El capitalismo del suicidio

En octubre de 1989 mientras elaboraba una ponencia para presentarla el 27 de febrero de 1990 en las primeras jornadas “Hacia la Gran Venezuela de CAP y la Masacre Venezuela”, en la Cátedra Pio Tamayo de la UCV, supe por primera vez de Manuel Castell, y sus investigaciones sobre el fenómeno urbano.

El planteamiento central de mi intervención era que de alguna Manera la distribución de la ciudad tenía incidencia en los sucesos del Caracazo. Una profesora me contó anécdotas de aquel apasionado catedrático de la Universidad de la Sorborna, discípulo de Alain Tourine, hoy día el académico de las tecnologías de la información más citado en el mundo.

Castell se preocupó por desglosar lo que llamaba la ideología urbana, y asigno un papel activo a los movimientos sociales, introduciendo conceptos novedosos. La referencia memorística de este investigador, quedó grabada para siempre en mi cerebro, por el apellido de otro Castel: el atormentado pintor de Ernesto Sábato.

El nombre de Capitalismo del suicidio me llegó por 1986 en una revista política sobre Chile que explicaba como el proceso de industrialización, logró imponer una visual urbana, y muchos años después con la aplicación de la doctrina neoliberal creó una nueva clase de pobres.

La pobreza asociada a un territorio urbano tal vez nació con la primera ciudad bíblica de Enoc, creada por Cain, pero a finales de los ochenta se evidenció en toda su magnitud, debido entre otras cosas a las batallas campales que se originaron en barrios importantes de todo el mundo.

La pobreza urbana se incrementa con el colapso del capitalismo que además de acumular y concentrar la riqueza, también impacta el habitad natural del ser humano. La caída de las hipotecas sub prime en los Estados Unidos, la quiebra de los principales bancos, el fracaso del crédito hipotecario, que condeno a la miseria más absoluta a millones de personas que perdieron sus viviendas, el horrible drama de los desalojos en España, es una muestra palpable de cómo el capitalismo no solo acaba económicamente con el hombre sino que lo aísla territorial y espiritualmente.

En nuestro país los primeros indigente rebuscando comida en la basura, surgieron por el año 1990, ya en febrero del año anterior, las tribus urbanas del llamado lumpen proletariado, trataron de tomar el control y dirigir los saqueos del Caracazo.

En lugares de alta densidad como la zona norte de Anzoátegui, donde en el 4,71% del territorio se agrupa el 60% de la población, el efecto de la concentración de los pobres urbanos es una especie de dispositivo de explosión.

Grandes barriadas como Viñedo o Tronconal se han convertido en verdaderos conglomerados humanos, donde la violencia urbana está creando una nueva forma de ciudadanía política, una cultura del miedo a las veredas y, a las calles vacías, esa cultura unida a la situación de no tener posibilidades reales para la subsistencia configuran un panorama preocupante en medio de un proceso de guerra económica contra la revolución.

Territorios con estas características necesitan una intervención estadal y la creación de una nueva dinámica de producción que incentive el auto estima y, redefina el espacio urbano. En estos lugares se van a librar las próximas confrontaciones, y el impacto político puede ser devastador si no se logra coordinar e implementar con tareas concretas un auxilio a los pobres urbanos.

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Luis Figuera


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