La restitución de la izquierda III: la locura del holograma zapatista

Al final del discurso de despedida el subcomandante Marcos, el subcomandante Moises, nuevo vocero principal del EZLN, adelanta una palabras donde dice: “y si no lo entendieron allá ustedes”. Por acá al menos se entendió la mitad, sirve para seguir hablando de una izquierda que tendrá que morir otra vez y renacer de nuevo, no le queda otra.

Se podría decir que esta carta de Marcos, constituye un documento emblemático de la izquierda de hoy. No solo por lo que implica la despedida de un personaje que ha personificado por veinte años, sino por el rodeo que hace de la lucha zapatista. Poco a poco, en la medida en que va aclarando las razones del “holograma”... o una  desformalizada “botarga” ... que le ha tocado ser como mestizo observado, “para que  los pequeños vean algo tan pequeño como ellos, que lo vean y por él nos vean”, al mismo tiempo explica esa dialéctica fortísima que ha constituido la lucha zapatista entre la guerra y la vida. ¿Porqué se decide por la vida y no la continuación de la guerra?. La respuesta está en la necesidad de sobrevivir para poder construir la dignidad desde siempre aplastada; una tarea subversiva que sobrepasa la guerra en sí; pero que se hace con las armas en la mano, y por tanto, reivindicando la violencia revolucionaria sin abandonar una bala. La izquierda  es siempre pensar y estrategia y aquí tenemos el ejemplo de una combinación asombrosa de inteligencia colectiva, personificada hasta estos días por el subcomandante Marcos.

Luego prosigue que su personaje existirá hasta el presente en razón de que, como él lo explica, sólo hasta ese momento habrán mestizos al frente de la lucha, y ese es él mismo; otro mensaje que va en el orden de la negación y la reafirmación interna, guiándose siempre más y más abajo dentro de su opción clasista. Se trata de una enorme lección en lo que supone la necesidad continua de cualificar la lucha revolucionaria cuando ella deja de lado por completo intelectuales y pequeño-burgueses orgánicos, como es el caso de Marcos, para hacerse de arriba a abajo igual al pueblo que ella misma constituye: figura que representa Moises al frente de la comandancia. El indígena del EZLN logra de esta forma un escalón fundamental de autogobierno.

Lo cierto es que Marcos ha sido un punto central de comprensión zapatista, de la misma manera que el Che explica la tarea de Fidel  como eje moral principal dentro de la revolución cubana, en su texto sobre el hombre nuevo.  En un inicio -diez años antes de la rebelión del 94- se cuela cual guerrillero fantasioso absorbido en su locura, pero que finalmente llega a ponerse a la cabeza de la muchedumbre rebelde organizada en ejército, jugando un papel de comandante sin ser indígena pero aprendido de los indígenas, discípulo de ellos, de lo contrario jamás hubiese llegado a su lugar. Una presencia imponente que crea una sensación rara pudiendo atajar desde el primer momento de la rebelión y en forma inmediata los medios de comunicación, simplemente porque no es igual a la pobrecía indígena despreciada; es entonces un cualquier-ser-excepcional. Un payaso o un superhombre de acuerdo a las preferencias que termina siendo después del alzamiento del 94 un personaje central dentro de la historia de la rebelión zapatista; un hito ejemplar que desde entonces hasta hoy ha sido una fauna inagotable de enseñanzas propias de “otra política”, la que se hace por fuera y en contra del cartograma diseñado por la burguesía liberal e ilustrada a la hora de inventar la “democracia”. Un proceso reducido, lastimosamente incapaz de quebrar los nudos centrales del poder en un país de enormes revoluciones pero todas vencidas, pero así mismo paradigmático dentro de las historias de la rebeliones humanas.

Poco a poco, leyendo un adiós, un “hasta más nunca”, de alguien “que nunca fué”, el que nunca fue se despide siendo lo que es: el reconocido subcomandante Marcos. El círculo desde el cual gira el personaje que le tocó crear, apegado a él mismo por supuesto, y finiquitado por él mismo, el comandante a quien paradógicamente le apestan los  caudillos y los héroes, finalmente -cual héroe “de abajo” y por decisión colectiva- termina de cerrar su primera y larga etapa. Decide que ha llegado el momento de dejar de existir y acabar con el personaje a través del cual le ha hablado a la sociedad de la cordura establecida por el capitalismo triunfante, siendo al mismo tiempo su negación, su anomalía, su reto y su burla permanente. El holograma de Marcos, posiblemente agotado desde el punto de vista de su fuerza política, ya pesa en la piel de un hombre que no es más que un hombre más, o al menos así se dice ser. Ya no tiene sentido, niega al colectivo, y quien lo llevaba se transmuta en el ser del compañero asesinado; será entonces el Cristo que permite renacer a Galeano, hombre zapatista asesinado en la comunidad zapatista de La Realidad, por los mismos asesinos de siempre, uno más entre miles del mundo que ese día 24 de mayo murieron ofrendando su rebeldía. Héroe y antihéroe, cristo y anticristo, quien no lo entienda que se joda diría en palabras nuestras el subcomandante Moisés;  lo cierto es que el personaje ya se acabó.

El “sub” Marcos, con su presencia y palabra hacia afuera, con su capacidad de comandancia y comprensión hacia adentro, atraviesa los tiempos en medio de un terreno desde donde se ha visto el más frontal y violento de los enfrentamientos entre pueblo y sistema, y al mismo tiempo donde se ha intentado construir un verdadero apogeo de vida por fuera totalmente de la desgracia civilizatoria del capitalismo: desde su rebelión armada hasta la constitución de los caracoles y dentro de ellos las juntas de buen gobierno: verdaderos bastiones de liberación indígena y universal.

No obstante, la lucha zapatista no ha podido salir de las tierras que le dieron origen, como lo han intentado una y otra vez. El último Marcos explica las razones a nuestro entender sin mucho éxito: aludiendo en su lenguaje a los sectarismos y los jefecismos o seguidismos propios de la izquierda de siempre, pero posiblemente ese no haya sido su única razón. Es muy probable que la falta de autocrítica que el mismo deja deslizar en esa última alocución explique algo o mucho. También lo explica la crueldad del mundo mexicano, donde se enfrenta cara a cara y día a día la agresión imperial en todas sus formas y una diversidad extraordinaria de resistencias que el zapatismo aún no ha logrado reunir -salvo para aquellos militantes de la “sexta” (sexta declaración de Lacandona)-, delimitado por una tierra demasiado virtual para el resto de,los mexicanos, dispersas y agredidas de todas las maneras imaginables entre la megaurbe y las comunidades indígenas y mestizas. En todo caso su única de fuerza hacia afuera, aparte de las grandes manifestaciones de hace diez años, va en el orden del mensaje político tan vertical como horizontal y “supragaláctico” que es su mundo, la experiencia concreta que nos otorgan las comunidades totalmente autogobernantes del zapatismo y la sabiduría comunicacional protagonizada en gran parte por Marcos. Ese eco ha sido su ciencia política principal.

El caso de Marcos termina por parecerse mucho al hilo brutalmente distinto del Chávez histórico, hasta que se le ocurrió salir del él mismo exclamando frente a todos “Chávez somos todos”. Que cosa curiosa ese mismo círculo donde terminan rotando seres tan radicalmente distintos como Marcos y Chávez. Uno se desaparece a sí mismo, prefiriendo renacer en el cuerpo del compañero asesinado, el otro sabiéndose en sus últimos momentos, pide a quienes lo aclaman que “sean Chávez”, que él ya no importa nada y nunca importará nada si esto no es así.

Los seres monumentales como estos, ambos creados en definitiva por sus propios pueblos, al entenderse de la forma más variada como parte de la izquierda rebelde que subisiste en el mundo, a la final necesitan como sea devolverse sobre el ser cualquiera que son, morir o perdurar así y así mismo revivir entre la multitud o el símbolo de ella como es el caso de Galeano. Un circulo posiblemente muy cristiano, tan útil como inútil pueden ser si la lucha revolucionaria no triunfa, pero que expresa, con desespero en el caso de Chávez, con sabiduría en el caso de Marcos, la necesidades vitales de romper idealizaciones completamente reaccionarias. Pero también todo esto deja muy en claro que el adiós total, es decir, regresarse por completo a la polvareda imposible de individualizar del pueblo que revindican, parecen incapaces de lograrlo. Si no es por la muerte, como el caso de Chávez, es imposible, e incluso después de muerto otros lo utilizarán de la manera mas grotesca, caso concreto nuestro y el uso de la figura de Chávez. Por ello, visto hasta desde los propios personajes, es tan difícil romper desde la izquierda con la ceguera de las idealizaciones.

Los pueblos, o mejor dicho, eso que hemos llamado “los pueblos en lucha”, cuando se deciden escarbar por los inciertos de la revolución, necesitan a como de lugar una idea jamás una idealización. Los zapatistas fueron construyendo la suya en la medida en que se tropezaron con las consecuencias de su mismo levantamiento hasta convertirse en una referencia mundial de dignidad y construcción posible de lo imposible. Pero también produjeron sus individualismos extremos, “tan parecidos a todo vanguardismo” como dijo Marcos en su texto. Ahora lo matan, Marcos se mata, Chávez trató de hacer lo suyo con la muerte al frente. La izquierda no solo es una locura, es necesariamente el fenómeno político más radicalmente antidealizante posible. Por ello no hay posibilidad ninguna de hacerla sobrevivir encajada en el sopor de las idealizaciones individualistas, que nada tienen que ver con el auténtico amor al personaje sino con el fanatismo sumiso que una y otra vez nos hace traicionar nuestras causas mas queridas. Que se entienda entonces que la muerte nunca es en vano para una izquierda revolucionaria. Debe ser tan útil como la vida porque una es a la final tan necesaria como la otra...A Chávez, como a Marcos, hay que terminar de matarlo para que termine de cobrar todo el sentido y los garrafales sinsentidos de su transcurrir dentro de la historia dentro de la historia de nuestra revolución, iniciada igual  con un alzamiento multitudianario pero irregular, urbano, inconexo, caribeño e igualmente determinante. Es por ello tan fácil de matar a ella no al hombre, tarea magistralmente llevada adelante por lo idealizadores oficiantes del chavismo reciclado sobre sí mismo.

En fin, restituir la izquierda es entender la muerte que la acompaña sin descanso a su necesidad pero también a su fin. Dicen los zapatistas:  “Aquí estamos los muertos de siempre, muriendo de nuevo, pero ahora para vivir”.



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Roland Denis

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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