¿Repúblicas bananeras?

"Somoza es un hijo de puta. Pero es ‘nuestro’ hijo de puta."

Franklyn D. Roosevelt

"La expresión peyorativa "república bananera" -acuñada a inicios del siglo XX por O. Henry, humorista y escritor de cuentos cortos estadounidense- se utiliza para describir un país que es considerado políticamente inestable, pobre, atrasado y corrupto. En el país bananero por lo general no se respetan ni leyes ni reglas, considerándose una virtud saltarse las reglas, mientras que cumplirlas no es valorado socialmente. Por lo general el país bananero tiene una economía que depende de unos pocos productos de escaso valor agregado (simbolizados por las bananas), y es gobernado por un dictador legitimado de manera fraudulenta o una junta militar, o es sometido a la hegemonía de una empresa extranjera, bien sea mediante sobornos a los gobernantes o mediante el ejercicio del poder financiero." (Wikipedia)

Sin ningún lugar dudas la mención de ese despectivo mote para tales países conlleva una inaceptable, despectiva y supremacista carga de colonialismo, de actitud imperial sumamente agresiva, de profunda relación asimétrica entre amo y esclavo. Una visión desde el materialismo histórico jamás podría aceptar esa mención; pero sí es válida la cita para mostrar cómo el centro imperial fundamental del capitalismo, ahora en declive, Estados Unidos, mira a su pretendido patio trasero: Latinoamérica. El ejemplo por antonomasia de esas "republiquetas" está dado por Centroamérica, donde la CIA hizo su debut en suelo americano en 1954, derrocando al gobierno progresista de Jacobo Arbenz instalando una feroz dictadura (militares que ocuparon el poder sin elecciones democráticas) que se prolongaría por décadas, todo en resguardo de la empresa estadounidense United Fruit Company, eufemísticamente presentado como una lucha por la libertad y la democracia contra el avance del comunismo internacional (una "cabeza de playa" de Moscú en suelo americano).

Complementando la política impuesta por Washington con la tristemente célebre Doctrina Monroe de 1823 ("América para los americanos" -aclarando que: "los del Norte"-), en 1904 el presidente de turno formuló lo que se conoce como Corolario Roosevelt (tomando el nombre del mandatario que la dio a conocer: Theodore Roosevelt), como una profundización de aquella "doctrina". Dicho "corolario" justificaba la intervención imperial (por ejemplo en República Dominicana, Cuba, Haití, Panamá y Nicaragua a inicios del siglo XX), arrogándose el papel de "policía" para mantener el "orden" en el hemisferio occidental (léase: el patio trasero de Estados Unidos) ante "irregularidades flagrantes y crónicas" de los países que, según la visión colonial de la Casa Blanca, no podían resolver por sí solos sus asuntos internos, custodiando así ese territorio de la injerencia europea. En otros términos: el padre bueno ayudando a los desvalidos menores de edad que necesitan la mano de un adulto responsable. En esa lógica se entiende el sentido de "repúblicas bananeras". Pero ¿necesitamos que nos vengan a "salvar"?

En un sentido amplio, todos los países al sur del Río Bravo, los que hablamos español y cuyos habitantes no son blanquitos rubios y de ojos celestes, para la lógica supremacista de Washington, somos "bananeros". Esa dinámica marcó la relación del imperio con Latinoamérica por todo el siglo XX. Hoy, entrado ya el siglo XXI, ha habido ciertos cambios en todas esas sociedades. Si bien la corrupción continúa como mal endémico, en estos momentos no hay dictaduras sangrientas; se vive en esas parodias de democracia que se fueron instalando desde la década de los 80 del pasado siglo, y se diversificó un poco la producción. De hecho, algunos países alcanzaron un considerable desarrollo industrial, como Brasil. Pero también allí sus principales productos de exportación continúan siendo bienes primarios: soja, petróleo crudo, mineral de hierro. Así como sucede, en general, con todos los países de la región: exportaciones agroalimentarias (cereales, carnes, frutas) y extractivas (petróleo, minería). En otros términos: ya no bananas (o "economías de postre", como las llamó Galeano: frutas, café, azúcar), pero la división internacional del trabajo -impuesta por los centros imperiales- no permitió mayor diversificación. Y si México exporta fundamentalmente productos manufacturados -industria automotriz (automóviles, partes y accesorios) y productos electrónicos (incluyendo teléfonos celulares y sus componentes)-, no debe olvidarse que eso no es desarrollo tecnológico propio sino factoría de los grandes capitales que aprovechan su mano de obra barata.

Ahora, con el comienzo de la declinación de Estados Unidos y la aparición de nuevos factores de poder que le hacen contrapeso (China, Rusia, los BRICS+), la Casa Blanca parece estar queriendo reeditar esta idea de amo señorial y "repúblicas bananeras" manejadas enteramente por las decisiones que se toman en inglés por unos cuantos millonarios, y que el presidente de turno desde la Oficina Oval vehiculiza. Teniendo en cuenta, igualmente, que el actual presidente tiene un estilo propio único en la historia, ese supremacismo arrogante tiene visos de prepotencia sin límites. Los tiempos que corren lo permiten. O, mejor aún, son los que fomentan este retorno a posiciones de ultraderecha, rayanas en el neofascismo xenofóbico y supremacista. ¿Se vuelve a la loca idea eugenésica de "razas superiores"? La secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Kristi Noem, a modo de ejemplo de esto, recomienda "una prohibición total de viaje a cada maldito país que ha estado inundando la nación [estadounidense] de asesinos, sanguijuelas y adictos a los subsidios". El actual presidente Trump es un claro exponente de esos tiempos de supremacismo altanero.

Donald John Trump, hijo de madre inmigrante (escocesa) y nieto también de inmigrantes (alemanes) -quien, curiosamente, abomina de la inmigración-, fue criado en la riqueza; su padre era desarrollador inmobiliario, muy exitoso. Gracias a esa muy buena posición económica pudo salvarse de prestar servicio como soldado en la guerra de Vietnam. Habla el lenguaje de los ricos (pues él pertenece a esa clase: 5,500 millones de dólares de patrimonio), en su caso con un especial aire de matón insolente y arrogante, lenguaje que es el de la clase dominante de su país. Si así no fuera, no habría ni esa "doctrina" ni ese "corolario".

Con esa visión supremacista, la clase dominante de Estados Unidos -Homero Simpson, el típico ciudadano estadounidense de a pie, no; solo el Estado profundo (complejo militar-industrial, Silicon Valley, petroleras, Wall Street)- quiere recuperar el terreno que ve que va perdiendo. De ahí que Latinoamérica es su reaseguro. Trump, con un estilo histriónico y avasallador -"¡cállate, cerdita!"-, remedando la motosierra del actual payasesco mandatario argentino, está reeditando el corolario Roosevelt, ahora en versión 2.0. Es decir: se permite entrometerse desvergonzadamente en los asuntos internos de estas "repúblicas bananeras", volviendo a poner sobre la mesa la política del "gran garrote" de inicios del siglo XX. Aunque, en realidad…. ¿alguna vez había terminado esa política?

Las recientes elecciones de Honduras lo ratifican: el gobierno de Estados Unidos con total descaro se mete en los asuntos internos de los países latinoamericanos, a los que sigue viendo como "atrasados e incapaces" de resolver sus propios problemas, por lo que necesitan esa "ayuda" externa. En realidad, nadie cree eso hoy; en todo caso, simplemente el gobierno estadounidense toma partido dentro de la realidad política de sus vecinos, inmiscuyéndose de manera insolente, tal como lo hizo desde principios del siglo pasado. La noción de "países bananeros" es funcional a ello, así como lo es la posterior elucubración de "Estados fallidos o fracasados". O la del "combate al narcotráfico", vil maquillaje para intervenir desfachatadamente en los países que desea, en nombre de una supuesta lucha contra un gran flagelo sociosanitario.

Donald Trump dice sin vergüenza lo que, según el criterio hegemónico de Washington, deben hacer esas "pobres y atrasadas republiquetas", por lo que vocifera qué es correcto y qué no. De esa cuenta, ve con preocupación, y lo expresa altisonante, la condena a Jair Bolsonaro en Brasil por intento de golpe de Estado -poniendo sanciones contra el juez que actuó en ese proceso-, o la de Álvaro Uribe en Colombia por soborno y fraude procesal, toma partido por el candidato de derecha de Honduras llamando a no votar por candidatos "narco-comunistas" e indultando a un delincuente como Juan Orlando Hernández, apoya sin restricciones a ultraderechistas como Daniel Noboa en Ecuador -acusado de haber robado las recientes elecciones- o a Nayib Bukele en El Salvador -acusado de violación a los derechos humanos-. O chantajea abiertamente a la población argentina ante las recientes elecciones legislativas, prometiendo premios al triunfo de Javier Milei, o castigo -ningún desembolso de ayuda- en caso de derrota. Apoya igualmente a un presidente como Bernardo Arévalo en Guatemala, que más allá de su supuesta imagen de socialdemócrata progresista -que no lo es-, constituye una pieza clave de la bota estadounidense en la región, dado que por ese país pasa ahora la frontera sur del imperio, encargándose ese gobierno entreguista de mantener a raya la migración irregular que viene del sur.

O, sin el más mínimo descaro, entrometiéndose en los asuntos internos de Venezuela, poniéndole precio a la cabeza del presidente Nicolás Maduro cual mediocre película de vaqueros a las que nos tiene acostumbrados Hollywood, decretando el cierre del espacio aéreo del país caribeño, amenazando con la invasión militar si el mandatario no renuncia según las exigencias imperiales -para tener el camino expedito para apropiarse de las reservas petrolíferas y de los cuantiosos recursos mineros allí existentes-.

¿Por qué esta reedición de lo que sucedía un siglo atrás, en que los marines invadían cuando querían y donde querían, "reestableciendo" el orden en esas "famélicas" y "desordenadas" repúblicas? Porque hoy día la Casa Blanca -o mejor aún: el deep State del que es su vocera- necesita recuperar el terreno perdido ante los nuevos factores de poder aparecidos: China, Rusia, los BRICS+ y su propuesta de desdolarización. Eso lleva, entre otras cosas, a la demostración de fuerza en el Caribe frente a las costas de Venezuela, sin que quede claro si el imperio terminará invadiendo a la patria de Bolívar, pero sin dudas intentando dejar claro que en "sus" repúblicas bananeras nadie se mete, solo Estados Unidos.

Con esta avanzada de ultraderecha y la búsqueda de control total de la región -bases militares en Argentina, el intento de recolocarlas en Ecuador, ampliar las de Honduras, Cuarta Flota Naval "custodiando" las aguas del Atlántico Sur- lo que busca Washington es desarticular totalmente las propuestas molestas como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América -ALBA- y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -CELAC-, y marcar claramente el que considera territorio propio. En otros términos: ejercer un control total sobre lo económico, político y militar de ese sub-continente, que intenta convertir cada vez más en un territorio "bananero", enviando el mensaje a otras potencias extraterritoriales que, tal como lo grafica el epígrafe, las cosas aquí tienen dueño. Y ese dueño lleva la bandera de rayas y estrellas y habla en inglés.

El proyecto intervencionista estadounidense, en manos de Trump ha ido más allá de la región latinoamericana. Sin dudas imbuido de un pretendido "destino manifiesto" (¿otorgado por la Divina Providencia?) hoy se siente llevado a entrometerse sin ocultarlo en numerosos procesos electorales a lo largo del mundo, apoyando abiertamente a personajes de la extrema derecha que ve con buenos ojos para disputarle espacio al "comunismo". Estamos ahí ante una flagrante violación del derecho internacional, pisoteando la soberanía de otros Estados, pero el supremacismo actual de la Casa Blanca -o, mejor aún, el que surge de ese cowboy altanero que es su mandatario, totalmente funcional a la clase dominante del imperio- no tiene límites. De ahí que su administración apoya abiertamente a los representantes político-ideológicos más de derecha, como el polaco Karol Nawrocki -quien recientemente ganara la presidencia en Varsovia-. O a los políticos más conservadores de Europa, cercanos al nazismo, como en Alemania y Rumania, apoyando públicamente a figuras de la ultraderecha, como Nigel Farage en el Reino Unido, o a Marine Le Pen en Francia, al par que pide el indulto para el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, procesado en su país por hechos de corrupción, y buscado por la Corte Penal Internacional como criminal de guerra.

Sin dudas el imperialismo norteamericano está mostrando los dientes y sintiéndose bravucón en un grado sumo como una forma de exhibir potencia y soberbia, entrometiéndose desvergonzadamente donde sea, sabiendo que, lenta pero inexorablemente, está perdiendo su papel hegemónico.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 164 veces.



Marcelo Colussi

Psicólogo. https://www.facebook.com/marcelo.colussi.33 https://www.facebook.com/Marcelo-Colussi-720520518155774/ https://mcolussi.blogspot.com/

 mmcolussi@gmail.com

Visite el perfil de Marcelo Colussi para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:


Notas relacionadas