El misil invisible, la compra de los políticos como categoría política

En los análisis de política internacional suele hablarse de ideologías, alianzas estratégicas, presiones diplomáticas o necesidades de seguridad, complejidad, las cuales se utilizan dependiendo de la posición ideológica de los analistas o de los gobernantes.  Sin embargo, hay un aspecto que rara vez se coloca en primer plano y que, sin embargo, explica con inclemencia muchos giros y decisiones, la compra pura y simple de los políticos y sus decisiones. 

El dinero, en sus múltiples formas, es el motor silencioso que condiciona la conducta de actores políticos, gobiernos y organizaciones. Como dijo aquel general de México, “no conozco a ningún hombre que aguante un cañonazo de un millón de dólares”, aunque el habló de pesos mexicanos. Esa frase, además de ser una anécdota, es también una categoría analítica que debería incorporarse de manera sistemática a cualquier estudio serio de la política. Otra anécdota en este sentido, ahora en nuestro país, se decía que el sutil José Vicente había ofrecido al Secretario de Organización una cantidad relevante de dinero, 1.000 millones, para dividir a la anterior Acción Democrática. Hechos todos que reflejan el trasfondo de intereses personales que sustenta la política.

En este sentido, la compra de los políticos debe considerarse como primera hipótesis en cualquier análisis de cambio político, y los políticos deben preguntarse ante cualquier situación intratable ¿Cuál es su precio?  Cuando un actor modifica de improviso su postura, cuando un país abandona su neutralidad histórica, cuando un partido se fractura de manera inesperada, la pregunta inicial no debería ser “qué ideología lo explica”, sino “cuanto pagaron”. Estados Unidos usa ampliamente la compra de políticos, con muy buenos resultados para sus intereses. Esa es la clave que permite comprender la lógica detrás de los discursos. La política internacional está llena de ejemplos de cómo el dinero fractura estructuras y asegura giros estratégicos.

Pero más allá de los casos concretos, lo importante es reconocer la compra de los políticos como categoría explicativa y necesaria. En el plano interno, comprar voluntades o sostener campañas. Puede garantizar alineamientos, abrir mercados o legitimar intervenciones. El dinero actúa como fuerza invisible que condiciona la soberanía y la autonomía de las decisiones. En el caso de la derecha fascista de María Corina y sus adláteres, toda está comprada, y eso lo sabe y lo dice la gente en la calle, yo solo lo menciono para que se utilice más en las explicaciones de lo que nos pasa, aunque Diosdado hasta ha mostrado fotos del momento del pago.  

El pago no siempre se hace en monedas directamente. Puede ser el acceso a prestigio, foros internacionales, a premios o cargos honoríficos. Ese capital simbólico se traduce en poder político interno y en legitimidad externa. Es otra forma de pago menos visible, pero igualmente eficaz. El reconocimiento internacional puede ser tan valioso como el dinero, porque abre puertas y asegura respaldo.

Si nos quedamos en los aspectos más generales del análisis politico como la democracia, la hegemonía, la economía, y no incluimos los instrumentos operativos en que estas categorías se ejecutan, perdemos una parte muy dinámica de como realmente se ejecuta el dominio y se realizan transacciones que bien pueden llamarse “comerciales”. Y entramos en el terreno de medios y fines y su coherencia pero donde al final la burguesía impone su lógica cínica de enriquecimiento, los fines justifican los medios. 

Pero las naciones soberanas también tienen que desarrollar sus instrumentos operativos efectivos y no dejarse llevarse por planteos demasiado utópicos y tomar las decisiones con astucia y con fuerza para mantener en el poder a los sectores populares, ajustando sus acciones a las nuevas circunstancias que permitan, conservar la moral pero fundamentalmente preservar el Estado y su autoridad. 

Las naciones soberanas deben estar preparadas para tomar decisiones, como no lo pueden tomar los Estados Unidos y los países que le siguen, que es conjuntamente con la población, con la gente, en la calle, consultando, formando, cada vez más técnicos,  ese es nuestro medio social para lograr el fin deseado de un estado no elitesco, productivo, soberano. Eso es ser realista, llevar los ideales a la práctica diaria y validar aquellos que son efectivos, y dejar para más tarde los utópicos. 

La política soberana no se sostiene en el aire, se sostiene con realizaciones concretas, superando dificultades indecibles, traiciones inesperadas, quiebres morales, pero donde el sector popular y sectores medios reciben y participan en la elaboración de los medios de vida, de producción, con un sistema verídico de gobierno en perfección constante. La adquisición y mantenimiento del poder son los fines primordiales de la política soberana y popular y el gobernante debe utilizar cualquier medio necesario para lograrlos, siempre y cuando resulten eficaces para mantener los valores de independencia y creando lealtades políticas y amor popular.

El poder popular no es utopía, ni para mañana, es la práctica de hoy, en el perfeccionamiento constante del Estado popular. 

 


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Oscar Rodríguez E


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