Se prendió el debate

Economía política y políticas económicas del gobierno (II)

ECONOMÍA y MARXISMO

Como decía en la primera entrega de esta serie de artículos, el debate acerca de la caracterización de este gobierno y sus políticas económicas, se ha extendido por todos lados, en foros de gran asistencia, sacudiendo hasta las bases del mismo chavismo y el PSUV, gracias al impacto de las medidas gubernamentales mismas, pero sobre todo por la emergencia de un actor que hasta ahora había estado invisibilizado: los trabajadores. Esta vez, están en la calle reclamando sus derechos los maestros, los pensionados, los empleados públicos, los obreros de las empresas básicas y los trabajadores de la salud, en la vanguardia.

Como esta serie de artículos trata sobre economía política y política económica, es bueno aclarar lo que considero sería mi óptica. En este sentido, debo recalcar que Marx se planteó una crítica de la economía política; no, una economía en el sentido disciplinario que se estudia en las universidades. Marx no fue un economista; fue mucho más. Fue un estudioso que hoy llamaríamos interdisciplinario y hasta transdisciplinario. Entendía, como todos los sabios, que para llegar a conocer la historia humana, había que integrar filosofía, economía, política, historia y otros saberes. Marx trató de fundamentar sus análisis concretos de situaciones concretas en un arte de la búsqueda y el descubrimiento (heurística) en la comprensión de los fenómenos políticos y culturales, considerando el papel determinante de las estructuras económicas en el capitalismo. La especificidad de la crítica de Marx a la economía de los clásicos, la de David Ricardo y Adam Smith, de quienes tomó la teoría del origen del valor en el trabajo, se refiere a que esos autores pretendían que las relaciones capitalistas, captadas en las categorías de la economía política, eran eternas y, por tanto, no se podrían cambiar nunca. Es cierto que en (pocas, en realidad) escuelas de economía se estudia a Marx, pero son elementos seleccionados, entresacados de unas formulaciones que pretendían dar lineamientos para el análisis de situaciones históricas.

Además, Marx nunca describió la futura sociedad poscapitalista. Solo descubrió, a partir de la explicación de las luchas de clases, una tendencia en la historia de la modernidad que, con el capitalismo, se extendió a todo el mundo. Por eso se negaba a describir en detalle cómo sería la sociedad futura, al tiempo que afirmaba que solo analizaba "el movimiento histórico". Una que otra vez propuso elementos programáticos, pero siempre advertía que podían cambiarse según las circunstancias históricas. Aludió a una sociedad planificada, pero hoy en día el capitalismo es una sociedad planificada y desde hace tiempo. Esta premisa, y la consideración anterior, deja sin bases la pretensión de hablar desde una postura marxista "pura" o "verdaderamente" revolucionaria.

No hay un manual con instrucciones para construir el socialismo. Lo que hay es la reconstrucción crítica de las experiencias mundiales en este sentido. Esto supone que no hay dos casos exactamente iguales. Las revoluciones han sido excepcionales. Cada una, con sus rasgos irrepetibles. Lo que sí se puede es ir generalizando a partir de sus aciertos, desaciertos y aprendizajes. En este sentido, cabe referirse a la experiencia soviética, la china, la yugoslava, la cubana, etc. También (¿por qué no?) las experiencias socialdemócratas o las de otros países latinoamericanos. Complica el asunto el hecho de que en cada país el "socialismo real", a su vez, atravesó por distintas etapas, muchos virajes, cambios, etc. Como se sabe, generalizar a partir de experiencias particulares nunca puede concluir en una teoría absolutamente verdadera, porque siempre puede surgir una experiencia completamente nueva. Esas historias no pueden conformar modelos. No hay un modelo soviético o chino. No son ejemplos a seguir. A menos que se utilice el término "modelo" en el sentido de una representación simplificada con únicamente fines pedagógicos. Así, mi perspectiva tiene que ser la del análisis concreto de la situación concreta. Eso sí: desde el punto de vista de los trabajadores, con la perspectiva de transformar la sociedad capitalista hacia una sin dominación de clases y sin Estado. Eso supone asumir valores ético-políticos muy claros, que son los que comparte históricamente el socialismo con toda la modernidad: igualdad, libertad, fraternidad.

Habría que agregar que, por la forma específica en que se desarrolló la lucha de clases en el mundo, la causa del socialismo se ha mezclado en todas partes con un nacionalismo basado en la recuperación o invención de tradiciones culturales, en un proyecto de soberanía e independencia frente a los Imperios e imperialismos.

ENTRE CEPALISMO, KEYNESIANISMO Y NEOLIBERALISMO

La economía, como disciplina, se postula como una ciencia, con su cuerpo de teorías, conceptos, métodos; pero tiene distintas tendencias que combaten en su seno. Se ha dado que una ha hegemonizado la forma de conocer y orientado las decisiones de política económica durante un período histórico determinado y a propósito de ciertos problemas particulares. Por ejemplo, el mundo capitalista, desde la década de los treinta del siglo XX, es keynesiano. Ese liderazgo intelectual del keynesianismo dura aproximadamente hasta la década de los 80, cuando el neoliberalismo se hace hegemónico, a partir de los gobiernos de Reagan y la Thatcher, el derrumbe del bloque soviético, el viraje hacia el llamado "socialismo de mercado" de China y Vietnam, todo lo cual hiere de muerte al "marxismo leninismo realmente existente".

Por supuesto, no voy a discutir aquí, en estas escasas cuartillas, los enunciados de la teoría de Keynes. Solo voy a mencionar algunos de los rasgos genéricos del keynesianismo: ruptura de la creencia clásica del liberalismo en el libre mercado como el mejor mecanismo para asignar los recursos en una sociedad; propuesta de una intervención del Estado en la economía para "corregir" las fallas del mercado; procura de superación de las recesiones y lograr el pleno empleo de los factores económicos (incluida la mano de obra) mediante la inversión pública; relativa falta de preocupación por los déficits presupuestarios; consecución de recursos mediante impuestos para la acción fiscal expansiva. Curiosamente, todos estos rasgos genéricos del keynesianismo, los asumió la izquierda "progresista" en el contexto del auge mundial del neoliberalismo. Al fracasar el intento socialista-comunista "realmente existente", el marxismo-leninismo, la propuesta de la izquierda se hizo keynesiana por aquello de incrementar la intervención estatal en la economía y aumentar el gasto público en asuntos sociales, sin importar mucho los equilibrios macroeconómicos que, especialmente con la inflación de los setenta, fue el centro de las preocupaciones neoliberales a partir de los ochenta.

El principal antecedente de este keynesianismo genérico de la izquierda en América Latina, fue el llamado "cepalismo", fundamento teórico de los proyectos de sustitución de importaciones que se aplicaron en la región desde finales de la década de los cincuenta. Resumiendo al máximo, el cepalismo propone que, dado el carácter periférico de estos países los cuales tradicionalmente exportan materias primas e importan productos manufacturados, formando cuando mucho una burguesía comercial, la única posibilidad de un proceso industrializador era mediante la intervención del Estado en la economía, es decir, no confiar en los mecanismos del mercado, sino proteger con barreras arancelarias la producción nacional, otorgar créditos con facilidades, impulsar un reforma agraria en el campo que liberara futuros proletarios, etc. Estos planes de desarrollo fueron apoyados en su momento (década de los 60) por el plan "Alianza para el Progreso" de los Estados Unidos.

Y sabemos qué pasó. La historia es sabida, pero hay que repetirla. La industrialización reprodujo la dependencia a otro nivel: uso de patentes tecnológicas, asociación de capitales, obsolescencia técnica y otras distorsiones. Además, los mercados nacionales eran muy restringidos y, pronto, el retraso técnico, se manifestó en la vuelta a la importación de productos manufacturados. En Venezuela, el proyecto ya estaba agotado hacia principios de los setenta, como diagnosticaron economistas como Maza Zavala y otros. Pero el chorro de petrodólares permitió, durante el primer mandato de CAP, una "ilusión de armonía", solo sostenida en la riqueza petrolera, la cual dependía a su vez de los avatares del mercado mundial. Se hicieron grandes inversiones en Guayana (las industrias básicas), pero también se endeudó el país como nunca.

Las ilusiones del primer período de CAP, se pagaron en los siguientes. Esta historia también es muy conocida y quizás un poco mejor recordada: el viernes negro, la liberación de los precios, los desequilibrios macroeconómicos (déficit fiscal, sobre todo), inflación nunca vista, caída del PIB, hasta llegar al "paquete de ajuste" CAP II, el 27 y 28 de febrero, y todo lo que pasó después, hasta llegar a Chávez. La crisis económica provocó la ruptura de la hegemonía política de AD y COPEI, lo cual, a su vez, causó la crisis política (conflictos a lo interno del bloque dominante: entre los partidos, entre estos y los factores de poder real, decepción con la política) e institucional (destitución del presidente de la República, pérdida de confianza en la democracia representativa).

Aquella crisis que desembocó en la emergencia del chavismo, se ve, desde esta perspectiva, como la consecuencia de una corrección fallida de un proyecto de país agotado. Efectivamente, a nivel mundial, el keynesianismo había sido desplazado por el neoliberalismo como teoría y política hegemónicas. Lo importante ahora no era promover una industrialización con la participación del Estado, sino más bien corregir los desequilibrios macroeconómicos causados por las políticas anteriores que tampoco habían logrado ni una industrialización soberana, ni una diversificación de la economía (seguíamos dependiendo del petróleo y los cambios bruscos de su precio en el mercado mundial), ni un "despegue" tecnológico, ni una superación de la pobreza, ni la soberanía alimentaria, etc. La corrección se aplicó con un choque, con un "paquete" que cambió, de un día para otro, las reglas del juego donde se había enriquecido una burguesía que también había perdió su confianza hacia sus líderes políticos.

En fin, el neoliberalismo venezolano, presentado como una corrección necesaria ante el fracaso del proyecto anterior, basado en el keynesianismo, provocó una explosión social y solo consiguió profundizar una crisis que tenía dos salidas. Estas tuvieron su expresión electoral. Una, la continuación (aun a sangre y fuego) de los "ajustes" neoliberales (la opción Salas Rohmer); dos, la ilusión de algo mejor, la ruptura con los partidos que habían llevado al país a aquella gran crisis (la opción Chávez).

¿Qué pasó entonces? Espere la tercera parte de esta serie, cuando analizaremos el nuevo período histórico del chavismo.



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Jesús Puerta


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