Me hago eco de la filosofía de María E. para derribar muros del poder

Dice la autora: Cuando argumento a favor de una metodología de investigación que rescate al hombre olvidado de las Ciencias Sociales en su amplio sentido, es decir, en todo lo humano, no tengo la pretensión de resolver el problema de la humanidad, pero si pretendo que esta metodología que va a lo profundo de lo que piensa, hace y siente el actor social, podría darnos luces acerca de formas en que pudiéramos construir una condición humana solidaria, de todos con todos, sin exclusiones.

Aquí no empleo el término solidario como los "buenitos que ayudan a los pobrecitos", sino como ser coparticipes en la creación de una civilización que surja de un cambio revolucionario del interior de cada ser humano que nos conduzca a una vida rica, variada, fructífera, siempre cambiante, que permita la expresión de cada uno, pequeño, joven, adulto, viejo, hombre, mujer y sus alternativas. Y continúa, en mi opinión, se equivocan ante el problema y la solución, aunque saben cómo lograr las mejores condiciones de la vida humana en un planeta sano, precisamente porque no logran unirse en los criterios y el esfuerzo conjunto, todos y todas con aciertos, y lo único que se los impide es el poder, sí, el poder, porque en definitiva la cuestión de fondo es pensar y decidir quién va "a mandar".

Y citando a Humberto Maturana R., que en el Prefacio al texto de Riane Eisler El Cáliz y la Espada, señala que: Si nadie puede reclamar para sí el acceso privilegiado al conocimiento de una verdad trascendente, absoluta, y además universal precisamente por ser trascendente y absoluta, nadie puede exigir al otro que haga lo que él o ella dice so pena de ser negado bajo la acusación de ceguera, herejía, rebeldía o error culpable. Más aún, si se acaba la exigencia desde la creencia en la posesión de la verdad, se acaba la tolerancia que es una negación suspendida temporalmente, y comienza el respeto.

Ese cambio no es trivial. Donde comienza el respeto al otro, o a lo otro, comienza la legitimidad del otro, y se acaba la aceptación de las ideologías que justifican su negación y legitiman su control. Donde comienza el respeto al otro comienza la muerte de las filosofías sociales y políticas que pretenden poder señalar el curso inevitable de la historia o el orden socio-político justo desde una verdad trascendente que valida el sometimiento de unos seres humanos a otros bajo el argumento de que están equivocados. Con las teorías científicas sólo se busca explicar, y no es su propósito salvar nada. Por esto, y en función de su manera de constitución, las teorías científicas son intrínsecamente liberadoras, y la ciencia como metodología reflexiva es un dominio en el que se aprende el desapego en el respeto al otro aunque no siempre lo vivamos así.

Las teorías filosóficas, en cambio, se proponen o surgen desde la intención de conservar algún principio, de salvar algún valor, de proteger alguna creencia o de justificar alguna acción. Por esto, las teorías filosóficas no son liberadoras, sino que al contrario, constituyen dominios de acciones imperativas que exigen al otro y eventualmente justifican su negación condena cuando esas exigencias no se cumplen. Las teorías científicas surgen en el seno de las conversaciones sobre los asuntos públicos en el Ágora de la Polis griega en la práctica del convivir democrático, y como tales, surgen rompiendo la norma patriarcal de la apropiación de la verdad aunque se vivan muchas veces como fundamento para tal apropiación. De allí el conflicto siempre presente entre ciencia y religión.

La ciencia en sus fundamentos es no patriarcal. Las teorías filosóficas, y en particular las políticas y religiosas, en cambio, son confirmadoras de la cultura en que nacen, muchas veces como argumentos de conservación de algún principio de convivencia de orden ético o moral. En general, empero, las conversaciones de autoridad, control dominación poder que forman parte de la red de conversaciones que constituye al patriarcado, atrapan todas las teorías en la apropiación de la verdad y las transforman en instrumentos de dominación a través de la justificación del control del otro en aras de un bien superior.



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Franco Orlando


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