Lula, Chávez y la crisis de representatividad

Se ha desatado una crisis profunda dentro del gobierno de Lula en el Brasil por razones de corrupción, al mismo tiempo en las dos últimas elecciones regionales (Octubre 2004, Agosto 2005) en Venezuela la participación del electorado no ha pasado del 30%. Tanto Venezuela como el Brasil constituyen hoy en día dos referencias continentales, e incluso mundiales de gobiernos de izquierda, sin embargo, los partidos que se supone son los emblemas político-partidistas (el PT en el Brasil, el MVR en Venezuela) sobre los cuales se sostienen estos gobiernos, o se hunden en una espiral típica del desgaste de los partidos a nivel mundial por razones casi siempre muy ligadas a la corrupción y el manejo secreto y monopólico del poder, o simplemente dejan de ser centros de movilización e inspiración política e ideológica para aquellas mayorías que se sienten identificadas con los propósitos transformadores que simbolizan históricamente tanto Lula como Chávez. ¿Qué está sucediendo?.

Primero diferenciemos las cosas ya que a estas alturas hablar de Lula o de Chávez y sus respectivos entornos tanto políticos como discursivos, es hablar de casos muy distintos. En el caso de Lula y el PT (Partido de los Trabajadores, fundado a comienzos de los años ochenta), nos encontramos con una situación típica de todos aquellos partidos de izquierda que comienzan recogiendo tras de sí las demandas de una sociedad profundamente desigual y autoritaria. Para ello se abren a la escena política convirtiéndose en un eco extraordinario de aquellas multitudes invisibilizadas y oprimidas, reflejando una disposición de lucha y de construcción marcadas absolutamente por el ánimo transformador y radical que emana de esas bases, e incluso insertan en su dinámica constructiva y programática elementos importantes de ruptura frente a las viejas izquierdas hundidas en la irreparable contradicción de llamarse sujetos de una utopía socialista y actuar como bestias dogmáticas y autoritarias: son entonces explícitamente “democráticos”, “partidos de base”. El PT como muchos otros partidos y movimientos en América Latina formados durante los años ochenta, una vez que se desgastan las dictaduras militares de los sesenta y los setenta después de terminar su misión de acabar con los movimientos armados de esos años, nacen convertidos en una esperanza abierta, plural, que reconoce los errores del pasado pero no reniegan ni de la historia ni de los propósitos que forjaron las luchas y los luchadores y luchadoras de antaño. Líderes reales, venidos de la lucha real tanto obrera como campesina (empezando por el mismo Lula) conforman, en el caso del PT, sus primeros núcleos de dirección junto a intelectuales y militantes con un compromiso probado. ¿Pero que pasa?. La idea de convertirse en partido y desde sus primeros momentos definir una política de participación electoral y prosistémica sin ningún análisis de lo que han representado las instituciones parlamentarias y de estado en nuestro continente, y de los cambios que todas estas estructuras históricas del capitalismo han sufrido luego de un siglo de expansión imperialista del modelo de producción capitalista, los convierte rápidamente en piezas de un juego perverso donde se combina la libertad formal y la máxima explotación, las democracias de papel y la represión permanente, aunque los ánimos, los discursos y los propósitos de sus líderes originarios nada tengan que ver con esto.

La inevitable condena, primero hacia la moderación y luego hacia la socialdemocratización en estatutos y programas, que sufren todos estos partidos, en el caso del PT se vive en forma dramática sin que nadie dentro de sus tendencias más radicales y de izquierda se atreva a advertir el pecado original cometido. Se quedan encerrados en discusiones internas o de definición de programas, mientras que la historia dirigida por la perversión de la cual hacen parte sigue feliz destrozando un sueño fabuloso y vital para los pueblos que vivimos ahogados en la miseria, concediéndoles el espacio suficiente como para que perdure la desesperada ilusión de poder. Ya en 1994 llegan cerca de la presidencia faltándoles un último paso en cuanto a alianzas políticas, conversión del partido en una estructura de profesionales de la política al frente de una organización que desde entonces se define como “partido de masas”, recambio programático definitivo y acuerdos concretos con los gigantescos capitales financieros brasileños, para asegurarse el paso al poder dentro de las condiciones de facto impuestas por el sistema. Todas estos pasos se van cumpliendo hasta que en el año 2002 efectivamente el PT se convierte en partido de gobierno y Lula en presidente de esta fabulosa república.

¿Pero qué queda para entonces de la razón de ser originaria desde la cual formó este partido?. Bellos recuerdos probablemente, el esfuerzo de toda una generación de luchadores de base por ofrecer una alternativa al dominio de la imponente burguesía nacional adjunta a la voracidad transnacional, la presencia marginal de algunos sectores internos que ya en tono de misericordia piden consecuencia con la historia y el pueblo que les ha dado su respaldo, y finalmente la figura de un líder venido de lo más pobre de esta tierra pero que ya no encuentra forma ni manera de crear un puente entre lo que fue, lo que representó y lo que es hoy en día. Ya hasta el último de los suspiros venido sus aires originarios: “la prioridad sobre lo social antes que lo económico”, no hay manera de verificarlo en políticas de gobierno hechas todas a la medida del capital y el salvajismo neoliberal. Posiblemente quedará el cariño de millones por ese viejo luchador que aún se niegan a llamarlo traidor por el dolor que significa y la pérdida última de la esperanza puesta en el hombre en tanto individuo encarnado, tan cara a nuestra cultura y la ideosincracia política de nuestros pueblos.

Pero sea lo que sea, la inevitable crisis ya llegó, se ha develado el verdadero rostro y las prácticas naturales de las nuevas castas políticas que reinan sobre nuestras “democracias”, a través de un gigantesco escándalo de corrupción donde se ligan parlamentarios, agentes de gobierno y empresarios, todos agentes del PT. Todavía algunos se atreven a decir que esto no es sino una maniobra conspirativa de “la derecha”, cuando en realidad ella es la que ha evitado que el gran escándalo termine de tragarse al mismo Lula. Es hombre todavía muy útil que echarán a la basura cuando ya no haga falta, y esto puede ocurrir en cualquier momento, cosa que depende exclusivamente del cínico cálculo político. La capacidad de movilización, de lucha, de defensa de un proyecto que hasta en el papel ha desaparecido, le impide al PT ser y representar cualquier otra cosa que no sea la de ficha administrativa del gran capital. Hoy en día la genuina izquierda social y política del Brasil (P-SOL, sectores radicales del MST, etc) comienza a movilizarse pidiéndole a Lula que renuncie.

Lo cierto es que nos encontramos frente a un movimiento político que ya no puede “representar” a nadie en el sentido propio del término, ni a propios ni extraños, ya que todo vínculo entre partido y sectores en conflicto de la sociedad civil a estas alturas del capitalismo se ha perdido por completo, quedando subsumidos –sociedad y política- dentro de una misma lógica imperial del capital frente a la cual sólo el que resiste abiertamente, el que lo enfrenta con métodos y estrategias que suponen una total separación frente a sus estructuras de poder principales (políticas, culturales, económicas, mediáticas, militares) logra abrir las esperanzas y las alternativas necesarias de liberación.

Pasando al caso venezolano, se invierte totalmente el problema aunque las consecuencias si no se actúa a tiempo pueden terminar siendo las mismas. Al igual que en el Brasil, la figura del líder carismático se hace fundamental, sólo que en este caso, al contrario de lo que pasa con Lula, es Chávez y su condición de gran caudillo revolucionario quien sirve de sustento a la creación del MVR (Movimiento Quinta República, creado en 1997 con la finalidad de servir como principal plataforma electoral a la candidatura de Chávez). Pero no sólo aquí se invierten las cosas, mientras que Lula y su partido son fenómenos políticos que se acogen en forma evolutiva al sistema tradicional de poder y privilegios, y sólo así logran sus cometidos de poder, en el caso de Chávez se trata del “hombre milagro” que aparece intempestivamente a través de una insurrección militar en 1992 que termina acompañando los estallidos de rebelión popular que desde finales de los años ochenta suceden en Venezuela. Chávez se convierte desde entonces en el vínculo de unión de una población insurrecta pero despojada de estructuras y redes sólidas de organización. Su único futuro político estaba en ser vocero de esta explosión permanente venida de lo más pobre y excluido de la sociedad y apuntar una política antisistémica que hable desde los códigos liberadores comunes a todos. Esto lo entendió a la perfección y así fue, de allí nace Chávez y el movimiento bolivariano. Con esto consigue llegar a la presidencia bajo la promesa de acabar con todo el orden de injusticias y de condición colonial de la república y construir otro orden fundado en la participación, la defensa de la soberanía y el desarrollo de un poder constituyente organizado desde protagonismo directo de la mayoría, respetando los principios básicos de la democracia liberal.

Es así que desde el comienzo del periplo de Chávez por el poder podemos hablar legítimamente de la apertura de una “situación revolucionaria” que perdura aunque no logre resolverse. Chávez evoluciona al contrario de Lula, mientras este no hace otra cosa que ceder hasta desfigurar por completo su origen popular y de izquierda, Chávez evoluciona hacia la radicalización de su discurso, convirtiéndose en el nuevo mesías de la revolución latinoamericana. En la medida en que es atacado por una derecha proimperial que se pliega en gran parte a los métodos fascistas y violentos conspirativos, el programa político de Chávez gira cada vez más hacia la izquierda, se hace antiimperialista y socialista y se profundizan los cometidos sociales del gobierno, sirviendo de inspiración a enormes franjas de la población que se organizan desde la base alimentando su propio poder, su capacidad decisiva y su voluntad libertaria y transformadora.

Sin embargo, esta línea de consecuencia choca abiertamente primero con las estructuras políticas que perduran, reproduciendo sin descanso los vicios burocráticos y corruptos de antaño, y luego, con la presencia de una partidocracia “oficialista”, devota de estas estructuras, que no hace sino negar en la práctica los cometidos democráticos y liberadores que desde la figura de Chávez hasta el mas simple de los colectivos de base recorren todo el país. Comienza entonces un choque de trenes al interno del vasto movimiento bolivariano hasta el punto de ponerse al menos en mismo nivel de intensidad que la clásica confrontación entre derecha e izquierdas, oligarquías y pueblo. Entre tanto Chávez continúa radicalizando su discursivo pero en los hechos su propia condición de gran comandante, de líder no objetable, de presidente al fin del orden constituido, le impiden seguir el ritmo político de estas nuevas demandas centradas ahora en la radicalización democrática del estado, de los órdenes de poder dentro del movimiento bolivariano, del mando directo y colectivo sobre los recursos y bienes públicos, incluida la industria petrolera que en lo esencial sigue plegada al dominio de la tecnocracia y de los capitales transnacionales. Chávez se convierte en víctima de su propio discurso y evolución política por el lado de las demandas populares, e igual, por el lado de un orden de poder que preside, el cual solo puede responder a un orden general profundamente desigual, colonizado, parásito de una economía extractiva de la cual chupan las burocracias políticas, los sectores privilegiados, el capital financiero y las corporaciones imperiales. Es el hombre del “no lugar”. No es de asombrarse entonces que las “representaciones partidarias” -empezando por el MVR- de este proceso ya dejen de representar proceso revolucionario y población rebelde alguna, convirtiéndose en boca de miles y miles en los principales saboteadores de las esperanzas y prácticas transformadoras protagonizadas por millones. Solo queda incólume, al menos hasta ahora, la figura de Chávez la cual nada tiene que ver con las fórmulas burguesas de la representación política. Es una figura transitoria que si bien restituye las leyendas y modelos de mando de los caudillos revolucionarios campesinos del siglo XIX, al mismo tiempo se dispara hacia las nuevas utopías que han nacido con el siglo XXI.

En definitiva, ya sea desde una situación tan oscura y crítica como la brasileña, o una situación abierta y llena de esperanzas como la venezolana, todas las viejas fórmulas de representación se vienen desmoronando dando paso a una nueva cultura política y una nueva práctica revolucionaria cuyo principio, así sea intuitivo, descansa en el rechazo de cualquier ilusión representativa o de estrategias que se hundan en el apoderamiento de instituciones que han perdido, siguiendo la conversión imperial del capital, casi toda su capacidad de autoregeneración y potenciación de transformaciones. Todo el viejo mundo político muere a la par del surgimiento de una nueva humanidad que aprende a hablar y hacer desde la transparencia de la palabra y la solidaridad inmediata de la lucha que nos dignifica y libera.



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Roland Denis/PNA-M13A

Luchador popular revolucionario de larga trayectoria en la izquierda venezolana. Graduado en Filosofía en la UCV. Fue viceministro de Planificación y Desarrollo entre 2002 y 2003. En lo 80s militó en el movimiento La Desobediencia y luego en el Proyecto Nuestramerica / Movimiento 13 de Abril. Es autor de los libros Los Fabricantes de la Rebelión (2001) y Las Tres Repúblicas (2012).

 jansamcar@gmail.com

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