Las recientes declaraciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en las que insiste en su intención de dialogar con Nicolás Maduro para "salvar muchas vidas", revelan una vez más la naturaleza contradictoria y profundamente imperial de la política exterior estadounidense. Bajo el ropaje de un supuesto humanitarismo, se esconde la lógica de la amenaza y la coerción: "hacer las cosas por las buenas" o "hacerlo por las malas".
Este doble discurso no es nuevo. La historia de las relaciones hemisféricas está marcada por la imposición de condiciones bajo el disfraz del diálogo. El imperio no conversa, dicta. No busca acuerdos entre iguales, sino subordinación. Cuando Trump afirma que "Maduro es el líder" y que "podemos salvar vidas", lo hace desde una narrativa paternalista que niega la soberanía de los pueblos y coloca a Washington como árbitro de la legitimidad política en América Latina.
Más grave aún es la acusación de que el presidente venezolano "envía" millones de personas a Estados Unidos. Esta afirmación, además de ser simplista y descontextualizada, invisibiliza las causas estructurales de la migración: las sanciones económicas, el bloqueo financiero y la presión internacional promovida precisamente por la política estadounidense. Culpar al gobierno venezolano de un fenómeno que en gran medida es consecuencia de la agresión externa constituye una estrategia discursiva para justificar nuevas medidas de presión.
El supuesto "diálogo" se convierte entonces en un mecanismo de chantaje. No se trata de tender puentes, sino de imponer condiciones bajo la amenaza de la fuerza. La frase "hacerlo por las malas" sintetiza la esencia de la política imperial: la negociación solo es válida si conduce a la rendición del otro.
En este contexto, la defensa de la soberanía y la identidad nacional se vuelve imprescindible. Venezuela, como cualquier nación, tiene derecho a decidir su destino sin tutelajes ni imposiciones externas. El verdadero diálogo solo puede existir entre iguales, sin amenazas ni ultimátums.
El reto para los pueblos latinoamericanos es desenmascarar estas narrativas y reafirmar que la vida que se pretende "salvar" no puede ser excusa para la dominación. La paz no se construye con amenazas, sino con respeto mutuo y reconocimiento de la autodeterminación.