El problema de la necesidad y la contingencia

Futuro y Colapso

A poster of a city with a person and a river

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1. Necesidad y Contingencia del Colapso

 

I. ¿Qué es el “colapso global” y por qué es plausible en el siglo XXI?

El término colapso global suele evocar imágenes de catástrofes repentinas o de un apocalipsis inminente. Sin embargo, en un sentido analítico y científico, no se refiere a una destrucción súbita del mundo, sino a un proceso de degradación prolongada y acelerada de la complejidad social, económica y ecológica del sistema mundial. El colapso, entendido desde esta perspectiva, es una transición de fase civilizatoria: un paso desde un orden altamente complejo, interconectado y energéticamente costoso, hacia estructuras más simples, fragmentadas y menos capaces de sostener a la población, la producción y la organización política en sus formas actuales.

Históricamente, la mayoría de las civilizaciones han atravesado procesos de colapso, pero el caso contemporáneo posee una novedad decisiva: la escala global y la interdependencia total de la sociedad humana. Por primera vez en la historia, los mecanismos que sostienen la vida cotidiana —energía, alimentos, transporte, comunicaciones, finanzas— dependen de una infraestructura planetaria unificada. Esa integración, que fue el fundamento del crecimiento y la prosperidad del siglo XX, se convierte ahora en el principal vector de fragilidad. Cualquier perturbación localizada —energética, climática o sanitaria— se propaga a velocidad de red, amplificándose por los circuitos del comercio, la tecnología y las finanzas.

Desde un punto de vista operativo, podemos definir el colapso global como una pérdida rápida (en una o dos generaciones) y sustancial de la complejidad socioeconómica, expresada a través de un conjunto correlacionado de síntomas o indicadores que exceden umbrales críticos:

  • Demografía y salud: caídas sostenidas en la esperanza de vida global; incremento de la mortalidad infantil y de las enfermedades asociadas al calor, la contaminación y la inseguridad alimentaria; reaparición de epidemias y hambrunas regionales.

  • Producción material: contracción del PIB real per cápita y del comercio internacional; descenso prolongado de los rendimientos agrícolas; interrupciones crónicas en las cadenas de suministro y encarecimiento generalizado de bienes esenciales.

  • Energía: descenso del EROI (retorno energético sobre inversión energética) de la canasta global y, con ello, de la energía neta disponible per cápita; dificultades crecientes para sostener infraestructuras de alta densidad energética.

  • Agua: estrés hídrico estructural que afecta al 40% o más de la población mundial; agotamiento de acuíferos; desertificación y conflictos por cuencas transfronterizas.

  • Ecosistemas: pérdida acelerada de biodiversidad, colapso de pesquerías, incendios masivos, deforestación de selvas tropicales, degradación irreversible de suelos agrícolas.

  • Infraestructura crítica: fallos simultáneos o encadenados en redes eléctricas, sanitarias y digitales; obsolescencia de infraestructuras de mantenimiento costoso; imposibilidad de reposición de materiales clave.

  • Gobernanza: erosión de los estados y sus instituciones; fragmentación de la autoridad política; militarización de fronteras; guerras por recursos; migraciones forzadas que superan los cientos o miles de millones de personas.

Estos fenómenos no son proyecciones hipotéticas, sino tendencias ya observables que, de continuar o acelerarse, configuran una trayectoria de pérdida de complejidad global. El colapso, en este sentido, no sería una crisis puntual, sino una reconfiguración histórica del sistema-mundo hacia formas más simples, desiguales y posiblemente irreversibles.

¿Por qué es plausible durante el siglo XXI?

Porque los principales vectores que sostienen la civilización moderna muestran una tendencia convergente hacia el límite. Los vectores biofísicos —calentamiento global, agotamiento de recursos hídricos, erosión de suelos, pérdida de biodiversidad— interactúan con los vectores energéticos, especialmente el agotamiento del petróleo convencional y la baja tasa de retorno de las energías renovables cuando se consideran sus requerimientos materiales. A su vez, estos procesos se entrelazan con vectores sistémicos: crisis financieras cíclicas, guerras comerciales, fragmentación geopolítica, fragilidad de las cadenas logísticas y dependencia tecnológica de infraestructuras altamente centralizadas.

El resultado es un fenómeno de sincronización de crisis: lo que antes eran tensiones localizadas ahora se superpone en tiempo y espacio. Una sequía prolongada puede afectar simultáneamente a la producción alimentaria, al suministro eléctrico y a la estabilidad política; una pandemia puede colapsar las redes de transporte y el comercio global; un shock energético puede desestabilizar el sistema financiero. En un mundo donde todo está conectado, la interdependencia multiplica la velocidad de contagio de las disfunciones y elimina o reduce gravemente la capacidad de amortiguamiento.

En suma, el colapso global es plausible no por fatalismo, sino porque las tendencias observadas en los ámbitos climático, energético y socioeconómico apuntan hacia un punto de inflexión histórico: la imposibilidad de mantener la expansión material indefinida dentro de los límites termodinámicos y ecológicos del planeta. El siglo XXI se perfila así como la centuria del reajuste forzoso entre la humanidad y su base biofísica —un reajuste que puede adoptar formas graduales o abruptas, pero que en todos los casos supondrá el fin del mundo moderno tal como lo hemos conocido.

 

II. Necesidad y contingencia

La metodología del “triángulo”

Todo análisis riguroso del colapso global requiere distinguir entre lo necesario y lo contingente, es decir, entre lo que en la estructura del sistema-mundo es resultado de leyes materiales objetivas y lo que depende de las decisiones humanas, de las correlaciones de fuerza y de los márgenes aún abiertos por la historia. Esta distinción no es un ejercicio teórico menor: constituye el fundamento metodológico para evitar tanto el fatalismo apocalíptico como el voluntarismo ingenuo.

En términos generales, podemos definir:

  • Necesidad como la tendencia estructural impuesta por los límites biofísicos del planeta. Es la resultante termodinámica y ecológica del modo de producción industrial, de su dependencia de la energía fósil y de la sobreexplotación de los ecosistemas. A medida que el sistema económico global continúa ampliando su consumo de energía y materiales en un planeta finito, la degradación de la complejidad se vuelve cada vez más inevitable: los recursos se agotan, la entropía aumenta y los márgenes de resiliencia se reducen.

  • Contingencia, en cambio, designa el espacio de variación histórica dentro de esa tendencia: la suma de decisiones, innovaciones, luchas sociales y choques imprevistos que pueden modificar —aunque no abolir— el rumbo general del proceso. La historia no es un reloj, sino un campo de bifurcaciones. La humanidad no puede elegir si existirán o no límites ecológicos, pero sí puede elegir cómo enfrentarlos y en qué condiciones los experimentará.

Para representar gráficamente esta relación, podemos imaginar lo que denominaremos el triángulo de la variabilidad decreciente. En este modelo conceptual, nuestro triángulo se orienta hacia la derecha: su base ancha a la izquierda simboliza la máxima contingencia —el mayor margen de acción y variación histórica posible—, mientras que su cúspide angosta a la derecha representa el punto donde la historia se estrecha bajo la presión de las condiciones materiales. En el caso del calentamiento global, por ejemplo, cada escalón o peldaño de este triángulo se correspondería con uno de los escenarios térmicos proyectados por los modelos climáticos para este siglo:

  • +2 °C: todavía existe una ventana amplia de modulaciones. El sistema climático y socioeconómico conserva cierto margen para la adaptación; los efectos, aunque severos, siguen siendo regionalmente diferenciados. En este rango aún es posible una reorganización deliberada de la civilización —algo similar a una “transición energética justa”, una reducción planificada de la escala económica, o incluso un proceso de transformación socialista ecológica—.

  • +3 °C: la ventana de contingencia se estrecha considerablemente. Los eventos compuestos (sequías + incendios + crisis alimentarias) se vuelven simultáneos y recurrentes. Las sociedades entran en una dinámica de estrés estructural catastrófico donde las instituciones pierden capacidad de respuesta. Surgen “atractores colapsistas”: estados autoritarios, guerras por recursos, migraciones masivas, fragmentación regional. Las posibilidades de un control político coordinado del proceso se reducen drásticamente.

  • +4 °C (o más): el sistema entra en una zona casi determinista de colapso. Los bucles de retroalimentación (deshielo del permafrost, pérdida del albedo ártico, alteración de monzones, incendios boreales) empujan el planeta hacia un estado climático y ecológico radicalmente distinto. En este umbral, la mayoría de los sistemas sociales pierden capacidad adaptativa: los procesos históricos se subordinan a los termodinámicos. El colapso deja de ser una posibilidad para convertirse en un desenlace físico inevitable.

La idea clave que subyace a este modelo es que la necesidad del colapso aumenta a medida que los forzamientos biofísicos se agravan, mientras que la contingencia disminuye, reduciendo la banda de futuros posibles. En otras palabras, la libertad histórica —entendida como capacidad colectiva de orientar el rumbo del sistema— no desaparece de un día para otro: se estrecha progresivamente, como un pasillo que se angosta hasta volverse impasable.

Esta metodología interpretativa del triángulo nos permite, por tanto, pensar el colapso no como un punto fijo en el tiempo, sino como una trayectoria probabilística donde cada incremento del calentamiento global, de la escasez energética o de la degradación ecológica reduce las alternativas históricas. Cuanto más se acerque el planeta a los límites termodinámicos, más dominado estará el proceso por leyes físicas y menos por decisiones políticas.

Así, el problema central del siglo XXI no es si habrá o no colapso —pues su probabilidad estructural crece con cada década—, sino qué forma adoptará y cuánto margen de maniobra conservará la humanidad antes de que la necesidad material absorba por completo la contingencia histórica. Esto al menos en la forma (moderna) en que este término es entendido hoy.

-Tabla 1. El Triángulo de la Variabilidad Decreciente: relación entre temperatura global y libertad histórica (siglo XXI)

 

-Ver Tabla y Gráficos 1 y 2 en versión online:

https://www.scribd.com/document/935794783/Futuro-y-Colapso-El-Problema-de-la-Necesidad-y-la-Contingencia

 

La primera de las visualizaciones presentadas más arriba (correlación simple) ilustra de manera lineal la relación inversa entre necesidad colapsista y contingencia histórica. A medida que las condiciones materiales se degradan, el campo de bifurcaciones se reduce de forma constante: el margen de elección colectiva se estrecha al ritmo de la entropía. Ahora bien, este tipo de representación intuitiva, aunque útil en tanto herramienta explicativa, simplifica en exceso la dinámica no lineal de los sistemas complejos en colapso.

Por ello, la segunda visualización —basada en una curva logística— permite una comprensión más ajustada de los procesos reales. En esta representación, los márgenes de contingencia se reducen de forma suave al inicio, pero al alcanzar ciertos umbrales críticos (tipping points) el sistema entra en una fase abrupta e irreversible de pérdida de opciones. Finalmente, el sistema se estabiliza en un estado de mínima contingencia: la necesidad colapsista domina.

Este patrón (correlación no lineal) refleja modelos bien establecidos en la biología (transiciones ecológicas irreversibles), la física (transiciones de fase) y la sociología (puntos de no retorno en crisis civilizatorias). El gráfico no muestra un simple deterioro progresivo, sino un proceso de inflexión acelerada, donde cada paso hacia el colapso profundiza el cierre de posibilidades. En este sentido, el segundo gráfico ofrece una representación científica robusta del colapso como trayectoria asimétrica: una vez iniciada la pendiente, revertirla se vuelve no solo improbable, sino estructuralmente inviable.

III. Necesidad y contingencia del colapso de la sociedad industrial

Si el modelo del triángulo de la variabilidad decreciente nos ofrece una herramienta metodológica para pensar el estrechamiento progresivo de la contingencia histórica, su aplicación más inmediata —y urgente— se da en el caso de la sociedad industrial. Ninguna formación social anterior ha alcanzado tal grado de complejidad, interdependencia y poder tecnológico; pero ninguna, tampoco, había dependido de modo tan absoluto de un flujo energético finito y de una base material vulnerable. La civilización moderna, presentada durante dos siglos como sinónimo de progreso ilimitado, es en realidad el experimento histórico más inestable jamás emprendido: un sistema de expansión exponencial apoyado sobre cimientos físicos que no pueden crecer indefinidamente.

La necesidad del colapso, en el caso de la sociedad industrial, deriva de esta contradicción estructural: el crecimiento económico global —motor esencial del capitalismo moderno y la sociedad industrial— exige un aumento continuo de energía, materiales y consumo, mientras el planeta impone límites termodinámicos infranqueables. Desde mediados del siglo XX, la economía mundial ha multiplicado por seis su escala material y energética, pero lo ha hecho a costa de agotar las condiciones mismas de su reproducción. Cada unidad adicional de crecimiento implica hoy un coste ecológico y energético mayor que la anterior: el sistema consume más para sostener cada punto de PIB, y su retorno energético neto —la relación entre energía obtenida y energía invertida— se erosiona de manera sostenida.

De ahí que, por más avanzada que parezca la tecnología, la estructura profunda del metabolismo industrial sigue siendo “arcaica”: la civilización digital del siglo XXI continúa alimentándose de los mismos combustibles fósiles del siglo XIX. El petróleo, el gas y el carbón —con sus respectivas infraestructuras, subsidios y dependencias geopolíticas— constituyen la base termodinámica de la globalización contemporánea. Las energías “renovables”, aunque en expansión, no sustituyen esa base: apenas se superponen a ella. La aparente sofisticación tecnológica —redes de inteligencia artificial, telecomunicaciones satelitales, biotecnología— oculta una trampa estructural: cuanto más complejas son las capas superiores del sistema, más dependen de un soporte energético fósil que se degrada y encarece. La “sociedad del conocimiento” flota sobre un océano de petróleo.

Este desequilibrio produce lo que podemos llamar una dialéctica de la necesidad creciente: cada intento de resolver los límites internos del sistema genera nuevas dependencias, nuevas fuentes de fragilidad. El mismo progreso técnico que promete escapar del colapso lo acelera. La economía global, organizada bajo la lógica del crecimiento compuesto y del beneficio financiero, transforma cualquier ganancia de eficiencia en expansión adicional del consumo: es la paradoja de Jevons elevada a escala planetaria. En este sentido, la contingencia —la capacidad humana de modificar el rumbo— se reduce porque las propias estructuras materiales del capitalismo tienden a absorber o neutralizar los intentos de corrección.

La trampa tecnológica del presente no consiste sólo en depender de recursos finitos, sino en haber fosilizado el horizonte de la innovación. Las grandes revoluciones energéticas del pasado (carbón, petróleo, electricidad) fueron cambios de orden termodinámico: ampliaron radicalmente el acceso a energía neta. En cambio, las tecnologías contemporáneas —computación, automatización, digitalización— son revoluciones de orden informacional que no modifican sustancialmente la base energética. No existe, en el horizonte visible de las próximas décadas, una fuente nueva capaz de reemplazar al petróleo en densidad energética, portabilidad y escala. Las promesas del hidrógeno, la fusión nuclear o la inteligencia artificial energética permanecen en el terreno de la expectativa más que de la factibilidad industrial.

En consecuencia, el sistema global entra en una fase de osificación tecnológica: su aparato productivo se vuelve cada vez más dependiente de infraestructuras envejecidas, redes eléctricas saturadas y minerales críticos de difícil acceso. Este envejecimiento estructural ocurre, además, en el momento en que la crisis ecológica multiplica sus presiones: pérdida de suelos fértiles, contaminación del agua, erosión de la biodiversidad, aumento de la frecuencia de eventos extremos. Todo intento de sostener el crecimiento choca con un costo ecológico y energético creciente; todo intento de mitigarlo choca con la inercia del sistema económico.

La contingencia histórica, sin embargo, no desaparece del todo. Existen todavía márgenes de acción —aunque cada vez más estrechos— que pueden modular el ritmo y la forma del descenso. La reorganización energética, la reducción deliberada del consumo material, la transición agroecológica o la cooperación internacional son expresiones posibles de esa contingencia. Pero esas estrategias se enfrentan a una estructura global cuya lógica es contraria: la expansión del crédito, la competencia geopolítica y la desigualdad social impulsan a los estados a acelerar el crecimiento, no a frenarlo. En otras palabras, la contingencia histórica actual no actúa como fuerza liberadora, sino como tensión entre racionalidades incompatibles: la racionalidad termodinámica del planeta y la racionalidad acumulativa del capital y el industrialismo.

Por eso, la dialéctica necesidad–contingencia adquiere en el caso de la sociedad industrial un carácter trágico. La humanidad conserva la capacidad técnica para transformar su modo de existencia, pero carece de la estructura política y económica para hacerlo sin precipitar el caos. La historia, empujada por la entropía, se desliza hacia el vértice del triángulo: cada década de inacción reduce el espacio de bifurcación y convierte en determinismo lo que antes era posibilidad. No se trata de un destino escrito, sino de un campo de probabilidades que se cierra a medida que los forzamientos físicos aumentan.

En síntesis, la sociedad industrial encarna el momento en que la contingencia humana alcanza su máximo poder técnico justo cuando su base material alcanza su límite físico. Es la paradoja fundamental del siglo XXI: el sistema más complejo y autónomo jamás construido se vuelve, simultáneamente, el más dependiente de su entorno natural. Y esa contradicción —la imposibilidad de mantener una expansión infinita en un planeta finito— define la necesidad colapsista que domina nuestro tiempo.

2. Vectores y Rangos del Colapso

IV. Escenarios de colapso: vectores, umbrales y acoplamientos

Si el colapso global constituye una posibilidad estructural del siglo XXI, comprender sus trayectorias exige una metodología que permita conectar lo físico con lo histórico, lo energético con lo social. No se trata de un ejercicio de futurología, sino de construir un marco analítico coherente, donde los factores materiales que sostienen la civilización industrial puedan ser evaluados como un sistema de interdependencias. En este sentido, cada crisis —climática, energética, alimentaria, política— debe entenderse no como un hecho aislado, sino como el resultado de un conjunto de vectores acoplados que evolucionan conjuntamente y cuyos umbrales definen la estabilidad o el colapso del conjunto.

1. Los vectores principales del colapso

Podemos identificar al menos diez grandes ejes de vulnerabilidad, que abarcan tanto dimensiones biofísicas como institucionales:

-Clima, que actúa como fuerza de fondo modulando todos los demás procesos: la temperatura media, los extremos meteorológicos, la humedad del suelo o el ascenso del nivel del mar.

-Energía, medida no sólo por la cantidad disponible, sino por su retorno energético neto (EROI), es decir, la proporción entre la energía que obtenemos y la que debemos invertir para conseguirla. A medida que esta relación disminuye, la complejidad social se vuelve más difícil de sostener.

-Agua, cada vez más sujeta a estrés hídrico crónico y a la pérdida de acuíferos o caudales glaciares.

-Alimentos, cuyo rendimiento depende de climas estables, fertilizantes fósiles y suelos vivos; todos ellos hoy en declive.

-Biodiversidad y servicios ecosistémicos, que proveen funciones críticas como la polinización o la regulación del clima local.

-Salud, amenazada por olas de calor húmedo, expansión de vectores tropicales y nuevas zoonosis.

-Infraestructura crítica, cuya resiliencia disminuye ante eventos extremos y cortes eléctricos recurrentes.

-Economía y finanzas, donde el endeudamiento creciente y el riesgo climático amenazan la estabilidad de los mercados globales.

-Gobernanza y conflicto, expresión política de la crisis material: guerras por agua, energía o migraciones súpermasivas, junto con un auge de tendencias autoritarias.

-Movilidad humana, el rostro social de la desestabilización: desplazamientos climáticos que reconfigurarán regiones enteras.

Cada uno de estos vectores puede soportar tensiones dentro de ciertos márgenes, pero su interdependencia genera una red de causalidades cruzadas que multiplica la fragilidad del sistema global. El colapso no es tanto la caída de un vector aislado como la sincronización de fallas en múltiples escalas.

2. Umbrales y zonas críticas

Para analizar estas dinámicas es necesario definir umbrales medibles, que actúan como fronteras entre estabilidad y disrupción. Por ejemplo:

  • Cuando las temperaturas húmedas superan los 35 °C WBGT, el cuerpo humano pierde su capacidad de enfriarse, estableciendo un límite fisiológico de habitabilidad.

  • Cuando el EROI promedio de una civilización desciende por debajo de un valor crítico —en torno a 5 unidades de energía obtenida por cada unidad invertida—, mantener redes eléctricas, transporte global o sistemas sanitarios se vuelve crecientemente inviable.

  • Cuando los rendimientos agrícolas caen más de un 10 % de manera sostenida, se desencadenan efectos en cadena sobre la alimentación, la salud y la estabilidad política.

  • Cuando más del 40 % de la población mundial vive bajo racionamiento de agua, la gobernabilidad se erosiona de forma estructural.

Estos umbrales no deben entenderse como cifras absolutas, sino como parámetros heurísticos, es decir, valores orientativos construidos a partir del conocimiento actual y de la observación histórica de sistemas complejos. Su carácter es plausible pero arbitrario: podrían ser más bajos o más altos según la evolución tecnológica, demográfica y ecológica. El verdadero interés no radica en el número exacto, sino en la dinámica que describen —la progresiva reducción del margen de resiliencia y la convergencia de múltiples procesos hacia zonas críticas compartidas.

Estos umbrales no son fronteras rígidas, sino zonas de transición: a medida que más vectores se aproximan simultáneamente a sus límites, el margen de maniobra colectiva se reduce de manera no lineal.

El sistema puede tolerar tensiones localizadas, pero cuando varios factores alcanzan su punto crítico, se produce una transición de fase: la complejidad se derrumba abruptamente.

3. Dinámicas de acoplamiento

Los vectores anteriores no evolucionan de forma independiente. La caída del retorno energético, por ejemplo, limita la capacidad de bombear y desalinizar agua, lo que reduce los rendimientos agrícolas y genera crisis alimentarias. Estas, a su vez, alimentan inestabilidad política y flujos migratorios, que impactan sobre la gobernanza y las economías regionales.
Este encadenamiento —lo que la teoría de sistemas denomina acoplamiento no lineal— es la clave de la dinámica colapsista: el sistema global se vuelve sensible a pequeñas perturbaciones que, en condiciones normales, serían absorbibles.

4. Indicadores de alerta temprana

La observación de los indicadores de alerta temprana permite anticipar si el sistema terrestre se aproxima a umbrales de irreversibilidad. Estos no son signos aislados, sino manifestaciones concretas de los diez vectores descritos anteriormente:

  • Clima: el debilitamiento de la circulación termohalina del Atlántico (AMOC) o la pérdida del albedo ártico constituyen señales inequívocas de que el equilibrio energético del planeta se está desplazando hacia nuevos estados climáticos.

  • Energía: el descenso sostenido del retorno energético (EROI), tanto en combustibles fósiles como en renovables, indica la erosión estructural de la base termodinámica que sustenta la civilización industrial.

  • Agua: la reducción acelerada de caudales glaciares y monzónicos, junto con el agotamiento de acuíferos en Asia y América, marca el límite de disponibilidad de agua dulce para miles de millones de personas.

  • Alimentos: las fallas simultáneas de cosechas en regiones productoras clave —por ejemplo, sequías concurrentes en China, India y Estados Unidos— anticipan un riesgo de inseguridad alimentaria sistémica.

  • Biodiversidad: la “savanización” de la Amazonía, la muerte masiva de bosques boreales o el colapso de los arrecifes tropicales son puntos de no retorno en los servicios ecosistémicos globales.

  • Salud: el avance de zoonosis vinculadas a la deforestación (como el Ébola o nuevos coronavirus) y la expansión de vectores tropicales a latitudes templadas muestran la interconexión entre colapso ecológico y sanitario.

  • Infraestructura: los apagones eléctricos masivos, las interrupciones digitales prolongadas o la incapacidad de reconstruir tras desastres múltiples indican el agotamiento del margen tecnológico.

  • Economía y finanzas: la incapacidad creciente de aseguradoras y estados para cubrir pérdidas por desastres, junto con crisis de deuda soberana ligadas al clima, revela la vulnerabilidad sistémica del capital global.

  • Gobernanza y conflicto: la militarización de la gestión del agua, los conflictos por energía o la descomposición de estados ante crisis migratorias son manifestaciones políticas del colapso material.

  • Movilidad humana: la transición desde migraciones episódicas a corrientes permanentes y masivas marca el umbral en que las sociedades receptoras colapsan institucionalmente o redefinen su identidad política bajo formas autoritarias.

Estos indicadores no deben leerse como predicciones, sino como síntomas del estrechamiento de la contingencia histórica: señales de que la capacidad del sistema para autorregularse se aproxima a sus límites.

5. Un marco dinámico de evaluación

Finalmente, más que un modelo cerrado, esta metodología propone una matriz dinámica que permita observar la interacción entre los distintos vectores y sus umbrales críticos a lo largo del tiempo. La comparación de su evolución por décadas permite trazar una “curva de riesgo sistémico”, una medida indirecta de la proximidad al colapso.
El objetivo no es fijar una fecha o escenario, sino delimitar el campo de posibilidades históricas: un espacio que se estrecha progresivamente a medida que las presiones termodinámicas, ecológicas y sociales se intensifican.

En suma, esta metodología no busca predecir un único desenlace, sino describir cómo la interdependencia entre energía, clima, agua, alimentos y gobernanza reduce el margen de maniobra de la civilización industrial. Cada grado de calentamiento, cada punto menos en el retorno energético, cada pérdida porcentual de suelos fértiles, constituye un paso más hacia la región superior del triángulo de la necesidad histórica discutido anteriormente (sección 1): aquella donde la historia cede ante la termodinámica.

-Tabla 2. Vectores sistémicos, indicadores de alerta temprana e impactos estructurales.

-Ver Tabla en versión online:

https://www.scribd.com/document/935794783/Futuro-y-Colapso-El-Problema-de-la-Necesidad-y-la-Contingencia

V. Rango más probable de severidad de los factores de colapso (siglo XXI)

Si en las secciones anteriores hemos delimitado el concepto de colapso global y su relación con la reducción progresiva de la contingencia histórica, ahora podemos situar el escenario dentro del cual estas dinámicas resultan plausibles. Toda reflexión sobre el futuro necesita un marco físico y energético, un horizonte de condiciones materiales que definen lo posible. En este sentido, el rango de entre +2 °C y +4 °C de calentamiento global medio hacia el año 2100 constituye el escenario más prudente —y a la vez uno de los más inquietantes— para pensar el siglo XXI.

Escenario de un calentamiento global hacia finales de este siglo entre +2 °C y +4 °C —respaldado hoy por múltiples modelos climáticos del IPCC (AR6, 2021–2023)— que no debe entenderse al modo de una proyección lineal, sino como un abanico dinámico de trayectorias ecosistémicas e históricas. Estas últimas potencialmente influenciadas por una serie de retroalimentaciones positivas —o feedback loops— del sistema terrestre y por fuertes asimetrías regionales y temporales que podrían amplificar sus impactos mucho más allá de lo esperado.

Este rango no constituye una cifra arbitraria ni una especulación catastrofista. Es el resultado convergente de los principales modelos climáticos contemporáneos que advierten que, incluso bajo políticas de mitigación agresivas, la temperatura media global difícilmente permanecerá por debajo de los dos grados. Lo cual representa un nivel de calentamiento terrestre que marca de por sí un cambio de era geológica e histórica.

Umbral de un calentamiento global superior a los dos grados más allá del cual la biosfera pierde su equilibrio actual: los arrecifes de coral desaparecen casi por completo, amplias regiones tropicales se tornan fisiológicamente inhabitables durante parte del año, y la agricultura global entra en un régimen de vulnerabilidad estructural frente a olas de calor y sequías concatenadas. Un escenario de +2 °C que, incluso bajo políticas de mitigación agresivas, implicaría ya una transformación irreversible de ecosistemas y sociedades enteras: como dijimos, pérdida del 90% de los arrecifes de coral, estrés térmico crónico en zonas tropicales y olas de calor que superarán los límites fisiológicos de supervivencia humana varios días al año en regiones densamente pobladas.

A +3 °C, el planeta ingresa en un territorio totalmente inédito para la civilización humana. Las proyecciones de la FAO y de organismos climáticos sugieren aquí una creciente sincronía en las fallas agrícolas —trigo, arroz, maíz, soja—, junto con la desaparición de glaciares que hoy alimentan los grandes ríos de Asia, América y Europa. El agua dulce se convierte en un vector geopolítico tanto como energético, y la migración climática pasa de ser fenómeno a estructura: cientos o miles de millones de desplazados forzados en un sistema político cada vez menos capaz de absorber los impactos.

El umbral de +4 °C representa ya un escenario de dislocación civilizatoria: retroceso del hielo ártico permanente, liberación masiva de metano del permafrost, migraciones forzadas de miles de millones y reestructuración geopolítica global. La variabilidad regional amplifica los contrastes: mientras el Ártico podría calentarse más de 7 °C, el Mediterráneo y Sudamérica podrían sufrir descensos drásticos de humedad, afectando directamente la producción de alimentos y la habitabilidad. Por encima de +4 °C, la historia deja de ser historia y se aproxima a la termodinámica. Las retroalimentaciones del sistema —liberación de metano, pérdida del albedo ártico, debilitamiento de la circulación termohalina— empujan al planeta hacia una dinámica cuasi determinista: el escenario de “determinismo colapsista” del triángulo metodológico anterior. La sociedad mundial ya no regula los flujos de energía; es regulada por ellos.

A esta trayectoria térmica se superponen otros procesos igualmente estructurales. La pérdida del efecto de enfriamiento terrestre por aerosoles industriales, inducida por la sustitución de combustibles fósiles por fuentes menos contaminantes, revelará un calentamiento oculto hasta ahora por la polución. El descenso sostenido del EROI energético —la energía neta obtenida respecto a la invertida— marcará el fin del ciclo de abundancia termodinámica iniciado con el carbón y el petróleo: aunque hoy las renovables se expanden, su capacidad de sostener una civilización industrial globalizada es limitada.

Simultáneamente, los suelos agrícolas se degradan, los acuíferos se agotan, y las infraestructuras críticas (eléctricas, digitales, logísticas) se vuelven cada vez más vulnerables a los eventos extremos. Entre los factores agravantes de esta dinámica se cuentan:

  • Estrés hídrico crónico en los cinturones subtropicales y zonas urbanas megadensas;

  • Degradación de suelos y desertificación de tierras agrícolas;

  • Eventos climáticos compuestos (sequías-olas de calor-incendios simultáneos);

  • Posible debilitamiento o colapso de circulaciones oceánicas, como la AMOC, que alteraría de forma abrupta el clima de Europa y el Atlántico Norte.

En conjunto, estos factores configuran un horizonte físico-energético de decrecimiento forzado, donde el crecimiento económico continuo —base de todas las instituciones modernas— se vuelve inviable.

Esta serie de tendencias no define aún nuestro destino, pero sí el marco dentro del cual la historia puede desplegarse. La humanidad ha agotado el margen de crecimiento y se adentra en una zona de turbulencia estructural, donde cada grado adicional de temperatura implica una pérdida exponencial de estabilidad social y ecológica.

Entre los dos y los cuatro grados, la civilización industrial se enfrenta a la posibilidad real de una transición forzada hacia una nueva forma de organización —no necesariamente más justa ni más racional— bajo condiciones de decrecimiento energético irreversible. Por eso, el rango 2–4 °C no debe ser leído como una mera proyección “técnica”, sino como un campo de necesidad histórica: la frontera térmica dentro de la cual se juega el destino del siglo XXI.

A partir de este punto, los escenarios de colapso que desarrollamos más adelante no representan “especulaciones libres”, sino configuraciones posibles de un mundo donde la base biofísica del metabolismo social se estrecha día tras día.

Adicionalmente, conviene subrayar que el calentamiento global, aunque constituye el vector más visible y mediáticamente reconocido de la fractura planetaria, no agota la complejidad de la crisis ecosistémica y energética del siglo XXI. De hecho, el incremento térmico actúa como eje integrador de múltiples procesos de degradación que se retroalimentan entre sí: el agotamiento de minerales críticos, la erosión de suelos fértiles, la pérdida masiva de biodiversidad, la contaminación química y microplástica, el colapso de pesquerías, la acidificación oceánica, la deforestación acelerada y la crisis energética derivada del declive del rendimiento neto de las fuentes fósiles y de la intermitencia estructural de las renovables. En otras palabras, el calentamiento global es el síntoma térmico de un desajuste metabólico más profundo entre el sistema socioeconómico industrial y los límites biofísicos del planeta.

Por eso, cada grado adicional de temperatura debe leerse como un condensado de múltiples umbrales superpuestos. A +2 °C, no sólo aumenta la frecuencia de olas de calor y sequías: los glaciares andinos y del Himalaya, que alimentan a más de dos mil millones de personas, se habrán reducido a una fracción de su tamaño histórico; el nivel del mar podría elevarse entre 0,5 y 1 metro, anegando deltas y llanuras costeras donde vive el 10 % de la población mundial.

A +3 °C, regiones enteras del sur de Asia, Oriente Medio y África subsahariana podrían alcanzar temperaturas húmedas de 35 °C —el umbral fisiológico de muerte humana por hipertermia, equivalente a 46–50 °C en condiciones secas—, haciendo inhabitables amplias zonas donde hoy viven cientos de millones de personas.

Y a +4 °C, según proyecciones del World Bank y del PNAS, hasta la mitad de la superficie terrestre podría volverse ecológicamente inadecuada para la agricultura intensiva o para la habitabilidad permanente, provocando una reorganización forzosa de la geografía humana. El ascenso del nivel del mar en este escenario —de entre 2 y 3 metros a lo largo del siglo— implicaría la pérdida de grandes ciudades costeras, puertos y polos industriales, generando un efecto dominó sobre la infraestructura mundial.

Estas interacciones demuestran que la gravedad del colapso no puede medirse exclusivamente en grados Celsius, sino en el conjunto de transformaciones sistémicas que cada grado desencadena: energéticas, alimentarias, demográficas, sanitarias, tecnológicas y políticas. A +2 °C ya no estaremos ante una “crisis climática”, sino ante una transición civilizatoria forzada, un punto de inflexión donde el metabolismo energético, la base agrícola y el sistema financiero global comienzan a operar en regímenes de inestabilidad permanente.

Finalmente, es importante precisar que cuando afirmamos que la historia “cede paso a la termodinámica” no queremos decir que la agencia histórica desaparezca, sino que se transforma. El espacio de acción humana para evitar el colapso se reduce con cada grado de calentamiento, pero emerge otro tipo de agencia: la que busca adaptarse, reorganizarse y resistir dentro del colapso.

En un planeta en vías de dislocación ecológica, la historia no se extingue, sino que muta de escala: de la macrogestión industrial a las microformas de supervivencia colectiva, de la planificación del progreso al arte de la adaptación material. A medida que la historia humana se “estrecha” bajo los límites de la física y la biología, se abre paso una nueva forma de praxis: una praxis termodinámica, arraigada en el reconocimiento de la fragilidad y en la lucha por mantener la continuidad de la vida dentro del desorden.

3. Escenarios de Colapso

VI. Etapas del colapso civilizatorio

A continuación, presentamos un escenario hipotético de proceso histórico colapsista durante este siglo, basado en lo explicitado en el apartado anterior sobre el rango más probable de severidad de los factores de colapso durante el siglo XXI.

Este escenario de colapso concibe el despliegue histórico del siglo XXI como una larga transición entre el agotamiento del capitalismo fósil y el umbral de una nueva era material. La flecha de direccionalidad y contingencia histórica (abajo) expresa esta trayectoria: un vector temporal que avanza desde la crisis terminal de la modernidad industrial hacia el horizonte incierto del colapso civilizatorio, pero atravesado por ramificaciones (posibles etapas 1, 2, 3 y sus respectivas “bifurcaciones potenciales” representadas por los escenarios a, b, c) que representan distintas combinaciones entre la persistencia de la contingencia humana y la creciente imposición de la necesidad termodinámica.

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En su interior, las fases del colapso civilizatorio se organizan en tres grandes momentos —pre-colapso (1), quiebre civilizatorio (2) y posible extinción/adaptación (3)—, cada uno de los cuales alberga, como señalamos, una serie de probables bifurcaciones históricas (a, b y c) que articulan el choque entre los límites materiales de la nueva historia terrestre y las respuestas sociales que pueda —o no— ofrecer la humanidad ante los mismos.

Estas bifurcaciones (ver siguiente sección) no constituyen pronósticos cerrados, sino campos de posibilidad histórica: expresan las formas en que la humanidad podría responder, resistir o sucumbir ante el avance de la crisis ecológica-energética. En conjunto, como veremos, conforman una gramática de transición donde la historia pareciera en algún sentido “desacelerarse”, “perdiendo” —o reconfigurando radicalmente— su densidad política y “plegándose” en un tipo de trayectoria más acorde (“acoplada”) a las nuevas condiciones físicas de la Tierra.

1. Etapa de pre-colapso (2000–2050): el capitalismo y la sociedad industrial en su límite histórico

El período inicial del siglo XXI puede definirse como una etapa de pre-colapso en la que convergen la crisis terminal del capitalismo y el deterioro acelerado de la base biofísica del sistema-mundo. El crecimiento económico, dependiente de combustibles fósiles y de cadenas globales de extracción, comienza a chocar con la degradación de suelos, la pérdida de biodiversidad, el agotamiento de acuíferos y un EROI energético descendente, indicador del agotamiento de las fuentes termodinámicas que hicieron posible la expansión industrial.

Sin embargo, la sociedad industrial mantiene una apariencia de vitalidad gracias a innovaciones tecnológicas que —lejos de resolver el problema— amplifican la dependencia del metabolismo fósil. La tecnología se vuelve paliativo de su propia obsolescencia, mecanismo de contención de un proceso entrópico más profundo. El capitalismo tardío vive así su apogeo como forma de entropía organizada: un orden aparente erigido sobre una pérdida creciente de energía útil.

Esta etapa inicial estaría marcada por una variante extrema de lo que Trotsky denominó “desarrollo desigual y combinado”, reconfigurado aquí en términos ecológicos y energéticos: coexistencia de transiciones parciales hacia energías limpias en algunas regiones y colapsos tempranos en otras; proliferación de políticas verdes y, al mismo tiempo, intensificación extractivista para sostener la acumulación. La historia global se fragmenta en múltiples temporalidades del derrumbe, donde la geografía del capitalismo y el sistema industrial reproduce también una geografía del colapso.

Desde una lectura dialéctica, el pre-colapso constituiría así la etapa de máxima contingencia histórica durante este siglo: todavía existe margen para intentar reorganizar el metabolismo social, pero cada año de inacción erosiona las condiciones materiales de esa posibilidad. Es el tiempo en el que la política todavía cuenta con herramientas para “mediar” la energía; más adelante será la energía la que medie la política.

2. Quiebre civilizatorio (2050–2100): el derrumbe de la modernidad fósil

La segunda etapa de este escenario hipotético representa el momento de máxima potencia del proceso colapsista, cuando las contradicciones acumuladas alcanzan su umbral termodinámico y la complejidad social comienza a contraerse de manera irreversible. Las estructuras fundamentales del orden moderno —energía, alimento, finanzas, clases sociales, gobernanza— se desarticulan de forma simultánea, revelando la interdependencia oculta que las sostenía.

El planeta entra en un régimen de inestabilidad permanente: crisis agrícolas superpuestas con olas de calor, interrupciones energéticas globales, migraciones masivas y quiebres estatales. En este contexto, la historia humana parece reabsorberse en la geofísica. La “necesidad” no reemplaza de manera súbita a la “voluntad”, pero sí la rodea, la estrecha, la fuerza a negociar con los límites biofísicos de la Tierra.

Sin embargo, incluso bajo estas condiciones de regresión histórica, la contingencia no desaparece: se transforma en capacidad adaptativa, en creatividad de la supervivencia, en reorganización de la sociabilidad en torno a escalas más pequeñas y resilientes. La política pierde su pretensión universal, pero gana densidad local: se convierte en gestión del colapso, en ética del límite.

El quiebre civilizatorio es, por tanto, el momento decisivo: el pasaje donde el tiempo histórico se transforma en tiempo geológico, donde los procesos humanos se sincronizan con las fuerzas materiales del planeta. Las formas de vida que sobrevivan a esta etapa estarán definidas por su grado de resiliencia metabólica, por la capacidad de mantener un equilibrio dinámico entre complejidad social y disponibilidad energética.

Desde un punto de vista histórico-filosófico, esta etapa podría interpretarse como la negación dialéctica de la modernidad: aquello que Marx y Engels concebían como dominio racional de la naturaleza retorna ahora como límite absoluto. La razón instrumental se enfrenta a su propia inversión: la técnica ya no libera al hombre, sino que lo ata a las condiciones de su supervivencia.

3. Extinción humana o adaptación (Fin de siglo y después): entre la regresión civilizatoria y el comunismo colapsista

Más allá del siglo XXI se abre el horizonte límite: el de la extinción humana o la reorganización colapsista. En esta etapa, la historia deja de medirse en términos de progreso y comienza a medirse en términos de permanencia material. Lo que está en juego ya no es la expansión de la civilización, sino su simple continuidad biológica y ecológica.

El concepto de “comunismo colapsista” surge aquí no como utopía sino como respuesta adaptativa: la posibilidad de un orden humano que asuma la finitud de la materia y que reorganice su metabolismo social sobre bases de reciprocidad y austeridad energética. Este comunismo no sería heredero del industrialismo del siglo XX, sino su superación material: un comunismo de baja entropía, descentralizado, que sustituye la idea de crecimiento por la del equilibrio dinámico.

En el extremo opuesto, la posibilidad de una regresión civilizatoria irreversible podría derivar en la pérdida definitiva de saberes técnicos y sociales acumulados, en la fragmentación de la humanidad en enclaves aislados o, finalmente, en la extinción total: el momento en que la biosfera deja de sostener al Homo sapiens como especie viable.

En esta etapa, la dialéctica entre necesidad y contingencia alcanza su punto de inflexión. Si algo sobrevive —humano o no—, su existencia se inscribirá ya en un régimen posmoderno (o quizás poshistórico), donde naturaleza y técnica se funden en una nueva forma de devenir material. La dialéctica de la naturaleza, intuida por Engels, encontraría aquí su desenlace: la historia humana se reabsorbe en la historia de la materia.

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El escenario anterior se basa en un modelo de colapso que no constituye una línea recta, sino una red de trayectorias entrecruzadas. Cada decisión presente altera las probabilidades futuras, pero la estructura de fondo —el agotamiento energético, la degradación ecológica, la sobreacumulación capitalista e industrial— impone límites cada vez más estrictos a la libertad histórica.

El siglo XXI aparece, desde este posible escenario, como una transición ontológica: el paso de una civilización fundada en la expansión termodinámica a otra —si llega a existir— regida por la gestión consciente de la escasez. Los resultados —desde un comunismo colapsista hasta la extinción total— no dependen de una “lucha final” entre política y naturaleza, sino de la capacidad de reconciliar ambas en una nueva síntesis material.

VII. Escenarios de divergencia colapsista

Si las fases del colapso civilizatorio describen el ritmo general del proceso —su secuencia material entre pre-colapso, quiebre y posible extinción o adaptación—, los escenarios de divergencia colapsista representan las trayectorias concretas que pueden desplegarse dentro de esta “flecha” de direccionalidad y contingencia histórica. Cada bifurcación expresa una resolución distinta del mismo conflicto fundamental: la tensión entre un modo de producción fósil-industrial que alcanza sus límites termodinámicos y la posibilidad —cada vez más estrecha— de una reorganización consciente del metabolismo social.

Estos escenarios no deben interpretarse como profecías, sino como matrices dinámicas de probabilidad histórica. Cada uno condensa la interacción entre estructuras materiales (energía, recursos, clima), correlaciones de fuerza política (lucha de clases, hegemonía, resistencia) y factores contingentes (innovaciones, guerras, colapsos parciales). La dialéctica entre necesidad y contingencia que definimos en las secciones anteriores reaparece aquí en forma de bifurcaciones sucesivas: a medida que la necesidad crece, las transiciones posibles se reducen, pero nunca desaparecen por completo.

1. Escenarios “a”: el pre-colapso y las alternativas de transición (2000–2050)

Los escenarios a1, a2 y a3 corresponden a la primera gran fase del proceso —el pre-colapso—, cuando la civilización industrial aún conserva altos niveles de complejidad y de energía neta, pero comienza a evidenciar los signos de su agotamiento. Aquí, la contingencia histórica todavía posee amplitud: las decisiones políticas, las revoluciones tecnológicas o los giros ideológicos pueden alterar significativamente el rumbo.

  • a1. Superación revolucionaria integral del capitalismo.
    Representa el horizonte más optimista y, por lo tanto, más improbable. Implica una ruptura global con el sistema de acumulación y una reorganización socialista-ecológica del metabolismo entre humanidad y naturaleza. En términos históricos, equivaldría a una “revolución preventiva del colapso”: la capacidad colectiva de reconocer los límites materiales y reconfigurar la economía mundial bajo criterios de suficiencia, equidad y decrecimiento planificado.
    Su probabilidad depende de que confluyan crisis económicas profundas, movimientos de masas planetarios y una dirección política capaz de articularlos antes del quiebre civilizatorio. De materializarse, este escenario podría dar lugar en la siguiente fase a un escenario de administración socialista del colapso (b1) o, bajo presiones extremas, a un b2 híbrido, donde subsistan formas de colapso parcial junto a regiones reorganizadas.

  • a2. Capitalismo hegemónico con formación de estados socialistas.
    Escenario intermedio: el sistema capitalista mantiene la hegemonía global, pero emergen zonas o bloques regionales que ensayan transiciones poscapitalistas. Estos núcleos —ecosocialistas, cooperativos, confederales— funcionan como laboratorios de adaptación. No rompen el orden mundial, pero lo fisuran. A medida que la crisis energética se agrava, podrían evolucionar hacia un escenario b1 limitado o más probablemente hacia un b2, en el que esas experiencias se conviertan en focos de resistencia dentro de una involución civilizatoria general.

  • a3. Capitalismo hegemónico y derrotas revolucionarias de gran escala.
    Este escenario, hoy el más verosímil, combina autoritarismo tecnológico, militarización de recursos y desigualdad extrema. Los intentos de transición ecológica son cooptados por el capital verde o anulados por crisis financieras recurrentes. La dinámica global se asemeja a un colapso administrado: los sistemas sobreviven formalmente, pero su contenido social se degrada.
    De aquí derivan casi con certeza los escenarios b2 o b3 del quiebre civilizatorio, es decir, una involución acelerada con escasas posibilidades de coordinación internacional.

2. Escenarios “b”: el quiebre civilizatorio (2050–2100)

En la segunda etapa, la historia moderna alcanza su punto de máxima inestabilidad. Las interdependencias energéticas, climáticas y políticas se rompen en cadena; la sociedad global atraviesa su umbral termodinámico. Las bifurcaciones b1, b2 y b3 definen las distintas respuestas posibles de la humanidad ante esta fase de descomposición estructural.

  • b1. Administración socialista del colapso.
    Heredera de un posible a1 o de un a2 favorable, esta trayectoria supone que sectores significativos de la humanidad logran construir estructuras de cooperación a escala regional o planetaria para gestionar la escasez con criterios de justicia. No se trata de un socialismo de abundancia, sino de un comunismo de emergencia, centrado en la redistribución, la autarquía relativa y la reconstrucción ecológica.
    En este marco, la ciencia, la planificación y la cooperación reemplazan al mercado como mecanismos de coordinación. Sin embargo, incluso esta forma de éxito relativo se desarrolla ahora en un contexto de contracción civilizatoria: un mundo de menor densidad poblacional, menor energía y redes simplificadas.

  • b2. Involución civilizatoria aguda y sociedades socialistas de trinchera.
    Escenario mixto —y el más probable bajo las tendencias actuales—. La civilización experimenta una caída pronunciada de complejidad: fragmentación política, guerras regionales, colapso de cadenas logísticas y desintegración de mercados globales.
    En medio de esta regresión surgen sociedades socialistas de resistencia, enclaves cooperativos o confederaciones locales que preservan valores de solidaridad y conocimiento técnico básico. Este escenario puede derivar tanto de un a2 como de un a3, e incluso coexistir con sectores de tipo b1 en un mosaico mundial profundamente desigual.

  • b3. Salto irreversible de la involución civilizatoria.
    La crisis sobrepasa todos los mecanismos de contención: los sistemas ecológicos colapsan y la humanidad pierde la capacidad de reorganización a gran escala. El planeta entra en una espiral de retroalimentaciones destructivas —pérdida de albedo, incendios boreales, liberación de metano— que precipitan una transición caótica hacia un estado climático hostil.
    Este desenlace podría provenir de combinaciones a2–a3 donde la respuesta política es débil, la transición energética fracasa y los conflictos se vuelven autodestructivos. El resultado es la clausura del horizonte histórico: el paso del colapso civilizatorio al colapso biológico.

3. Escenarios “c”: la frontera poshumana (2100 y más allá)

Superado el siglo XXI, el proceso entra en su límite ontológico. Los escenarios c1, c2 y c3 describen los márgenes de lo que aún podría llamarse civilización tras la descomposición de la modernidad fósil.

  • c1. Bases para una civilización comunista colapsista.
    Heredero de los escenarios b1 o, en ciertos casos, de b2, este horizonte post-colapsista concibe una civilización descentralizada, igualitaria y ecológicamente integrada. Se trataría de un comunismo de baja entropía, tecnológicamente modesto pero capaz de sostener su equilibrio metabólico con el entorno. La ciencia se reorienta hacia la reparación ecosistémica y la subsistencia común, no hacia la expansión.
    Es la forma superior —y más exigente— de adaptación: la humanidad reconciliada con los límites de la Tierra.

  • c2. Regresión civilizatoria aguda y sociedades socialistas de trinchera.
    Derivada de un b2, esta configuración describe un mundo de supervivencias dispersas: comunidades humanas que mantienen algún tipo de memoria cultural y ética socialista, pero carecen de medios técnicos para sostener una civilización compleja. La historia continúa en fragmentos; la especie sobrevive, pero mutilada.

  • c3. Extinción total o sustitución poshumana.
    Desenlace catastrófico máximo de la cadena a3 → b3 → c3. El colapso ecosistémico destruye las condiciones básicas de la vida humana, ya sea por calentamiento global extremo, pérdida de la biosfera o contaminación irreversible. En algunos escenarios especulativos, la herencia cultural sobrevive en sistemas artificiales o híbridos —máquinas, algoritmos, especies sintéticas— que continúan la dialéctica de la materia en formas no humanas. La historia humana se disuelve en la historia planetaria.

El conjunto de escenarios a–b–c no constituye una cronología lineal, sino una malla de transiciones posibles. Cada bifurcación reduce el margen de contingencia y aumenta la presión de la necesidad material, pero en todas subsiste una posibilidad de reorganización. La flecha de direccionalidad y contingencia histórica no apunta hacia un único destino, sino hacia una pluralidad de futuros sometidos a las mismas leyes termodinámicas.

El pensamiento crítico del siglo XXI debe, en consecuencia, abandonar la ilusión de control total y adoptar una praxis del límite: la política como arte de orientar procesos irreversibles.

-Tabla 3. Mapa de divergencias históricas del colapso civilizatorio

 

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VIII. Posibles escenarios de la divergencia histórica colapsista

Sobre la base del marco teórico expuesto en la flecha de direccionalidad y contingencia histórica y en las fases del colapso civilizatorio, podemos ahora aventurar una lectura sintética de los posibles cursos que podría adoptar la historia humana a lo largo del siglo XXI y más allá.
Cada escenario no es una profecía, sino una configuración de tendencias, un modo de articular las relaciones entre la necesidad termodinámica y la contingencia histórica. Los caminos que aquí se esbozan no describen líneas temporales rígidas, sino trayectorias posibles dentro de un mismo proceso colapsista, cuyo desenlace dependerá del grado en que las sociedades humanas logren transformar —o no— su metabolismo material con la Tierra.

1. Los cursos más optimistas: comunismo del límite y resiliencia ecosocialista

Los escenarios más favorables dentro del abanico colapsista surgen de la secuencia (a1 → b1 → c1). En este caso, la humanidad lograría realizar una transición temprana y coordinada que combine la ruptura con el capitalismo con la reorganización cooperativa del metabolismo social.

El punto de partida sería una superación revolucionaria integral del capitalismo (a1): la emergencia de movimientos y estructuras políticas capaces de anticipar el colapso mediante una revolución ecológica y socialista global. Esta superación no equivaldría al sueño productivista del siglo XX, sino a una mutación civilizatoria hacia la suficiencia y el equilibrio: un socialismo del límite, no de la expansión. El nuevo paradigma se fundaría en la reducción planificada del consumo material, la relocalización de las economías y la primacía del valor de uso sobre el valor de cambio.

La fase siguiente correspondería a una administración socialista del colapso (b1). Bajo esta configuración, la humanidad no evita el colapso, pero lo gestiona colectivamente. La civilización se reorganiza como una red de comunidades y confederaciones regionales que administran la escasez con criterios de justicia y equidad. Sería una forma de “socialismo de emergencia”, donde la planificación sustituye al mercado como principio rector de la supervivencia.

El desenlace de esta cadena, el escenario (c1), delinearía las bases para una sociedad comunista colapsista. La humanidad, reducida en número y escala, reconstruye un equilibrio metabólico con la biosfera, en condiciones materiales profundamente transformadas. Estas sociedades, más austeras y localizadas, constituirían “islas resilientes” de comunismo ecológico, donde la tecnología sirve a la reparación y no al dominio.

Ahora bien, incluso este tipo de victoria histórica tendría un rostro diferente del soñado por Marx y Engels. Tal como se anticipa en los debates contemporáneos sobre el “comunismo del colapso”, una hipotética sociedad post-capitalista de este tipo nacería de la masiva destrucción de las fuerzas productivas de la modernidad y de una drástica reducción de la base energética y poblacional. El comunismo del siglo XXII —si llega a existir— no sería la culminación del progreso, sino su metamorfosis tras la catástrofe.

2. El rango medio: mosaico desigual y civilización de trinchera

El conjunto intermedio de trayectorias corresponde a la secuencia (a2 → b2 → c2), donde el colapso no se evita, pero tampoco conduce a la extinción total. Estas configuraciones describen un mundo fragmentado, con regiones en involución y otras que logran sostener formas de organización solidaria o socialista de resistencia.

El punto de partida, (a2), define un capitalismo hegemónico acompañado por la formación de estados socialistas parciales o polos de transición. Es un escenario híbrido: el sistema mundial conserva su estructura de acumulación, pero surgen zonas de ruptura —bloques ecosocialistas, confederaciones cooperativas, movimientos comunales— que ensayan alternativas. La humanidad se divide en un mosaico de temporalidades políticas y ecológicas: mientras unas regiones colapsan, otras experimentan transiciones incompletas o contradictorias.

Con el agravamiento de la crisis energética y ecológica, esta dinámica desemboca en una involución civilizatoria aguda (b2). La complejidad global se reduce: redes eléctricas y digitales colapsan de forma intermitente, los flujos comerciales se quiebran, y la vida se reorganiza en escalas locales o regionales. En este contexto emergen los llamados “socialismos de trinchera”: comunidades de resistencia que conservan, en condiciones de escasez y degradación, los principios de solidaridad, cooperación y planificación ecológica. No son estados ni imperios, sino enclaves civilizatorios en miniatura, articulados en redes frágiles de apoyo mutuo.

El desenlace más probable de esta dinámica es el (c2): una regresión civilizatoria prolongada, caracterizada por la coexistencia de regiones inhabitables, archipiélagos de autogobierno y confederaciones socialistas locales. La humanidad sobrevive, pero el mundo se vuelve discontinuo y desigual: una civilización intermitente que alterna zonas de barbarie con focos de reconstrucción.

En términos históricos, este rango medio recuerda los períodos de transición tras los grandes colapsos del pasado —como el fin del Imperio Romano o la fragmentación del mundo medieval—, donde los fenómenos de regresión cultural coexistieron con la gestación de nuevas formas de organización social. La diferencia es que, esta vez, el proceso sería planetario y termodinámicamente irreversible.

3. Los escenarios más catastróficos: la clausura del horizonte humano

En el extremo opuesto del espectro se ubican las secuencias (a3 → b3 → c3) y (a3 → b3 → c2), es decir, los caminos del colapso total o de la regresión civilizatoria prolongada.

El camino negro (a3 → b3 → c3) describe el curso más destructivo: derrotas políticas de gran escala, incremento térmico superior a +3,5–4 °C, caída del EROI energético por debajo del umbral de sostenibilidad, guerras por agua y tierras, colapso de cadenas globales y fallas reiteradas de las redes eléctricas y alimentarias. Las hambrunas regionales se vuelven globales; los accidentes nucleares y biotecnológicos se multiplican; la sinergia entre calor húmedo letal, pérdida agrícola y conflicto desencadena la extinción humana total.
Este desenlace, aunque extremo, no puede descartarse: representa la convergencia de los límites biofísicos y sociales del capitalismo tardío en su fase terminal.

El camino gris oscuro (a3 → b3 → c2) describe una alternativa apenas menos letal: una regresión prolongada, con archipiélagos autoritarios o ecofascistas que gestionan la escasez mediante violencia y control, coexistiendo con algunas comunas resilientes que sobreviven en márgenes ecológicos favorables. La población mundial se reduce drásticamente en uno o dos siglos; el planeta se convierte en un archipiélago humano disperso.

Desde aquí, las probabilidades de un fenómeno de extinción humana total serían más altas en un escenario (b3) que en uno (b2), dado que el primero resulta del fracaso completo de un ciclo revolucionario anterior y de un agravamiento exponencial de la crisis planetaria. De modo análogo, el caso (c3) implicaría un grado de degeneración social tan profundo que anularía cualquier posibilidad de respuesta colectiva frente a la crisis. Ahora bien, incluso en este horizonte sombrío podrían subsistir formaciones sociales no comunistas, sistemas basados en nuevas jerarquías o castas tecnológicas que logren aplazar la extinción mediante soluciones biotecnológicas o cibernéticas, aunque al precio de una regresión moral y social inconcebible.

El pasado ofrece advertencias: la historia conoce ya procesos de involución tecnoeconómica y cultural posteriores a colapsos imperiales, como en la transición al feudalismo europeo. La diferencia, una vez más, es que esta regresión sería planetaria, irreversible y posiblemente definitiva. La combinación catastrófica de las dinámicas (a3), (b3) y (c3) dibuja el límite absoluto de la historia: la materia reorganizándose sin nosotros.

4. El curso más probable: revoluciones en el abismo

Si la historia del siglo XXI ha de seguir su curso bajo las tendencias observables hasta 2025, el desenlace más verosímil se encontraría en la zona intermedia entre (a2/a3 → b2/b3 → c2/c3). Es decir, inicialmente, una dinámica precolapsista que combine la persistencia de un capitalismo hegemónico con la emergencia de resistencias fragmentarias y el avance de la degradación ecológica global.

Un colapso capitalista generalizado podría desencadenarse durante las próximas décadas, conforme se aceleren tanto el calentamiento global —con proyecciones que ya anticipan entre +4 y +6 °C hacia finales de siglo— como la disminución de los recursos básicos a escala mundial. El fin de la energía barata, la erosión de suelos, la pérdida de polinizadores y el estrés hídrico creciente apuntan hacia un horizonte donde la agricultura industrial se volverá inviable.

La crisis climática, en este contexto, no debe verse como un mero fenómeno ambiental, sino como un multiplicador histórico: intensifica todas las contradicciones sociales, políticas y geopolíticas del presente. A medida que los estados compiten por recursos decrecientes, las tensiones aumentan, los sistemas financieros se inestabilizan y las redes logísticas colapsan. En este marco, el surgimiento de revoluciones socialistas en el abismo —procesos emancipatorios dentro del colapso— es posible, pero limitado por el desarrollo de este último: aunque logren conquistar el poder en ciertos territorios, deberán enfrentarse a condiciones materiales devastadas.

Por ello, un escenario realista (y quizá optimista) para la lucha socialista durante este siglo debería contemplar la apertura, en el mediano plazo, de una dinámica colapsista de tipo (b2): una involución civilizatoria aguda acompañada de sociedades socialistas de trinchera y mosaicos de administración del colapso. En este contexto, la tarea histórica no será “evitar” el colapso, sino organizarlo con sentido emancipatorio, transformando la gestión de la ruina en un acto de reconstrucción colectiva.

El curso más probable, entonces, no sería ni el comunismo triunfante ni la extinción inmediata, sino un largo interregno colapsista donde la humanidad se debata entre la barbarie y la cooperación. Un siglo de luchas en el abismo.

-Tabla 4. Síntesis de los posibles cursos históricos de la divergencia colapsista (siglo XXI–XXII)

 

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5. Cursos históricos flexibles

Este modelo de trayectorias colapsistas no debe entenderse como una arquitectura rígida, sino como una red dinámica de trayectorias donde la historia, aun bajo el dominio creciente de la necesidad termodinámica, conserva márgenes de flexibilidad. La flecha de direccionalidad y contingencia histórica expresa una tendencia general —el avance del colapso civilizatorio—, pero los desvíos, aceleraciones o bifurcaciones inesperadas siguen siendo posibles.

En los sistemas complejos, pequeños cambios iniciales —una innovación energética, una catástrofe volcánica, una revolución política global o un evento de retroalimentación climática súbita— pueden reconfigurar el conjunto del proceso. De ahí que los escenarios (a–b–c) no deban leerse como líneas cerradas, sino como espacios de transición interconectados, susceptibles de saltos abruptos o de recombinaciones parciales.

A) a3 → b2 → c1: del autoritarismo fósil a la comunión en el abismo

Una de las transiciones más paradójicas sería la que parte de un a3 —capitalismo hegemónico con derrotas revolucionarias— y, tras el colapso, desemboca en un b2 de resistencia socialista y finalmente en un c1 de comunismo colapsista.
Este curso podría producirse si, en medio de una involución autoritaria y de la desintegración global, nodos de conocimiento, cooperación y solidaridad logran sobrevivir y expandirse tras el colapso energético. La caída de las superpotencias fósiles y el colapso del comercio internacional liberarían territorios donde comunidades autárquicas o ecosocialistas reconstruyen las bases de la vida material.
La historia conocería entonces una revolución tardía: no la que anticipa el colapso, sino la que emerge de sus ruinas.

B) a1 → b3 → c3: la revolución prematura sofocada por la entropía

El reverso de la esperanza anterior es el tránsito a1 → b3 → c3, donde una revolución global temprana fracasa ante la magnitud de los límites biofísicos.
Incluso una reorganización socialista integral podría verse sobrepasada por el deterioro del sistema climático, el agotamiento de minerales estratégicos o el desencadenamiento de retroalimentaciones medioambientales irreversibles (liberación masiva de metano del permafrost, colapso de monzones, incendios boreales).
En este escenario, el proyecto emancipatorio se hunde con la biosfera que pretendía salvar: la humanidad habría conquistado la igualdad justo antes de desaparecer.

C) a2 → b1 → c1: transiciones parciales convertidas en éxito post-colapsista

Una vía híbrida podría surgir a partir de un a2 —capitalismo hegemónico con polos socialistas parciales— que logra mutar hacia una administración socialista del colapso (b1) y, a largo plazo, hacia un c1 de comunismo colapsista.
El desencadenante podría ser una combinación de innovaciones tecnológicas descentralizadas (energías distribuidas, biotecnología regenerativa, agricultura de ciclo cerrado) y revoluciones regionales convergentes que, sin destruir el sistema mundial, lo reconfiguren desde dentro.
Sería un escenario de transición dentro del colapso: la civilización sobrevive transformándose radicalmente, una síntesis entre declive material y madurez política.

D) a3 → b3 → c2: la resiliencia mínima tras la tormenta total

En este camino, el colapso se impone de forma casi total, pero no borra del todo la humanidad. Tras un a3 autoritario y un b3 de derrumbe global, subsisten pequeñas comunidades (c2) que conservan fragmentos de memoria técnica y cultural.
La catástrofe podría deberse a eventos encadenados —conflicto nuclear limitado, pandemias zoonóticas, colapso alimentario global—, pero algunos enclaves periféricos escaparían parcialmente a la devastación.
Estas sociedades de trinchera representarían la resiliencia residual del espíritu humano, la continuidad mínima de la historia tras su quiebre.

E) a2 → b2 → c3: degradación progresiva y agotamiento final

Otra secuencia plausible es la a2 → b2 → c3, donde las resistencias iniciales (estados socialistas parciales o cooperativas regionales) son finalmente arrasadas por una degradación prolongada de los sistemas naturales.
La causa podría ser la acumulación lenta pero irreversible de daños: acidificación oceánica, desertificación global, pérdida del albedo polar. Aunque el colapso no sea súbito, la humanidad se extingue por erosión, no por explosión.
Sería la imagen del entropismo total, donde la civilización muere sin drama, disolviéndose en la termodinámica del planeta.

F) a1 → b2 → c2: la revolución derrotada que deja semillas

Un último curso flexible, quizá el más históricamente verosímil, es a1 → b2 → c2.
Una revolución global logra desencadenarse, pero en un contexto material tan deteriorado que no puede consolidarse. La humanidad vive una década heroica, donde el intento de reorganización socialista se enfrenta a la crisis climática y energética irreversible.
Derrotada la revolución, sobreviven sociedades socialistas de trinchera, núcleos dispersos que preservan la memoria de la igualdad y la cooperación.
A largo plazo, estos enclaves podrían mantener viva la posibilidad de una reconstrucción civilizatoria post-colapsista, si la biosfera lo permite.

Factores de alteración y reversibilidad parcial

Los saltos entre trayectorias no dependen únicamente de la voluntad humana, sino de una combinación de factores estructurales y contingentes:

  1. Innovaciones tecnológicas críticas: avances en almacenamiento energético, fusión limpia o biotecnologías regenerativas podrían retrasar la desintegración (a3 → b2 o incluso a2 → b1).

  2. Eventos catastróficos imprevistos: grandes erupciones volcánicas, guerras nucleares, pandemias, o liberaciones abruptas de metano podrían precipitar escenarios de involución súbita (a1 → b3, a2 → b3).

  3. Revoluciones globales tempranas: un cambio sistémico coordinado podría abrir rutas de estabilización (a2 → b1 → c1).

  4. Colapsos financieros o energéticos abruptos: podrían producir rupturas intermedias que aceleren transiciones hacia sociedades locales autosuficientes (a3 → b2 o a2 → b2).

  5. Factores culturales y simbólicos: la difusión de una nueva ética del límite, del decrecimiento y de la cooperación podría amortiguar el deterioro y reconducir trayectorias hacia formas comunistas de baja entropía (b2 → c1).

El curso del colapso, lejos de ser una pendiente recta hacia la destrucción, puede concebirse como una coreografía de desvíos, resistencias y metamorfosis.
La historia futura será probablemente una combinación de estos flujos: avances revolucionarios sofocados por catástrofes naturales, regresiones autoritarias seguidas de renacimientos locales, o redes de cooperación emergiendo de ruinas tecnológicas.

El colapso, en última instancia, no anula la historia: la multiplica en fractales.
Cada posible tránsito entre escenarios revela que, incluso cuando la necesidad domina, la contingencia —humana, biológica, cósmica— nunca desaparece del todo.
La dialéctica continúa, aunque sus sujetos cambien.

-Tabla 5. Cursos históricos flexibles: transiciones no lineales del colapso (siglo XXI–XXII)

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Estos cursos históricos flexibles revelan que la evolución del colapso no sigue trayectorias lineales, sino transiciones emergentes, donde la interacción entre contingencia política y necesidad biofísica genera saltos, regresiones o metamorfosis inesperadas.
Cada combinación representa un posible “bucle histórico” dentro de la flecha de direccionalidad: la historia no muere, se fragmenta y recombina bajo la presión de la termodinámica.

6. Escenarios excluidos

El análisis de la divergencia colapsista permite delimitar no sólo los cursos posibles de la historia, sino también aquellos que, por razones materiales y estructurales, han quedado fuera del campo de lo posible.

Estos escenarios excluidos no son simples ficciones, sino proyecciones incompatibles con la realidad termodinámica, energética y demográfica del siglo XXI.
En todos los casos, lo que se niega no es la imaginación utópica, sino la viabilidad física de ciertos modelos civilizatorios dentro de los límites planetarios ya transgredidos.

A. El escenario del “No Colapso”: la imposibilidad de la continuidad

La primera trayectoria excluida es la del no colapso —la idea de que la civilización industrial podría estabilizarse sin un proceso de degradación sistémica o sin pérdidas sustanciales de complejidad. Este escenario, propio del optimismo tecnocrático y de la narrativa del “progreso continuo”, resulta hoy prácticamente insostenible.

En primer lugar, la escala demográfica actual —una humanidad de casi 10.000 millones de personas hacia mediados de siglo— exige un consumo energético y material incompatible con la biocapacidad del planeta.
Aun con una transición total a fuentes renovables, la demanda energética global implicaría tasas de extracción y uso de minerales críticos (litio, cobre, níquel, tierras raras) que desbordarían cualquier capacidad de reposición o reciclaje.

En segundo lugar, la crisis climática y ecosistémica ya ha superado múltiples umbrales de reversibilidad: pérdida del hielo ártico estival, degradación de suelos agrícolas, acidificación oceánica y extinción masiva de especies.
Estos procesos no son lineales ni compensables: se retroalimentan, amplificando su propia dinámica de colapso.

En tercer lugar, la interdependencia extrema de la economía global convierte cualquier perturbación local (energética, sanitaria, financiera) en una crisis sistémica.

El modelo actual de globalización —basado en la eficiencia y no en la resiliencia— está diseñado para maximizar beneficios, no para resistir perturbaciones prolongadas.
Por ello, la hipótesis de un “siglo XXI sin colapso” no es sólo improbable: es termodinámicamente imposible.

Toda trayectoria histórica futura contendrá, de un modo u otro, elementos colapsistas, ya sea por contracción energética, degradación ecológica o simplificación institucional.

B. El mito del “Capitalismo Verde”: la imposibilidad de una reforma sostenible

El segundo escenario excluido es el del capitalismo verde, es decir, la idea de que el sistema capitalista podría reconfigurarse mediante una transición tecnológica y regulatoria hacia un metabolismo “sostenible”.

Esta tesis descansa en una contradicción estructural: el capitalismo necesita crecer para existir.
Su lógica de acumulación infinita —expansión constante del valor, la producción y el consumo— es irreconciliable con un planeta finito.

Un “capitalismo sin crecimiento” dejaría de ser capitalismo; un capitalismo que crece destruye necesariamente sus condiciones biofísicas de existencia.

Además, las promesas de desacoplamiento absoluto entre crecimiento económico y uso de materiales o energía han fracasado empíricamente.

Las mejoras tecnológicas (eficiencia energética, circularidad, digitalización) generan efectos rebote: reducen los costos de producción, lo que incentiva un consumo mayor.
El resultado es un consumo global acumulado que sigue creciendo, incluso cuando la intensidad material por unidad de PIB disminuye.

Por otra parte, las energías renovables, aunque imprescindibles, no son neutras: dependen de minería intensiva, grandes infraestructuras y altas tasas de energía fósil para su fabricación y mantenimiento.

El EROI global (retorno energético sobre inversión) de la canasta de renovables se mantiene muy por debajo del de los combustibles fósiles históricos, lo que implica una inevitable pérdida de complejidad social.

Finalmente, el “capitalismo verde” se basa en una ficción política: la de una gobernanza global racional, capaz de coordinar reducciones drásticas del consumo y redistribuir recursos de manera equitativa sin alterar las relaciones de poder existentes.

En realidad, los mecanismos de mercado y los intereses corporativos obstaculizan cualquier transición de fondo.

Por tanto, el capitalismo verde no representa una solución al colapso, sino una fase transitoria del mismo, una forma ideológica de administrar la entropía con apariencia de modernización.

C. La “Utopía Socialista Industrial”: la imposibilidad del retorno

El tercer escenario excluido es el de una utopía socialista industrial del tipo siglo XX, es decir, la restauración de un socialismo productivista, centralizado y tecnológicamente avanzado, capaz de sostener a una población masiva bajo parámetros de crecimiento y abundancia material.

Este modelo, aunque históricamente progresista en su contexto original, ya no puede reproducirse bajo las condiciones del siglo XXI.

El horizonte material que lo sustentaba —energías fósiles baratas, expansión agrícola, recursos minerales abundantes— ha desaparecido.

Intentar reconstruir un socialismo industrial para 10.000 millones de seres humanos equivaldría a reinstaurar la misma lógica que condujo al colapso capitalista: crecimiento ilimitado, extracción intensiva y fe en la tecnología como sustituto de la ecología.

Incluso un “socialismo eficiente” enfrentaría el mismo límite termodinámico: sin energía neta suficiente, no hay complejidad sostenible.

El EROI requerido para sostener sociedades industriales globalizadas estables (≈10–12) está ya fuera de alcance permanente.

Por tanto, cualquier socialismo viable del futuro deberá ser post-industrial, comunalista y eco-materialista, basado en la gestión de la escasez y no en la promesa de abundancia.

A su vez, la utopía socialista clásica dependía de una época de aceleración histórica —industrialización, urbanización, alfabetización masiva— que hoy se ha revertido.
El contexto actual es de desaceleración, contracción y vulnerabilidad sistémica.

Intentar reproducir la modernidad socialista sería, paradójicamente, un acto de anacronismo prometeico, una reedición imposible del siglo XX en un planeta agotado.

En síntesis, los tres escenarios excluidos —el no colapso, el capitalismo verde y la utopía socialista industrial— representan ilusiones de continuidad en un mundo que ya ha cruzado sus límites de expansión.

No son alternativas al colapso, sino negaciones del colapso.

El futuro no podrá construirse sobre la base del mantenimiento del sistema industrial moderno, sea capitalista o socialista, sino sobre su reconfiguración radical: una civilización de baja entropía, descentralizada, comunal y ecológicamente integrada.

El siglo XXI no será el escenario de la abundancia, sino el de la supervivencia consciente.
Y en esa supervivencia, lo que está en juego no es sólo la vida humana, sino la continuidad del devenir histórico mismo.

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Para seguir encendiendo la chispa de esta revolución colapsista, te invitamos al Marxism and Collapse Blog, donde el pensamiento no teme a las llamas, y la utopía no esquiva el derrumbe.

Octubre 6-20, 2025

Genosis Zero

Puedes revisar las bases y resultados de nuestro modelo ABAS en los siguientes enlaces

(Los documentos irán siendo actualizados a lo largo de un año)

(Modelo)

https://www.scribd.com/document/934868876/Collapsist-Science-Laboratory-1

(Resultados)

https://www.scribd.com/document/935756687/Collapsist-Science-Laboratory-1-Results

(Discusiones metodológicas)

https://www.scribd.com/document/935759723/Collapsist-Science-Laboratory-1-Methodological-Discussions

 

marxismandcollapsesocialmedia2@gmail.com



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