México: las decisiones públicas en la era post-pandémica

Si bien el Estado es una abstracción que adquiere forma con la macroestructura institucional que se deriva de las relaciones de poder y los arreglos sociales que le otorgan ciertas especificidades, es en el municipio donde se concretan, materializan y se tornan inmediatos sus alcances institucionales y las interacciones y mediaciones de la sociedad con el sector público. Y, en tanto ámbito del poder político cercano al ciudadano, el municipio no está al margen de las manifestaciones de la pandemia y de las múltiples crisis que se entrelazan con ella, sea en el ámbito nacional o en el internacional.

Es de destacar que la pandemia del Covid-19 es la última expresión acabada de una crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3l9rJfX) de amplias magnitudes que amalgama o sintetiza múltiples crisis o colapsos gestados a lo largo de las últimas cinco décadas, a saber: a) en primer lugar, la pandemia es un cuestionamiento más a la etnocéntrica ilusión del progreso y a su modelo del crecimiento económico ilimitado. La racionalidad fundamentada en la apropiación irrestricta de la naturaleza a través del conocimiento científico es puesta en predicamento ante los límites que impone un patrón de producción y consumo regido por el extractivismo, el híper-consumismo depredador, la obsolescencia tecnológica programada, el rentismo y la triple explotación/exclusión –aquella que recae sobre la naturaleza, la fuerza de trabajo y la mujer. b) La aceleración de la crisis de larga gestación y duración del capitalismo, en tanto modo de producción y proceso civilizatorio, y que se relaciona –dicha crisis– con el agotamiento del pacto social de la segunda posguerra entre el Estado, el capital y la fuerza de trabajo, así como con la supeditación de la producción a la financiarización o bursatilización, y con el fin de la sociedad salarial y la emergencia o transición hacia una sociedad de las vidas prescindibles. c) Es también la manifestación de la crisis de legitimidad del Estado (https://bit.ly/3aPdgBL) como vía para la transformación social y como espacio público para la construcción de las soluciones relativas a los problemas sociales más acuciantes. Lo cual se expresa en el agotamiento de la confianza y consentimiento otorgados por el ciudadano. d) A su vez, estas múltiples crisis se inscriben en el declive de la pax americana como hegemonía articuladora del sistema mundial y en la transición a una especie de triunvirato o a una hegemonía tripolar compartida. La misma elección presidencial de los Estados Unidos del pasado 3 de noviembre de 2020 es expresión de esta crisis hegemónica; al tiempo que este proceso electoral condensa las cruentas luchas entre distintas facciones de las élites plutocráticas (la neoaislacionista, nativista, industrialista y neoconservadora, y la élite globalista, financista, rentista y ultra liberal) (http://bit.ly/36GXQO3). Y en estas disputas, la pandemia desempeñó un papel crucial al manejarse de manera facciosa e inclinar la balanza a favor de la segunda facción en el proceso mismo de reconfigurar y gestionar el capitalismo y el declive hegemónico.

Se trata, pues, de un fenómeno que con mucho trasciende lo estrictamente sanitario y que se imbrica con dimensiones e implicaciones económico/financieras, ambientales, político/decisionales, semánticas, comunicacionales, geopolíticas, geoeconómicas, neuropsicológicas, e incluso relativas a la intimidad y la vida familiar. De ahí que sea posible concebir a la pandemia como una densa red de sistemas complejos (https://bit.ly/3j7iwmV).

A grandes rasgos, la pandemia es un hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) a medida que impacta y cimbra el conjunto de la vida social, sus estructuras, instituciones, prácticas, hábitos, mundos de la vida, cotidianidades e, incluso, la dinámica familiar y la intimidad de los ciudadanos. Como tal, se trata de un fenómeno inédito (https://bit.ly/2VvSGiF) que exacerba el colapso civilizatorio contemporáneo (https://bit.ly/3mY2sXo) y que acelera un cambio de ciclo histórico (https://bit.ly/3fULDsl) que trastocará la geometría de las relaciones políticas y económicas internacionales, y que –a su vez– comienza a perfilar, desde el inicio de la crisis pandémica, la emergencia y profundización de un Estado sanitizante regido por la ideología del higienismo, y cuyos alcances no prefiguran la atención cabal de los problemas de salud pública, sino una gestión paliativa de los mismos, así como el afianzamiento de dispositivos bio/tecno/totalitarios para el control del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad. En este curso de fenómenos coyunturales inscritos en tendencias estructurales, el miedo adquirió nuevas significaciones (https://bit.ly/35KfaRU) a partir de la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) y el apocalipsis mediático (https://bit.ly/3esaRhl) inducido por los intereses creados, sean públicos o corporativos.

Es importante no perder de vista que la pandemia y, particularmente, la gran reclusión se erigieron en una fábrica global de la pobreza y de pauperización de las clases medias al restregar en la cara de la humanidad múltiples desigualdades latentes o soterradas agravadas con el fundamentalismo de mercado que se irradia desde la década de los ochenta.

Hasta aquí con el discurrir en torno a la crisis pandémica. Ahora bien, cabe preguntarnos lo siguiente: ¿Cuáles son los impactos de la pandemia en el municipio de una sociedad subdesarrollada como la mexicana? No es una pregunta fácil de responder. Pero resulta posible esbozar varias claves para incursionar de manera colectiva en ello: en principio, tanto entre naciones como al interior de ellas, los impactos de la crisis epidemiológica global son diferenciados y sus especificidades están en función de la densidad institucional que cada sociedad construye, así como de las dinámicas históricas que adoptan los problemas públicos en cada espacio local/nacional. Particularmente, la manera en que cada municipio se organiza y se dota de recursos de distinto tipo –sean presupuestales, humanos, técnicos, organizacionales, cognitivos, tecnológicos, etc.– para resolver la satisfacción de sus necesidades básicas marcará la pauta para enfrentar las crisis que le asedian y, particularmente, las diversas manifestaciones de la pandemia.

Toda crisis global tiene manifestaciones territoriales, y el municipio no está al margen de ello, sino que es el espacio público concreto donde impactan de manera directa e incisiva estas crisis por ser el ámbito de acción sociopolítica más inmediato a los ciudadanos.

En una sociedad desigual, altamente estratificada y regida por el presidencialismo como lo es la mexicana, la crisis pandémica reafirmó el carácter centralista y a la vez disperso de un sinfín de decisiones públicas y de acciones en torno a su manejo. Al tiempo que desnudó, una vez más, las limitaciones del municipio en materia de planeación, dotación de recursos técnicos y de funcionarios cualificados para hacer frente a las condiciones de incertidumbre acentuadas por la pandemia.

Si bien la estrategia sanitaria fue centralizada por el Gobierno Federal en sus grandes líneas de concepción, información, comunicación social, acción, intervención, e incluso en la misma campaña de vacunación, lo que se observa en las escalas locales respecto a la contingencia sanitaria es una proclividad a hacer operativas medidas preventivas (uso de la mascarilla y del desinfectante de manos, apertura o cierre de comercios según el "semáforo epidemiológico", etc.), o de restricción de la movilidad urbana de los ciudadanos. Sin embargo, aunque con toda seguridad existen excepciones, el grueso de los municipios mexicanos –tal como se observó en las festividades decembrinas y en momentos álgidos de la crisis sanitaria– no cuentan con la suficiente capacidad institucional para disuadir a los ciudadanos que se aglomeran en reuniones, en eventos masivos o en sitios públicos como los centros históricos de las ciudades. En ese sentido, la simulación es el signo de esa frágil institucionalidad que tiende a agravarse con el paso implacable del huracán pandémico.

Particularmente, en materia de salud pública, sean municipios medianos o pequeños, no se encuentran provistos ni de presupuestos, infraestructura, insumos o personal capacitado para hacer frente a las epidemias. El ámbito de atención y los recursos se concentran en las escalas estatales o federal. De ahí que las capacidades de esa modalidad de municipios sean prácticamente testimoniales y coyunturales.

Entonces, cabe preguntarse lo siguiente: ¿Qué tipo de decisiones públicas es imperativo tomar desde el municipio en aras de posicionarse de cara a la crisis sanitaria y a la eventual emergencia de la era post-pandémica? ¿Cuáles serían los rasgos de esas decisiones municipales y cuáles son los factores que inciden en ellas? ¿Cuál es la postura que adoptaría el tomador de decisiones municipal de cara a la incertidumbre acentuada con la pandemia y a los problemas públicos gestados o exacerbados con esta crisis epidemiológica global?

En principio, es importante que los planificadores, los tomadores de decisiones y los teóricos de lo local/municipal sean capaces de desentrañar las especificidades de los problemas públicos suscitados en esas escalas territoriales para atender los rasgos inéditos que les caracterizan. Sin embargo, ello no basta, pues es imperativo inscribir esos rasgos sui géneris de lo local en las causas profundas de los problemas públicos, en las megatendencias globales y en los procesos históricos de larga duración relacionados con los cauces estructurales y organizacionales que adopta el capitalismo y la configuración de las relaciones de poder. Superar la noción de que lo local/municipal es un compartimento estanco y aislado, es fundamental para trascender la cortedad de miras que caracteriza a los tomadores de decisiones en esos ámbitos territoriales.

Si la pandemia radicalizó la incertidumbre, las decisiones públicas en las escalas municipales necesitan considerar la urgencia de enfrentarse a condiciones de extrema volatilidad en todos los órdenes de la vida social y, a su vez, contener y revertir la debilidad, postración y socavamiento de las instituciones propias de sociedades subdesarrolladas como la mexicana. Ello también supone no obviar la lógica que imponga el azar, la crisis de legitimidad de los Estados y la pérdida de confianza de los ciudadanos.

Quizás el municipio sea el ámbito apropiado para atemperar la tergiversación semántica que supone y que le da forma a la crisis epidemiológica global. Las oleadas desinformativas y las ideologías conspiranoicas (https://bit.ly/36d82iJ) que marchan a la par de la irradiación del coronavirus SARS-CoV-2, solo podrían contenerse si desde el municipio el ciudadano de a pie se siente acompañado por las instituciones más cercanas y se contribuye desde ellas para que el mismo ciudadano recupere el control sobre su vida y sobre los más apremiantes problemas públicos. Si ello no está en el horizonte de los tomadores de decisiones, la legitimidad, la confianza y el consentimiento brindados por el ciudadano continuarán brillando por su ausencia.

El carácter zigzagueante y regresivo de la pandemia evidencia que ésta no sigue un comportamiento lineal ni progresivo. Esos altibajos y márgenes de volatilidad se amplían o ampliarán aún contando con la vacuna. Esa lógica azarosa –que se entrelaza con los intereses creados y los sesgos y distorsiones propias de las decisiones públicas y corporativas– interna a las sociedades locales en el vértigo del error, la improvisación, la inoperatividad y la ineficacia de sus organizaciones y mecanismos de intervención. Más todavía: aquellas decisiones y medidas adoptadas de cara a la pandemia y que funcionan con efectividad y eficacia durante un día, una semana o un mes, pueden simplemente no funcionar para el futuro inmediato o para el largo plazo. Lo cual supone que no es viable replicarlas en aquellos espacios locales donde se reproducen los mismos problemas públicos. De ahí que reiteremos la relevancia del carácter sui géneris de aquellas territorialidades y comunidades locales/regionales donde golpea la crisis pandémica y sus múltiples impactos diferenciados. Entonces las decisiones públicas municipales están llamadas a reivindicar el sentido de las necesidades y urgencias locales sin perder de vista la gravitación e introyección de la crisis sistémica y ecosocietal anudada y condensada en la pandemia. Ello supone considerar que si se reduce la mirada a lo local y a lo endógeno, se corre el riesgo de perder perspectiva global e histórica, pero sí únicamente se focaliza esa mirada en factores exógenos, sin atender sus repercusiones en lo local/regional, entonces el planificador, el tomador de decisiones y el administrador municipal se extraviarán en el abismo del maremágnum de acontecimientos externos que difícilmente podrá desagregar.

Si la pandemia se irradia de manera diferenciada en el territorio, entonces las decisiones públicas municipales están llamadas a calibrar la perpetuación de las desigualdades tradicionales y la emergencia de otras nuevas; al tiempo que será necesario reconocer y afianzar las vocaciones territoriales y la densidad, la solidez y las posibilidades de los entramados institucionales locales.

Es impostergable despojarse de la racionalidad tecnocrática en las decisiones públicas municipales. Y más que gestionar los problemas públicos con paliativos correctivos, es importante atacar sus causas profundas a partir de los márgenes de maniobra que estén al alcance del municipio. La era post-pandémica exigirá reorientar las prioridades, estrategias y presupuestos en el conjunto de la agenda pública municipal, evitando con ello darle la vuelta a la página así sin más tras asumir que solo algo efímero o pasajero ocurrió con esta crisis sanitaria.

Más allá de la retórica y demagogia del discurso de la "nueva normalidad", resulta crucial tener claridad de miras desde el municipio en torno a las nuevas desigualdades y las nuevas formas de explotación, exclusión, conflictividad y reconcentración de la riqueza y el ingreso. Ello será fundamental para comprender los inéditos sentidos que asumen los problemas públicos en los espacios locales al calor del confinamiento global y de la crisis pandémica. ¿El Estado mexicano y, particularmente, el municipio estará preparado para desplegar esa mirada y dotarse de los medios y estrategias necesarias en la era post-pandémica?

Será relevante ir más allá de las concepciones reduccionistas que encasillan a la pandemia en un fenómeno estrictamente epidemiológico y coyuntural. Canalizar las decisiones y las acciones para resolver el problema médico/sanitario es crucial e impostergable, pero no del todo suficiente. Reivindicar desde el municipio el derecho a la salud, a los cuidados y a la vida es una condición indispensable, pero insuficiente para hacer frente –desde las nuevas agendas públicas locales– a las distintas dimensiones y manifestaciones contradictorias de la crisis sistémica y ecosocietal contemporánea que se entrelaza con la pandemia. En medio de sus múltiples restricciones y limitadas jurisdicciones, algo podrá hacer el municipio mexicano para pensar en la modificación de las estructuras de poder, dominación y riqueza. De ahí la urgencia de que las decisiones públicas municipales trasciendan el negacionismo, lo coyuntural, lo efímero y el inmediatismo. Un primer acercamiento a ello lo daría el asumir que en las siguientes décadas las epidemias serán más recurrentes e intensas y gravosas en sus impactos y consecuencias. Privilegiar la previsión y la prevención es solo una condición primaria para enfrentar la magnitud de estos problemas públicos.

Resulta también pertinente reconocer en las decisiones públicas municipales que la pandemia acercó los espacios locales a problemas públicos que creíamos ajenos, distantes y distintos por gestarse en otras latitudes y ámbitos territoriales. La globalización supone la transcontinentalización de las relaciones sociales y una re-espacialización y re-territorialización de la vida social, de tal forma que el municipio mexicano no está al margen de ello. Lo impacta y le da forma, al tiempo que modifica su curso e intensifica sus problemáticas originales.

Cabe orientar la mirada hacia temas obviados, soslayados, invisibilizados, silenciados y encubiertos en el curso mismo de la pandemia. Por ejemplo: ¿Cuáles son las posturas y alcances del municipio en temas lacerantes como los impactos de la crisis sanitaria en la intimidad, las emociones, la conducta y el comportamiento cotidiano de los ciudadanos y las familias? Aún están por verse las secuelas mentales, conductuales y neuropsicológicas derivadas de la relación del individuo con la enfermedad, la muerte, el confinamiento, el hiper-desempleo, la orfandad laboral, la pauperización social, y el abandono educativo a que fueron relegados millones de niños y jóvenes por las escuelas. Ansiedad, angustia, miedo, pánico, impotencia y otras psicopatologías se conjugan y acentúan la incertidumbre y la pérdida de control de los individuos sobre sus vidas y su futuro inmediato. Obviar estos aspectos en las decisiones públicas solo postergaría los impactos de la pandemia en la cotidianidad de los espacios locales.

Como se explicó brevemente, la crisis sistémica y ecosocietal se desagrega en múltiples colapsos magnificados con la desigualdad extrema global que entraña el capitalismo contemporáneo. La pandemia y el fenómeno estrictamente sanitario o epidemiológico son una expresión y, a su vez, la consecuencia más acabada de esa crisis de larga gestación y duración. Como dicha crisis incide en el conjunto de la sociedad y en todas y cada una de las estructuras, relaciones y prácticas, pensar o repensar en la modalidad de decisiones públicas que precisa el municipio para hacer frente a estos cambios representa un desafío no solo técnico relativo a la planeación y gestión de los problemas públicos, sino también un desafío político/ideológico e, incluso, teórico/epistemológico. Un primer paso para enfrentar esos desafíos supone que el tomador de decisiones no pierda de vista la totalidad y que sea capaz de introducir la noción de sistema complejo para aprehender el todo y sus relaciones dinámicas con las partes que le dan forma a los problemas públicos. En esa lógica, la academia está obligada a construir miradas interdisciplinarias que trasciendan la insularidad y que sin dogmatismos incorpore la diversidad de saberes. De ahí la urgencia de construir una teoría y política de la pandemia (https://bit.ly/3mNSM0y).

El sentido de esperanza atraviesa por la urgencia impostergable que tiene el municipio para romper las cadenas del miedo, el pánico y la inacción o la omisión a través de una política de la precaución. Ello implica reconocer y asumir en las decisiones públicas municipales las dimensiones biológico/orgánicas y epidemiológicas del coronavirus SARS-CoV-2 y las amenazas reales para la salud, sobre todo de aquellos organismos humanos con sistemas inmunitarios debilitados por el padecimiento de co-morbilidades como la diabetes, la obesidad, la hipertensión y demás enfermedades cardiovasculares. Esto es, la información –e, incluso, el conocimiento– veraz, precisa y contrastada tendrá que asumir un carácter estratégico para afianzar una precaución activa, proactiva, multidireccional y crítica que coloque en su justa dimensión la letalidad de este nuevo virus sin obviar la urgencia de reconstruir la esperanza y de reorganizar la cotidianidad de los ciudadanos a partir de la incorporación urgente del tema de los cuidados. De ahí que el municipio se erija en el eslabón más inmediato para la reconstrucción del sentido de comunidad y para alejar la tentación de reincidir en la tendencia del ciudadano desterrado del espacio público que devino con el confinamiento global.

 



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 isaacep@comunidad.unam.mx      @isaacepunam

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