacífico, universal, masivo, igualitario y perdurable entre pueblos y naciones definidas y aceptadas como iguales. Sólo una igualdad real y plena compartida y una paz eterna, permanente, harían que la tolerancia se hiciese válida porque ya no sería tolerancia, porque desde entonces sería permanente y absolutamente igualitaria. Pero esto no es más que un sueño, una utopía en su sentido más bello, más humano y por desgracia también más irrealizable.
Por eso, cada vez que se habla de tolerancia, recuerdo unos viejos, anónimos y poéticos versos españoles, que se refieren a dos antiguos pueblos de España situados en los extremos opuestos del país, el uno al este, en Teruel, Aragón, cerca del Mediterráneo, y el otro al oeste, en Zamora, Castilla, en la frontera con Portugal. Los versos se refieren a los curas de esos dos pueblos distantes que ni se tocan ni se conocen y que solo se parecen en los nombres de sus pueblos. Son pueblos libres e iguales, las ideas de sus dos curas difieren por completo, y ellos las expresan, pero la expresión de esas ideas opuestas no es motivo de choque entre ellos porque ellos las proclaman a voluntad sin afectar la libertad del otro; y, haciéndolo, ambos son felices. Me gustan mucho esos versos, que conozco y recuerdo desde hace varias décadas, y que, aunque nunca los cito, me vienen siempre a la mente cuando se habla y se discute de tolerancia.
Dicen así;
El cura de Alcañiz,
A las narices llama la nariz,
Y el cura de Alcañices,
A la nariz le dice las narices,
Y así viven contentos y felices,
El cura de Alcañiz y el de Alcañices.
Tomado del diario Últimas Noticias.