María Corina trasplantada por la ciencia, pero no mejorada

 

En el Instituto Anatomotransplantológico de la Universidad Central, el Dr. Heredia cavilaba sobre un informe que le había llegado del último paciente que habían intervenido y que le dio un renombre internacional tanto a la Institución como a los docentes investigadores que participaron en el, al trasplantar una pierna entera desde la cadera, a un famoso atleta del país.

El informe que tenía en sus manos fue elaborado por dos de los más brillantes estudiantes del Postgrado en Aceptación del Órgano y del Postgrado Efectos Adaptativos al Trasplante y además avalado por los Coordinadores de cada uno de esos Post grado, lo cual no dejaba de impactarle.

Resumidamente el informe indicaba con datos y demás señas que Víctor Rasgo, después de recibir la pierna del donante, y casi de inmediato, comenzó a manifestar cambios emocionales y psicológicos, propios de una nueva personalidad, junto con la aceptación del nuevo órgano.

Esto por una parte le tranquilizó pues conociendo a Rasgo, era un bichito, temía que se fuera a quejar que una pierna le quedo más corta o más larga que la otra. Pero eso no era el caso, sino algo que inicialmente tildó de curioso. La manifestación en el receptor de gustos musicales, recuerdos, sueños que pertenecían a la experiencia del donante. Y en el informe se señalaba que todos los que lo conocieron y trataron antes y después de la operación expresaban, que posterior a esta Rasgo era un mejor hombre, sin rencores o diatribas.

El Dr. Heredia como Académico y científico apegado a la verdad, se dedicó a revisar toda la información sobre cambios similares ocurridos a otros pacientes, en cualquier parte donde se hubieran realizado operaciones de trasplante. Y encontró que si bien existen informes y estudios que sugieren cambios en las preferencias, emociones o incluso la aparición de recuerdos similares a los del donante en receptores de trasplantes, estos fenómenos no adquirían la magnitud que estaba manifestando, no solo este último paciente, sino que en menor grado pero visibles, se manifestaban también en otros pacientes por él trasplantados.

Estaba indudablemente ante un descubrimiento que trascendía la practica medica tradicional y se abría ante sus ojos y en su Instituto un amplio campo medico donde él podía ser el pionero. Podía, alargando la imaginación reconstruirse no solo el cuerpo humano con la cirugía del trasplante sino también reconstruirse favorablemente, la personalidad de muchas personas dañadas en su conducta.

Discurriendo sobre todos estos aspectos que la práctica médica y científica traía a la humanidad, el Dr. Heredia estaba más silencioso y solitario que de costumbre, caminando por los pasillos del Instituto Anatomotransplantológico de la Universidad Central. Un día casi sin darse cuenta tropezó con un balde en la mitad del pasillo que un obrero de mantenimiento tenia, mientras coleteaba cerca. Al oír el golpe el trabajador voltea y al darse cuenta que era el mismísimo Dr. Heredia quien había tropezado, corrió y pidiendo excusas, le manifestó que había dejado atravesado el balde sin pensar en el tránsito de personas.

El Dr. Heredia no le dio importancia al asunto y le ofreció un cigarrillo al trabajador, iniciándose una conversación entre ellos. Le dijo a Heredia que él era de San Sebastián de los Reyes y vivía cerca de Marlín, hablando como si Heredia la conociera, y que además su esposa era de Oriente y conocía al actual Coordinador de Paz Nacional, con quien tenía que hablar por las duras condiciones de un centro de retención, donde tenían detenido a un hijo.

El Dr. Heredia se interesó vivamente en esto, y el trabajador le manifestaba que los retenidos eran gente endurecida, que no tenían corrección posible. Heredia al oír esto, como picado por un tábano sale corriendo hacia su oficina, dejando al otro con la palabra en la boca; ahora el Director se volvió loco, lo que nos faltaba, pensó el obrero.

Pero no estaba loco sino que había visto la posibilidad de aplicar el método de cambio de personalidad por trasplante, que tenía varios días rumiando y que lo había hecho una persona distraída. Por medio de sus relaciones logra contactarse con el Coordinador de Paz Nacional quien se mostró muy atraído por el descubrimiento que se había hecho en el laboratorio del Dr. Heredia, y más cuando este le manifestó que podía aplicarse en personas que por haber causado tanto daño era necesidad que modificaran su forma de ser.

Inmediatamente el Coordinador pensó en María Corina, más mala que una hallaca piche, incorregible por sus deseos que querer volver al pasado de la familia más dominante del país, y su falta de escrúpulos para buscar aliados sin límites morales.

María Corina era un problema. Y no un pequeño problema, de esos que se resuelven con terapias. "Incorregible" era la palabra clave en su informe psicológico. Y por una de esas suertes que trae el destino, había recibido una gran herida en su mano derecha, tratando de huir de la prisión donde al final cayó inevitablemente. Eso no detuvo su retoque criminal. Era la candidata perfecta que el Dr. Heredia necesitaba para probar su teoría de que el trasplante del brazo también traería un cambio radical en su mente y en su corazón. Una apuesta muy arriesgada.

Había dos problemas, uno era que María Corina no quería y el otro donde conseguir una persona reconocidamente buena que quisiera donar su brazo a María Corina.

Pero Heredia no se detenía en sus investigaciones y había comprobado que no era necesario trasplantar todo el brazo, sino reconstruirlo con músculos esenciales del brazo del donante, con lo cual consideraba que se preservaba su "memoria celular".

Y nuevamente se atravesó el destino y Jesús "Burrita" Hernandez, amigo sanjuanero de los Heredia y al tanto de la aventura científico-moral que se tejía, consiguió en San Juan de los Morros, a Elena maestra de escuela rural, conocida por su bondad y que su familia, aprobara la donación tras el trágico accidente que le quitó la vida. Todos veían que el fin de María Corina como fanática violenta estaba cerca.

Pero para María Corina la idea de ser "curada" de su esencia terrorista la indignaba, por lo que se negó rotundamente a la operación y trato de escapar, pero con sus brazos deteriorados fue encontrada dos días después, desplomada en un callejón al tratar de escapar con un motorizado y totalmente inconsciente. No se requería su consentimiento, pues la operación le salvaría la vida y cambiaría su corazón.

Fue trasladada de urgencia al hospital de la prisión, donde el Dr. Heredia la esperaba. La operación fue un éxito. Y el corazón de Elena la maestra buena latió en el pecho de la desmandada María Corina.

Días después, mientras se recuperaba, el personal médico observó los primeros cambios. María Corina no insultaba a las enfermeras. Ni amenazaba como responsable al señor del Mazo, dando disculpas cuando era brusca. Algo había cambiado indudablemente. Belkis Hernandez manifestaba incrédula, como Trabajadora Social nunca había visto un cambio así.

Los médicos-científicos sentían cerca un triunfo.

Mientras tanto, el cuerpo de la anterior María Corina se batía con la nueva María Corina y la bondad de la humilde maestra rural. Y a los pocos días al no encontrarla en su habitación, se asomaron a la ventana, y junto a la carterita azul vieron su cuerpo inerme, allá abajo, solitario entre los rosales. El experimento había terminado.



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Oscar Rodríguez E


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