La política internacional contemporánea se encuentra marcada por la incertidumbre y la volatilidad. En este escenario, el retorno de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos ha reactivado viejas tensiones en América Latina y, particularmente, en Venezuela. El exalto representante de la Unión Europea, Josep Borrell, lo expresó con claridad en una entrevista televisiva: el verdadero factor de riesgo no es tanto la capacidad militar estadounidense, sino la imprevisibilidad de Trump. “No sabemos lo que va a pasar. Trump es muy imprevisible, pero algo va a pasar, seguro”, advirtió.
La afirmación de Borrell no es un mero comentario diplomático. Es un diagnóstico que refleja la naturaleza errática de una administración que, en su primera etapa, ya demostró que las decisiones estratégicas podían estar más vinculadas a cálculos electorales internos que a una visión coherente de política exterior. Hoy, con el despliegue militar frente a las costas venezolanas bajo el pretexto de combatir el narcotráfico en el Caribe, la región vuelve a colocarse en el centro de una ecuación peligrosa.
El Caribe como tablero de operaciones
El despliegue naval estadounidense frente a Venezuela no puede analizarse de manera aislada. Se inscribe en una lógica de presión geopolítica que busca condicionar la soberanía de los pueblos latinoamericanos. Aunque Borrell descarta una invasión clásica, advierte que una operación de gran alcance no puede ser descartada. La historia reciente nos recuerda que las intervenciones militares de Estados Unidos rara vez se anuncian como tales: se disfrazan de “operaciones humanitarias”, “lucha contra el narcotráfico” o “defensa de la democracia”.
En este sentido, la presencia militar en el Caribe constituye un mensaje directo hacia Caracas. No se trata únicamente de un despliegue táctico, sino de un gesto político que pretende intimidar y condicionar las decisiones internas de Venezuela. La narrativa del narcotráfico funciona como excusa, pero el verdadero objetivo es mantener la región bajo el control estratégico de Washington.
El indulto a Juan Orlando Hernández: un síntoma de la nueva directriz
El anuncio de Trump de otorgar un “indulto total y completo” al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, condenado a 45 años de prisión por narcotráfico y tráfico de armas, es un hecho que revela la lógica de su política exterior. Más allá de lo jurídico, el gesto tiene un claro trasfondo político: enviar un mensaje de alineación ideológica.
En el contexto de las próximas elecciones en Honduras, la medida busca reposicionar a un aliado histórico de Washington, aun cuando su figura esté marcada por la corrupción y el crimen organizado. Este acto confirma que la administración Trump prioriza la lealtad política sobre cualquier criterio de justicia o institucionalidad. En otras palabras, la política exterior estadounidense hacia América Latina se redefine bajo parámetros de conveniencia electoral y de control geopolítico, sin importar los costos morales o legales.
Venezuela en el centro de la tormenta
Para Venezuela, la imprevisibilidad de Trump representa un desafío doble. Por un lado, la amenaza militar directa en el Caribe; por otro, la posibilidad de que decisiones arbitrarias, como el indulto a Hernández, se conviertan en precedentes de una política exterior que premia la sumisión y castiga la soberanía.
La defensa de la soberanía nacional exige comprender que la estrategia estadounidense no es lineal ni predecible. Trump actúa bajo impulsos que responden a su necesidad de consolidar poder interno, incluso a costa de desestabilizar regiones enteras.
En este contexto, Venezuela debe fortalecer sus alianzas internacionales, consolidar su capacidad de resistencia y mantener una narrativa clara frente al mundo: la lucha no es solo contra un despliegue militar, sino contra una lógica imperial que pretende imponer su voluntad sobre los pueblos.
El riesgo de la imprevisibilidad
La imprevisibilidad de Trump no es un rasgo anecdótico, sino un factor estructural de riesgo. En política internacional, la incertidumbre puede ser más peligrosa que la amenaza explícita. Un adversario predecible permite diseñar estrategias de defensa; uno impredecible obliga a estar en permanente alerta.
La región latinoamericana se enfrenta, entonces, a un escenario en el que las decisiones de Washington pueden cambiar de rumbo en cuestión de horas, dependiendo de los cálculos electorales o de los caprichos personales del presidente. Este es el verdadero peligro: la ausencia de reglas claras y la subordinación de la política exterior a la lógica del espectáculo político.
Soberanía frente a la incertidumbre
El retorno de Trump al poder coloca nuevamente a Venezuela en el centro de la geopolítica hemisférica. Su carácter impredecible, señalado por Josep Borrell, no es solo un rasgo personal, sino una estrategia que busca mantener a sus adversarios en constante desconcierto.
Frente a ello, la respuesta venezolana debe ser firme y coherente: fortalecer la soberanía nacional, consolidar alianzas con países que defienden el principio de autodeterminación y denunciar ante el mundo las maniobras de un imperialismo que se disfraza de lucha contra el narcotráfico.
Trump es, sin duda, el impredecible. Pero la historia demuestra que los pueblos que defienden su soberanía, incluso frente a la mayor de las incertidumbres, son capaces de resistir y de construir su propio destino.