El hombre más extraordinario del mundo

A Thaís Marrero

El 28 de octubre de 2019 se celebra el sesquibicentenario del natalicio de Simón Rodríguez. Son 250 años que tienen un significado profundo en la episteme cimarrona del alma latinoamericana y caribeña. La Alcaldía de Caracas, el Inces, la Escuela Nacional Robinsoniana, el Frente Francisco de Miranda, el PSUV y tres universidades rodrigueanas: la Unearte, la Unexca y la Universidad Simón Rodríguez, asumieron esta celebración desde el compromiso ético con uno de sus hijos ilustres en todo el mes de octubre y noviembre de 2019 así, como la IV Escuela de Pensamiento Descolonial, evento organizado por el Centro Internacional de Estudios para la Descolonización Luis Antonio Bigott y el IVIC, tiene en Rodríguez la fuente primigenia de análisis para la creación y cocreación de un modelo civilizatorio que proporcione "la mayor suma de felicidad posible, de seguridad social y de estabilidad política".

Modernidad, colonialidad y capitalismo

Lo que hasta el 11 de octubre de 1492 se conocía con el nombre de Abya Yala, dejó de serlo para convertirse, con la invasión del Reino de Castilla y Aragón, en América, es decir, en un ente geohistórico (o espacio temporal) donde nacieron forzosamente dos duplas antagónicas. Por una parte la supremacía blanca del conquistador versus una supuesta "inferioridad" indígena. De ésta se deriva la segunda, caracterizada por el robo de tierras de las poblaciones originarias por parte de los conquistadores, quienes con la cruz y las armas, expolian las riquezas minerales, los productos agrícolas y el control del trabajo basado en la explotación del hombre por el hombre.

Para el año en que Simón Rodríguez nace en la Caracas española, esta supremacía es descrita por José Gil Fortoul: "En la indias occidentales se distinguían siete castas, a saber: (1) los españoles nacidos en Europa; (2) los españoles nacidos en América, llamados ‘criollos’; (3) los mestizos, descendientes de blanco e indio; (4) los mulatos, descendientes de blanco y negro; (5) los zambos, descendientes de indio y negro; (6) los indios y (7) los negros, con las subdivisiones de: zambos prietos, producto de negro y zamba; cuarterones, de blanco y mulata; quinterones, de blanco y cuarterona, y salto atrás, la mezcla en que el color es más oscuro que el de la madre. En Venezuela, a todas las personas que no eran de raza pura de les llamaba habitualmente "pardos", casta que a fines de la colonia componía la mitad de la población total. Los domingos y fiestas podía verse en los templos de Caracas un cuadro vivo de las castas. A la catedral concurrían los blancos; a la iglesia Candelaria los isleños de Canarias; a Altagracia los pardos y a la ermita de San Mauricio los negros".

Para el año en que Rodríguez llega a América, se encuentra con "unos pobres pueblos que después de haber costeado con sus personas y bienes... o, como ovejas, con su carne y su lana... la Independencia, han venido a ser menos libres que antes". Rodríguez centra su atención para resolver el problema humano y más precisamente el problema de la sociedad moderna en la postguerra americana, época en que concibe su obra, desde el materialismo dialéctico, que aparece como expresión científica de la realidad que le toca vivir, de sus contradicciones multiformes, de sus posibilidades para satisfacer las necesidades de un pueblo subsumido en la (des)identidad: "somos independientes, pero no libres; dueños del suelo, pero no de nosotros mismos", dice. Rodríguez tiene plena conciencia de que la identidad de América debe constituirse entre su ser y lo que piensa que debe ser. Con sus lentes en la frente como si quisiese aclarar sus ideas, desmonta con su obra el fatídico triángulo que arropa la Colombia mirandina: modernidad, colonialidad y capitalismo, aristas todas que nacen con la invasión del Reino de Castilla y Aragón. La modernidad, como periodo histórico caracterizado por un conjunto de hechos: "Descubrimiento de América" (en 1421 el navegante chino Zheng He viaja al Caribe), "Invención de la imprenta" (entre 1041 y 1048, Bi Sheng la inventó en China), Renacimiento, quema de brujas (epistemicidios) en Europa, Fin de Al-Ándalus con la invasión de las tropas de Isabel I de Castilla y Fernando de Aragón al Reino nazarí de Granada, y más tarde la reforma protestante, la revolución científica y la creación de los Estados nación. Este conjunto estaba apalancado culturalmente en la colonialidad como patrón de poder formado por ideas económicas, filosóficas, científicas, políticas y artísticas puntualizadas en la supremacía fenotípica blanca, la epistemología eurocéntrica, la religión judeocristiana, la pedagogía de la sumisión, la universidad monárquica y monástica, el patriarcado y la misoginia. Rodríguez es sujeto y objeto histórico a la vez: vivió la sociedad esclavista en Venezuela, Jamaica y Estados Unidos y la revolución industrial, producto de la modernidad, en Europa. Entiende el colonialismo desde su doble conceptualización, como sistema social y económico por el cual un Estado extranjero domina y explota una colonia y como doctrina que legitima esta dominación política y económica. Tal comprensión le permite transitar el mapa de los excluidos para transformarlo en astrolabio emancipador con el que le da ser a las repúblicas latinoamericanas redescubriendo su emporio cultural y visibilizando su identidad perdida. Rodríguez tiene plena conciencia del peso decisivo que tiene la colonialidad en el patrón mundial de poder capitalista ("la enfermedad del siglo es una sed insaciable de riqueza", dice) porque es fundamentado en la imposición de una clasificación fenotípica de la población mundial como piedra angular con el que opera geohistórica y culturalmente en las dimensiones materiales y subjetivas desde la metrópolis.

Entre la independencia y la libertad

Rodríguez sabe que "entre la independencia y la libertad hay un espacio inmenso que sólo con arte se puede recorrer" y dedica su vida a emprender tal recorrido porque "ha llegado el tiempo de enseñar las gentes a vivir, para que hagan bien lo que han de hacer mal, sin que se pueda remediar. Antes, se dejaban gobernar, porque creían que su única misión, en este mundo, era obedecer: ahora no lo creen, y no se les puede impedir que pretendan, ni (.... lo que es peor…) que ayuden a pretender". Crear, cocrear y recrear repúblicas libres después de 332 años bajo la égida de una estructura de dominación y explotación regentada por la Casa de los Austria y los Borbón que saquearon las riquezas minerales, esclavizaron al pueblo africano, humillaron a los pueblos originarios americanos e impusieron la colonialidad como modelo contracultural enajenante en la psique de la humanidad, son propósitos de una utopía que para Rodríguez es posible, aun sabiendo que "la sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos, son dos enemigos de la libertad de pensar en América".

El colonialismo derivará en imperialismo con el auge de Estados Unidos como reemplazante histórico del Reino Unido. El capitalismo saciará su voracidad con la esclavitud y la propiedad de la tierra. La colonialidad hará de la religión, la educación, la misoginia y el supremacismo fenotípico blanco, armas contraculturales para imponer su modelo civilizatorio de supervivencia darwiniana.

La invasión de las coronas españolas, portuguesas, británicas, francesas, holandesas y danesas a Abyayala, desdibujó las civilizaciones caribeña, andina, amazónica, patagónica, mesoamericana, charrúa y de las costas atlánticas a tal punto que traumatizó la cultura autóctona que desde tiempos inmemoriales estuvo vinculada a la naturaleza y a formas económicas, políticas y sociales acordes a la prosperidad colectiva. Particularmente, la Corona española en todas sus colonias americanas infligió con un régimen de terrorismo colonialista crímenes de lesa humanidad concretados en asesinatos, mutilaciones, empalamientos, violaciones a mujeres y hombres originarios, saqueo de riquezas minerales, infanticidios, esclavización de la fuerza de trabajo indígena y, posteriormente africana, expropiación de tierras comunitarias, e imposición de regímenes fiscales empobrecedores. La obra de Rodríguez emerge contra este patrón de poder y propone la causa social "para hacer menos penosa la vida".

Educación popular

Simón Rodríguez conforma, dice Gloria Martín, "una línea de pensamiento que históricamente representa una de las vetas más ricas en la conformación de los rasgos culturalmente alternativos para los suramericanos". En un estado del arte que hace cuando llega a América, embiste a una sociedad que hace de la educación germen para consolidar su hipocresía, con la fiereza propia de un cimarrón sentipensante: "Los rectores de los colegios hacen un papel serio en la comedia. Aparentan rigidez en el cumplimiento de las reglas de unos estatutos, calculados para adular a los padres, haciendo lo que exigen que se haga con sus hijos —encierro, cepos, calabozos, estudio continuo, sabatinas, argumentos de memoria, confesiones forzadas, ejercicios de San Ignacio, exámenes, premios, grados, borlas... mientras se les preparan espoletas en lugar de charreteras, bufetes de abogado, enlaces de familia, y si hay con qué, viajes a Europa para olvidar su lengua y volver con crespos a la francesa, relojitos muy chiquitos con cadenitas de filigrana, andando muy ligeritos, saludando entre dientes, haciendo que no conocen a los conocidos y hablando perfectamente dos o tres lenguas extranjeras... todo para hacer honor a la familia". Rodríguez sabe que una revolución para que sea irreversible debe ser cultural y en esto la educación tiene un rol preponderante. Rodríguez, leal a la doctrina de su cuadro político, coincide con Bolívar en su ideario emancipador: "he pretendido excitar la prosperidad nacional por las dos más grandes palancas de la industria: el trabajo y el saber. Estimulando estos dos poderosos resortes de la sociedad, se alcanza lo más difícil entre los hombres, hacerlos honrados y felices". Rodríguez sabe que esto es posible en una confederación de toparquías, entendiendo por éstas al poder de la gente de cada lugar que se plantea resolver necesidades concretas a partir de las potencialidades de cada espacio preciso. Para tal fin propone educación popular, destinación a ejercicios útiles y aspiración fundada a la propiedad porque "la verdadera utilidad de la creación es hacer que los habitantes se interesen en la prosperidad de su suelo". Hoy en la Latinoamérica profunda, niñas y niños, jóvenes, mujeres y hombres negros, indios, zambos, pardos, mestizos, blancos de orilla, mulatos y criollos; cuyos corazones fueron formados para la libertad, la justicia, lo grande, lo hermoso; alumbran la esperanza de todo un continente con las mismas velas con las que el hombre más extraordinario del mundo ilumina las sociedades americanas de luces y virtudes sociales. ¿Y que exigen estas personas insurrectas? Comida para los hambrientos, ropa para los desnudos, posadas a los peregrinos, remedios a los enfermos y distraer de sus penas al triste, en pocas palabras, hacer menos penosa la vida. ¡Rodríguez vive!

 



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Alí Ramón Rojas Olaya

Músico. Promotor cultural. Docente.

 elrectordelpueblo@gmail.com      @rojasolaya

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