Guerra larga

No es exagerado afirmar que la confrontación que actualmente libramos en Venezuela, para cambiar el injusto sistema capitalista gringo-dependiente por uno socialista, humano y liberador, es la más importante desde la guerra de independencia contra los españoles, en el primer cuarto del siglo XIX. Se trata de un combate de largo aliento, donde quienes sostenemos posiciones avanzadas debemos estar conscientes de que cambiar la mentalidad egoísta de los ciudadanos, para que superen su avidez por acumular cosas materiales y privilegien el interés colectivo y los valores espirituales, es la tarea más difícil, porque apunta a la esencia del capitalismo, porque no se eliminan de un día para otro los vicios acumulados durante 50 años de entrega de la soberanía a las transnacionales que controlan al gobierno norteamericano, y porque sufrimos a diario el adoctrinamiento individualista del imperio a través de la TV, Internet, la prensa y cuanto medio existe en manos de la derecha mundial y criolla, que son una.

Ante semejante reto, la reforma constitucional o cualquier otra medida tendente a profundizar la democracia a través de la forma más auténtica, como es el empoderamiento popular, resulta pequeña. Porque, ¿de qué valdría esa transferencia si una vez trasformadas las estructuras, las bases comunales siguen defendiendo las pautas del consumo capitalista, las modas y la banalidad que siembran a diario los canales de la TV escuálida? ¿Acaso ignoramos que con la reducción del horario laboral, estamos dejando más tiempo libre para que la gente aumente su permanencia en los centros comerciales? ¿De verdad, conociendo la idiosincrasia venezolana, podemos esperar que ese tiempo libre, se dedique mayormente al mejoramiento profesional, a compartir con la familia, a la lectura, a la música o a visitar los parques? ¿Disponemos de un plan para contrarrestar el riesgo de que la derecha capitalice ese tiempo libre?

Hasta la prensa opositora más recalcitrante reconoce que el poder adquisitivo de las clases populares ha incrementado de manera sostenida durante el gobierno del Presidente Chávez, lo cual sin duda prueba que se ha mejorado la redistribución del ingreso. ¿Pero cuál ha sido el destino de ese dinero extra del cual ahora disponen los pobres? Es obvio que una parte se invierte en comida, y si esa fuera la fracción más importante, contaríamos con un estrato basal mejor alimentado, más saludable gracias a Barrio Adentro y mejor instruido gracias a las misiones educativas. Pero lamentablemente, varias encuestas indican que la compra de teléfonos celulares (incluyendo los más sofisticados), de bebidas alcohólicas, y la adquisición de vehículos y motos, constituyen buena parte del consumo. El ahorro ni se nombra.

Aparte de la fortaleza del enemigo, que actúa desde adentro siguiendo órdenes de afuera, tenemos debilidades internas que reflejan la anemia ideológica de muchos de nuestros líderes, incapaces de conjugar la acción con el discurso, sea porque en el fondo no creen en éste (caso de los oportunistas), o simplemente porque se trata de adecos infiltrados con boina roja, que hacen su tarea política. Pero ¿cuál ejemplo de austeridad ofrecen ministros y gerentes de empresas estatales que llevan a diario una millonada encima en ropa “de marca”? ¿Los que para desplazarse cuatro cuadras emplean veinte escoltas que hacen más insoportable el tránsito capitalino? ¿Los que se debaten entre si es ético o no ser “líder socialista” y comprarse una Hummer?

Si en alguna vez los venezolanos fuimos solidarios e idealistas, eso se borró del imaginario colectivo hace mucho tiempo. Los valores del venezolano de la calle son los valores económicos, que reflejan el culto a quien más tiene porque más vale. Es ingenuo pensar que los más pobres, por sus opciones limitadas, son menos egoístas que los más ricos, cuando se les ha segregado como perdedores en un medio donde nunca habían tenido oportunidades, y ahora aprovechan las políticas sociales para mejorar la imagen, sin ir al fondo de la contradicción de la cual han sido víctimas. Pero es precisamente en este punto en el cual la política educativa del Estado debe jugar un papel clave, para cambiar los referentes, para rescatar la historia y entender qué era la Venezuela de la Cuarta República en comparación con la que tenemos y deseamos construir. Hasta que se vean los efectos de una nueva escuela, de una nueva educación bolivariana, latinoamericanista y comprometida con el progreso social y cultural del país soberano, yo no me empeñaría en reducir la edad para votar, porque los jóvenes serán nuestra esperanza, pero hoy por hoy son el centro de la ofensiva consumista del imperio.

palmacam7@yahoo.es


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Camilo Palmares

Profesor universitario.

 camilopalmares@yahoo.com

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