La Fábrica Íntima: Capitalismo Digital, Expropiación del Deseo y la Nueva Servidumbre Voluntaria

La llamada revolución digital, más que un mero salto tecnológico, representa la culminación de un proyecto económico y epistemológico del capitalismo tardío. Este proyecto ya no se limita a la explotación del tiempo de trabajo en la fábrica, sino que avanza hacia la colonización integral de la vida. Como señala el filósofo marxista Carlos X. Blanco, entramos en una fase donde la captura y apropiación de valor ocurre en todas las esferas de la existencia humana, incluyendo su vida más íntima. Este ensayo pretende desentrañar los mecanismos de esta expropiación, analizando la transformación del sujeto en obrero no remunerado de la industria del placer, la instauración de una prostitución generalizada y la construcción de un nuevo régimen de verdad que santifica la auto-explotación.

1. Del Panóptico al Pornóptico: La Expropiación de la Intimidad

Michel Foucault analizó las sociedades disciplinarias y sus mecanismos de vigilancia que producían cuerpos dóciles y útiles. El capitalismo digital ha perfeccionado este modelo, transformando el "panóptico" (donde se ve sin ser visto) en un "pornóptico" (donde se exhibe para ser visto, medido y monetizado). La intimidad, antes refugio de lo no mercantilizable, se convierte en el nuevo filón. Cada like, cada visualización, cada selfie, cada interacción en una plataforma de citas o cada confesión en un foro, es un acto laboral. El usuario produce, de manera gratuita y continua, datos afectivos, deseos, atenciones y contenidos que son inmediatamente capturados, procesados y convertidos en capital por las grandes corporaciones digitales.

Este es el núcleo de la "industria del placer y del entretenimiento": una fábrica inmaterial donde las paredes son las pantallas y la materia prima es la subjetividad humana. Los cuerpos y las imágenes ajenas son explotados en un circuito de consumo aparentemente gratuito, pero que en realidad es un sistema de "explotación esclavista difusa". No existe un capataz con un látigo, sino un algoritmo que incentiva la exposición, que premia la hipervisibilidad y castiga la reticencia con la invisibilidad social. La servidumbre es voluntaria porque se vive como liberación hedonista.

2. La Prostitución Generalizada y la Normalización de lo Abyecto.

La afirmación de que se ha logrado una "prostitución general y obligatoria de toda la humanidad", dice Blanco, no es metáfora, sino descripción literal de un proceso económico. La prostitución, en su esencia mercantil, implica la venta temporal de un acceso íntimo al cuerpo o a la afectividad. Las plataformas digitales han normalizado y generalizado este principio. No se vende solo el cuerpo físico, sino la imagen, la atención, la vida privada, el deseo, la reputación. El "influencer" es el arquetipo de este nuevo proletario: un vendedor de sí mismo, cuya supervivencia depende de convertir su intimidad en espectáculo consumible.

Este proceso ha llevado a que "la sociedad del espectáculo", diagnosticada por Guy Debord, mute en una "sociedad pornográfica". Lo pornográfico aquí no se reduce al contenido sexual explícito, sino a una lógica de exposición total, de reducción de lo humano a su dimensión más carnal y cuantificable. Lo "abyecto y carnal" reemplaza a la Cultura y al Espíritu no por una decisión moral, sino porque es más fácil de traducir a datos, de empaquetar y de vender. La complejidad del pensamiento, la ambigüedad del arte, la profundidad de la reflexión espiritual, son ruido en este sistema que privilegia el impacto inmediato y visceral.

3. El Nuevo Dispositivo de Poder: La Acusación de "Reaccionario"

El poder más siniestro de este sistema no es solo su capacidad de explotación, sino su éxito en reconfigurar la moral social. Quien se resiste a esta lógica de auto-exposición y mercantilización integral —quien guarda su intimidad, quien rechaza la narrativa de la hipervisibilidad como empoderamiento— es inmediatamente estigmatizado. Las acusaciones de "reaccionario, anti-social, fascista, puritano" son los látigos ideológicos del nuevo orden. Su mera existencia ofende porque es un recordatorio viviente de que hay territorios de lo humano que podrían —y deberían— escapar al mercado.

Esta es la paradoja del nuevo 1984 ultra-neoliberal: la coerción no se ejerce principalmente mediante la prohibición, sino mediante la obligación de participar, de disfrutar y de exhibir ese disfrute. La "libertad" es el mandato de venderse. El disidente no es el que piensa distinto, sino el que se niega a ser un producto.

4. Transhumanismo: La Radicalización Neoliberal y la Carne Consumible

El transhumanismo aparece como la ideología perfecta para este momento. No es una ruptura, sino la radicalización del proyecto neoliberal. Si este sistema ya nos acostumbra a vernos como "trozos de carne consumibles" (perfiles de datos, cuerpos optimizables), el transhumanismo propone llevar esa lógica al extremo biotecnológico. El cuerpo deja de ser una condición dada para convertirse en el último producto mejorable, el último hardware a actualizar. La promesa de superar lo humano es, en realidad, la culminación de su mercantilización: la vida misma, incluidos sus procesos cognitivos y biológicos, se convierte en un campo de inversión y explotación.

Conclusión: Hacia una Reapropiación de lo Íntimo

La crítica aquí expuesta no es un lamento puritano por la pérdida de un pasado idealizado. Es una llamada a reconocer los nuevos frentes de la lucha de clases, que, como dicen Carlos X. Blanco y la corriente del llamado marxismo tradicionalista, ya no están solo en la fábrica, sino en los algoritmos, en las plataformas, en la psique y en la cama. La resistencia comienza por desnaturalizar la lógica del pornóptico, por recuperar la intimidad como último común no enajenable. Implica cuestionar el "placer gratis" que encubre una explotación masiva, y construir formas de relación, de creación y de placer que escapen a la captura inmediata del valor.

Frente a la fábrica íntima, la tarea es reivindicar el derecho a la opacidad, a la desconexión, a una existencia que no esté permanentemente orientada a la producción de valor para otros. Es, en definitiva, luchar por una condición humana que no pueda ser reducida a carne consumible ni a dato algorítmico, y en la que el deseo no sea la cadena de nuestra nueva servidumbre, sino la semilla de una libertad por venir.



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