Alquimia Política

La idea Federal en el pensamiento político moderno

A raíz de la Revolución Francesa (1789), Francia se constituyó en referencia obligada para los pueblos en formación del siglo XIX. Con una Monarquía que aparece como supresora de un orden feudal que minaba las bases políticas, sociales y económicas, Francia sirve como medio de cultivo para el desarrollo de un pensamiento político en vías de transformación.

Pero para poder apreciar el impacto intelectual de las ideas del siglo XVIII sobre el siglo XIX, es preciso acotar, en primer lugar, la evolución cultural de la época 8que la historia califica de Moderna); en segundo término, las nuevas concepciones políticas que motorizaron, no sólo el pensamiento revolucionario francés, sino el del resto del mundo; y como tercer punto, la Revolución Francesa como propulsora de los grandes cambios en el siglo XIX.

La evolución cultural estuvo impulsada por lo que se ha denominado “clasificismo francés”. Este fue un movimiento literario que tuvo como escenario la Francia del siglo XVII, apoyado por los gobiernos absolutistas del rey Luis XIV y el cardenal Richelieu. El objetivo perseguido por este movimiento consistía en el cultivo de las letras con el propio espíritu renacentista imbuido de admiración e imitación de los clásicos grecolatinos. Sus cultores se distinguieron por un lenguaje pulcro, claro y elegante, así como por sus exposiciones imaginarias llenas de fuerza tan real que hacía al lector sentirlas identificadas con su quehacer diario. Como exponente de este tiempo tenemos a Moliere y Cornielle, entre otros.

En España, durante este mismo tiempo, se conforma el denominado siglo de oro. Con las mismas características de pulcritud, claridad y elegancia, hombres como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Fray Luis de León, Baltasar Gracián, Francisco de Quevedo, marchan un hito que se consagraría como revelación ante una sociedad que se mantuvo sigilosa y que a partir del siglo XV emprendió un camino.

El Renacimiento tranquiliza el ánimo ahincando enérgicamente el pie sobre la tierra, irguiéndose orgullosamente y captando el mundo como un motín. La filosofía, por su parte, desarrollaría tres tendencias: la empírica, con Bacón (1561-1626), la racional, con Descartes (1596-1650), y el espíritu crítico, con Voltaire (1694-1778). Estas tendencias englobarían el ansia intelectual de la época dirigida hacia una vertiente de descripción y demostración de los hechos sociales y políticos.

Como principio metodológico creció el pensamiento filosófico y se adentró en el contenido político a través de Locke (1632-1704), Montesquieu (1689-1755) y Rousseau (1712-1778). Locke expone en su pensamiento la existencia de un derecho natural que garantiza la libertad e igualdad, así como la propiedad. El derecho natural se lo atribuye Locke a una donación que Dios hace al hombre. Por otra parte, expone que el hombre se ha agrupado en sociedad, se ha dado sus gobiernos y ha dado a estos poder, no para que limiten o eliminen sus derechos, sino para que los resguarden.

Montesquieu erige el edificio jurídico donde el Estado sustenta, promueve la división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), y pregona que la soberanía reside en el pueblo, no en el rey. En cuanto al aporte de Rousseau, éste viene a representar el eslabón entre una conciencia política por excelencia y una sociedad organizada a través de la asociación y la cooperación.

El pensamiento político-social de Rousseau se simplifica en: La teoría del buen salvaje; El origen de la sociedad; El contrato social; La soberanía popular; y Los derechos del hombre.

La teoría del buen salvaje es presentada, con copiosa argumentación, en el “Emilio”. Ella exponer que el hombre primitivo fue bueno. Su vivencia en el Estado Natural era feliz, con íntegra libertad, sin gobierno y sin jerarquización de clases. El hombre civilizado es bueno, pero sus desváhennos son el producto de lo difícil de la convivencia con el grupo social, por lo tanto, no hay que atacar al hombre sino a la sociedad para conseguir un nivel de paz ¿Cómo atacar la sociedad sin antes tocar al hombre? Se ha de diseñar un sistema de gobierno que rescate los valores innatos de socialidad e íntegra libertad.

El origen de la sociedad lo relaciona Rousseau con la familia. En ella, como célula fundamental, se dan en pequeño las relaciones de mando y en base a ella los hombres asumen un comportamiento en la sociedad.

El denominado “Contrato Social” de Rousseau consiste en una delegación de poder que el pueblo hace un soberano. De este modo se conforma, mediante el pacto entre el pueblo y el soberano, un gobierno institucionalizado que ha de velar por la seguridad y bienestar de la nación, mientras ésta se compromete a obedecer y acatar los lineamientos establecidos por el soberano. El pacto tendrá carácter de contrato por lo cual ambas partes están comprometidas a cumplirlo ante las leyes y ante Dios.

La soberanía popular corresponde al derecho inalienable que el pueblo tiene a voluntad. Y ese derecho es el que lleva a pactar con el soberano: y ese mismo derecho el que hace que el gobernante consulte al pueblo sobre cualquier norma a ser implantada, consulta que da carácter legal a todos los actos del Estado frente a la sociedad.

Rousseau basó sus argumentos sobre lo derechos del hombre en la garantía de la libertad e igualdad, así como en el cumplimiento de los ofrecimientos del gobierno, al pueblo en razón del pacto, o contrato, suscrito entre ambos.

Esta suscita reseña realizada sobre el pensamiento del siglo XVIII, es una introducción al esplendor ideológico de la Revolución Francesa. Todas las ideas anteriores condicionario el desarrollo intelectual de los protagonistas de la Revolución Francesa y, definitivamente, condujeron al mundo a una nueva era en la civilización.

La Revolución Francesa se desarrolla dentro de un clima de euforia y neurosis. La Francia del Antiguo Régimen (la época de Luis XVI), estaba llena de temor. Se acercaba el final de un siglo y el pueblo no tenía experiencia y se encontraba ante un misterio cuyo velo se iba desgarrando poco a poco. Terreno excelente para la producción de los pánicos.

Ese pánico, creado sobremanera por el desarrollo de una inseguridad civil desbordante, preparó el ánimo del pueblo disponiéndolo para que comenzara a escuchar las alternativas expuestas por los revolucionarios.

En 1789 el pueblo estuvo embargado de pánico, porque, brutalmente sacado de las tinieblas en que lo mantenía el poder absoluto, conducido a plena luz, fue deslumbrado, después enloquecido, y creyendo ver un peligro allí donde no tenía guía, asombrado de no sentir la mano de hierro de la autoridad, se dejó invadir por una multitud de sentimientos espontáneos, entre los que el miedo de lo desconocido fue uno de los más potentes.

El antiguo régimen se caracterizaba por la existencia de una monarquía absoluta, de derecho divino, la cual se acentuaba en la división de clases, y en el control de la economía del Estado. El origen de este régimen se remonta al sistema feudal en cuanto a la división social y estructural del mismo. Para el tiempo de la Revolución Francesa, el régimen estaba en decadencia. Existía un despotismo en la dirección gubernamental y un desprecio hacia la burguesía y los estratos campesinos que evidentemente se hacía inaguantable. A ellos se unía la inseguridad y las reflexiones intelectuales de los pensadores de la Francia clásica, entre ellos el influjo teórico de Rousseau. Dentro de esta misma tendencia intelectual se centran las ideas racionalistas que llegando a conocimiento de la nobleza y del clero, propagase dentro de la burguesía, cuyos integrantes los hacen llegar al pueblo.

Pero el peso de estas influencias que experimentó el revolucionario francés, tal vez no hubiera consumado por sí solo el efecto histórico sin la figura de un Monarca, Luis XVI, y unos magistrados con ilimitado poder, así como sin los ejemplos del denominado despotismo ilustrado en otras regiones de Europa, nos habrá sido posible unir la conciencia y la euforia revolucionarias.

Uno de los estrategas de la guerra del Golfo Pérsico (1992), decía que un ejército dependiera de dos cosas que van mucho más allá de su número: armas y ánimos. Precisamente, los revolucionarios de 1789 tenían las armas: todo el bagaje inmobiliario de una ciudad, así como algunos rifles sustraídos al ejército real, pero faltaba matizar su ánimo, y ello lo logró la sed de justicia ante un gobierno despótico.

Ahora bien, ese surgimiento espontáneo de lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad, logró sólo una fase de un objetivo más amplio: hizo claudicar la Monarquía. Pero ello no resolvió los problemas puesto que Francia no prosiguió en la vía de una transformación completa y definitiva. Dejó un antecedente, más no completó la tarea. No fue una acción definitiva ni concluyente.

Pero el hecho federalista indudablemente existía dentro de las ideas que propugnaban la reorganización del poder francés. La propia Monarquía lo había descubierto e intentado someter, empero subsistía a la llegada de la revolución.

El Federalismo se mostraba tácitamente en algunas características de la situación de entonces, tales como: ausencia de unidad territorial administrativa, la inexistencia en forma directa de una autoridad real sobre los agrupamientos de diversa clase (geográfica o profesionales), que servían de puente entre el individuo y el monarca.

Una libertad es un privilegio que se posee y que otros no poseen. La libertad no nace de la igualdad frente a la ley, de la unidad del Derecho. Nace, especialmente, del particularismo, de la diferenciación con respecto a los otros, en una palabra, del privilegio. Este universo se le presenta a la filosofía de la ilustración y genera, por fuerza propia, una reacción que aparece en la inspiración federal en dos aspectos: uno, bajo el principio de organización estatal, y otro, bajo el principio de organización internacional.

Como principio de organización estatal, el aporte, intelectual se centró en las figuras de Fenelón, Montesquieu y D’Argenson. Estos pensadores respaldaban la idea de los cuerpos intermedios (intermediarios entre las Monarquía y las zonas locales), con el fondo sentimental del regreso a un Estado donde los vínculos feudales pudieran hacer frente al poder del Estado Moderno.

Fenelón (1651-1715), fue un prelado y escrito francés que defendió la doctrina de un quietismo moderado. Su aporte al pensamiento federal consistió en la propuesta de crear un organismo que se encargara de distribuir los impuestos. Estos organismos se establecerían en cada provincia y Estado, particular, haciendo participar a los mismos en el gobierno de todo el país.

La Francia de Luis XVI, fue una Monarquía cuya una autonomía abarcaba la composición política y social; así como la composición geográfica y el carácter profesional de todo el sistema corporativo, los cuerpos judiciales y las comunidades de oficios.

El Federalismo, durante esta época, jugó un papel tácito que consistía en la ausencia de unidad territorial y el distanciamiento del poder real en incidencia directa sobre agrupamientos de toda clase. La libertad fue entendida como el efecto inmediato de la igualdad ante la Ley, de la unidad del Derecho. Nace esencialmente del particularismo de la diferenciación con respeto a los otros, en una palabra, del privilegio. Esta situación hizo que un pensamiento político inspirara una cosmovisión federal que condujera a la unidad y libertad, tanto individual como de grupos. La propuesta fue recogida en dos aspectos: 1.- Como principio de organización estatal; y 2.- Como principio de organización internacional.

Montesquieu adopta la tesis de los cuerpos intermediarios, argumentando que estos canales medios son los poderes necesarios para controlar el poder. Los poderes intermediarios, subordinados y dependientes constituyen la naturaleza del gobierno monárquico, es decir, de aquel en que gobierna uno solo por leyes fundamentales. El poder intermedio subordinado más natural en una monarquía es el de la nobleza.

Es tanto el valor que Montesquieu da a los poderes intermedios, que es capaz de sentenciar: “Sin monarca no hay pobreza, como sin nobleza no hay monarca”. D’Argenson, por su parte, fundamenta su aporte en dos posibilidades que, complementándose, forman un gobierno federal en razón de las relaciones de unos pueblos con otros. Así que propone: primero, un gobierno central que sirva de árbitro, defensor en el orden externo; unificador en los casos en que la unidad sea necesaria; y segunda, un amplio autogobierno local.

Pero el principio de organización estatal, involucra un intermedio que es “la Unidad”. Sobre ella intelectuales de todas las épocas han meditado (desde Grecia con Sócrates, Italia con Mazzini, Francia con el duque de Saint-Simón, entre otros). La unidad asegura a la organización estatal un cimiento de expansión donde la seguridad comercial y política prevalece. Empero, en las figuras de Montesquieu y Rousseau, se concentra el más sucinto pensamiento al respecto: uno aboga por las dimensiones y otro, por la legitimidad. Montesquieu argumenta que la República exige un Estado de dimensiones pequeñas, pues de ser demasiado grande no podría ya existir como República, se convertiría en escenario de una constante pugna entre facciones o terminaría por someterse a un dictador.

Rousseau expone que no hay gobierno legítimo si no está asentado sobre la soberanía del pueblo, siendo ejercicio, en atribuciones, por el mismo. Pero advierte que un gobierno así no puede ser instaurado en Estados grandes. Como principio de organización internacional, el federalismo tuvo sus exponentes en el duque de Sully (1569-1641), en el inglés William Penn (16444-1718), en el abate Saint-Pierre (1737-1814) y en el propio Rousseau.

En general, las ideas se concentraron en afirmar que para dar cuerpo a la comunidad internacional, era necesario darle un derecho, una estructura normativa que dirigiese las decisiones en razón de un consenso y un respeto a la dignidad y libertad humana.

Sully propuso crear una Europa Cristiana, a través de una división territorial. Esta división formará cinco monarquías hereditarias: Francia, España, Inglaterra, Suecia, Lombarda; seis monarquías electivas: el Palacio, el Imperio, Hungría, Bohemia, Polonia, Dinamarca y cuatro repúblicas, dos aristocráticas: Venecia y la República Italiana, y dos democráticas: Suiza y los Países Bajos. En una segunda etapa, luego de creada tal estructura territorial, se confederaría, a propuesta de Sully, las ya constituidas entidades en un Consejo cristiano de sesenta miembros. Este Consejo asumiría el papel de árbitro y legislador a la vez, de los asuntos que atañen a la zona, estando respaldado por un pacto de compromiso de los países miembros que compromete a los mismos a prestar ayuda en la ejecución de sus decisiones.

Penn, acudiendo al pensamiento de Locke, propone a los príncipes de Europa unir a los Estados en un contrato Federal y crear un organismo que unifique la diversidad regional. El abate de Saint-Pierre establece los fines máximos de la Federación son disminuir las cargas militares, procurar la seguridad mediante el desarme e impulsar la prosperidad económica mediante la ampliación del mercado.

Rousseau, por su parte, plantea como la base del federalismo, la comunidad de costumbres, e leyes, de intereses. Esta puede acoplarse a un proyecto de unidad internacional, siempre y cuando, reúna las condiciones necesarias para su eficacia: un carácter general común a todos los Estados, un órgano de decisión y una fuerza coercitiva.

Kant (1724-1804), también se interesó por el tema y expuso en un pequeño ensayo sus perspectivas al respecto. En “De la paz perpetua” (1796), propone abolir el ejército permanente, lograr que los Estados y las poblaciones no choquen ya que el comercio. La fórmula de Kant se resume en: una Constitución republicana en cada país.

De Kant hay que apuntar una idea más original, el federalismo es la forma de crear un medio jurídico y, en consecuencia, de desarrollar un derecho. Valdría la ocasión para agregar que el abate de Saint-Pierre establece una diferenciación entre Alianza y Federalismo, puesto que la primera estaba propiciando confusiones con respecto a la segunda. Es así como expone: la alianza es para la guerra, la federación para la paz, la alianza es temporal u ocasional, la federación es permanente; la alianza es una coincidencia de buenos deseos políticos, la federación es la creación de un derecho, de un tribunal y de una fuerza coercitiva.

Saint Simon (1760-1825), francés, se rebela contra toda esta corriente intelectual y pretende demostrar la insuficiencia de los planes hasta ahora propuestos para organizar Europa y en particular, el del abate de Saint-Pierre. Rinde, por otra parte, homenaje a estos predecesores y reconoce que ha sacado mucho de ellos. Pero les achaca un defecto común, por no haber replanteado los postulados del absolutismo y la arbitrariedad dinástica según existía en Europa antes que las revoluciones de Inglaterra y de Francia inauguraran el reino de la razón y el gobierno bajo los dictados del interés general. La nueva Europa deberá descansar sobre estos principios. Adoptará, por tanto, el sistema parlamentario inglés que, a juicio de Saint-Simón, es el único régimen político conforme a las exigencias de la razón.

El modelo de Saint-Simón puede resumirse en una frase: “Gran Parlamento Europeo”; pero el mismo tan sólo alcanza a ser un precedente más dentro del marco del pensamiento político. Ciertamente sus ideas de unidad se asemejaban a las federales, pero él aspiraba más que una simple confederación de Estados, pensaba en una unidad política en torno a un rey hereditario sin límites de poder. Para la Europa de entonces estos significaban una burla ante todo lo que había parecido para librarse del centralismo despótico de las monarquías hereditarias.

En líneas generales, el pensamiento político moderno, en torno a la idea Federal, corresponde a los ideólogos que han estructurado la idea federal a lo largo de su participación intelectual.

*.-azocarramon1968@gmail.com


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Ramón E. Azócar A.*

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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