¡Un antivalor tan nuestro!

Aquello de mentir es viejísimo. Las empolvadas escrituras lo registran desde el mismo génesis; de allí la proliferación de embusteros ha sido avasallante y ha venido a convertirse en un comportamiento un casi aceptado en la sociedad y en seno del hogar. Veamos: la madre pregunta al hijo: “¿hiciste la tarea?”, el niño sabiendo que la madre sabe que no la hizo, afirma: “Sí”. Esta aceptación, tan común en el proceso pedagógico padres-hijos demuestra, por un parte: el carácter permisivo de la madre y, por otra: las primeras lecciones del pequeño para viajar por las infinitas galaxias de la falsedad.

Así nos enseñaron, así nos aceptaron y así, con esta actitud frente a la vida nos desenvolvemos y nos trazamos metas y sueños. Muy lamentablemente, así somos la gran mayoría y vamos regando desde las más románticas mentirillas hasta unos de esos “grandototes” que embadurnan a cualquiera.

Se podría decir, inclusive que la mentira a abierto una serie de acepciones nuevas en nuestro habla y ahora podemos ver como se usan vocablos que tienen otro significado como “coba”, “cobija”, “cobero”, “poseta”, por sólo citar algunos, inelegantes, chabacanos y hasta prosaicos.

En el devenir de la política en Venezuela este ha sido un antivalor predominante, verdaderamente participativo y protagónico en décadas. Tan así era que se podría decir que quien no mintiera no podía ser político o por lo menos aspirar a algún cargo o ascenso en las estructuras internas de aquellos partidos que durante tantos años manipularon los presupuestos de la nación.

Ahora, en este proceso de transformación social, no sólo tenemos que deslastrarnos de este antivalor, sucio y corrupto, sino además de estar cada quien en su comunidad, en su consejo comunal, vigilante ante los comportamientos de algunos funcionarios que llegaron a altos cargos gracias a Chávez y que, arraigados a este antivalor, actúan sin una pizca de vergüenza tan o peor que los extintos adecopeyanos: sus mismas mentiras, sus mismas tetras, sus mismas indolencias, sus mismas desatenciones.

La hora del pueblo es ahora y el rol a jugar no es otro que no inclinarse a tendencias manipuladoras sino caminar por el sendero de la unidad del Proyecto Bolivariano, fortalecer y madurar el accionar de los Consejos Comunales y de profundizar la sinceridad con nosotros mismos, con los actores de nuestra comunidad y, por supuesto, con nuestro país y la convicción de cambios que todos deseamos.


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Santana Jerez Uzcátegui


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