GEORG SIMMEL quien escribió El secreto y la sociedad secreta dice: todas las relaciones humanas descansan en lo que saben unos de otros. "El saber con quien se trata es la primera condición para tener trato con alguien"
Define el secreto es como una manta demasiado corta: si cubre la nariz deja los pies descubiertos, si cubre los pies deja descubierta la nariz. En otras palabras, el secreto es, de alguna manera, desplazable, y las revelaciones, al tiempo que descubren una cosa, esconden otra. Es una idea que acompaña también las tesis de Foucault, cuando nos dice que una norma legal, que codifica cierto tipo de fenómenos y disciplina ciertas ilegalidades, abre al mismo tiempo nuevas ilegalidades. En nuestro caso concreto, está claro que el hecho de disciplinar un régimen de secreto crea nuevas posibilidades de puesta en secreto. Los ejemplos, naturalmente, pueden ser muchísimos, pero está claro que cada vez que alguien revela algo, la pregunta es ¿qué es lo que se ha guardado? Estratégicamente, por ejemplo, podemos imaginar que alguien revele algo porque, al hacerlo, parece indicar que el problema está resuelto y nadie se preocupará de investigar si, revelando ese algo, se ha ocultado otra cosa. En otras palabras, este desplazamiento del secreto no es una cuestión ontológica, en el sentido de que cuando se desplaza un secreto necesariamente aparece otro, sino estratégica: la aparición de nuevos secretos está relacionada con los sistemas de revelación.
Esta especie de competición en torno al secreto y la información se observa la cuestión estratégica de la escalada a los extremos que resulta normal en todo conflicto, y que hace necesario ponerse de acuerdo sobre dónde hay que parar. Por tanto, hay un momento en el que hay consenso acerca de cierto tipo de secreto. Tomemos, por ejemplo, el secreto de Estado, sobre el que Norberto Bobbio, Democracia y Secreto razona de la siguiente manera: si todos estamos de acuerdo en que la Constitución.
Defiende un determinado valor entonces estarán admitidos todos los secretos necesarios para lograr ese objetivo.
El secreto, por tanto, no es algo malo por definición. Lo que hay que combatir es el mecanismo de la puesta en secreto, y con el único fin de entenderlo y explicitarlo. Una vez que lo hayamos conseguido, quedará por saber si la manera en que ponemos en secreto, en vez de defender los objetivos que marca la Constitución, no los pone en peligro. Esto es uno de los problemas clásicos de los agentes de los servicios secretos.
Si, como decía Simmel, el secreto no desaparece sino que tiene tendencia a «desplazarse», ¿cómo diría que se ha reubicado el secreto diplomático después de WikiLeaks? ¿Y cómo cree que ha cambiado el papel de los diplomáticos?
Antes de nada, quisiera hacer un elogio de los diplomáticos, de quienes hoy en día todos dicen que ya no sirven para nada. Isabelle Stengers, que es sin duda la mejor filósofa de la ciencia en Europa, en su libro sobre las cosmopolíticas ha escrito que, probablemente, el diplomático es la figura más importante para entender el funcionamiento de las traducciones conceptuales.
Cuando un diplomático desarrolla su actividad lo hace en nombre de unas personas que han delegado en él y se relaciona con figuras que han sido, a su vez, delegadas por otros. En cualquier conflicto de intereses que surja el diplomático tiene que inventar una solución que, de alguna forma, traiciona las expectativas de quien le ha hecho el encargo. Y el de enfrente tiene que hacer lo mismo. Por tanto, en diplomacia se produce una especie de invención de la solución que existe también en otros campos de la vida social pero que aquí es explícita, por la que se hacen surgir en el medio unas soluciones que, en cierta medida, habrá que conseguir que sean aceptadas por nuestros demandantes o público.