La irrupción de Doublespeed en el ecosistema digital marca un punto de inflexión que trasciende la simple automatización del marketing. Esta startup, capaz de desplegar miles de "influencers" generados por IA que operan con apenas un 5% de intervención humana, no representa únicamente una innovación tecnológica: constituye la materialización de una infraestructura de poder que redefine las relaciones de producción en la economía digital. Para comprender su verdadero alcance, es necesario situarla, dentro del marco conceptual del tecnofeudalisimo, ese sistema emergente donde las plataformas digitales funcionan como nuevos señores feudales y los usuarios como siervos que cultivan tierras ajenas.
El modelo de Doublespeed revela la paradoja central del capitalismo digital avanzado: la generación de valor simbólico opiniones, tendencias, visibilidad puede ser industrializada hasta reducir la participación humana a una supervisión marginal. Cuando el 95% del proceso creativo lo ejecutan algoritmos, asistimos a la proletarización definitiva del trabajo cultural. Lo que antes requería carisma, autenticidad y esfuerzo sostenido en la construcción de una audiencia, ahora se manufactura en serie.
Esta dinámica no es nueva; es la culminación de un proceso que comenzó con los primeros bots en redes sociales. Pero Doublespeed representa un salto cualitativo: no se trata de cuentas evidentemente falsas repitiendo consignas, sino de perfiles diseñados para "comportarse como usuarios reales", capaces de sostener narrativas complejas y adaptarse a contextos cambiantes. La frontera entre lo auténtico y lo sintético se disuelve, y con ella, la posibilidad de discernir qué contenido emerge de la experiencia humana y qué responde a estrategias comerciales o políticas algorítmicamente optimizadas.
El tecnofeudalisimo, concepto desarrollado por pensadores como Yanis Varoufakis y Cédric Durand, describe un sistema donde el capital ya no obtiene plusvalía principalmente de la explotación laboral tradicional, sino del control de infraestructuras digitales que funcionan como espacios de extracción de renta. Las plataformas Meta, X, TikTok, YouTube no son mercados neutrales, sino territorios cercados donde los usuarios generan valor (datos, atención, contenido) sin recibir compensación proporcional.
Doublespeed opera parasitariamente sobre esta arquitectura feudal, pero invierte la lógica. Si el tecnofeudalisimo clásico extrae valor del trabajo gratuito de millones de usuarios reales, esta startup produce trabajo sintético masivo para manipular los mecanismos de valoración de esas mismas plataformas. Es una meta-explotación: utiliza IA para simular la actividad que los algoritmos de las plataformas premian (engagement, viralidad, construcción de comunidades), capturando así la atención el recurso más escaso y dirigiéndose hacia objetivos comerciales o ideológicos específicos.
La estructura de poder se complejiza. Ya no tenemos solo a las plataformas extrayendo renta de los usuarios, sino a actores que emplean automatización para fabricar influencia artificial dentro de esos ecosistemas cerrados, creando una capa adicional de intermediación. Los señores feudales (plataformas) ven cómo agentes tecnológicamente sofisticados (como Doublespeed) colonizan sus territorios con súbditos sintéticos, distorsionando la economía política de la atención.
La capacidad de "manipular tendencias y maximizar el alcance" que Doublespeed reivindica tiene implicaciones que rebasan lo comercial. En el tecnofeudalisimo, la esfera pública digital nunca fue completamente libre: siempre estuvo mediada por algoritmos de recomendación opacos, sesgos de plataforma y dinámicas de viralidad impredecibles. Pero existía, al menos teóricamente, una conexión entre la popularidad del contenido y su resonancia con comunidades humanas reales.
La industrialización de influencers sintéticos rompe ese vínculo. Cuando miles de cuentas coordinadas pueden simular consensos, fabricar controversias o amplificar mensajes específicos, las señales que tradicionalmente indicaban relevancia social (likes, compartidos, comentarios) pierden su función epistémica. No sabemos si una tendencia refleja interés genuino o una campaña orquestada por IA. Esta opacidad es funcional al poder tecnofeudal: cuanto más difícil resulta distinguir lo auténtico de lo manufacturado, mayor es la dependencia de los usuarios respecto a las propias plataformas como árbitros de veracidad.
El resultado es una esfera pública colonizada por lo que podríamos llamar "agentes simbólicos no-conscientes": entidades que participan en la construcción de la realidad social sin experiencia subjetiva, guiadas únicamente por funciones de optimización. Es el triunfo de la razón instrumental aplicada a la producción de significado.
Para los creadores de contenido humanos aquellos que aún dependen de su tiempo, talento y autenticidad para construir audiencias Doublespeed representa una amenaza existencial. Si la influencia puede generarse industrialmente con costos marginales cercanos a cero, ¿qué valor retiene el trabajo creativo humano? Asistimos a una dinámica similar a la que históricamente enfrentaron artesanos ante la producción fabril: no es que su trabajo carezca de calidad, sino que no puede competir en escala y precio con procesos automatizados.
En el marco tecnofeudal, esto implica una doble precarización. Primero, los creadores ya operaban en condiciones de inseguridad extrema, dependiendo de algoritmos caprichosos y políticas de monetización cambiantes que las plataformas modifican unilateralmente. Segundo, ahora compiten contra competidores sintéticos que no necesitan dormir, no experimentan agotamiento creativo y pueden adaptarse instantáneamente a las métricas que los algoritmos premian.
La consecuencia probable no es la desaparición de creadores humanos, sino su reconfiguración como "curadores de última milla": supervisores que ajustan el 5% que aún requiere criterio humano en sistemas mayormente automatizados. Es la misma lógica que ha transformado a periodistas en gestores de contenido agregado, a diseñadores en ajustadores de templates generados por IA, a escritores en editores de borradores algorítmicos.
El tecnofeudalisimo se caracteriza por una concentración de poder sin precedentes en manos de quienes controlan infraestructuras digitales clave. Doublespeed, lejos de democratizar la influencia, profundiza esta tendencia. La capacidad de gestionar miles de perfiles simultáneos requiere capital significativo: infraestructura computacional, modelos de IA entrenados, expertise técnico para evadir sistemas de detección de bots, acceso a datos para entrenar perfiles convincentes.
Solo actores con recursos sustanciales pueden desplegar estos sistemas a escala: grandes corporaciones, agencias publicitarias sofisticadas, gobiernos, o startups bien financiadas como Doublespeed. Se configura así una nueva aristocracia digital: aquellos que pueden fabricar realidad social a voluntad, mientras las masas de usuarios ordinarios humanos reales quedan reducidos a ruido de fondo en un ecosistema cada vez más dominado por agentes sintéticos coordinados.
Esta asimetría reproduce la estructura señor-siervo del feudalismo clásico, pero con una opacidad mayor. Los campesinos medievales al menos podían identificar a sus señores; los usuarios contemporáneos ni siquiera saben cuándo están interactuando con humanos o con simulaciones, cuándo una tendencia es orgánica o fabricada, quién controla los hilos detrás de los influencers que siguen.
La respuesta regulatoria enfrenta obstáculos estructurales. Las plataformas tienen incentivos perversos: estos sistemas generan engagement, el combustible del modelo de negocio basado en atención. Mientras las cuentas sintéticas cumplan las reglas formales (no spam explícito, no contenido prohibido), las plataformas obtienen beneficio de su actividad. Detectar y eliminar perfiles de IA sofisticados es técnicamente complejo y económicamente costoso.
La regulación estatal, por su parte, opera con velocidades incompatibles con la innovación tecnológica. Cuando se aprueban marcos normativos, la tecnología ya ha evolucionado. Además, aplicar regulaciones requiere capacidad técnica que muchos Estados no poseen, creando una dependencia de las propias plataformas para hacer cumplir reglas que afectan su rentabilidad.
Sin embargo, la resistencia no es imposible. Requiere múltiples frentes: desarrollo de herramientas de detección de contenido sintético, alfabetización crítica sobre funcionamiento de algoritmos y dinámicas de manipulación, presión para obligar a las plataformas a transparentar métricas, apoyo a espacios digitales alternativos con gobernanza más democrática, y quizá más fundamentalmente, un cuestionamiento colectivo sobre qué tipo de esfera pública queremos habitar.
Doublespeed no es una aberración, sino la lógica conclusión de tendencias inscritas en la estructura del tecnofeudalisimo digital: la conversión de toda interacción social en dato extractable, la subordinación de la comunicación humana a métricas de optimización, la concentración de poder en infraestructuras privadas no democráticas, la precarización del trabajo inmaterial.
Lo que está en juego trasciende la autenticidad del marketing de influencers. Se trata de la posibilidad misma de una esfera pública donde los humanos puedan reconocerse mutuamente, donde las tendencias reflejan preocupaciones reales, donde la cultura no sea enteramente producto de funciones de optimización algorítmica. El tecnofeudalisimo construye un mundo donde incluso la rebelión puede ser simulada, donde toda espontaneidad es potencialmente manufactura, donde la distinción entre lo vivo y lo calculado se desvanece.
Enfrentamos la elección que define toda transición de época: adaptarnos a esta nueva normalidad, convirtiéndonos en espectadores pasivos de una realidad cada vez más sintética, o imaginar formas de organización digital que subordinen la tecnología a necesidades humanas en lugar de subordinar lo humano a imperativos tecnológicos. La batalla por el futuro de la comunicación digital no se librará con mejores algoritmos, sino con decisiones políticas sobre qué tipo de sociedad queremos construir en los territorios todavía disputados del tecnofeudalisimo emergente.