Paz como gerras limitadas

Ideólogos e ideologías de la nueva guerra "tibia" (IV)

Lejos de ocurrir el "fin de las ideologías", que los teóricos vienen anunciando desde la década de los ochenta y algunos comentaristas insisten en traer hoy a colación, la "guerra tibia" en la que se ha convertido el mundo actual ha provocado la formulación de más ideologías las cuales se van superponiendo, como otras tantas capas de sedimentos, a las elaboradas ya desde la revolución francesa y el arranque de la modernidad occidental. Como hemos visto en las anteriores tres partes de estas reflexiones provisionales e imperfectas, las ideologías gozan de buena salud, y hay filósofos, sociólogos, geógrafos, etc. y demás intelectuales en plena faena de la producción de nuevas racionalizaciones de intereses y comportamientos políticos, para sustituir a las ya decrépitas marxismo y liberalismo. Aquí hemos mencionado varios ideólogos, aunque pretendimos centrarnos en dos, Mires y Dugin. Tal vez habría que discutir la utilidad clasificatoria del esquema topológico izquierda/derecha, dado que han aparecido mezclas o especies híbridas como el nacionalbolchevismo o la socialdemocracia neoliberal, o el mismo "populismo". Lo que sí destaca es la importancia que ha adquirido la geopolítica, tanto como ideología (o sea, justificación de intereses de imperios), como a la manera de disciplina con pretensiones "científicas", desplazando incluso teorías explicativas como el materialismo histórico. Otro rasgo, no totalmente nuevo, del panorama es la relevancia que ha adquirido la teología, en calidad de retorno inesperado, y la antropología, en lo que le toca estudiar las culturas y las tendencias étnicas.

El debate intelectual sobre la "Guerra tibia", que ya es inocultablemente mundial por los intereses involucrados y la amplitud de sus consecuencias, ha hecho retornar la pertinencia de reflexiones referidos a períodos históricos pasados que fueron fundamento de nuestra Modernidad, como el sistema de Westfalia, que en el siglo XVII estableció como principio la soberanía nacional y la tesis de la "Paz Perpetua" de Emmanuel Kant, por ejemplo. Esta reza más o menos así: no son válidos los tratados de paz en los que se reserva un asunto para una guerra futura; por ejemplo, la cesión de un estado independiente, grande o pequeño, por medio de herencia, intercambio, cambio o donación. Esto dependía de la acción de los sujetos éticos humanos que, para serlo, debían hacerse responsables en su razón. Bueno: eso cuando la discusión va un poco más allá de la destilación de odios y rencores viejos, como se percibe todavía en Mires y Dugin. En todo caso, está en discusión el principio de la soberanía nacional y de la ética racional de responsabilidad que debe guiar las acciones de los Estados, premisas propias de la Modernidad. Y no está en debate la aplicación de esos conceptos (si se cumplen o no, o la hipocresía de los poderes reales al afirmarlos al tiempo que los violan), sino los principios en sí, desde el momento en que se somete a discusión la vigencia de la Modernidad y hasta de la civilización occidental.

A ratos pareciera que se pretendiera interpretar y juzgar a la "guerra fría" del siglo XX, con criterios de antes de ella, cuando no, con intenciones propias de ella. Es decir, hay un persistente anacronismo de los razonamientos. Así, Mires niega la existencia del imperialismo norteamericano, término que según él es una infamia de la propaganda soviética que calla acerca de la conducta de imperio de la URSS, con lo cual el sociólogo chileno justifica el comportamiento de una gran potencia que intenta contener a su enemigo; es decir, se trata de que Estados Unidos tenía sus buenas razones para actuar como actuó, incluso organizando e impulsando el golpe de Pinochet. Dugin interpreta la Guerra Fría como la oportunidad en que el Liberalismo y el comunismo-socialismo se enfrentaron, con la consabida derrota del segundo, y el chance para desarrollar su propia "Cuarta Teoría" que se enfrentará al pensamiento de Fukuyama, materializado en la banalidad del mal de la Postmodernidad. Por supuesto, Mires y Dugin son filósofos. Es decir, ambos pensadores sistematizan los anacronismos del hombre de la calle, informado por las redes sociales, quien piensa todavía que Rusia es el comunismo enfrentado contra el imperialismo norteamericano o la Democracia. El Bien contra el Mal: no hay nada más simple para entender por el común del rebaño sin sentido común.

La complicación, y lo que impide una paz, no perpetua, sino al menos perdurable, es la muerte de los principios westfalianos (la soberanía nacional) y de la racionalidad ética de la responsabilidad de la acción, premisas que permitirían acuerdos creíbles entre las partes enfrentadas. Por supuesto que la soberanía nacional ha sido violada mil veces por los Estados Unidos (por la URSS también lo fue, ojo). Pero ahora pareciera que retornamos a una situación previa al acuerdo de Westfalia e, incluso, a la Modernidad filosófica y política de Kant. Tal vez esto sea parte del nihilismo previsto por Nietzsche: la pérdida de vigencia de los valores trascendentales. Es como la culminación política del "desencantamiento del mundo" explicado por un Weber muy influenciado por el filósofo del Superhombre. Un retorno al estado de "guerra de todos contra todos" de Hobbes.

Las noticias (es un eufemismo; más valdría decir la propaganda) desde el campo de batalla sólo sirven para crear angustia y depresión. Los rusos dicen haber descubierto laboratorios norteamericanos donde se preparaban y probaban armas biológicas de consecuencias mundiales. Las imágenes muestran igual grupos nazis cometiendo desmanes contra la población rusa o extranjera (se sabe que hay una guerra civil desde más o menos 2014) y soldados ucranianos disparando a las piernas de prisioneros rusos. Moscú muestra mapas de Ucrania cada vez más rojos para indicar los avances en la "operación militar" (eufemismo de la invasión), pero no las imágenes de los bombardeos donde (es propio de las guerras de este tipo) la población civil (o sea, también niños y mujeres embarazadas) muere horriblemente. Se desechan ofertas de negociación sobre la base de la neutralidad ucraniana y su negativa de su intención de integrar la OTAN (sujetos, claro, a un referéndum), las ayudas militares occidentales aumentan y Biden no se arrepiente de sus declaraciones que expresan claramente que sus objetivos incluyen el derrocamiento de Putin. Y así. Todas las informaciones no sólo muestran motivos para seguir peleando, sino la destrucción de la racionalidad ética e instrumental del Otro (del enemigo, ruso, ucraniano o norteamericano). El auditorio mundial (los otros países) juega a la prudencia en sus declaraciones, pero en realidad cada quien juega a sus conveniencias inmediatas, incluido el gobierno venezolano. La prudencia (lo decía Kant) no es moralidad.

Retrocesos en el pensamiento y en la realidad: eso es lo que muestra una revisión de la situación. La Modernidad efectivamente ha pasado. Y la posmodernidad no es tan hedonista, trivial, desideologizada o "descentrada" como la describían los pensadores postmodernos. Más bien se presenta como un "estado de naturaleza" hobbesiano, donde "el hombre es el lobo del hombre" ¿Qué puede salir de ahí? De la guerra de todos contra todos, Hobbes dedujo la necesidad de un monstruo que centralizara toda la violencia, que tomara la libertad de los seres humanos a cambio de su "seguridad": el Leviatán. Pareciera que asistimos a la lucha de varios pequeños leviatanes (Estados Unidos, Rusia, China) por establecer sus "áreas vitales" respectivas. Después de la primacía de la ontología en la filosofía desde los antiguos griegos, pasando por la propuesta de situar la ética en el centro del pensamiento con Levinas y sus muchos seguidores, nos encontramos con que vuelve la geopolítica como principio intelectual máximo. Solo pensamientos imperiales. Justificaciones de la guerra basadas en la maldad absoluta del Otro. Y para ello, Dios, la moral, todo el pensamiento, solo son recursos propagandísticos destinados a ciertos públicos-rebaños.

Sólo quedaría por plantear entonces la paz (y la guerra) delimitada a zonas, a tiempos, a poblaciones, si es posible. En nombre de lo que queda de Valores Supremos, aunque el principal de ellos ya se dé por perdido: la vida humana.



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Jesús Puerta


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