(O lo que nadie se atreve a decir)

Diosdado ¡qué guayabo!

Diosdado;

Te escribo esta carta a ti, específicamente a ti, porque quién sabe qué… parece más bien un acto de fe. Y aunque la vieja me enseñó a no escupir para arriba, escribirte en un medio público es, posiblemente, la única forma en que me leerás.

Hace una semana regresé a mi casa, en Honduras, después de estar unos días en mi hogar, Venezuela. Fue algo muy extraño lo que vi en el curso de esos días. La gente, toda la gente está alterada. Existe una praxis casi histérica en relación al dólar y no es para menos: cuando llegué, estaba en 300 Bs. por dólar y cuando me fui, dos semanas después, a 450. Yo, que no soy muy entendida en esa materia y que vi cosas que ningún medio me había mostrado ni explicado clarísimamente, empecé a preguntar. Resulta ser, que en Venezuela no hay un tipo de cambio más verdadero que esa fórmula ficticia de laboratorio cucuteño, porque todo aumenta diariamente en proporción a ese dólar saltimbanqui. De hecho, observé que las tiendas de cualquier cosa, ya no tienen los artículos con los precios marcados: uno tiene que preguntarle al vendedor para saber el precio que determinado producto tiene ese día en particular.

Vi colas, todo el tiempo, de bachaqueros y bachaqueados en muchos lugares; en algunos establecimientos que pude reconocer (supermercados, farmacias y similares), y muchos otros que, francamente, no tenían ni anuncio. También me llamó mucho la atención que en la calle, abiertamente, sin disimulos, hay personas que ponen su tarantín improvisado y exhiben los bultos de papel higiénico, lavaplatos, detergente de ropa, etc. y los venden al doble o el triple del precio que los supermercados. Evidentemente, no les preocupa que un funcionario los pueda emplazar, ¿por qué será?

Vi que todo todito está, por lo menos, cuatro veces más caro que cuando fui a Venezuela el año pasado y vi que los servicios públicos están malísimos. La luz se fue varias veces en esas dos semanas y el agua que sólo llega a veces, es completamente marrón. Las líneas telefónicas, al igual que hace treinta años, todavía se ligan. Cuando les pregunté a las mujeres de mi familia cómo hacen con sus achaques mensuales, me cayó toda una retahíla de angustiosas historias sobre las peripecias para encontrar toallas sanitarias, tampones y de ahí inevitablemente, pasamos al tema de las plaquitas para zancudos, afeitadoras, los medicamentos y lo estresante que es ir a una farmacia.

Vi los espacios urbanos sumamente abandonados, desatendidos, deteriorados, despintados y con problemas serios de iluminación. En este sentido, noté a la gente muy nerviosa con el tema de la delincuencia y no me parece que eso responda a una matriz de opinión mediática, ya que conocí de primera mano, de amigos y familiares, varios casos de asaltos y cosas peores. Sin embargo, vi que la gente -aunque alterada como te dije- no ha perdido su cualidad de carácter risueño y siempre anda echando varilla y riéndose de la propia desgracia, pero más que todo, como para no llorar.

Vi que hoy en día sólo es chavista el radical, el que amó profundamente a Chávez; el resto, el grueso de la gente, está demasiado agotado para creer en nada, demasiado martirizado por la extraña cotidianidad a la cual está sometido y a la que todavía no se acostumbra. Pasa demasiadas horas tratando de sobrevivir la circunstancia nacional y el sueño ya no es construir la patria feliz, culta e iluminada, ahora el sueño es medio subsanar el desastre que hay. Además, hay una brecha infame entre ser chavista y ser crítico, como si uno, a cuenta de la lealtad, debiese ser ciego.

Me quedé viendo VTV muchas veces porque mi viejo, de 80 años, aun no se ha sobrepuesto a la sensación de orfandad que le dejó Chávez cuando se fue (bueno, yo tampoco y cada vez menos). Por eso siempre ve el canal del Estado y yo, para acompañarlo, me sentaba a verlo con él… y vi a Maduro. Mucho. Muchísimo!!! Lo vi hablando, "anunciando -cómo ingeniosamente acuñó otro articulista de este medio- anuncios que no anuncian nada". Lo vi hablando sin autenticidad y sin fuerza en un constante, cansón y barato emular a quien nadie podrá emular jamás. ¿Qué pasó con la autenticidad de Nicolás? Qué pasó con Cilia? La recuerdo verdaderamente combatiente. Dijera lo que se dijera de ella, era una poderosa guerrera, una fiera revolucionaria. Ahora es una primera dama, de las más convencionales, ajustada convenientemente a la ocasión, modosita pues…

Que guayabo, Diosdado, los años posteriores al revocatorio, la fuerza aglutinada, el pueblo empoderado en un permanente autodescubrirse, haciendo uso, asombrado, de su propia potencia, sus derechos y su verdad. Que brillo daba el poder espiritual de aquella gesta. Que miradas -como la tuya el 13 y 14 de abril de 2002-, que entrega tan profunda la de aquellos ministros y funcionarios a quienes uno recuerda con tanto anhelo cada vez que ve a alguien caer en paracaídas y aterrizar en el gabinete. Cuantas ideas concretizadas, cuanta mística, cuanto acierto; cuanta claridad de pensamiento y de gestión. Cuanto estar seguros, nosotros el pueblo, de ustedes el gobierno. Los vimos crecer concienzudamente, fortalecerse y fortalecernos a nosotros ideológicamente. Recuerdo esa época en la que éramos verdad y de verdad éramos mayoría. Los patiflojos de la oposición podían, en su amargura de niño sin chupeta, decir misa, pero nuestras ideas eran inamovibles porque estábamos seguros de nuestro camino. No sólo eso, amábamos nuestro camino. La fuerza del bien y de la gente feliz, cuidada, atendida y que vivía en estado de derecho, impregnaba cada centímetro por ahí. En Venezuela pululó por años un estado de amor.

Disculpa por favor que esta carta no haya sido precisamente propositiva, pero es que siento que esto se lo llevó quien lo trajo y no te imaginas Diosdado, el tamaño del guayabo.



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Elisa María Eidner


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