Mi imagen personal de Hugo Chávez

Iba yo subiendo a pie por la avenida Panteón, en Caracas, a reunirme con mi hermano Ennio en el Foro Libertador, donde está la sede la Biblioteca Nacional. Era una tarde del mes de julio del año 1994. Antes de llegar al Foro tomé un café en una panadería cercana y seguí mi camino, subí las escaleras que conducen a la Biblioteca y al llegar arriba me encontré con un grupo de personas en una pequeña plaza donde ahora está una escultura del poeta Omar Khayyam. Entonces oí que algunos de los allí presentes decían: “¡Oigan, ahí el Panteón está Hugo Chávez ahora!” El Panteón estaba cerca de ahí, y decidí ir a ver si podía conocerlo en persona. Caminé hacia la plaza grande que está frente al Panteón y lo vi rodeado de un grupo de personas. No pasaban de quince o veinte, y se turnaban para preguntarle cosas. Venía Chávez de salir del Panteón donde se encontraba visitando la tumba del Libertador. Una mujer le preguntó a qué se debía su presencia allí ese día, y él le respondió diciendo que deseaba tener siempre fresca la imagen de Bolívar, que eso le daba fuerzas para continuar su lucha.

Chávez había sido puesto en libertad hacía pocos meses de la cárcel de Yare, donde había sido enviado por haber dirigido la rebelión del 4 de febrero de 1992, hecho del que asumió la responsabilidad de manera pública. Durante los dos años que Hugo Chávez había pasado en prisión seguía contando con buena parte del apoyo popular, popularidad que fue creciendo más y más a raíz de la pésima conducción del gobierno que había hecho Carlos Andrés Pérez, cuyo momento crítico desembocó en El Caracazo, y a consecuencia de lo cual Rafael Caldera gana las elecciones al siguiente año. El clamor popular para la libertad de Chávez fue entonces enorme, hasta lograr que durante el gobierno de Caldera éste le indultara. Chávez comienza entonces a recorrer todo el país.

Pues bien, como venía diciendo, estábamos en aquella plaza frente a Hugo Chávez, que en ese momento comienza a pronunciar unas encendidas palabras donde evoca el ideario bolivariano, recuerda las luchas liberadoras de los pueblos por un lado, y por otro hace énfasis en la decadente realidad de aquellos días, en que el gobierno de Caldera fue incapaz de dar respuestas efectivas a los problemas de la gente; sus políticas siguieron siendo ineficaces para detener la maquinaria de corrupción, burocratismo, estatismo productivo, complicidades automáticas entre banqueros y empresarios que desangraron las arcas de la nación. Nos dijo Chávez en aquel discurso a los allí presentes que hacía falta ir construyendo un nuevo movimiento popular que aglutinara las fuerzas para un cambio radical en Venezuela, un movimiento revolucionario. Nos habló del socialismo necesario y del papel que debíamos asumir los venezolanos y venezolanas para vencer los viejos esquemas de producción, de organización social y de compromiso político. También nos mencionó la necesidad de salir de la dependencia económica del imperialismo estadounidense y europeo.

A medida que sus palabras fluían, más gente se iba congregando ahí, más personas se iban acercando hasta que se duplicó su número; ahora había unas cuarenta o cincuenta, no lo sé bien, pero sus palabras llenas de convicción tenían inmenso poder y nos hacían reflexionar, estaban inspiradas en ideas muy elevadas y claras. Muchos allí comenzamos a levantar los brazos y a entonar vivas, a gritar consignas por la nueva patria. Me quedé impresionado por la efectividad de aquellas palabras, lo que éstas lograban mover en la gente, la capacidad de convencimiento que poseía y las acciones visibles que suscitaban. Fue aquella la primera vez que lo vi y oí en persona.

Lo otro fue su manera de relacionarse con la gente. Estableció una identificación automática con ésta. Lo que decía no solamente era verdad, sino que, además, lo hacía con un poder que implicaba de inmediato la determinación de actuar, incitando a la rebelión, a una transformación de fondo del estado de las cosas. Esa fue quizá la primera virtud que advertí en él: pensamientos hilados y pronunciados con profunda persuasión, palabras que despiertan movimientos profundos en el interior de nosotros.

También era dueño de un carisma individual nato. Poseía un discurso político consistente y una férrea disciplina que le venía de su forja de soldado, de sus ideales patriotas. Hombre joven y enérgico, arrojado y valiente. Y además de ello, con una entereza moral que pone de manifiesto con la gente sencilla del pueblo, con los trabadores y obreros, con los campesinos y jóvenes, a quienes no puede decir nunca una mentira.

Estas fueron las cualidades esenciales que advertí en él aquella tarde de 1994: carisma, convicción, dominio del verbo, valentía. Cualidades que quedaron demostradas en los años posteriores, cuando conquistó la Presidencia de la República con un amplio margen de votos.

Lo otro que admiré siempre en Chávez fue su organización mental, su capacidad de trabajo y su ansia de conocimiento. No se dio tregua para lanzar ideas a la arena pública, para discutirlas, debatirlas o realizarlas venciendo los obstáculos presentados, desde el mismo momento en que se efectuó el referéndum para realizar una nueva Constitución, y después para ir montando, sin pausa ni sosiego, cada uno de los proyectos revolucionarios sobre la legalidad de esa Constitución, con un sentido práctico impresionante. Y ello lo logró, creo, porque tuvo una fe inmensa en lo que estaba haciendo, supo conformar equipos oportunos de trabajo y, también, por supuesto, porque entendió la naturaleza auténtica del fenómeno político; entendió no sólo que la política es el arte de la negociación oportuna en el momento oportuno, sin perder el sentido del momento histórico ni subestimar a los contendores políticos; al contrario a éstos los amplificó para observarlos mejor. Por ello mismo, habría que considerar a Chávez un fenómeno político, incluso como un monstruo político, en el sentido de que hizo una praxis política sobre la marcha, diseñó la convicción en su ideal a partir de circunstancias concretas, sopesándolas sin menospreciar a ninguna de ellas, sin poner a ninguna por debajo de la otra. Y esto le dio unos resultados sorprendentes cuando se cercioró, por ejemplo, que sin el buen uso de los medios, las ideas no pueden proyectarse debidamente. Por eso se advierte en él a un gran comunicador, a un excelente periodista y a un inmenso narrador oral, a un hombre que pudo estar frente a una cámara o una multitud todo el tiempo que fuese necesario.

Por último, y acaso esto sea lo más importante, es el impresionante desprendimiento material de este hombre, que sacrificó su vida personal en favor de un sueño colectivo. Cuando alguien llega a comprender y a llevar a la práctica esto, y ese alguien tiene las cualidades de Hugo Chávez, pudiera decirse, con la mayor honestidad posible, que su vida no habrá sido en vano, que habrá valido la pena vivirla y volverla a vivir e incluso inmolarla si fuera necesario, como él lo hizo, para que los sueños de libertad y emancipación sigan creciendo en las nuevas tierras de América.


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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

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