Volver a Chávez: ¡Y huyeron despavoridos!

El salón lucía colorido, la ocasión lo ameritaba. Los históricos y la novel militancia se hermanaron en el canto, en las consignas y las hurras mientras esperaban las intervenciones de los ponentes; se habían preparado para un debate de altura.

El coordinador, vicepresidente de la organización, fue el primero en intervenir. Se paseó por los aciertos; también vaticinó el fin del sectarismo y el triunfo de la unidad absoluta. Luego intervinieron los oradores mientras los participantes tomaban nota o divagaban con sus celulares inteligentes.

De repente, una oleada de frío penetró en el salón; quizás un desperfecto del aire acondicionado por algún bajón de luz. Algunos rostros se contrajeron, otras personas se inquietaron en sus puestos; el resto permaneció atento al presídium y al pódium; percibían que algo ocurría pero no precisaban qué era.

Observaron que en el fondo la Leona reía nerviosamente; un leve murmullo había rozado su rostro, un olor fresco a rosa roja contrajo su cuerpo: “Mujer, ¿qué pasó con las guardianas? ¿Ya tienen respuesta sobre mi asesinato?” Más hacia el centro, un ruido interrumpió la ponencia; al capitán se le había caído el mazo y no lo conseguía. Nervioso por la interrupción, intentó recogerlo del piso cuando escuchó: “El miedo te tiene paralizado de nuevo, compañero”.

La temperatura se normalizó. El primer ponente enumeraba los documentos de Chávez que la comisión revisó para nutrir el debate. Comentaba los temas que serían tratados en las mesas de trabajo cuando la voz se le paralizó; un intenso escalofrío recorrió su espalda, temió desmayarse al sentir el sollozo que conocía: “¿Y qué le pasó a tu morral? ¿Olvidaste acaso los sueños que en él resguardamos? Salúdame a la Mamá Rosa”.
Un ruido silencioso recorrió pasillos e hileras, no interrumpía las disertaciones sólo a algunos de los presentes como al hojillero, quien al reconocer los raídos zapatos grises, se retiró del salón; una fuerte opresión en el pecho le atemorizó. El resto siguió atento al pódium.

Hablaba el ministro eufórico por el reciente bautizo de su libro; exponía con destreza sus ideas sobre el socialismo. De repente, una leve brisa le desordenó los papeles; mientras intentaba organizarlos, un rostro se le paró de frente y le escrutó: “Compañero, esa no es ni la concepción del Socialismo que legué en mi Plan de la Patria ni mucho menos el que instrumentamos juntos. Como siempre, tú tergiversando mis ideas”. Otro ex ministro le sucedió para hablar sobre el poder popular y el partido; a lo lejos sintió: “Negro, te pareces a Alfaro”.

Y así transcurrió la jornada hasta que la comitiva presidencial hizo acto de presencia; la temperatura se había normalizado y todo transcurría según lo previsto. Mientras el presidente caminaba para ocupar su puesto en el presídium, un sinfín de antorchas penetraron por doquier; los presentes sintieron un calor insoportable. Alarmados, presenciaron un extraño suceso: las antorchas guiaban algo hacia el sitio presidencial; cuando estuvo cerca del compañero designado el 8D, desistió del fraterno abrazo. Fue allí, en ese instante, que su cuerpo tomó forma y vida. Vociferó: ¡ASÍ COMO LA HISTORIA ME ABSORVIÓ, TAMBIÉN ME ABSOLVERÁ!
Todos huyeron despavoridos de aquel extraño salón; Pedro corrió más de prisa, temía cantara el gallo antes de lo previsto.
La magia del Gigante había obrado el milagro…


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