Beatriz vestía el atuendo común de esos que se colocan el día de graduación: toga, birrete, anillo de grado; en fin, todo en ella parecía concebido para la alegría. Afuera de su cuarto la familia se apresuraba en ultimar detalles para que nada le faltara a la hija en ese día tan especial para todos. Beatriz antes de salir mira con sigilo su entorno y precisa detalles de su niñez, de su adolescencia y de los primeros años en la universidad; entiende a través de ellos que muchas cosas ya no son iguales y el tiempo precisó en su mundo algunas puertas que ya no se volverán abrir. Su familia la llama con insistencia porque el protocolo de la universidad es estricto y deben ser puntuales.
Ella se limita a decirles con una voz acompasada por un presentimiento extraño que la esperen abajo en el estacionamiento. No pasaron unos minutos cuando de manera intempestiva una figura obscura, un tumulto de trapos envueltos entre una escuálida figura femenina sucumbió en el pavimento de aquel lugar; se trataba de Beatriz, la futura periodista de la República, quien se había lanzado de un octavo piso y decidió poner fin a su atribulada existencia el día que para todos debía ser uno de los más felices de sus vidas. La familia en medio del dolor sucumbía entre preguntas y lacerantes respuestas que para muchos son acertijos ponzoñosos.
Beatriz, la muchacha jovial y aparentemente alegre, la estudiante de comunicación social, la conectada con el mundo a través de Internet, la “interactiva” en la red por twitter y facebook, la que duraba horas en su cuarto “vinculándose” con la sociedad global al otro lado del mundo; nunca le confesó a su madre, padre o hermanas que tenía 3 años sin ir a la universidad, sin estudiar. A pesar de que todos los días cumplía con el ritual de cualquier universitaria; Beatriz, la chica “extrovertida”, la vedette de los casting y la del “ángel ante las cámaras”; más que un ser comunicativo, representó un archipiélago, una isla atribulada de contradicciones y de falsos conceptos de lo que es en esencia la verdadera y simple forma de comunicación: el dialogo sincero en familia sin intermediarios ni artilugios tecnológicos.
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