El auge de la nueva burguesía y la venta de garage de un país

La comparación y la analogía son métodos válidos para el análisis histórico, si se les sabe aplicar con arte. Menos mal que el conocimiento de la historia y las ciencias sociales ha abandonado, saludablemente, la perspectiva de formular supuestas "leyes científicas" ineludibles, un molesto residuo de las "filosofías de la historia" que proliferaron en los siglos pasados. Pero al comparar y establecer parecidos entre procesos muy diferentes, podemos sacar todavía provechosas enseñanzas. Tal es el caso del tópico que pienso exponer brevemente en este artículo: las pugnas y desplazamientos de las burguesías o de las fracciones de esa clase social. Otro tema interesante para una comparación se refiere a la fragmentación que sigue a una grave derrota histórica de una facción política insurgente. Por supuesto hablo de establecer algunos parecidos entre la situación de la izquierda entre 1963 y 1988, y la de la oposición antichavista desde 1999 hasta nuestros días. Pero esto último lo podemos dejar para otro artículo.

Con más precisión: en este artículo voy a comparar, por un lado, los conflictos que conllevaron el desplazamiento de una burguesía "tradicional" (las comillas son justificadas: somos todavía un país demasiado joven como para tener clases sociales tradicionales como en Europa o Asia) por otra, más "actualizada", primero desarrollista (primer período de CAP: 1973-1979), luego neoliberal (segundo período de CAP y gobiernos de Caldera: 1988 hasta su crisis desde 1992); y, por otro lado, el surgimiento y ascenso de una nueva fracción burguesa, que desplaza a las fracciones dominantes anteriores, gracias a la sustracción de la renta (delictiva, la caracteriza Oly Millán) ocurrida en estos años de "Revolución", los graves errores de la dirección política de la burguesía venezolana de décadas anteriores y su proyección en el futuro como nueva clase dominante y dependiente, gracias al aprovechamiento oportunista de las pugnas interimperiales actuales, entre China, Rusia, Europa y unos Estados Unidos decadentes.

Está suficientemente documentado el desplazamiento de una fracción burguesa por otra, tanto en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, como en el segundo. Hay muchos textos que se pueden consultar provechosamente acerca del tema, debidos a Domingo Alberto Rangel, Pedro Duno, Margarita López Maya y un largo etcétera. Se habla allí de los llamados "doce Apóstoles" que aumentaron sus fortunas y su posición dirigente de la clase dominante, cabalgando sobre los copiosos recursos debidos al boom petrolero de mediados de la década de los setenta y desplazando a la otra fracción, llamada "tradicional", cuya posición dominante venía de un esquema forjado durante Pérez Jiménez, y consolidado durante los gobiernos de Betancourt, Leoni y Caldera (1958-1973). Esas prácticas, usos y relaciones establecidas, lograron un crecimiento económico a partir de un modelo proteccionista, la "sustitución de importaciones", sustentado en la distribución concertada de la renta petrolera, una industria dependiente tecnológica y gerencialmente del capital norteamericano, el crecimiento de una fuerte clase media profesional. Pérez cambió muchas cosas y facilitó el desplazamiento de la burguesía tradicional, lo cual ocasionó contradicciones entre las distintas fracciones burguesas. CAP utilizó el caudal petrolero de la llamada "Venezuela Saudita" para hacer inmensos proyectos industriales y cuantiosas inversiones, muy cuestionadas en su momento por Pérez Alfonso y Domingo Alberto Rangel, hasta asomarse a una política de nacionalización del petróleo y el hierro, ya ensayada en los otros países aliados de la OPEP. El Estado se convirtió en el principal empresario y la acumulación de capital encontró una nueva fuente en la profundización de la corrupción administrativa, de acuerdo con los detractores de CAP, inspirados en las intervenciones del todavía vivo Rómulo Betancourt y de un sector de "notables" que hizo su primera aparición.

La crisis subsiguiente, debida en parte al gigantismo de la "Gran Venezuela", el despilfarro y la corrupción, realineó las fracciones burguesas. Aparecieron los primeros agrupamientos de inspiración neoliberal que cuestionaron directamente la, según ellos, "asfixiante" presencia del Estado. Empezó la época de auge mundial del neoliberalismo, con líderes como Reagan, la Thatcher y…Pinochet. Todo con un vuelco importante en el ambiente académico y la hegemonía ideológica. Pasaron diez años de políticas que redujeron, con arranques liberales (liberación de precios, fuga de capitales, privatizaciones), el Estado del keynesianismo criollo, que tradicionalmente había inspirado las actuaciones de las fracciones dominantes en el país. Lusinchi pareció hacer concesiones en su período, al tradicional keynesianismo, dándole además un poder asfixiante de su partido. Pero sólo preludió un "gran viraje", como lo llamó Américo Martín en su momento. Vino el segundo período de Carlos Andrés Pérez, y se produce un nuevo desplazamiento entre las fracciones burguesas, y un neoliberalismo coherente y académico, asumió la conducción política de las clases dominantes.

Todos sabemos qué pasó después. Un actor, que hasta entonces había desempeñado papeles secundarios o de comparsa, apareció por su cuenta, haciendo derroche de la mala educación de los saqueos y las protestas desencajadas: 27 y 28 de febrero de 1989. Los dueños de los grandes medios de comunicación arreciaron sus críticas al "Estado omnipresente", a bregar por la libertad de empresa, a denostar de todos los partidos políticos que hasta entonces habían representado mal que bien los intereses del conjunto de la clase dominante, acusándolos de "populistas" y obstáculos a la "modernización". Hubo conspiraciones por todos lados y de todos los colores. Apareció Chávez y echó por la borda los proyectos reformistas que todavía insinuaban Caldera, Matos Azócar, Petkof y demás. Se frustró definitivamente el proyecto neoliberal.

Ahora, ¿qué comparaciones podemos hacer entre estos procesos ya pasados y el presente? Veamos. Desde 2002, cuando el gobierno de Chávez tuvo que hacer frente al paro-saboteo petrolero, fue aumentando su influencia en los mecanismos de reparto de la renta petrolera del Estado, un puñado de empresarios que, en pocos años, se les comenzó a llamar los "boliburgueses". Procedentes en su mayoría del sector comercial importador, pero también de la propia burocracia estatal y partidista, acumularon capital gracias a las políticas de control de cambio, cambio diferencial y estímulo a importaciones monstruosas y fraudulentas. Remito a los estudios de Manuel Sutherland acerca de las importaciones resueltas por el gobierno en la "época dorada" de los precios del petróleo, a partir de 2006. Las nacionalizaciones emprendidas por el gobierno a partir del 2008, en medio de una grave indefinición conceptual acerca del "socialismo" que se iba a "construir", llevó a graves deficiencias gerenciales, que llevaron a la quiebra y destrucción de muchas empresas. Pero lo más grave fue lo que ocurrió con las industrias de Guayana y la propia PDVSA, esta última agobiada al ser convertida en la "caja chica" de las movilizaciones y las misiones, aparte de las corruptelas que florecieron y que pueden reconstruirse con un poco de acuciosidad investigativa.

Contra el consejo de propios y extraños, el gobierno del sucesor de Chávez prosiguió con las políticas de importaciones masivas, el control de cambio y el cambio diferencial, el mantenimiento antieconómico de las empresas estatizadas, el pago puntual de una deuda asfixiante, el control de precios (por lo demás, muy poco efectiva) y el aumento del gasto corriente. Las reservas internacionales se fueron quemando sistemáticamente, así como la deuda internacional (sobresale la deuda china) de dejó de crecer hasta alcanzar proporciones siderales. No hubo remedio a la inflación, hasta que en 2017 se reconoció oficialmente la hiperinflación y el asesinato de la moneda nacional. Los graves errores del gobierno se intentaron tapar con una "guerra económica" que sólo se materializó efectivamente en 2019, con las sanciones financieras del gobierno de Estados Unidos, azuzados por la dirigencia de una oposición que llevaba ya varias derrotas políticas seguidas. Por supuesto, esas sanciones hoy golpean a toda la población y contribuyen al empobrecimiento pavoroso que todos hemos sufrido.

No quiero ahondar en el análisis político, que es por supuesto necesario, de estos años, el período y pico de la presidencia de Maduro. En un próximo artículo, cuando compare el sino de la izquierda de entre los 60 y los 70, y la oposición de entre 1999 y 2020, daré algunas pistas. Por ahora, quiero ir al grano: el resultado de estas políticas económicas: una economía y una sociedad en ruinas. Desde el petróleo, nuestra primera industria, pasando por los servicios básicos e imprescindibles para cualquier plan de desarrollo (la electricidad, la luz), la producción de alimentos, llegando a instituciones fundamentales para la calificación de las fuerzas productivas (sistema educativo, universidades, sistema de ciencia y tecnología), todo está en lamentables condiciones. La situación es desesperante, pero muy buena desde cierto ángulo: el de los que pretenden comprar, a precios de gallina flaca, lo que antes eran los activos de una nación que fue relativamente próspera.

Este es el proyecto de la nueva fracción burguesa en el poder: acumular capital a partir de la liquidación rápida, eficaz, en secreto (como lo establece la "Ley antibloqueo"), de todos los activos industriales, de todos los yacimientos de minerales y petróleo, de las instalaciones de los grandes infraestructuras, al capital internacional, esta vez representado, sobre todo, por el capital ruso, chino e iraní. Por lo demás, no es nada descabellado que, con el nuevo gobierno norteamericano y el fracaso rotundo de la política que en algún momento representó Guaidó, también las fauces del capital norteamericano y europeo estén salivando por esta "venta de garaje" de un país, que se realizará, con la garantía de una nueva Asamblea Nacional que puede hacer la morisqueta de una "reinstitucionalización" del país. ¿Este proyecto es neoliberal? No tanto. Es decir, es tan neoliberal como lo es China o Rusia, donde la defensa del libre mercado y la economía privada, se combina con el nacionalismo y un Estado muy fuerte a cuya burocracia sirve de plataforma para amasar inmensas fortunas. Hay que revisar los conceptos, sobre todo después de la crisis de 2008, desde cuando el neoliberalismo no pudo seguir siendo lo que era, y aparecieron especímenes tan peculiares como Trump.

El panorama no es nada agradable para el año que viene. No se descarta que empiecen los roces en el seno de la cúpula dirigente, entre una posible fracción pro-eurasiática y otra partidaria del diálogo con el nuevo gobierno norteamericano, donde pueda colarse un liderazgo opositor reencauchado (¿los "alacranes"? ¿Capriles?). En todo caso, lo que fue una emocionante flujo de masas, con discursos revolucionarios, hace dos décadas, terminó "por ahora" en el proyecto de una nueva fracción burguesa, nacida de la extracción delictiva de la renta, asociada con los capitales extranjeros que vendrán al garaje a comprar lo que queda de un país.

¿Y los otros actores? ¿Y los trabajadores, los campesinos, el pueblo pobre, la clase media tan empobrecida? Con la amenaza de los despidos, con la miseria galopante, con la buhonería espumosa, disfrazada de "emprendedurismo", tienen pocos chances de irrumpir con fuerza. El próximo (¿los próximos?) será un año de repliegue, de reorganización, de reflexión y discusión acerca de las perspectivas de las luchas populares y de los trabajadores. Eso sí: garantizando un margen de derechos humanos y libertades democráticas que deben ser los objetivos, desde ya, junto a la restauración de la Constitución, para seguir luchando.



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Jesús Puerta


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