Elecciones presidenciales en EEUU

¿Y qué esperar en América Latina?

Para el 04 noviembre de este año un grupo de estadounidenses (cerca del 50% del padrón electoral) votará y decidirá quiénes serán el próximo presidente y el próximo vice-presidente de EEUU para el periodo de gobierno 2009-2012. La elección presidencial coincidirá con la elección para el Senado en 35 Estados, con la elección general para la Cámara de Diputados y con la elección de gobernaciones en 11 estados. Se pronostica que tal grado de remezón político impulsará nuevas agendas tanto en la política interna como en la internacional.

Dada la posición hegemónica de EEUU como primera potencia industrial militar del planeta resulta prudente pronosticar qué tendencias estratégicas se perfilan y cómo pudieran afectar a América Latina y en general al Tercer Mundo. Como es de esperar, el nuevo presidente y su respectivo gabinete darán continuidad y hasta robustecerán algunas políticas, y darán marcha atrás total o parcial a otras.

Tal agenda se inclinará hacia uno u otra tendencia dependiendo de diversos factores claves entre los cuales destacan: a) el cuerpo de políticas ofertado por cada candidato durante su campaña; b) las negociaciones previas que concierten tras bambalinas los candidatos con poderes permanentes (complejo industrial militar, burguesía nacional, lobby sionista, etc.), c) y el marco de acuerdos y presiones que puntualmente ejercen las grandes fuerzas externas a EEUU (Unión Europea, China, Japón, Rusia, India); y d) los compromisos más sensibles contraídos por el candidato ganador con su base electoral.

¿Qué políticas se continuarán, cuáles se revertirán y de qué manera influirán unas y otras sobre América Latina y el llamado “Tercer Mundo”? Ello dependerá en buena medida de cuál de los candidatos gane, y con cuál carga de compromisos llegue en definitiva a la Casa Blanca.

En las líneas que siguen trazaremos una caracterización general del sistema político y electoral estadounidense, presentaremos un breve perfil de cada candidato, sus principales ofertas electorales y sus posibilidades de honrarlas; y aventuraremos después un ejercicio de futurología orientado a pronosticar qué tipo de relación sería previsible y realista esperar para América Latina y el Tercer Mundo de los diferentes candidatos a la presidencia, en caso de alzarse con la victoria.

El factor de la política interna en EEUU

Contrario a lo que usualmente se cree, EEUU presenta características políticas y electorales en muchos aspectos, únicas. En EEUU, por ejemplo, el rojo es el color que identifica a las derechas mientras el azul es el color emblemático las “izquierdas”.

Los Estados “rojos” son aquellos con mayoría republicana; y los estados “azules” son los que presentan mayoría demócrata. Aun cuando la tendencia social de ambos partidos es manifiestamente de derecha, el partido demócrata tiene una cierta aura posicionada de ser ligeramente menos derechista en término de políticas sociales y económicas internas, aunque ambos son muy parecidos en política exterior (básicamente debido a su histórico apoyo o despliegue directo de injerencias, intervenciones, guerras).

Por otro lado, en términos de narrativa política conseguimos que en EEUU los políticos que respaldan gestiones públicas de crecimiento del gasto público y de orientación redistributiva, carga fiscal alta y progresiva y elevado gasto social son etiquetados como políticos liberales.

Así, ser liberal en EEUU es usualmente tipificado por los grandes medios de comunicación y las tribus políticas conocidas como neocons (neo-conservadores) con apelativos como evidencia de populismo, keynesianismo y defensa recalcitrante de los sectores más indigentes de la sociedad. Los liberales tienden a ser más partidarios de otorgar nuevos subsidios en favor de la gente y de elevar impuestos a las grandes corporaciones. Es decir, justo lo contrario de lo que se entiende por liberal — o neoliberal— en América Latina.

La mayor parte de los “liberales” están afiliados al Partido Demócrata y son conocidos como “New Dealers” (nuevos negociadores), y han sido históricamente asociados con la defensa de la universalización de la Seguridad Social y de los derechos laborales y sociales, aunque esta percepción se viene revirtiendo en las últimos años, básicamente debido a la creciente derechización de los lideres de tolda política demócrata.

Los líderes Demócratas empiezan a asumir entonces un ambiguo y hasta doble discurso al referirse a asuntos sociales. Durante las contiendas electorales destacan su perfil como “New Dealers” (nuevos negociadores) ardientemente en favor de la progresividad del acceso a los derechos sociales y laborales. El problema es que, una vez en el poder, usualmente estos líderes han girado hacia la derecha, consintiendo la adopción de políticas de creciente flexibilidad laboral, cierre de empresas y eliminación de puestos de trabajo. Todo esto normalmente para avalar políticas de reducción de costes sobre la base de la desregulación de normas de seguridad laboral y la contratación de mano de obra más barata (maquilas) en el denominado Tercer Mundo.

Del otro lado de la ecuación político partidista tenemos a los denominados Conservadores —o ultra-derechistas— que respaldan al partido Republicano. Los Conservadores han venido radicalizando sus posiciones en favor de los grandes intereses corporativos y de la gran burguesía, y en contra de las clases trabajadoras más empobrecidas. Para nosotros en América Latina resulta curioso cómo un partido con este perfil ultraderechista y anti-popular pueda conseguir tanto respaldo electoral. El problema es que en América Latina no siempre estamos al tanto del conjunto de dispositivos de manipulación, cooptación y desestímulo planificado de la resistencia que utiliza el sistema mediático, político y corporativo estadounidense, además del intrincado cuerpo de restricciones que impiden el surgimiento de un tercer partido político con una orientación de izquierda no burguesa en EEUU.


Complejidades del sistema electoral estadounidense

Debido a estas limitaciones del sistema, se explica por qué ninguno de los principales aspirantes a la presidencia se ha declarado a favor de un sistema de salud universal, sufragado por el Estado.

Varios elementos limitan gravemente el cabal funcionamiento democrático del sistema electoral estadounidense. Primero, existe una privatización creciente y desbocada de los procesos electorales. No hay limitaciones para el gasto publicitario en las campañas. Esto hace que el financiamiento de los candidatos provenga principalmente de las arcas de grandes corporaciones nacionales e internacionales. Durante el periodo electoral los medios y en particular los canales televisivos subastan al mejor postor los espacios publicitarios de mayor audiencia, creando una puja alocada por quién les oferta más dinero y, además, mejores compromisos a futuro.

Tal limitante incide en que los candidatos usualmente tengan que suscribir acuerdos —generalmente secretos— con estas mega-corporaciones mediáticas. Así, los candidatos que se atrevan a hacer ofertas electorales contrarias a alguno de los negocios conexos en manos de los poderosos holdings mediáticos, son en el acto vetados de aparecer en programas de opinión, noticiarios y debates electorales.

Y como, entre otros negocios, las grandes corporaciones mediáticas tienen intereses conexos en compañías de seguros y de salud privada (grandes clínicas y corporaciones farmacéuticas), esto hace virtualmente imposible que ningún candidato pueda formular una oferta electoral que incluya la universalización y transferencia al Estado de dichos servicios, en favor del conglomerado poblacional estadounidense.

Defensores del sistema electoral privatizado aducen que el dinero no es la variable decisiva que impacta sobre el libre ejercicio ciudadano de sus derechos democráticos. Pero un estudio de Public Citizen (organización no gubernamental que defiende los derechos de los consumidores ante el Congreso y el Ejecutivo) arrojó hace poco que el 92% de candidatos al Congreso en las elecciones al Congreso de 2004 que tuvieron mayor presupuesto para sus campañas fueron precisamente quienes se alzaron con la victoria.

Otra opción es la que siguió el candidato de izquierda Edwards, quien se acogió al esquema de financiamiento público. Esta opción garantiza que el Estado otorga 45 millones de dólares para su campaña. El problema es que acogerse a esta modalidad le impide expresamente aceptar otros aportes privados por lo que en definitiva Edwards contó con al menos veinte veces menos financiamiento que lo que recaudaron Clinton u Obama para sus campañas.

Otra característica negativa del sistema electoral estadounidense es su carácter bipartidista, producto de un modelo que no reconoce la representatividad de las minorías y que está profundamente cooptado, es decir, económicamente comprometido con grandes grupos económicos.

Dicho sistema electoral estipula que el partido que gana unos comicios se apropia toda la representación, no dejando ninguna representación al perdedor. Este esquema obliga a que el partido perdedor de una elección al Congreso, por ejemplo, deba entregar su porcentaje de representación en dicho estado al partido ganador, aunque la diferencia haya sido mínima.

Esta característica hace casi imposible la emergencia de otro partido distinto del Demócrata y el Republicano dentro del Congreso. Tales restricciones se traducen en que amplios sectores se abstengan de votar. Y genera que más de 72% de los ciudadanos con edad para votar exprese no sentirse representado por los diputados al Congreso Nacional o a los Parlamentos de los Estados. Y como la alta abstención facilita la reelección de los parlamentarios, gobernadores y alcaldes electos, esto hace que Estados Unidos sea el país con la clase política más estable y adinerada del planeta.

Por último, el sistema electoral estadounidense posee una restricción a la representación proporcional respecto a su base poblacional. Según este sistema, cada Estado debe elegir 2 Senadores, con independencia de su peso poblacional, discriminando así a los Estados más numerosos y progresistas.

Este cuadro de restricciones al ejercicio de la democracia representativa se traducen en la legitimación de una camarilla política mucho más conservadora y pervertida de lo que lo que la gran mayoría de los ciudadanos del país imagina. Así, mientras la jerarquía política nucleada en torno a camarillas consolida su agenda hiper-conservadora, las encuestas arrojan que en realidad una mayorìa de los estadounidenses desean:

1) La vuelta inmediata de las tropas de Irak y Afganistán; 2) un sistema de salud público universal; 3) un presupuesto nacional más igualitario y progresivamente distribuido; 4) más impuestos para los grandes consorcios y menos para los ciudadanos de escasos recursos; 5) el incremento sustancial del salario mínimo; 6) mejores pensiones de vejez e incapacidad; 7) la reposición de fondos para atender zonas de alto riesgo sísmico u oceánico; 8) un sistema de financiamiento de viviendas de interés social no sometido a las convulsiones del mercado inmobiliario; 9) menos injerencia de EEUU en asuntos extranjeros; 10) más seguridad ciudadana y menos políticas de pánico inducidas artificiosamente desde el Estado, entre otros.

Elecciones primarias

Las elecciones primarias en EEUU funcionan mediante un sistema interno de selección de candidatos para las elecciones presidenciales que se extiende alrededor de un año. Consta de comicios internos al partido y 'caucus' o asambleas locales. Se dice que entender los 'caucus', modalidad establecida desde 1846, es algo extremadamente complicado. De hecho, ocho de cada diez electores estadounidenses admiten que no tienen idea de cómo funcionan los 'caucus'.

Los Republicanos ya eligieron a su candidato, el Senador por Arizona John McCain, un personero político incluso más conservador y pro-guerra que Bush, quien ganó la nominación apoyándose en su amplio historial militar y el de su familia, factor éste tenido como clave por muchos electores para pronosticar competencias y “mano firme” para manejar con éxito eventuales coyunturas bélicas con otros países. McCain es considerado el segundo político más conservador de su partido, en especial en temas como control de la natalidad, privatización del Seguro Social, des-regularización del comercio, entre otros.

Además, ha pedido reforzar la presencia militar de EEUU en Irak y tiene muy buenas posibilidades de ser electo presidente de EEUU debido a una maquinaria electoral bastante bien aceitada.

Por el lado de los Demócratas, concluyó la feroz polémica entre la halcón Hillary Clinton y el emergente outsider afroamericano Barak Obama. Aunque Hillaray contó con un financiamiento nunca antes visto en la historia de las primarias, Obama remontó lo que parecía una cuesta inalcanzable, hasta superarla en la mayoría de los estados.

No pocos estadounidenses le criticaron a Hillary su apoyo irrestricto a la ocupación de Irak, y su voto en el Senado en favor de prolongar la permanencia de las tropas en ese país. Tales posiciones aunadas a un desempeño no muy destacado y a la desconfianza expresada por ciertos sectores de que una mujer pudiera ser “el mejor hombre para dirigir el EEUU” resultaron en un descalabro importante en su base de apoyo electoral.

Los Demócratas tienen ya dos periodos fuera de la Casa Blanca y, desde luego, hay fuertes presiones internas por retomarla. Hasta la fecha nunca un partido en EEUU ha retenido la Casa Blanca por más de dos periodos consecutivos.

Obama ha sido literalmente empujado a pronunciarse contra Irán, Irak, Cuba y Venezuela. En esta posición jugó un papel la industria de la guerra. El capital accionario mayoritario que posee la industria armamentista en los grandes medios de comunicación de EEUU tuvo sin duda un peso importante en estos pronunciamientos.

La posición anti-pacifista de Hillary fue sorprendentemente aprovechada por Obama quien hizo gala de sus excelentes dotes de orador, subrayando su casi total inexperiencia en los tenebrosos vericuetos de Washington. Tal actitud le granjeó la simpatía de importantes segmentos del electorado, en especial entre los electores más jóvenes. Obama se presenta como un candidato contrario al estaus quo y alérgico a la política de Washington. Un candidato de tono conciliador que, aunque no ha desafiado a las compañías de seguros ni a la las mega-corporaciones médicas privadas, mediáticas o armamentistas, se muestra a favor de los derechos civiles de todos los ciudadanos y no exclusivamente los de los afro-americanos, actitud que le granjea una importante base de aceptación.


Escenario para Venezuela y América Latina

1. En caso de que el republicano John McCain gane las elecciones, sin duda alguna EEUU reforzará su política belicosa contra el Medio Oriente y América Latina.
2. Una conducta similar a la de McCain aunque tal vez no tan extrema podría haberse esperado de Hillary Clinton, de haber ganado la nominación de su partido.
3. Obama ha despertado esperanzas entre grupos progresistas estadounidenses y latinoamericanos. Pero su hipotética inclinación de apertura en temas de política exterior es algo que está por verse. Por lo pronto ya ha señalado que Chávez debería responder ante EEUU y ante la comunidad internacional de comprobarse nexos de su gobierno con las FARC u otros grupos etiquetados como “terroristas”. Y ha declarado en favor de los intereses del lobby sionista y armamentista de su país, y en contra de los movimientos nacionalistas y de izquierda de Irak, Irán y Afganistán.
4. Los altos precios internacionales del petróleo, la caída en picada de las reservas de crudo de EEUU, la precipitada devaluación del dólar frente a otras divisas, la crisis finaciera y la presión internacional creciente por adoptar una cesta de monedas distintas al dólar introducen graves elementos de riesgo estructural para la economía estadounidense.
5. Si a ello añadimos la grave crisis inmobiliaria interna y la rápida desaceleración de su economía, tenemos un cuadro que de seguro presionará a cualquier figura que llegue a la presidencia de EEUU en favor de una política de mayor injerencia hacia los países cuyas materias primas y alianzas se constituyan para EEUU en riesgo para sus enclaves estratégicos en América Latina (Panamá, México, Venezuela, Bolivia y Colombia).
6. Resulta previsible así que cualquiera fuere el candidato que llegue a la Casa Blanca buscará reactivar un política de recuperación de la influencia resquebrajada de EEUU hacia AL. Ya Obama lo dijo. Una vez resuelta la estabilización de Irak, “EEUU debe volver a prestar atención a América Latina”.
7. Hasta ahora Obama es el único candidato que ha manifestado su voluntad expresa de reunirse con cualquier presidente del mundo con quien existan tensiones para buscar posibles arreglos. Esto ha sido en general recibido positivamente, pero no garantiza ningún cambio en su política exterior.
8. Pero sus repetidas actitudes negociadoras hacia todos los sectores hegemónicos del país, aunado a la conocida historia de presiones y hasta atentados contra presidentes de Estados Unidos que se oponen a las políticas del complejo industrial militar, medico/ farmacéutico y sionista, hace muy difícil pensar que incluso Obama vaya a poder ver con buenos ojos —y pueda tener una actitud de respeto— ante el creciente proceso de relativa autonomía de países de la región.
9. Para América Latina y en particular para Venezuela, Colombia y Bolivia, el cuadro post-electoral estadounidense luce así sumamente sombrío. No es un secreto que las grandes decisiones de intervención el EEUU se toman a inicios de periodo presidencial. Para mantener su hegemonía global Estados Unidos tiene una necesidad creciente de pillar vastas riquezas naturales en todo el mundo, pero en particular en lo que han considerado históricamente su “patio trasero”.
10. Las aventuras parcialmente fallidas de Irak y Afganistán dificultan bastante (aunque en modo alguno descartan) en un futuro próximo la opción de instigar una mezcla de ayuda a movimientos secesionistas con escaramuza militar convencional contra Venezuela.
11. Debido al océano de reservas de petróleo venezolano y a su condición estratégica, la intervención estadounidense en contra de nuestro país constituye así un asunto en el que lo que algunos discuten no es si se llevará o no a cabo, sino cuándo serà la mejor oportunidad para desplegar dicha ofensiva.
12. Los tres elementos claves previos a la injerencia parecen ser: a) El descrédito internacional de Chávez y de su gobierno bajo acusaciones y “pruebas de alianzas con grupos etiquetados de terroristas o corruptos”; b) el fortalecimiento interno de la oposición, expresado en los triunfos que pudieran alcanzar en gobernaciones y alcaldías estratégicas, capitalizando en paralelo las fisuras que presente el partido y el gobierno, acompañado de la publicación de encuestas y el refuerzo de la campaña mediática; y c) la obtención de un eventual acuerdo de apoyo de fuerzas multinacionales, o al menos la promesa de no injerencia, de cara a una intervención comercial, diplomática o armada. No obstante, el anterior no es todavía el escenario con más probabilidades de ocurrencia.
13. La profundización de la guerra de IV generación y una ofensiva de baja intensidad en combinación con una acción mercenaria constituyen las opciones más viables para la intervención de EEUU contra Venezuela, tanto desde el ángulo financiero como desde el de su costo humano.
14. Por medio de una ofensiva ideológico-mediática se continuará reforzando un minucioso ataque hacia los puntos más débiles del proceso. El objetivo será forzar una derrota parcial en las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes previstas para noviembre próximo, abriendo paso así a un mejor escenario para recuperar peso en la Asamblea Nacional y hasta organizar una virtual convocatoria a referéndum revocatorio presidencial a partir de febrero del 2010.
15. Mientras no se concretan estos escenarios, la continuación de la guerra mediática y la puesta a punto de grupos estudiantiles neo-fascistas y paramilitares con objetivos de desestabilización política parecieran constituirse así en los principales y más inminentes peligros.
16. A diferencia de buena parte de los países de América Latina, Venezuela conserva todavía el apoyo y fervor de una mayoria de los movimientos sociales. No obstante la emergencia de una nueva derecha con caras renovadas y de aliados muy poderosos en casi toda la Región exige redoblar la la praxis revolucionaria y la voluntad democrática mediante el voto, y la elevaciòn de la conciencia socialista Bolivariana de cara a previsibles contextos de confrontación.
17. Frente a este delicado contexto de recobro de fuerzas de los enemigos estratégicos de clase (tanto en EEUU como en casi toda América Latina), nuestra consigna electoral y post-elecciones de gobernadores, alcaldes y consejos municipales debe ser, más que nunca: Unidad y firmeza para resistir la política fascista-burguesa.

delgadoluiss@gmail.com


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Luis Delgado Arria


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