¡Mujer al frente!

Raíces de la rebeldía (I)

Mañana es hoy

“No deje el tiempo al tiempo. Abusa” –Jean Amadou

Parte I

Pasado, en tierras lejanas medio orientales

Al nacer, vale recordar, el animal así como el pequeñito del ser humano todos están siendo definidos por su sexo, hembra o macho, femenino o masculino, en la más absoluta igualdad. Luego y sólo en función de la cultura local de sociedades humanas según el momento histórico de su evolución, sólo entonces se establece el género, diferenciado en la desigualdad: niña/niño. A partir de allí se abre un camino predestinado, con claros patronos socioculturales a desventaja de la niña, adolescente y mujer en el seno de la estructura social patriarcal.

No hace mucho a escala de la Historia, en época pre-islámica, un hombre muy enojado enterraba su propia niña con sus ojos abiertos en la arena caliente del desierto de Arabia. No quería ser su padre, sentía vergüenza y una rabia descomunal frente a la familia y el grupo social; sin duda la culpa la tenía la mujer que hizo el chiste de reproducirse a ella misma. Todavía en algunos países del Oriente (cercano y lejano), esa mujer puede ser apaleada o repudiada, sufriendo en el mejor caso una fuerte reprobación familial. Y con tanta presión del medio ella a menudo llega a interiorizar un extraño sentimiento de culpa, busca nuevos embarazos hasta llegar (o no) al alivio de ver despuntar ese tan anhelado “regalo” familial de sexo masculino, un “machito”, vale!

En aquella misma región árida y desértica del mundo, a principio del siglo VII, un joven despierto a la vez gran viajero, por años había recorrido sin descanso con sus camellos alineados en caravana, con preciosa mercancía, los corredores tradicionales entre Arabia y Siria. Era iliterato, más sin embargo culto, reconocido por sus sólidos fundamentos éticos, su conocimiento refinado de las relaciones humanas dentro y mucho más allá de su clan koraishita y su territorio en la Mecca, incluso fuera de su fe todavía pagánica, con una amplia curiosidad y afán por aprender. Por sus extraordinarios dotes, fue capaz de llevar a cabo un grandioso proyecto visionario unitario en su península arábica y asumió entonces una misión profética a favor del cambio radical de la sociedad animista, clánica y tribal fragmentada, fratricida de su tiempo. En particular, aportó de forma definida y detallada el respeto a la condición humana femenina con derechos sociales novedosos y avanzados para su tiempo.
Ese hombre a la vez común y fuera de lo común fue Muhammad. Inició una obra genial revolucionaria, sacudiendo la larga noche de Arabia, la que alcanzó luego de su muerte la cima floreciente de una nueva civilización humana musulmana con base patriarcal.

Esta obra del Islam naciente arrancó en la segunda mitad del siglo VII. Hay que destacar el valor y la apertura de espirito de tolerancia de Muhammad quien fue el fundador primero y único en la península arábica de un Estado-nación secular, multiconfesional, en la ciudad de Yathreb (hoy Medina) donde estaba exiliado (al hijra), y donde convivían pobladores de fe hebraica, cristiana, animista con los nuevos musulmanes. Era un Estado concebido y realizado dentro de los límites de aquel pequeño territorio urbano con una proyección peninsular.

Con todo, al morir sorpresivamente el líder fundador, sus seguidores lo endiosaron. En vez de honrar su mensaje de paz y humildad, lo tergiversaron, ampliaron a nivel de leyes sagradas sus dichos y hechos. Es así como terminaron los vencedores por escribir la historia a su modo, olvidando con que humildad y para su grandeza aquel líder sólo pretendía ser un Rasúl o Mensajero (de Dios) y no profeta; demoraron dos siglos antes de recopilar y ordenar el Libro actual: El Corán. Impusieron normas restrictivas a las mujeres. Al inicio, los llamados Compañeros (Sahaba) o seguidores se sucedieron en el poder por consenso, pero rápidamente se desarrollaron luchas fratricidas, con varios asesinatos políticos en serie, autoproclamándose herederos (Califa), cada cual estableciendo su propia dinastía.

A la vez, lanzaron por conveniencia fuera de su territorio y por décadas hordas nómadas rebeldes, conflictivas y fratricidas, gente pobre y fanatizada, en nombre de un nuevo “Jihâd” o compromiso guerrero, lema lanzado por los recién convertidos al Islam durante la lucha contra los Koraishita paganos, enemigos de Muhammad (su propia tribu en la Mecca). Se trata pues de una política agresiva para por una parte deshacerse de esos grupos tribales rebeldes creándoles el miraje de ir a buscar riquezas afuera; y por la otra llevar a cabo una política expansionista por la conquista colonial de tierras ajenas, empezando por su vecindario al Norte y finalizando en lo más lejos hacia el Oeste africano y europeo como hacia el Este asiático. No descansaron en su guerrerismo invasor hasta dominar con sangre y fuego otros pueblos siempre con el uso abusivo y pretexto del Islam –como otros a nombre del cristianismo. Es así como al cabo de varias décadas lograron establecer el territorio del imperio más amplio jamás alcanzado en la historia.

Al cabo de varios siglos de dominación, ese imperio musulmán –al igual que los demás- siguió el curso conocido de grandeza y decadencia hasta su derrumbe final. De nuevo volvió en caer la larga noche tanto sobre la península arábica como en gran parte de sus antiguas colonias de población, esparcidas mayormente en áreas del Sur. África del Norte fue envuelta en esa misma noche de la historia. Otra vez, la mujer es la que más sufrió por estos altibajos. El poder colonial árabe fue luego desplazado por el imperio otomano, igual despiadado, el cual a su vez en su época de decadencia fue sustituido desde finales del siglo XIX por los imperios británico y francés también conocidos en la historia por su genocidio y salvajismo.

Es de notar que Muhammad había utilizado la política y sus dotes de líder popular con la clara y única finalidad de lograr la propagación entre su gente de la nueva fe monoteísta, el Islam, fundamento en su época obscurantista de una verdadera teología de la liberación. En total contraste, sus seguidores hasta los islamistas de hoy han operado a la inversa, con uso y abuso de un Islam simplista, opaco y misógino para lograr sus propios objetivos políticos del poder, haciendo verdaderamente de la religión el opio del pueblo. Más aún, repetimos, mientras Muhammad había creado en Yathrib (Medina) un Estado-nación secular y multiconfesional, sus falsos seguidores (salafi) arropados con un islamismo ideológico dogmático tienen hoy el objetivo declarado y descarado de desmantelar de una vez el Estado-nación moderno a nombre de un “califato” abstracto, a-histórico. Los agentes del fundamentalismo, elementos violentos y racistas –contrariamente a la enseñanza sabia de Muhammad- atacan la fe religiosa de otras comunidades.

Además, es de notar la obvia convergencia de intereses entre estos islamistas sunitas (hoy a la ofensiva en África y Medio oriente) y los poderes imperiales occidentales desde el siglo XIX y XX hasta nuestros días, los cuales han buscado afanosamente y lograron la alianza con islamistas en varios países a favor de su objetivo estratégico imperial de debilitar el Estados-nación de países del Sur para así someterlos y mantenerlos como objetivo “blando” para el saqueo y la explotación.

Estamos en presencia de un poder imperial desesperado y dispuesto para utilizar cualquier medio de violencia y hasta de exterminio genocida para alcanzar la nueva empresa de re-colonización a la antigua. Vivimos a diario estos eventos trágicos los últimos años desde Somalia, Afganistán, Irak, la invasión de la OTAN en Libia y sus intentos en Siria, junto con los golpes de Estado “suave” en América del Centro y el Sur.



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Rashid Sherif


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