Ideólogos e ideologías de la nueva guerra tibia (III). Alexander Dugin

Los "maestros de la sospecha" (Marx, Nietzsche, Freud) nos enseñan a desconfiar sistemáticamente de lo que los humanos (sobre todo los "demasiado humanos") dicen de sí mismos. Esta debe ser la premisa metodológica para abordar las ideologías, y la usamos para comprender estas de la "guerra tibia", objeto de este ensayo que ya va por su tercera parte. El contexto es importante: saber cuándo y desde dónde fueron dichas y/o pensadas (es lo mismo), atender a qué se refieren, qué dicen y sobre todo qué no dicen, y todavía más, a lo que dicen sin decir. Las ideologías fuesen sólo unos autoengaños si no advirtiéramos que a veces los humanos pretenden tener cierta coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Esto incluso lo respalda la psicología conductual, cuando explica muchos comportamientos mediante la necesidad de las psiques de reducir la disonancia cognoscitiva (la contradicción entre el pensamiento, el decir y el hacer). También nos advierten los tres genios de la desconfianza que siempre hay algo oculto en las ideologías: intereses de clase, voluntad de poder o pulsiones del inconsciente.

Por eso, como decíamos en la primera entrega de este ensayo, es fundamental que para comprender a los ideólogos e ideologías de la nueva "guerra tibia", nos ubiquemos en la Guerra Mundial de nuestro siglo que, a estas alturas. ya adquirió mucha temperatura con la "operación militar" (los imperios son artistas de los eufemismos) en Ucrania. Definitivamente, estamos en un nuevo siglo. La confrontación mundial actual no arranca de una repartición del mundo, como la "Guerra Fría" entre la URSS y los Estados Unidos, sino de una hegemonía total de los norteamericanos, resultado directo del derrumbe (Mires y Dugin afirman que de la derrota y el derrocamiento) del Bloque Socialista. Además, no están en juego dos proyectos opuestos de sociedad y/o Estado. Todo el mundo es capitalista y en él pugnan diferentes imperialismos. Por supuesto, el replanteamiento de las contradicciones fue gradual. Hubo un momento en que, ya sin opositor directo y de conjunto, Washington se enfrentó a las acciones terroristas del fundamentalismo islámico, y así justificó la guerra mundial contra el terrorismo que motivó bombardeos e invasiones de naciones enteras. De seguidas, vino la competencia económica y tecnológica, en la cual China se colocó definitivamente a la cabeza, mientras Rusia (junto a Brasil, India, China y Suráfrica) tuvo un crecimiento impresionante gracias a el auge de las materias primas de la primera década del siglo XXI que, de paso, benefició a los gobiernos del "progresismo latinoamericano" (las comillas son a propósito y provisionales).

Después de la derrota, lo que fue la URSS y Rusia, específicamente, se estuvo reponiendo de un verdadero shock económico durante la última década del siglo pasado y la primera del presente, debido a la violenta privatización que entregó la inmensa economía de la anterior superpotencia a voraces empresarios, ex burócratas del Partido Comunista, más parecidos por sus métodos al Padrino que a Rockefeller, aunque este tiene lo suyo también de mafioso. En contraste con China y Vietnam, la URSS pasó del "socialismo real" al capitalismo salvaje, sin el control de un estado consolidado que lograra una gradualidad conveniente. En Rusia, no sólo se desintegró un verdadero imperio, sino que se subastaron las inmensas corporaciones de la segunda potencia del mundo. El FMI aportó mil millonarios préstamos con la condición de que se vendieran "libremente" las acciones de las grandes empresas otrora del estado. Lo que ocurrió se parece a lo de la Venezuela actual. Muchos burócratas se robaron esos reales y aprovecharon para comprar a precios de gallina flaca las derruidas estructuras industriales y extractivas de la agonizante superpotencia. Desgraciadamente, la "perestroika" y la "glazhnost" de Gorbachov desataron unos demonios que no pudo morigerar, y que destruyeron la última esperanza de que el socialismo pudiera ser también un sistema de libertades, al menos en la URSS, como aspirara gente como el poeta Ludovico Silva. Vino el borracho de Yelsin, hasta que le tocó a Putin. Mientras tanto, hubo una proliferación de ofertas político-ideológicas, de mezclas anti naturales, que combinaron en diferentes dosis el rojo con el marrón (del color de las camisas de Hitler y Mussolini).

Podrá sonar raro pero esas mezclas entre fascismo y bolchevismo abundaron en la década de los veinte y treinta del siglo XX. No era extraño entonces que en la Rusia recién capitalista salvaje, se lanzaran a la palestra pública esos engendros político-ideológicos, como el "nacional-bolchevismo". O sea, partidos chovinistas que proponían recuperar el poderío ruso de otros tiempos (fuese con Stalin o con el Zar, lo mismo da), enfrentando al vencedor norteamericano, con un afecto ambiguo hacia Europa. Valga una pequeña digresión acerca de la empatía. No creo posible que haya una genuina empatía entre los venezolanos y los rusos o los chinos, ni siquiera con los norteamericanos (especialmente con los seguidores de Trump). Lo afirmo porque nosotros nunca hemos vivido la estructura de sentimientos de ser un imperio. Nuestras nostalgias nacionales son radicalmente diferentes, como distintos son nuestros mitos movilizadores. Cuando mucho, sentimos nostalgia por los momentos de gloria del Libertador o hasta por el auténtico dólar a 4,30 que convirtieron a los venezolanos en los magnates de América Latina allá a mediados de los setenta, con la "Gran Venezuela" rentista. Uno que otro, recordará con cariño los desplantes de Chávez. Pero ninguno de nosotros puede suspirar recordando los tiempos en que su nación dominaba medio mundo o el mundo entero.

Precisamente en eso se basan esas ideologías nacional-bolcheviques, en cuyo contexto se comprende la teoría elaborada por Alexander Dugin quien, ojo, es considerado hasta por el mismo Mires, como un filósofo en toda la extensión de la palabra y no un simple propagandista de la guerra de Putin. Se trata entonces de un pensador de una extensa obra. Nosotros solo hemos leído su principal libro "La cuarta teoría" y varios de los artículos de análisis desde hace más o menos dos años.

Es difícil resumir en el espacio disponible la teoría de Dugin, pero ahí vamos. En el siglo XX, tres grandes teorías políticas se disputaron el mundo: el liberalismo, el socialismo-comunismo y el nazismo-fascismo. La primera, tiene su sujeto y centro en el Individuo; la segunda, en la clase social (el proletariado) y la tercera, la nación (el chovinismo de Mussolini, Franco, etc.) y/o la raza superior (la aria, para Hitler). Ahora bien, el Liberalismo ha derrotado a sus contendientes en momentos diversos. Al nazismo-fascismo en la Segunda Guerra Mundial, aliándose con el comunismo soviético, el cual fue a su vez derrotado cuando cayó el Muro de Berlín. Además, de su victoria política-militar, el Liberalismo se presentó como el heredero legítimo y único del pensamiento de la Modernidad occidental (cuestión a lo que aspiró en su momento el marxismo). Al derrotar a todos sus contendores, el Liberalismo pasó de ser ideología a la inercia del Ente, de lo Real. Entonces, devino en posmodernismo: la extrema mercantilización de todos los órdenes vitales, la trivialización de las grandes cuestiones. Si todavía el moderno se sentía mal por haber matado a Dios (Nietzsche) o haber desacralizado el universo (Weber), el posmoderno ni siquiera sabe exactamente de quién es el cadáver, y recurre a la astrología o a alguna secta de la "Nueva Era". Ya no hay metarrelatos ni legitimación. Es el total nihilismo: la pérdida de sentido de todos los Valores Trascendentales, como lo describiera Nietzsche.

Pero ahí no acaba la historia para Dugin. En el debate entre Fukuyama y Huntington, Dugin toma partido por el segundo. Efectivamente, han quedado en pie las tradiciones, las creencias religiosas, incluso las jerarquías arcaicas. Para enfrentar la banalidad maligna de la posmodernidad, es preciso elaborar una "cuarta teoría política" retomando precisamente los escombros que han quedado, hacer "metafísica de las ruinas". La geopolítica se eleva a la categoría de disciplina central del pensamiento. Frente a los sujetos de las teorías anteriores (el Individuo Libre, la clase revolucionaria, la nación o la raza superior), hay que colocar el Dasein heideggeriano; es decir, ese Ser que ha sido expulsado, "eyectado" en el Mundo ya existente, al cual comprende de acuerdo a una hermenéutica que debe echar mano de las tradiciones y los prejuicios que le permiten participar en una cultura y una historia. Al llegar al punto de la angustia, este nuevo sujeto, el Ser-ahí debe escuchar su vocación (su voz) interior para conquistar su autenticidad. Al hacerlo, debe enfrentarse entonces a la posmodernidad reinante, a nombre de la religión, las creencias tradicionales arcaicas, la autenticidad de su vocación existencial.

Heidegger le da sustento al nacionalismo chovinista de Dugin: para Rusia luchar contra el orden occidental posmoderno es una cuestión de acceder al Ser (como Hamlet), una cuestión existencial. Rusia debe luchar por ser la Eurasia que es el centro del mundo. Y este enfrentamiento va más allá de la izquierda y la derecha. De hecho, Dugin celebra el "populismo", esa mezcolanza ideológica que ha tenido su auge en algunos países, con inclinaciones de derecha o de izquierda. Así, Dugin ha simpatizado con Trump, la Liga Salvini de Italia (conservadores ultranacionalistas), Bolsonaro en Brasil, etc. Y, naturalmente, con Putin…

Por supuesto, el líder ruso tiene su propio partido, "Nueva Rusia", con un discurso bastante parecido a las otras versiones del nacionalismo ruso: todos desean recuperar el prestigio, el poderío y el orgullo de su gran nación. Y para ello, echa mano de lo que fuere, hace "metafísica de las ruinas". Para esa nostalgia de poder igual vale Stalin que Pedro el Grande. Además, vale la lucha por preservar los valores, un conservadurismo extremo que se refleja en la alianza estrecha con la Iglesia ortodoxa y en la lucha contra el movimiento LGBT y por la monogamia y el rol masculino en la familia. En esa línea de pensamiento, Ucrania es una herida sangrante. Cuando en 2014 un movimiento insurgente en medio de grandes manifestaciones, pretendió vincular a Ucrania con la Unión Europea y la OTAN, todas las alarmas se encendieron, incluida las del Partido Comunista que también tiene su corazoncito nacionalista. Dugin pasó a ser un ferviente partidario de Putin. Es comprensible: casi todas las naciones que formaron una vez el cinturón protector de Rusia en Europa oriental ha pasado a la OTAN, organización militar de "contención del comunismo" cuando se fundó, pero que con la disolución de la URSS se convirtió en solamente una expresión más del poderío norteamericano. Inverosímil: las otrora imperios se han visto reducidos a países subordinados a los norteamericanos. Y todos ellos son una amenaza para Rusia. Le incumplieron a Gorbachov la promesa de disolver la OTAN, a los sucesivos mandatarios la de no continuar el cerco a Rusia. Para qué, si no es para someter a su Gran Nación.

De modo que se puede comprender las justificaciones de la invasión a Ucrania, con las mismas razones de prudencia geopolítica con las que se pueden comprender el decreto Obama de caracterizar a Venezuela como amenaza a su seguridad nacional. Claro: hay que salvar muchas distancias para establecer la analogía. Los grupos nazis que ha financiado el gobierno ucraniano no tienen las mismas proporciones, armamento, ideología y formas de acción de los "guarimberos" venezolanos. Tampoco la patética ineptitud de los militares venezolanos, demostrada frente a las guerrillas colombianas en las zonas fronterizas. El punto es que ahora la geopolítica es ideología dominante. Las zonas de influencia, los "espacios vitales", los "patios traseros", las desconfianzas y resquemores ante los vecinos, pueden justificar "operaciones militares". De hecho, este tipo de argumentos los ha usado el imperialismo norteamericano, tan real y peligroso como los otros, que intentan cambiar el orden mundial impuesto cuando se cayó el Muro de Berlín.

Pero es necesario un balance general de estas ideologías de la nueva "Guerra Tibia". Esto lo ensayaremos en la cuarta y última parte de este ensayo.

 



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Jesús Puerta


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