Frente al presidente venezolano
Hugo Chávez funciona una terca y absurda oposición de oficio. Todo
cuanto hace, dice o piensa da lugar a un debate que asombra por su
intensidad y apasionamiento. Así ocurre con la necesidad de su país de
ordenar la utilización del “espectro radioeléctrico”, cosa que hacen
todos los estados, con más celo y rigor los más desarrollados.
Aunque
raras veces trasciende al público, todos los días en todos los países
se actúa sobre el espectro radioeléctrico y, especialmente en los
países desarrollados se monitorea la utilización de ese recurso de bien
público y se fiscaliza el cumplimiento de lo dispuesto. Con frecuencia
y regularidad, a nivel nacional e internacional, se efectúan reuniones
y convenciones para actualizar los compromisos en la materia.
Ante
las violaciones e indisciplinas, en Europa, Canadá, los Estados y en
casi todos los países, se imponen multas y se retiran licencias. Tan
delicado es el asunto que desde 1867, casi ochenta años antes de que se
fundara la ONU, el mundo cuenta con una agencia internacional
especializada en esa tarea. Inicialmente fue la Unión Telegráfica
Internacional que en 1934 se denominó Unión Internacional de
Telecomunicaciones y en 1947 fue adscripta a la ONU.
Todos los
sonidos constituyen fenómenos físicos que propagan en el espacio que
también es una entidad física. Cuando se trata de las comunicaciones
las señales de: telégrafo, radio, televisión, telefonía, Internet y
otras son dirigidas conscientemente e impulsados por energía eléctrica.
Dichas señales se propagan a determinadas altura y por frecuencias
preestablecidas. El conjunto de esas señales y las frecuencias por las
cuales circulan forman el espectro radioeléctrico.
El problema
consiste en que, debido al crecimiento derivado del progreso y la
elevación del nivel de vida, la cantidad de señales útiles en el éter,
crece constantemente cosa que exige un orden meticuloso y exacto con el
fin de que los diferentes servicios de comunicaciones puedan convivir y
utilizar el espacio sin agredirse mutuamente ni inutilizarse unos a
otros.
Las frecuencias son como las calles y avenidas de una
ciudad por las cuales, en lugar de automóviles y peatones, circulan
señales de telégrafo, radio, televisión, telefonía, Internet y otras.
Por su origen esas señales son emitidas por miles de millones de
personas a través de las compañías telefónicas, las emisoras de radio y
televisión, la policía y las fuerzas armadas, la defensa civil, los
bomberos, los radioaficionados, la aeronáutica, los satélites, las
naves espaciales, los proveedores de Internet y otros usuarios.
Como
mismo ocurre con las calles y avenidas por donde circulamos, las
frecuencias radioeléctricas no son propiedad privada, tampoco son del
gobierno y ni siquiera del Estado, sino que se trata de un patrimonio
público, de hecho una expresión genuina de la propiedad social. No
obstante como mismo ocurre con las calles, para que no impere el caos y
la sociedad pueda servirse de ellas, la circulación por las frecuencias
radioeléctricas es codificada, regulada y controlada, tarea que en cada
país corresponde al Estado e internacionalmente a la ONU.
Los
estados no crean ni venden frecuencias, sino que a partir de
legislaciones nacionales las asignan a quienes las necesitan, las
distribuyen con sentido de la equidad y controlan su empleo. En ese
campo la disciplina suele ser muy severa porque de lo contrario las
personas no podrían escuchar radio o ver televisión, los buques y
aviones colisionarían, la defensa civil no podría operar y las gentes
no hablarían por teléfono.
El espectro radioeléctrico no es una
entidad inmutable sino que depende del grado de progreso de cada país.
Existen regiones de África donde no hay electricidad, radio ni
televisión y no se habla por teléfono, sin embargo en Estados Unidos
además de todos esos servicios en abundancia superlativa, en el aire, a
la vez hay más de ocho mil emisoras de radio y cientos de canales de
televisión.
Ocurre que si bien las frecuencias radiales no son
privadas, lo son las emisoras o plantas radiales que emiten
programaciones de servicio público cuyo contenido, en todas partes esta
sujeto a regulaciones que sin afectar los preceptos de la libertad de
información, preservan a la sociedad de intenciones dolosas o actitudes
negativas.
En Venezuela como en casi todos los países
latinoamericanos lamentablemente subdesarrollados e históricamente
gobernados por camarillas oligárquicas, donde las normas jurídicas más
que derechos consagran privilegios y donde históricamente hubo estados
débiles (excepto para reprimir), el crecimiento de los servicios de
telecomunicaciones, radio y televisión se ha realizado a criterio de la
empresa privada y a veces con pocas o ningunas reglas, el progreso, la
ampliación de los servicios y el desarrollo de procesos políticos que
se proponen devolver a la sociedad sus prerrogativas, hacen necesario,
como mínimo poner ordenen el espectro radioeléctrico.
Quienes
tengan alguna duda de la vigencia de este asunto a escala internacional
deberían tomarse el trabajo de consultar INTERNET y enterarse de los
debates que en torno a este asunto tienen lugar en Europa, los Estados
Unidos y varios países de América Latina donde los problemas no son
esencialmente diferentes al que se ventila en Venezuela donde se trata
de establecer el orden y de armonizar intereses públicos y privados,
sociales y comerciales.
En ninguna parte esos debates asumen el
carácter confrontación que adopta en Venezuela porque en otros lugares
la oligarquía y el poder mediático no hacen oposición de oficio. El
tema apenas está enunciado.