Alquimia Política

María Gabriela Urbina Vásquez

El sábado 15 de marzo del 2014, mi último heredero cumplía su primer año de vida y como es costumbre, la familia se reunió y alrededor de una torta se le deseó felicidad, buena venturanza y vida; todo aquello que uno quiere para sus hijos y seres queridos. Al día siguiente, entre un amanecer aparentemente lento y deslumbrado, la noticia de la trágica desaparición de María Gabriela Urbina Vásquez, joven que el 23 de enero del 2014, había llegado a su cumpleaños número 18, intuyo que con la misma carga de energía con que le celebré el primer añito a mi hijo Alexander. Noticias como esas en Guanare (estado Portuguesa-Venezuela), una ciudad de provincia aún pasiva, taciturna y conservadora, es de un inmenso impacto, así como lo fue en su momento la muerte del niño Dayán en situación extraña y aún dolorosa. Son noticias que no queremos oír, pero que llegan, que están en la realidad de una sociedad que ante tanta pasividad se ha vuelto cómplice de peligros inmensos.

Las circunstancias de la muerte de María Gabriela no las voy a comentar, pertenecen a un sumario y está aprendido ya el “sospechoso” de haberla asesinado (sin causa y sin motivo alguno, solamente para saciar un instinto que racionalmente no se entiende), solamente es un asunto de tiempo, de que la causa siga su curso y que se juzgue. Eso sí, que se juzgue: ¡Basta ya de impunidad! Voy a comentar es sobre la vida, sobre el camino que ahora le tocará transitar a unos padres que no puedo menos que solidarizarme y extender mi apoyo y respeto pleno, porque el dolor que sienten ha de ser indescriptible. Tuve la oportunidad de trabajar un tiempo cerca del padre de María Gabriela, Eduardo Urbina, y de cierto les puedo decir que es un hombre íntegro, trabajador, humano, eficiente y gran profesional; un hombre que actúa como piensa y eso, sin lugar a dudas tendrá que ayudarlo para llevar esta pesada carga.

Si se me pregunta quién es el culpable de lo sucedido a María Gabriela, tendría que decirlo, sin que ello implique una exageración, somos todos. Una sociedad no puede estar de espaldas a lo que ocurre a su alrededor; Guanare, y sus barriadas y urbanizaciones, viven enclaustrados en una privacidad enfermiza, que les ciega ante problemas y síntomas de la maldades que ocurren; si hubiera habido una cercanía con el sentido común, la persona sospechocha de asesinato, que gozaba de una medida cautelar y que presentaba problemas de conducta evidentes, tendría que estar al resguardo de las instituciones del Estado. Pero es que lo peor no es eso: es que no hay un lugar idóneo donde internar a estas personas y que a la postre terminan acabando con vidas inocentes. Hay que activar la reforma al Código Penal y con ella crear mecanismos de acción y sanción, ejemplarizantes, que dignifiquen la seguridad y la vida de los seres humanos. No hay espacios para la indiferencia y todas y todos, debemos activar, de una buena vez, un compromiso por vivir en comunidad y ser buenos vecinos; hacer de la convivencia en la sociedad un culto al respeto y al resguardo de nuestros seres queridos; no esperar que los cuerpos de seguridad del Estado nos traigan seguridad, la seguridad la hacemos posible nosotros mismos, nadie mejor que el componente vecindad para cuidar a propios y extraños de lo que suceda en esos espacios de convivencia social. Es por ello, que es tiempo de hacer un llamado para dejar de pernotar en la interioridad de las casas, ajenos a las pulsaciones de los acontecimientos que ocurran a nuestro alrededor, debemos intervenir, participar, transformar ese vacío y miedo, en que nos deja la violencia y la inseguridad, en espacios para la vida y para la convivencia.

En una palabra, están sucediendo cosas que no deberían suceder y estamos siendo permisivos que sucedan, he allí nuestra responsabilidad y la necesidad de activarnos, de radicalizar nuestra presencia en cada uno de los lugares en donde nos toca vivir y desenvolvernos.

En cuanto al dolor de tan lamentable pérdida, no hay palabras que puedan expresar algún sentido que no terminen por caer en el laberinto de la ausencia, del odio, del rencor; mucho de eso hay en seres humanos que confrontan tan dura experiencia. Pero son también una prueba inmensa; una prueba que la energía de un Dios Supremo nos ayuda a aliviar, pero no es un alivio en lo que al dolor se refiere, es un alivio en cuanto a la pesada carga que tocará llevar hasta en fin de nuestros días. Perder un hijo, es sentenciarnos a una vida de entrega y resignación, nunca de superación, eso no se supera, no busquemos superarlo porque en el acto de buscar superarlo, hay mayor depresión y, como no lo logramos, de frustración; la vida nos cambia, pero por honor a esa vida debemos mantenernos fuertes, vigorosos y entregados a hacer el bien, a multiplicar el amor por encima de todas las circunstancias adversas que nos pone el destino.

El poeta Andrés Eloy Blanco, con esa magia del verbo que siempre tuvo, nos dejó una verdad incuestionable en su poema “Los hijos Infinitos”: “Cuando se tiene un hijo,/ se tiene al hijo de la casa y al de la calle entera,/ se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga/ y al del coche que empuja la institutriz inglesa/ y al niño gringo que carga la criolla/ y al niño blanco que carga la negra/ y al niño indio que carga la india/ y al niño negro que carga la tierra./Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos niños/que la calle se llena…”

Y es que el hijo o hija de uno, es el hijo e hija de todos y todas cuantos viven en esta tierra; no se puede menos que sentir la partida de María Gabriela, como la partida de unos de nuestros hijos. La ausencia solamente la mitiga el recuerdo, las vivencias de una vida plena. No podía seguir escribiendo sobre tantas cosas que escribo, sin mirar lo ocurrido a María Gabriela. Es mi responsabilidad con la vida, con sus sueños truncados, con su belleza inmensa; tenía que manifestar desde alma que a partir de hoy, un nuevo ángel nos cuida y preserva. Tengamos la humildad de recibirla, de entender que más allá de lo físico, lo valeroso y espiritual se impone en un camino de espinas y rosas que va más allá de las mesetas, serranías y sabanas de nuestra tierra. Mi pésame sentido a sus familiares y amigos, y mucha fortaleza, mucha precisión con vida, no hay que zafarnos de ese camino que es el que deja huella.


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Ramón Eduardo Azocar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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