Comunas. Algunas precisiones

A propósito del anuncio de una batería de leyes que la Asamblea Nacional va a considerar (sería impropio decir que va a debatir) y aprobar, por supuesto, haciendo valer la aplanadora del PSUV, es conveniente hacer algunas reflexiones y distinciones. Especialmente, en relación a la famosa Ley de Comunas o de Poder Comunal. Es pertinente hacer muchas distinciones, porque lo que ha privado hasta ahora es una confusa mescolanza, alentada por la demagogia, donde se le echa a una "Comuna de París" con sabor de marxismo, las comunas de la China de Mao, las organizaciones de base que han brotado en experiencias revolucionarias de otros países, las asociaciones de productores agrícolas que, desde antes de Chávez, se han formado en el país, y, encima, el intento de Chávez de sustituir la separación tradicional entre los poderes públicos por una estructura controlada directamente por el Ejecutivo, a partir de aquel intento fallido de reforma constitucional en 2007.

No todo el mundo sabe que desde hace siglos se les llama "comunas" en Francia a lo que en el mundo de habla castellana se ha denominado "municipios". De hecho, la Comuna de París (o sea, el municipio de la ciudad de París) fue bastante combativa desde mucho antes de que naciera Karl Marx, o sea, desde la revolución francesa que arrancó en 1789 y que tuvo varias oleadas y etapas. De hecho, durante todo aquel complejo proceso político, la comuna de París (insisto, la municipalidad de esa ciudad) estuvo dos o tres pasos más radical que el resto de las provincias y comunas del país. Fue de allí que salió la manifestación, encabezada por unas mujeres arrechísimas, a reclamarle al Rey Luis XVI porque no había pan en la ciudad. Fue allí donde se resolvió tomar la Bastilla para tomar el arsenal que allí se guardaba (sólo retenía 7 presos, según el libro de George Rudé sobre la revolución). Allí tenían su fuerza principal los jacobinos y su base social de apoyo, los "sanscullotes", artesanos y asalariados, que en 1792 decidieron abolir la monarquía; poco después capturar y guillotinar al rey, acusado de traición, y luego establecer un gobierno revolucionario de emergencia en 1793, que cortó varios cientos (¿o fueron miles?) de cabezas a sospechosos de contra-revolucionarios y partidarios del rey traidor.

De modo que ser revolucionario, con toda la connotación radical y violenta que tiene ese calificativo, le venía de tradición a la Comuna de París. Y de allí pasó, en 1871, varias décadas después, a ese intento de la clase obrera parisina, de defender la ciudad frente al invasor prusiano. Esa fue la primera experiencia de gobierno proletario, tan comentada por Marx y Engels, luego de haberse cansado de criticar a sus dirigentes anarquistas, en las proclamas de la Asociación Internacional de Trabajadores. Valga decir que en esos textos demuestran que Marx y Engels seguían un método empírico cuasi-experimental: habían analizado en otras circunstancias políticas europeas, la presencia de una nueva fuerza social y política, el proletariado, acerca del cual pronosticaron que un día alcanzaría su independencia política respecto de otras posiciones de las que, hasta ese momento, habían sido sólo el ala más revoltosa. Lo cierto es que se dio esa experiencia, dirigida por las facciones rivales de la de Marx en la Internacional, y esos textos pasaron al marxismo ortodoxo como modelo de lo que sería la hipotética disolución del Estado. Es una ironía porque, los mismos que asumieron esas formulaciones, hicieron justamente lo contrario, cuando fortalecieron los Estados policíacos propios del stalinismo en el siglo XX. Y esto va con Lenin también.

Lo curioso es que las "comunas" en español, es decir, los municipios, también tienen una interesante tradición democrática (y de democracia directa) que fue resaltada por muchos ensayistas venezolanos. Por ejemplo, Augusto Mijares, en un libro que sería bueno recomendar en esta época de decepción por el país ("Lo afirmativo venezolano", una respuesta a la interpretación pesimista, positivista, de la historia venezolana, propia de autores gomecistas como Laureano Vallenilla Lanz). De hecho, los municipios son la experiencia histórica (o sea, con una tradición de siglos) de democracia directa propia de los venezolanos. Casi nada que envidiarle a la propia Comuna de París de 1871. Claro, ésta última tiene la nota roja heroica de la masacre, y no el gris propio de toda cotidianidad bonachona y aburrida de la vida de los pueblitos venezolanos. La sangre vende.

Ahora bien, la palabra "comuna" saltó a la China de Mao y allí se refirió a otra cosa: experiencias de apropiación común del cultivo de la tierra por parte de los campesinos chinos. Con esto ocurre lo que discutieron sobre el lenguaje en el Medioevo: si en la palabra "rosa" se puede sentir el olor de esa flor. Claro, eso lo resolvió definitivamente De Saussure a principios del siglo XX, afirmando la absoluta arbitrariedad del lenguaje. O sea, que las palabras no tienen ninguna relación necesaria con las cosas que designan. No hay un agradable olor ni un color rojo en la palabra "rosa". Esto que parece obvio, no lo es tanto en el contexto de la manipulación del discurso político ¿Una demostración? Pues, ahí tienen esos ministerios, todo lo burocrático que son propiamente todos los ministerios, que se llaman del "Poder Popular", y hay gente que hasta cree que, en virtud de ese nombre, son entonces, "del Poder Popular".

Chávez una vez hizo varios chistes al respecto ¿Se acuerdan del chiste del cochino en semana santa, que los indígenas bautizaron como "pescado" para poder comérselo en esos días santos, para burlarse del cura que pretendía ilustrarlos en las "verdades" de los sacramentos del catolicismo? Lo cierto es que hay gente que consideran que por llamársele "Comuna" a una asociación de productores, están, no sólo realizando la "comuna de París" comentada por Marx (subrayo lo de "comentado": Marx no pretendía haberlo inventado; sólo estaba observando un experimento que parecía confirmar algunas de sus hipótesis), sino avanzando hacia el "comunismo" y hasta emulando a Mao.

Confieso que no conozco mucho de las experiencias de las "Comunas" realmente existentes. Pero lo poco que he observado es que se trata de asociaciones de productores agrícolas y artesanales en las cuales se cultivan los valores de solidaridad. En otras palabras, los mismos trabajadores participan de la gestión y, en algunas, se distribuyen entre ellos los beneficios o se donan a obras de la comunidad. Hasta aquí puedo estar describiendo una cooperativa, una pequeña empresa con "responsabilidad social" o hasta un "kibutz" israelí o una comuna hippie, experiencias todas donde la "propiedad común" llega a los extremos de compartir artículos de uso personal. Me parece muy bien el cultivo de los valores de la solidaridad, la gestión colectiva de los productores, la distribución de los beneficios. Incluso, la propiedad común (común a los asociados, claro) de los medios de producción correspondientes. Pero eso se puede lograr en una cooperativa. Que bastantes experiencias hay en el estado Lara, por ejemplo. Nunca entendí el giro ultraizquierdista de Chávez cuando condenó a las cooperativas después de haberlas exaltado. Arranques del Comandante.

Eso, las asociaciones de productores, es completamente distinto a lo que se planteó en la reforma constitucional de 2007 y que ahora, al parecer, se quiere retomar en la Ley que se promueve en la Asamblea Nacional. En el proyecto de reforma constitucional, las comunas, las ciudades comunales, los parlamentos comunales, las áreas territoriales, todo lo que se llamó "la nueva geometría del poder", constituían, en conjunto, la propuesta de la extensión del Poder Ejecutivo a todos los niveles geográficos, la conversión del Estado venezolano en una complicada red de organismos con poderes que compiten entre sí y se ponen la manguera para pisarla indiscriminadamente, hasta afirmar definitivamente el poder del déspota único.

La experiencia de los Consejos Comunales confirma esta apreciación. Lo que surgió como una propuesta de organización de base, de poder directo de las comunidades, con un poco más de competencias que las juntas parroquiales, fueron intervenidas masivamente por organismos paraestatales como el Frente Francisco de Miranda, que impuso las directivas con el poderoso dedo de los aparatos. Hoy (desde hace tiempo) hay una confusión espantosa entre organizaciones estatales, del Partido y de las "masas". En los consejos comunales, en los CLAP, en los gremios progubernamentales, no se sabe muy bien donde comienza el Partido y dónde termina el Estado. La democracia directa, por supuesto, desapareció. Al imponerse el despotismo con una jerarquía vertical, sin ningún espacio para el ejercicio de la democracia interna en el Partido y el Estado, con un personalismo confirmado con el mantra de "lo que diga Nicolás", se impuso también el despotismo en esos organismos, que son sólo ejecutores, tareístas, nunca deliberativos, nunca de discusión ni decisión de base.

Un amigo, hoy integrante del APR, señalaba, creo que con razón, que hay cierta idea de falansterio en algunos que se llenan la boca con las palabras "Comunas" o "Poder Popular". Un falansterio, recordemos, es el proyecto de una comunidad cerrada, donde se comparte todo. Una especie de monasterio donde todos sus miembros son hermanos y hermanas. Una expresión de socialismo utópico que mereció no pocas burlas de Marx y Engels en su momento. Pero este pensamiento utópico es una legítima ilusión de una sociedad solidaria y llena de amor que se confronta con las relaciones fetichizadas del capitalismo, donde todo se congela por el frío interés y termina teniendo un precio. Donde todos los valores terminan sometidas al valor de cambio. Esa respuesta utópica es candorosa. Es "el corazón de un mundo sin corazón¨", como caracterizaban Marx y Engels a la religión. Pero no tiene nada que ver con el socialismo previsto por Marx y Engels, únicamente como "movimiento histórico".

Mucho menos con estos nuevos intentos, inconstitucionales de paso, de cambiar la estructura del Estado venezolano, para garantizar el control omnímodo del ejecutivo hasta el último rincón. Una manea de controlar la insurgencia de alguna fuerza local distinta al despotismo central, como lo demuestra también la experiencia de los "protectores" de municipios y Estados completos. Un nuevo paso para terminar de instituir un despotismo personalista, muy poco diferente del fascismo, si tomamos en cuenta la política de ajuste económico y el capitalismo de apropiación delictiva de la renta extractivista, que acompaña.

Y sobre todo, se trata de una nueva violación de la Constitución.



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Jesús Puerta


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