Nos cuenta el apóstol Mateo en La comparación del sembrador que los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Por qué les hablas con parábolas y el Nazareno respondió: “... les hablo con parábolas, porque cuando miran no ven, y cuando oyen, no escuchan ni entienden. Así se cumple en ellos lo que escribió el profeta Isaías: Oirán, pero no entenderán, y, por más que miren, no verán. Porque este pueblo, ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y taponado sus oídos. Con el fin de no ver, ni de oír, ni de comprender con el corazón. No quieren convertirse ni que yo los salve… “.
Los apóstoles querían, a lo mejor, que Jesús llamara al pan, pan y al vino, vino, pero Jesús, quien sabía de los peligros que corría, prefería hablarle al pueblo con parábolas. Tan consciente estaba de la amenaza que lo acechaba, que ordenó a sus discípulos que no le dijeran a nadie que él era el Cristo. También les explicó que las autoridades judías, los sumos sacerdotes y los maestros de la Ley lo iban a hacer sufrir mucho. Les comunicó también que uno de los apóstoles lo traicionaría y que los sumos sacerdotes lo condenarían a muerte.
Caifás, jefe de los sacerdotes, lo encontró blasfemo y el Consejo judío sentenció que Jesús merecía la muerte. Cuando Jesús compareció ante Poncio Pilatos, representante del imperio romano en Judea, su suerte estaba ya echada. Entonces, haciendo uso del poder de amnistía que le correspondía como gobernador del imperio de Tiberio César, indultó a Barrabás, un prisionero famoso de la época y entregó a Jesús a las autoridades para que fuese crucificado, no sin antes hacerlo azotar públicamente. Y lo mataron en el Gólgota, después de torturarlo salvajemente durante el Vía Crucis. ¿Qué leyes violó? ¿Qué Dioses ofendió? ¿Contra quién se reveló? para merecer semejante castigo.
Han pasado más de dos mil años desde que se cometió ese crimen de lesa humanidad. Las causas históricas, socio-económicas y políticas que dieron marco a la corta y agitada vida de Jesús de Nazaret, no han cambiado esencialmente desde aquellos turbulentos días del imperio romano y la pax romana.
Diez y más razones tendría Jesucristo hoy en día para continuar su lucha: Hambre, miseria, guerra, muerte, enfermedades, epidemias, tortura, racismo, discriminación y la deshumanización del hombre. Ahí estaría con toda seguridad Jesús a la vanguardia de las manifestaciones de protesta, arengando al pueblo, a lo mejor seguiría hablando en parábolas y comparaciones sencillas; pero también es casi seguro que en más de alguna ocasión le habrían dado palos, que lo habrían encarcelado, maltratado, expulsado de la nueva Judea y quien sabe, hasta asesinado.
Vistos los acontecimientos bíblicos desde la perspectiva social moderna, la reflexión de Sabina no es ni herejía ni provocación. Nadie se sienta ofendido por ello, porque la sociedad en que vivimos, dista tanto del Reino de los Cielos que predicó Cristo, que se podría comparar más bien con el reino de los animales, donde la ley del más fuerte es la que vale, donde hay un imperio que domina el mundo, infinitamente más poderoso que el de los Césares romanos.
¿Y usted, si es creyente, qué opina?
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Fuente: http://robiloh.blogspot.com/