Apartheid democrático

Buena se la están poniendo las proyecciones estadísticas a los blancos dominantes de los EEUU: según números, para el 2.050 ya no serán mayoría. El negro y el latino se reproducen con mayor fruición, y, de ser unos bloques poblacionales minoritarios, pasarán a ser mayoría en tan breve tiempo (el negro, con seguridad). De modo que el país habrá de convertirse en uno con minorías mayoritarias, para de algún modo seguir significando que no por ello habrán de elevarse hacia los niveles del poder económico y político en el país.

Porque es seguro que el "blanquito" no habrá de soltar así como así su coroto de país, convencido como está que arduo fue su trabajo en fundarlo, viniendo allende los mares. Con la misma rigurosidad metódica que observaban aquellos viejos puritanos de la Inglaterra del siglo XVI y XVII, así mismo habrá de conducirse en la coyuntura el poder blanco para autoconservarse, aunque se las tenga que ingeniar con la tentación de inaugurar un nunca visto apartheid democrático, como es seguro habrá de vendernos toda la parafernalia comunicacional a su disposición. Como siempre hacen, pues, hoy mismo, cuando, por ejemplo, lanzan bombas atómicas e invaden países pero en nombre de la libertad.

Eso es tan seguro como que ahora mismo el poder político y económico del país, blanco por predeterminación, realiza esfuerzos desmedidos por conservar sus prebendas: severas leyes contra los inmigrantes, leyes de espionaje ciudadano y sofisticados artilugios de contención antimotines. Nada es casual cuando en los tiempos críticos se hacen amagos de control y el poder establecido quiere mostrar la garra. Como ahora mismo, con el malestar generado por la crisis financiera, al descubrirse la parcialidad de un gobierno clasista que prefirió ayudar a los ricachones: se habla de implementar, para contener desórdenes, las tropas de asalto, casa por casa, puesta en acción en Irak cuando se perseguía la insurgencia. Estamos hablando del interior de los EEUU.

Por supuesto, esto no parece tener colores, desde el mismo momento en que en la crisis pierden todos sus casas y empleos por igual, tanto blancos como negros y latinos, y menos desde el mismo momento en que el malestar por perder propiedades no tiene tinte racial. El perjuicio es el mismo. El asunto es que existe una minoritaria secta del poder económico y político cuya base de convicción es un definido sentido de procedencia y pertenencia, ideológicamente blanca -digámoslo así-, ensoberbecida en la historia fundacional del país, en la mitología del descubrimiento, con un pasado de clanes y de sometimiento del hombre por el hombre que difícilmente podrá conciliar que un parroquiano, advenedizo o inmigrante venga a disputarle la presea del mejor país del mundo. Mejor todavía: que un blanco pusilánime caiga en la crisis, junto a negros, asiáticos o latinos, se presta para realzar el noble discurso de que EEUU es el país de las igualdades, aunque de pérdidas hablemos.

EEUU es un país definidamente claro es su estructura plutocrática, tan cónsona con su doctrina capitalista de ejercicio económico: una histórica y precipitada minoría detenta el poder interno, y también se ramifica hacia el exterior en poderosísimas familias transnacionales. Como una fuente que envía el agua hacia arriba y ésta luego baja bañando los estratos espaciales inferiores, así con su don plenipotenciario del dinero cultiva un sistema diseñado al servicio personalista de unos cuantos. Un cónclave atenazante sobre una inmensa realidad popular. Una nación dentro de otra, colocándola a su servicio vía discurso institucional, legal y mediático. Amos señoriales cultivando su finca, al mejor estilo tejano, por sacar a relucir una de las más pintorescas maneras de denotar a un estadounidense rico.

Ni más ni menos el sistema donde es más caro el rezo que sentencia que el rico ha de ser cada vez más rico y el pobre cada vez más pobre, no importando que axioma se cumpla del modo más descarado posible. Como lo demostró la ayuda procedente del gobierno para los banqueros, que es como si se dijera para sí mismo, dejando morir a los más pendejos, amarilleen, blanqueen, negreen o aindien, como ya se dijo. Todo un espectáculo de burla ante el público escenario del pueblo. El país y el sistema de las minorías a millón. Como lo demuestran las cifras que nos presentan a los 400 norteamericanos más ricos con un haber económico superior al de 150 millones de habitantes del mismo país. Toda una perla: 400 personas más ricas que la mitad del país, con un haber de 1,6 billones (1.600.000.000.000) de dólares. Como si de un selecto grupito del gobierno y la banca se tratase, es decir, de la política y economía, respectivamente, reunidos en la Reserva Federal, sobre la ola del aporte del contribuyente.

Luego tenemos que esta minoría histórica, fundacional, de la sangre o del dinero, coincidencialmente blanca, con representación popular mayoritaria, amanece y se encuentra con que el negro esclavo de los montes del sur de pronto la superará en representación numérica en el país, no quedándose muy atrás tampoco la porción latina, esos molestos inmigrantes que vienen a usufructuar de la riqueza de sus tierras. Mayorías populares en breve, aunque débiles minorías en su denotación de poder formal económico. Eso sí, con fuerte impacto en el establishment político, cosa que, por cierto, no obra como se quisiera en la retribución socioeconómica; largamente la historia ha demostrado que quien detenta el poderío económico aparejadamente detenta el político, no siendo regla para el caso inverso. Cansado está el mundo de la satrapía, de que la política sea la vocería del poder económico, como si dijéramos, en fin, que nada le cuesta al rico -blanco, en este caso- poner a un negro pobre en el micrófono del poder para que le defienda sus intereses. Y no estoy hablando de Obama, el actual candidato negro a la presidencia de los EEUU, por si acaso.

De forma que, en breve, tendremos a la factoría pura y ancestral blanca de los EEUU realizando ingentes esfuerzos por defender sus intereses, manteniendo el formato aceptable y civilizado del país de las "libertades". Ni más ni menos que negros y latinos, representantes poblacionales mayoritarios, pensando como ellos, por ellos y para ellos, para los blancos minoritarios del poder, a la sazón en minoría poblacional. ¿Cosa dura para el poder instituido, no? Ese que se vale de la forma política para prevalecer económicamente. Nótese que ya se empiezan a sentir las consecuencias, porque no es inocuo culturalmente el gusto y disgusto de las mayorías poblacionales, para expresar de algún modo la emotividad influyente de un específico conglomerado humano. Tiene incidencia política; determina, y ello es un reto que la factoría del poder económico ha de resolver. Y ya usted lo ve hoy mismo, cómo se plantea que un negro gane la presidencia de los EEUU, de manera insólita, y cómo también se tejen tantas intrigas en su entorno, las más severas buscando su muerte. Simplemente es un hecho inaceptable para un país de inconmovibles paradigmas.

Pero también es un hecho que no tiene vuelta atrás y promete severos estragos a mediano plazo, porque el poder político suele establecer hábitos y conquistar los espacios económicos con el tiempo; y no es de extrañar que a futuro se anden suscitando inusitados cambios en los EEUU, muy próximos a lo que semánticamente se conoce como revolución, aunque se trate de asuntos puntualmente formales, como, por ejemplo, la reivindicación en algún panteón de aquel prócer de la independencia olvidado que realmente liberó a sus negros (Robert Carter), o de Gouverner Morris, un redactor de la Constitución que se opuso a que un esclavo valiera tres quintas partes de una persona, o la aclaratoria final de los verdaderas motivaciones de la muerte de Lincoln, Kennedy y otros. El mismo Obama, aun prestándose para ser vocero de la consabida matriz de dominio blanca, corre el peligro de muerte por su connotación de ruptura paradigmática.

La minoría blanca (la del poder, porque ahora hay que aclarar, dado que habrá otra minoría blanca, es decir, la popular) en breve tendrá que desplegar un discurso de dominio amañado para preservar sus intereses, y ya sabemos de qué es capaz el poder desatado de la matriz capitalista salvaje cuando se ve amenazada. Para sus efectos hegemónicos o de preponderancia, no hay argumentación de viabilidad que valga que no sea el lenguaje del dinero o el de las armas, con mayor razón si la adversidad a vencer se desarrolla sobre tierra propia, la sede del capitalismo mundial y el lar de la élite predestinada de los tiempos modernos. Ir contra los ciudadanos propios habrá de traducirse como un necesario sacrificio en nombre de la paz terráquea, ciudadanos sacrificables -por cierto- cuanto más si no presentan rasgos de pureza histórica en su sangre.

Fue hacia allá que apuntó el derechista Patrick Buchanan cuando declaró que hasta no hace poco EEUU era una verdadera nación, con un 90% de mayoría blanca, como lamentándose de la proliferación de valores no exactamente genuinos americanos. Textualmente, año 2.004: “En 1960, cuando JFK venció a Nixon, Estados Unidos era un país de 160 millones de habitantes, con un 90 por ciento de blancos y un 10 por ciento de negros, y con unos pocos millones de hispanos y asiáticos repartidos entre nosotros. Éramos una nación, un pueblo. Adorábamos al mismo Dios, hablábamos el mismo idioma inglés.”¹ Y por ahí se viene la conclusión final de este artículo: de seguir haciendo prevalecer sus incómodos intereses y expectativas de cambio sistémico, las minoritarias mayorías de los EEUU (preciso es llamarlas así), el poder político, económico y blanco del país, se verán precisados a actuar o morir, sumido en un proceso histórico de disolución cultural, como es la ocurrencia decadente de una matriz imperial que toca a su fin. Hacia el final del Imperio Romano poco importaba que un Julio César fuese descendiente de Júpiter de cualquier manera. He allí el peligro de la memoria selecta liquidada con el advenimiento de novísimos valores. A alguien se le puede olvidar –¡tremendo peligro!- que no fue un negro quien forjó la Independencia y el Estado de la Unión de los EEUU.

En consecuencia no es descabellado a lo que se pueda recurrir para mantener el “arte” y “cultura” norteamericanos, por hablar así de formas y esencias preservables desde el ángulo discursivo de la clase dominante. Y del mismo modo como se habla con prestigio y convicción de "arte" y "cultura" como valores caros a la civilización, nada loco es que el lenguaje del poder utilice su fuerza para la persuasión mediática, para el encapsulado mental conducido, so pena del uso de la otra fuerza, la militar; y termine acuñando términos contradictorios para defender la historia y la tradición, con expresiones como "apartheid democrático", para significar que sólo una minoría-minoría es susceptible de ser considerada nación en los EEUU, aunque el país se encuentre infestado de negros y latinos que hayan llegado después. Los medios de comunicación, como adláteres del poder que son, serán los encargados de propalar y mentalizar la nueva doctrina patria del mencionado apartheid, del mismo modo que han estatuido como "civilizados" conceptos como "guerras preventivas", a título de guerra contra el terrorismo, o el llamado "derecho a la defensa", mismo merecible sólamente a quienes desde la vertiente capitalista sean amenazados por un factor enemigo o revolución.

Viéndolo así, pues, con estas incómodas emergencias raciales, si los EEUU no instauran a futuro un severo mecanismo de control político (dictadura, como sea que se disfrace), se verán en la consecuencia de que se le fragmente o disuelva el poder dominante del que hablamos. Su esfuerzo mayor será el de encapsular la cultura, imponer la historia y cultivar las mentes para el sostenimiento de establishment plutocrático, sobre el contexto cazabobos de las fuerzas inescrutables de la predestinación nacional (racismo) y las del mercado, bicho con vida propia, como reza el eslogan. En el plano del discurso y de la preservación de las apariencias, su mayor obstáculo será la democracia misma, concepto del que se postulan re-fundadores, después de los griegos; el gran problema será cómo vender su abolición. Y fíjense que no hablamos de la democracia como estorbo de modo fortuito: si usted recuerda bien, hace poco el candidato republicano a la presidencia de los EEUU, John McCain, en el contexto de una discusión sobre la crisis financiera que actualmente azota al país y que no parecía dar con la manera ética de aprobar dinero desde el gobierno para ayudar a la banca, confesó que su gran sueño siempre ha sido ser un gran dictador. Como si dijera que ya habría resuelto el problema de aprobar dinero para la banca sin consultar con Congreso o Cámara algunos, menos incluso con el pueblo, la obligada figura de los contribuyentes. Menos que menos, para lo que hablamos, y ya en un futuro de convulsiones sociales y raciales en los EEUU, si ese pueblo lleva en su sangre una genética extranjera ajena a los “genuinos” valores fundacionales del la nación mimada por la Providencia.

Porque he aquí el paso del tiempo y su efecto evolutivo sobre la cosa humana. Tan cierto como EEUU ha sorteado recesiones de carácter económico en su devenir como baluarte capitalista, así mismo se le presenta hoy igual reto, pero con un agregado aparentemente inédito: el de crisis social, y ello sin ahondar en la precisión de lo racial o cultural, estigmas de mayor repercusión a la hora de los análisis. Porque es así: los EEUU parecen tener reseñados en su porvenir una hora de convulsiones sociales, de precipitaciones políticas, de ajuste de lo interno plutocrático para ejercer más eficientemente su dominio sin dejar de aparentar ser el eterno país de las igualdades. En términos más severos, tendría que hablarse de tiempos terribles, posiblemente de revoluciones; pero es un poco temprano para eso. Lo que si hay que dejar sentado con toda autoridad histórica es que los bárbaros, en todo tiempo y lugar, no pasan por las humanas civilizaciones sin empreñarle sus porvenires. Y lo negro, latino y asiático en los EEUU, constituyen hoy un hecho fundamental para el futuro encaminamiento de las transformaciones culturales; y encaminamiento, por supuesto, en tanto endereza y sincera el siniestro de los entuertos de la poderosa minoría que en los EEUU gobierna.

Nota:

¹ Tomado de Amy Goodman: "Mickey Mouse no irá a votar" [en línea]. En Democracy Now! - 16 oct. 2.008. - [Pantalla 4]. - http://www.democracynow.org/es/blog/2008/10/16/mickey_mouse_no_ir_a_votar. - [Consulta: 27 oct. 2.008].

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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