Bush evangelizador

Para muchos, e incluso para todos, orar es un mecanismo psicológico válido para soportar el dolor, físico o moral, experimentado por el hombre durante su existencia. No es un privilegio de los creyentes en una divinidad o divinidades. Es un recurso –sublimación - para adormecer la pena, que puede ser público, a fin de estimular el ánimo para continuar la vida. Su uso manifiesto es propio de hombres con influencia social. Personajes que han alcanzado la simpatía y el respeto de sus congéneres por su vida ejemplar, o por su oficio clerical. No es propio para quienes ejercen el poder. Para estos, lo adecuado es arengar. De modo que sorprendió ver, la semana pasada, a George W. Bush, supuestamente el hombre más poderoso de la tierra, conducir un oficio ecuménico de oración en la Catedral Nacional de Washington, dirigido a las víctimas de la catástrofe del huracán “Katrina”, y en general, al pueblo estadounidense. Ello fue extraño, porque en este momento él no es un hombre influyente en su pueblo (59% de rechazo). Y lo es más, porque su acción no responde a las expectativas de su nación, y del mundo en general. Ellas aspiran ver una acción eficaz para resolver los problemas humanos y sociales producidos por el siniestro y los económicos y geopolíticos implícitos en la inutilización de un espacio vital para la producción y el comercio.

En estas circunstancias, la arenga era lo imperativo. La convocatoria a la comunidad para la acción solidaria con sus conciudadanos, victimas de la desgracia, y con el Estado, perjudicado en sus capacidades. Pero la invitación a la acción colectiva es un anatema para el credo neoliberal. Sólo la acción privada – que favorece al sector capital – es bienvenida. De modo que el dolor colectivo debe sublimarse, esperando que la misericordia divina o del destino, se apiade de los infelices. Es un modo de adormecer a su pueblo, manteniéndolo pasivo, mientras traslada los recursos para la reconstrucción a las empresas privadas que se lucraran con este nuevo negocio. Se mantiene la reproducción del capital por la demanda originada en la destrucción. Al igual que ocurre con el uso del terrorismo bélico. Pero, esa restauración no recuperará jamás el espíritu de Nueva Orleáns, cuna del jazz y la cocina “cróele”. Es poco probable que la reproducción de un Disney World, que virtualice el ambiente afrancesado, con su enorme carga de cultura africana, pueda suplir el alma de esa población negra y mestiza que inspiró el “ragtime”, el “swing”, el “bop”, el “blue”, y tantas modalidades de esta expresión cultural sincrética universalizada, cuya capital espiritual era esa ciudad construida en la desembocadura del Missisipi. Pero es poco probable que a Bush, y a los miembros del complejo industrial-militar, les sensibilice la memoria de un Louis Armstrong, un Paul Whiteman, o una Bessie Smith, y busquen estimular el esfuerzo colectivo de esas comunidades negras, para que con sus manos y creatividad reproduzcan el alma de esa ciudad.


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Alberto Müller Rojas


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