El imperialismo norteamericano sí existe

Una cosa es la dialéctica, creer que el debate abierto entre ideas diversas y hasta antagónicas, nos puede acercar a la verdad; y otra, la erística, esa maña (aunque Schopenhauer la llamó “arte”) de tratar de ganar como sea las discusiones, recurriendo a falacias, malacrianzas, maniobras distractoras, cambios de tema, gritos y manipulaciones. La primera, puede profundizar el pensamiento; la segunda, lo ofusca, lo conduce a justificar lo injustificable sólo por no darle la razón al contrario, para negarlo, para despreciar su opinión. Por eso hay que distinguir entre el crítico y el descontento, por una parte, y el falaz, el que llevado por su rabia, se “cae a pasiones” y llega a razonamientos perversos.

A raíz del reciente incidente de la negativa de permiso de sobrevuelo del avión presidencial venezolano sobre Puerto Rico, hubo actitudes realmente lamentables que, o bien trivializaban o reducían la relevancia del hecho, o bien hasta justificaban la evidente provocación por parte del gobierno norteamericano, con antecedentes en la falta de respeto al presidente boliviano, Evo Morales, y la reiteración de la actitud de considerar a América Latina como “patio trasero” de los EEUU. Allí se evidenció que la oposición a rajatabla, lleva a posiciones vendepatria. Lo peor es que no se dan cuenta. Están tan concentrados en su rollo de papel toilet, que ya no tienen en su campo visual a la patria.

Hace unos quince años, se leyó mucho en los predios universitarios un libro muy entretenido, hábilmente escrito, cuyo autor era un chileno residenciado en Alemania: Fernando Mires. El texto, “La revolución que nadie soñó”, tenía la ventaja de explicar con facilidad ciertos cambios importantes que, a todo nivel, por allá por los años 90, desorientaban a muchos. Era más o menos lo mismo que Rigoberto Lanz llamaba “postmodernidad”, aunque Rigo lo hacía con muchas más provocaciones, ácido y profundidad. Se trataba de la percepción en conjunto de hechos como el surgimiento de una visión no positivista de la ciencia, la emergencia del feminismo, la microelectrónica, el derrumbe del llamado “socialismo real”, etc. La impresión que se quería dar era que estábamos en una nueva época y, como idea secundaria y subrepticia, que la noción misma de “revolución” había perdido vigencia gracias a esas transformaciones tan profundas. Luego vinieron otros libros de Mires, igual de hábiles, hay que reconocerlo. Pero hace unos años, publicó un artículo que tuvo mucho éxito en ciertos círculos intelectuales de derecha en América Latina, titulado “El imperialismo norteamericano no existe”.

Desde el título se notaba que se trataba de una provocación, de esas que a veces hacen algunos escritores de derecha para mofarse de las tradiciones de la izquierda. Lo leímos con una mezcla de decepción y asombro. Una de las cosas que más me impresionaron era que el propio Mires era un exiliado chileno, escapado de las atrocidades de Pinochet. Incluso se autodefinía como “de izquierda”. Aun así, el escritor llegaba en su artículo a justificar el golpe del 11 de septiembre de 1973.

El razonamiento era asombroso. Un encadenamiento de falacias. Empezaba afirmando que los imperios se definían por la ocupación militar y política de territorios, por lo que los últimos imperios habían sido el ruso y el británico. De esa definición, deducía que EEUU nunca había sido un imperio (¿y Puerto Rico? ¿Y los territorios que arrebató a México?); mientras que la URSS sí, por su ocupación de varias naciones centro-europeas. En cuanto al “imperialismo”, aparte de repetir la anécdota, supuestamente degradante, de que Lenin se había apoyado en teóricos anteriores a él para acuñar la expresión (como si eso no lo hiciera cualquier teórico), sostenía que una nación democrática no podía ser imperialista, por ¡la oposición de la opinión pública! ¿Ingenuidad o búsqueda de argumentos falaces?

Lo peor venía después, como premisa de su justificación de Pinochet. La expresión “imperialismo norteamericano” era sólo una “invención” de Stalin, para identificar el enemigo que le quedaba al gran imperio soviético en su política expansiva. EEUU lo único que hizo, durante todas las décadas de la Guerra Fría, fue hacerle la “contención” a la agresividad soviética. Había muerto Stalin, pero su gran imperio siguió metiéndose en todas las partes y allí la única fuerza que podía hacerle contrapeso era la “democracia norteamericana”. Ese agresivo imperialismo soviético sólo logró ser contenido cuando se derrumbó. Al desaparecer la URSS y su imperio, se evidenciaba la verdad de que el imperialismo norteamericano nunca había existido. Había sido solamente una invención soviética.

Seguramente Mires, ante las actitudes provocadoras y arrogantes del gobierno norteamericano hacia América Latina (por ejemplo, la postura ante las denuncias de espionaje por parte del gobierno brasileño, para no insistir en los casos Evo y Maduro), razonará que no es para tanto. Que se trata de una circunstancia fortuita que los gobiernos nacionalistas de estos lares aprovechan para intensificar la propaganda de sus “regímenes”. Que no existe el imperialismo norteamericano. Que la falla estuvo en la incompetencia de un funcionario venezolano que no introdujo a tiempo la solicitud. Que esa incompetencia es la misma que muestra un régimen que está llevando a Venezuela al desastre…y por ahí se irá.

Claro: entre la Patria y el papel toilet, la opción está clarita.



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Jesús Puerta


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