Sobre reptiles y reptantes

Sabemos que el dominio absoluto que ejerce el imperio estadounidense sobre este desafortunado planeta que lo sufre desde hace ya dos siglos, se nutre de sus enormes poderes: económico, político, financiero, mediático y sobre todo militar. Creo que no existe duda sobre eso y tampoco sobre el peso que ejerce el cotidiano dominio cultural que ha logrado imponerle prácticamente a casi todo el mundo.

Pero hay algo que quiero aclarar: qué relación existe entre el poder mundial de ese imperio y lo que conocemos o creemos saber sobre la conducta de algunos animales, que es la que vemos a diario como comportamiento inmodificable de importantes seres humanos no estadounidenses en lo tocante a la estrecha relación que mantienen con el imperio y sus órganos de poder.

Para aclararlo debo hacer un largo giro y decir algo sobre los animales, en especial de varios de ellos. Desde tiempos remotos los humanos se han considerado seres únicos, distintos y superiores a los animales. Y aunque la ciencia moderna ha reducido seriamente el peso de esa fantasía, la idea de esa superioridad y distinción radical sigue siendo creencia de las grandes mayorías. Y no siempre por ignorancia, sino porque a todos complace y porque desde muy temprano las religiones les hicieron creer eso.

Pero los humanos, para sentirse superiores, no solían ni suelen compararse seriamente a sí mismos con dioses sino con animales. Las sociedades antiguas, politeístas, creían en dioses y diosas de forma y comportamiento humanos, pero en ellas los hombres solo calificaban para héroes o semidioses, que nunca fueron muchos. Aunque luego los romanos decidieron deificar sus emperadores al morir. Varias grandes religiones deificaron a hombres, por lo general de existencias confusas o dudosas, como Buda y Jesús. Pero, repito, los humanos de antes y de ahora solo se compararon y se comparan unos a otros con animales.

Nuestro conocimiento de los animales reales nos lo ha dado la moderna zoología. Pero nuestra visión de los animales, que viene de muy lejos, sigue estando dominada por mitos y fantasías, a menudo religiosas. Y sus mejores y más difundidas expresiones las hallamos en los Fisiólogos y Bestiarios antiguos y medievales. En ellos, mezclando animales reales y míticos, se los divide grosso modo en dos clases: buenos, que debemos imitar y con los que la comparación nos halaga, y malos, que debemos rechazar y con los que la comparación nos ofende. Daré un solo ejemplo. El primero de los buenos es el león, rey de los animales, descrito como un noble caballero medieval. Combate con valor, perdona al enemigo herido o que se rinde y jamás ataca a las mujeres. Pero el león verdadero es muy distinto: duerme casi todo el tiempo, la que caza las presas es la leona; entonces él despierta, aparta a la leona a mordiscos, se come la mejor carne y se echa de nuevo a dormir. ¡Vaya noble caballero!

De modo que al compararnos con leones debemos pensar que se nos llama así por el león del bestiario y no por el verdadero. Así tenemos al León de Damasco, a Ricardo Corazón de León, o a Babur el Tigre. Pero en cambio nadie soporta que se lo compare con un burro, con una rata o una cucaracha. La rata y la cucaracha no tienen defensa válida posible, pero el pobre burro, humilde y trabajador, al menos lo tiene grande (lo que podría ser un piropo inevitable), y hasta la repugnante cucaracha sabe al menos morir con dignidad, siempre boca arriba y de cara al sol.

Pero los animales con los que comparo la conducta de algunos hombres poderosos, que no son estadounidenses, en su relación usual con el gobierno de Estados Unidos, son los reptiles, especialmente los ofidios. Y no me refiero plenamente a ellos sino solo a algunos y a varios de sus rasgos. Me refiero solo a culebras inofensivas carentes de veneno y agresividad, y solo a su carácter de animales que por tener cuerpos tubulares y carecer de patas no pueden para moverse hacer otra cosa que reptar. Y si hablo de hombres poderosos no es de pobres o mendigos ya quebrados. Es de personajes que en sus países son altos funcionarios: presidentes, ministros, jefes de gobierno, o miembros de organismos internacionales en los que su conducta indigna y servil es la misma que asumen de ordinario sus gobiernos.

Por eso añado una neta distinción entre ambos, porque los ofidios reales lo son por no poder ser otra cosa y ni siquiera imaginarlo, pues carecen de imaginación. Mientras ocurre que los hombres de que hablo son seres humanos, bípedos, con cerebro humano, salud, y capacidad plena para decidir qué quieren ser, si humanos o reptiles, y en qué momento desean ser una cosa o la otra; esto es, con quiénes, como ocurre con sus súbditos, se comportan como humanos (a menudo en forma grosera) y ante quiénes, como ocurre con los representantes del imperio, voluntariamente reptan siempre, porque ante ellos se sienten seres reptantes. Esto es, que por propia decisión y libre voluntad se arrastran por el suelo como dóciles culebras inofensivas y sin colmillos para recibir órdenes de los personajes imperiales que, en cambio, en plenitud de sus despóticas y arrogantes figuras humanas, como encarnación del poder imperial yankee, se yerguen rígidos y verticales frente a ellos.

¿Y qué tal si mencionamos a algunos? Veamos: Gran Bretaña, siempre servil a su ex colonia. Europa toda, dócil protectorado yankee. Todos sus gobiernos, obedientes a Estados Unidos, apoyan a una Ucrania nazi, votan incluso contra sus intereses cumpliendo órdenes de atacar a Rusia y a China, se dejaron imponer la ruptura gringa del tratado con Irán y están cerca de parar el Nord Stream 2 para comprarle gas de esquisto más caro al amo. Borrell es de un servilismo nauseabundo, como la OTAN, en la que el amo, por medio del siervo Stoltenberg, hace que todos los miembros europeos firmen sin leerla una instrucción escrita que les manda el jefe militar yankee. En el mundo árabe: Jordania, Arabia saudita, Catar, los Emiratos. En América Latina, patio trasero con las ya usuales excepciones que resisten, como Cuba y Venezuela, o que se adaptan, como México y Argentina. La OEA exhala su fetidez usual, potenciada por la del reptante Almagro. En Asia, Australia, Nueva Zelanda y Japón, esperan siempre órdenes yankees. En fin, un triste panorama en el que el imperio, jefe de orquesta, batuta en mano, hace una seña y la gran mayoría de la mal llamada "comunidad internacional" repta.

Esta es la relación de la que quería hablar, mostrando la enorme importancia que tiene el ejercicio servil de ese indigno reptilismo en el dominio imperial de Estados Unidos. Creo no solo que es una de las claves de su poder sobre el planeta, sino que quizá sea más importante que las que mencioné al comienzo. Porque ese imperio criminal ha puesto a reptar a la mayoría aplastante de gobiernos del mundo y de sus organismos internacionales, logrando incluso que esos gobiernos y organismos, para apoyarlo, decidan hacer lo que este les ordena, esto es, votar cada vez en contra de sus propios intereses.

Es difícil calcular el peso de esta enorme fuerza, de estos gruesos pilares nutridos de miseria y reptilismo que sostienen a ese imperio. Y habría que imaginar lo que pasaría el día, lejano mas no imposible, en que estos países sometidos y humillados, representados ya no más por cobardes reptantes sino por humanos dignos, no solo griten con firmeza ¡Basta! a los criminales que representan a ese imperio, sino que hayan descubierto al fin que la única forma de que valga ese ¡Basta! es que lo griten unidos, todos juntos. Solo así será posible reducir a ese podrido imperio a su mezquino tamaño y empezar a construir juntos y con planes concretos y perfectibles un mundo distinto a la fétida cloaca en la que hasta ahora lo tiene convertido.

Tomado del diario Últimas Noticias.



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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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