El portaaviones de la prepotencia imperial

La llegada del USS Gerald Ford, un coloso de más de 300 metros de eslora, al mar Caribe no es un hecho aislado ni inocente. Se trata de un gesto de intimidación, un despliegue de fuerza desproporcionado frente a embarcaciones que apenas alcanzan los dos o tres metros de largo. La imagen es grotesca: un gigante tecnológico, símbolo de la maquinaria bélica estadounidense, frente a pequeñas lanchas que representan economías populares, modos de subsistencia y soberanías locales.

Este contraste revela la lógica imperial: la desmesura como estrategia, la desproporción como mensaje. No se trata de defensa ni de seguridad, sino de demostrar que el poder militar puede aplastar cualquier forma de resistencia, incluso la más modesta. El portaaviones no llega para dialogar, llega para imponer.

Lo más doloroso es que, en medio de este escenario, sectores de la ultraderecha “nacional” celebran la presencia del buque como si se tratara de una garantía de estabilidad o de progreso. Esa alegría es, en realidad, una muestra de subordinación cultural y política: festejar la llegada del portaaviones es festejar la pérdida de autonomía, es aplaudir la humillación de ver cómo un poder extranjero se instala en nuestras aguas para recordarnos quién manda.

La investigación crítica en geopolítica nos enseña que los símbolos importan tanto como las acciones. El USS Gerald Ford no es solo un barco: es la encarnación de un modelo de dominación que se sostiene en la amenaza permanente. Su sola presencia en el Caribe es un recordatorio de que la región sigue siendo vista como patio trasero, como espacio de maniobra militar y no como territorio de pueblos soberanos.

La ultraderecha que celebra este hecho olvida que cada despliegue militar extranjero erosiona la identidad nacional. Olvida que la soberanía no se defiende con aplausos al invasor, sino con la construcción de proyectos propios, con la afirmación de nuestra cultura y con la resistencia a la imposición. La felicidad de esos sectores es, en realidad, la tristeza de quienes creemos en la autodeterminación: es la confirmación de que el colonialismo mental sigue vivo, disfrazado de entusiasmo por la “protección” imperial.

El portaaviones de la prepotencia imperial no viene a protegernos, viene a recordarnos que la fuerza bruta sigue siendo la herramienta predilecta de quienes no reconocen la dignidad de los pueblos. Frente a un buque de guerra que simboliza la arrogancia tecnológica y militar, nuestras pequeñas embarcaciones representan la vida cotidiana, la pesca, el comercio local, la movilidad popular. La desproporción es tan evidente que se convierte en metáfora: el poder imperial contra la vida sencilla de los pueblos.

La tarea de quienes defendemos la identidad nacional es denunciar esta prepotencia y desenmascarar la falsa alegría de quienes la celebran. No podemos permitir que la narrativa dominante convierta la humillación en motivo de orgullo. La llegada del USS Gerald Ford al Caribe debe ser leída como lo que es: un acto de intimidación, una demostración de fuerza que busca perpetuar la dependencia y el miedo.

En tiempos de crisis global, la investigación crítica y la educación emancipadora tienen la responsabilidad de señalar que la verdadera seguridad no se construye con portaaviones, sino con justicia social, con soberanía alimentaria, con independencia cultural y con proyectos políticos propios. La zona de confort de quienes celebran la presencia imperial es el peor enemigo del conocimiento actualizado y de la conciencia nacional.

El portaaviones de la prepotencia imperial es, en definitiva, un recordatorio de que la lucha por la identidad y la soberanía sigue vigente. Y que, mientras algunos aplauden la humillación, otros seguiremos defendiendo la dignidad de los pueblos frente a la arrogancia de los imperios.



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Oscar Bravo

Un venezolano antiimperialista. Politólogo.

 bravisimo929@gmail.com      @bravisimo929

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