El riesgo panamericanista de la Unión Sudamericana de Naciones (Parte II)

El "integracionismo" ha sido un estandarte ideológico de todas las corrientes sociales, económicas y políticas latinoamericanas a lo largo de todo el siglo XX. Para una parte de la vieja izquierda, fue una bandera primordial, mientras que para la nueva derecha fin de siécle, resultó un buen instrumento de negociación, inversiones y dominación. Ese "sentimiento" integracionista tiene raíces históricas muy fuertes.

Ya Don Francisco de Miranda y el jesuita peruano, Vizcardo, idearon la utópica proyectiva continental de Colombeia. Luego vino el sueño anfictiónico de Simón Bolívar, acompañado en eso por San Martín, Morelos, Morazán, O'Higgins y muchos otros líderes de la política y la guerra. Más que sueño, un verdadero programa político, como lo demostró en dos hechos: la fundación de la Gran Colombia en 1821 y el Congreso de Panamá, en 1826.

Todas las fórmulas de unidad económica y política latinoamericana del pasado y del presente, hicieron flamear el "integracionismo" como una bandera de defensa "nacional". Pero el "integracionismo" de la generación libertadora es lo opuesto a lo realizado posteriormente, especialmente lo que conocimos en los años 90. Era la dialéctica de una defensa nacional que siempre entendió a América como una zona defensiva frente a los imperios viejos y nuevos.

Inicialmente, frente al colonialismo europeo en más de 20 años de guerra continental en la que fueron derrotados, aunque dejaron sus marcas: Malvinas, la ocupación nórdica del Caribe insular, el proyecto francés de un canal interoceánico por Nicaragua.

Seguidamente, ese sentimiento continentalista de resistencia se dirigió a los Estados Unidos de Norteamérica. Su origen está en los mismos finales de la guerra de Independencia, cuando al compás de las discusiones de lo que después de 1823 se conoció como Doctrina Monroe, llevó a Simón Bolívar a pronunciar su famosa advertencia: "Los Estados Unidos de Norteamérica parecen destinados por la Providencia a plagar de miseria y esclavitud a los pueblos y naciones de Sudamérica...".

La advertencia se convirtió en tragedia para Latinoamérica en 1848, con la secesión del territorio mexicano y una veintena de acometidas en el sur, Centroamérica y el Caribe.

Aún ese proyecto de semicolonización no podía desprenderse del ejemplo bolivariano, aunque pusiera su ideario al revés. Por eso lo usaron siempre como bálsamo religioso.

El Acta fundacional de la Sociedad de las Naciones, en 1923, contuvo en sus prolegómenos y fundamentos el ideario integracionista bolivariano. "La Asamblea? considerando que Bolívar fue el Precursor de la Liga de las Naciones, expresa su admiración y su reconocimiento a la figura de Bolívar?" La novedad ideológica que trajo los años noventa es que hasta el neoliberalismo tomó la posta y se convirtió en más "integracionista" que los integracionistas de ayer. Algo andaba mal en algún lado, o algo estaba fallando en las corrientes anti imperialistas, para que el unionismo pasara a manos de los pro imperialistas.

La integración fue dada como consustancial a la globalización, algo así como su revelación existencial. Sin embargo, se puede demostrar que no hay nada más desintegrador que el neoliberalismo y su modelo de integración comercial. Al fundarse en el control monopólico de las inversiones y una escala de ganancia media mundial basada en la redituación bancaria a corto plazo, el uso de la deuda externa como recurso de dominio del tercer mundo y la desindustrialización, el resultado es simple: Estados y mercados latinoamericanos menos integrados, más dependientes y débiles. El Mercosur, es apenas, el mejor botón de muestra.

Un sueño difuso

El panamericanismo y el integracionismo no se pudieron establecer como valores de identidad social y moral durante 100 años. Este dato, por sí mismo, expresa la de un proyecto de integración al servicio de los Estados imperialistas.

Pero la realidad no se acaba en ese punto. Esa derrota se puede medir en la amplia escala social, vale decir, a la gente le importa muy poco, o nada, lo que se diga o haga con la palabra integración.

La realidad es otra en la "opinión pública". Lo podemos resumir a dos dimensiones, la vida política reservada a las decisiones de Estado y la vida económica empresaria, industrial, financiera y comercial. En esas esferas, el modelo integracionista inaugurado por el "panamericanismo", triunfó. Podemos agregar, también, en buena parte de la vida universitaria.

Muchas veces, durante el siglo XX, ese integracionismo ganó las voluntades y aspiraciones de sectores de la izquierda nacionalista y marxista. Esto es así, sobre todo después de la II Guerra Mundial, cuando el concepto histórico de América como nación, o unidad latinoamericana, se desvaneció paulatinamente.

Pasó, de la mano de dirigentes políticos, teóricos sociales y nuevos jefes de Estado tercermundistas, a los modelos de integración como lo conocemos hoy. Una forma vaga e ideologizante (o sea, falsa) de identificación continental con el concepto histórico de unidad latinoamericana.

Sin embargo, como puede verificarse cada vez que las encuestas lo preguntan, el integracionismo, aún deformado en su versión actual, sigue siendo el sueño más continental de los latinoamericanos, prueba de que la unidad es más que una utopía, es una realidad malograda hace 180 años. Pero para la gente común, o sea la mayoría, es nada más que eso, un sueño, un ideal, un deseo que entra en estado de ebullición cada vez que surgen fenómenos políticos como el chavismo.

En contraste con esa indicación, que podemos calificar de histórica, lejana en el tiempo y difusa en el espacio concreto de las generaciones, el Mercosur o la Comunidad Andina de Naciones, nunca fueron vistas como procesos de integración, sino como grandes operaciones comerciales.

Es un hecho que para 8 de cada 10 ciudadanos del Mercosur y la Comunidad Andina, estos organismos ni han muerto ni están vivos, simplemente no existen como valores de existencia en sus vidas cotidianas. El Mercosur fue un campo de trabajo y conocimiento o facturación comercial, para una franja minoritaria de diplomáticos, lobbystas de estado, consultores, empresarios, periodistas y académicos. Pero por otro lado, creó un espacio geográfico-cultural por donde se escapó ese elemento sustancial de la identidad sudamericana.

En esta medida, podría ser aprovechable para desarrollar una zona de defensa subregional, genuina, que tienda a acercarse, aunque sea tímidamente, al ideario americanista original, cuyo sentido más profundo era el desarrollo independiente de toda potencia.

Hongos comerciales

La CEPAL, en nombre del nuevo orden mundial de la Postguerra, creó desde 1948 un proyecto para incentivar el desarrollismo industrial integrado latinoamericano.

Acudieron a los mismos discursos de invocación bolivariana que todos los jefes de Estado. En los años 90 ocurrió al revés. Sin una teoría, ni proyectos y con menos invocaciones rituales, los bloques, acuerdos comerciales y tratados integracionistas, brotaron como si fueran hongos después de la lluvia.

Conformamos el siguiente infograma de acuerdos y tratados comerciales entre Estados, tomando como base de datos los registros de la página web del INTAL.

Una hemorragia de diplomacia y negocios entre Canadá y Tierra del Fuego.

Se firmaron un total de 183 pactos y tratados comerciales entre Estados, en los 45 años que van desde 1958 a marzo del año 2003. 62 de ellos, o sea, un tercio del total, fueron realizados en la década de los años 90.

Los otros se reparten así:

· Década de los 60 aparecieron 21

· Década de los años 70: 18 acuerdos.

· La llamada "década perdida", la de los años 80, registra la menor cantidad, a pesar de haber estado en medio de una gran crisis financiera: 19 pactos.

· Década de los 90: 62. De estos, 59 fueron pactados en sólo tres años, 1990, 1991 y 1992.

Discriminados por bloque, resulta que la Comunidad Andina firmó la mayor cantidad, 38 pactos desde 1969. Le sigue el Mercosur, con apenas 10 años de existencia y 36 acuerdos. Luego el Mercado Común Centroamericano con 33 pactos. El CARICOM firmó 21. ALADI, 10. La CAN-Mercosur con la UE sellaron 8 acuerdos. La PICAB, 5. El Tlcan-Nafta, 4. La ALALC, 4. La Asociación de Estados Caribeños, 4. CAN-Mercosur, 3. La Cuenca del Plata, 2. El G3, 2.

México-MCCA-Panamá-Belice, 2. El Mercosur con USA, 1. La IIRSA, 1 pacto.

Y al final, como si no existiera, aparece en la más completa soledad, el SELA, Sistema Económico Latinoamericano, con 1 acuerdo, firmado el 17 de octubre de 1975.

Esa masa nunca vista de acuerdos, surgidos abruptamente en los últimos 10 años, supera todos los amagues integracionistas de décadas anteriores. No sólo por la cantidad en tan poco tiempo, sino, sobre todo, por su concreción y capitales involucrados.

Excepto en la Europa mediterránea y central, donde la Asociación Europea de Libre Comercio, AELC y la Comunidad Económica Europea, CEE, han recorrido más de cuatro décadas haciendo acuerdos con medio planeta, en el resto del mundo los bloques, TLC, uniones aduaneras y acuerdos políticos interestatales.

Tuvieron vida desde mediados de la década de ochenta, a caballo del proceso de globalización. De allí su nueva función en el orden del continente, ni bien debilitada la OEA.

Al igual que la redificación de las finanzas, la reorganización mundial del trabajo y las democracias envasadas al vacío, los tratados de libre comercio fueron parte de los anuncios reveladores que condujeron al cambio histórico de 1990-1991.

Su efecto globalizante recorrió el Cono sur latinoamericano, pasó por la zona económica istmeña y amazónica, las islas caribeñas al centro y norte del hemisferio occidental. Abarcó Japón y el Sudeste asiático, África subsahariana, África del norte, llegando hasta los países de la escondida Oceanía.

Todo comenzó a armarse en bloques, como un gigantesco puzlle comercial.

Algunos de esos bloques ya existían desde la década de los sesenta. Por ejemplo, la Comunidad Andina (1969), el CARICOM (1967), el MCCA (1960), el Tratado de la Cuenca del Plata (1969), ASEAN (Asia Pacífico, 1967), AELC (Europa, 1960), ANZCERTA (Australia y Nva. Zelanda, 1982). Esos fueron los primeros ensayos de la Postguerra, derivados de la nueva estructura mundial de poder, fundada en los pactos de Yalta y Postdam.

Sin embargo, ninguno pudo lograr una rebaja arancelaria fuerte y sostenida (Maurice Niveau, 1968). La paradoja es que fueron bloques de integración que tendieron a desintegrarse en permanentes peleas por franjas y tasas arancelarias que crecían en vez de disminuir, medidas antidumping y tributos protectores múltiples.

La diferencia en la década del noventa está determinada porque los aranceles cayeron a razón de 15-20 puntos por año, hasta 1997. Hasta mediados de la década del ochenta, el promedio continental de aranceles aduaneros era del 50%. Para 1994 ya estaba en el 12%. En Latinoamérica, la tasa arancelaria promedio se infló hasta los 150 en 1987. Doce años después, no excedían el 40%.

El comercio intrabloque se multiplicó cuatro veces promedio en cada agrupación.

Las inversiones crecieron y se desplazaron en masas y velocidad inusitadas.

Y, por último, los presidentes, ministros y técnicos de los países signatarios, se dedicaron a reunirse en cumbres, mini cumbres, encuentros, consejos y reuniones. La periodicidad como la publicidad de las mismas, simbolizaron la nueva dinámica de los hechos. Una dinámica que además incluye frugales comidas y añejados vinos.

Siguiendo el registro periodístico, el Mercosur realizó, desde 1991 hasta 2000, unas 20 cumbres de presidentes, cancilleres y ministros de Economía, además de unas 140 reuniones de grupos técnicos. La Comunidad Andina, lleva cerca de 43 cumbres presidenciales desde 1970 hasta 1999, un poco más del doble apenas en un período tres veces mayor. Se destaca por una profusión de reuniones sectoriales, de parlamentarios, expertos y empresarios por rama, que asombraría a los directores de protocolo de las Naciones Unidas.

Los tres principales acuerdos aduaneros y entre Estados de nuestro hemisferio, por su peso económico y político hemisférico, son el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la Comunidad Andina de Naciones y el Mercado Común del Sur. Los tres suman el 92% de la riqueza anual acumulada de esta zona del mapa planetario. Y constituyen, sumados, la segunda zona comercial del mundo, especialmente los Estados Unidos y Canadá. Además de contener la mitad de las economías llamadas "emergentes" y dos de los cinco principales estados petroleros.

Al final de la década, el resultado es mucho más estructurado, coordinado en bloques y TLC. El sistema mundial de Estado ganó un orden mayor. Por lo menos frente al desbarajuste que trataron de resolver las Rondas Uruguay de comercio a comienzos de los 80. Aunque no pudo salvar al mundo de la guerra de precios de los commoditys y el crack de las bolsas en 1987.

Pero este orden en bloques no es una fotografía. Tardó poco en verse perturbado por las rebeliones contra el neoliberalismo, el Nafta, el ALCA; entraron en crisis muchos de los gobiernos, partidos o Estados que conformaron esos acuerdos y tratados; entre 1995 y 1999, la globalización sufrió cuatro crisis sucesivas: México, Rusia, Asia y Argentina.

Dos muestras sirven para indicar el resultado. La "muerte" sin aviso del otrora cotizado Mercosur y el estruendoso fracaso de la más importante reunión de la OMC, el 14, 15 y 16 de septiembre de 2003, en Cancún, México. Esta vez no pudieron echarle la culpa a los revoltosos globalofóbicos. Ellos no pudieron acudir a tan hermoso paraje del Caribe. Pero no fue necesario.

La inmolación del campesino coreano, Lee, fue suficiente para aguar tan fastuosa fiesta. Como algunas veces en la historia de la lucha de clases, esa acción individual valió por medio millón de militantes.


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Modesto Emilio Guerrero

Periodista venezolano radicado en Argentina. Autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?. Director de mercosuryvenezuela.com.

 guerreroemiliogutierrez@gmail.com

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