El mesianismo y la cleptocracia

Los mesiánicos profetizan que la renovación económica y espiritual reclama la cooperación de todos aquellos que son víctimas del capitalismo, de todos cuantos sufren el horror de la explotación, sin llegar a reconocer, ni por un momento, las taras de su dogma de fe. La vocación del pueblo, dicen, no desaparece nunca; aunque debe ser la disposición de pasar hambre y necesidad, a que el mesianismo nos ha llevado como la única cosa planificada que poseen.

El mesianismo está llamado a cumplir un papel eminente en la humanización de la sociedad. Ellos son los únicos capaces de forjar un grandioso porvenir. Y así refuerzan en sus vacios discursos el carácter salvador de la patria y del Partido. Pues, éste se proclama por boca de sus sacerdotes en la vanguardia del pueblo, mientras deja a éste en el hueso negándole la carne.

El Partido-Iglesia es el depositario del mensaje de salvación, quien ofrece la fe del bautismo y expresa la voluntad de toda la patria. Por eso hay que rendirle pleitesía y obediencia, quien se niegue a ello será excomulgado y pasará a formar parte de la clase de los terroristas y vende patrias. O será un corruptor espiritual.

El método del mesianismo es el de la coacción, el del terror y la violencia. El profetismo mesiánico degrada toda otra opinión y razonamiento. Descompone a la nación en extremos, buenos y malos. El Partido-Iglesia petrífica toda forma de pensar al elaborar los manuales y guiones que todo funcionario debe repetir como loro.

Todo discurso ya está elaborado de antemano, solo queda recitarlo y sin errores. De allí que el mesianismo nunca incurra en faltas doctrinales. Todos los hechos son indiscutibles, no hay conflictos ni luchas; todo eso son invenciones de laboratorios perversos. Los pseudo-razonamiento mesiánicos son interminables, todos giran en torno a su ombligo doctrinario.

Junto con todo su dogma manipulador, los mesiánicos hacen entrar en sus bolsillos la riqueza innumerable del país, mientras se llenan la boca de poseer el prestigio de la certeza de un porvenir develado. El mesianismo que nada ignora, que nunca se equivoca, posee el arte bien aprendido de embarcar a sus cuentas bancarias, no importa de qué manera, la riqueza de la nación.

Profetismo y mesianismo han conformado un gobierno de fe para los que hoy sufren y mañana serán supuestamente triunfadores; un gobierno creador de falsa esperanza en un porvenir que traerá el advenimiento de una sociedad esplendida. Lleno de virtudes viciosas cuyos lazos con el erario nacional ajeno nunca se afloja.

La fe de los mesiánicos en el dinero mal habido justifica todos los medios, donde solo hay un camino hacia el reino del dólar que no conoces enemigos más que en el dinero sin honor. Esta secta militante solo sabe de la salvación de sus bienes dinerarios y materiales. Se han acostumbrados a una buena vida negándosela a los demás.

Pueden justificar ese gusto por la riqueza aduciendo que ellos vienen de una concepción materialista, y por esa razón son dóciles al poder de lo material. Y con esto todos sus acólitos quedarían plenamente satisfechos con su suerte, es decir, que unos vivan como ricos y otros como harapientos. Los peritos de almas no dudan de la plasticidad del material psíquico de sus militantes.

Los sacerdotes y gurús del mesianismo navegan a placer en sus preferencias por la economía y la propiedad personal; su fe en esta opinión político-económica es intransigente. No admiten una fe nueva, todo para ellos que son los salvadores. Son fanáticos de la buena vida y no lo niegan, hablan de prosperidad y riqueza; eso si nunca dicen ni de quién ni para quién.

La vía mesiánica reclama de forma imperativa el desfalco del pueblo, a quien tanto quieren. Por eso existen los de la causa sagrada y el militante, a quien obligan a que acepte la verdad revelada por el Partido-Gobierno, que representa la religión secular del proletario.

El opio mesiánico ha hecho de la población una entidad pasiva, ha contribuido al reclutamiento dogmático obediente de una doctrina al gusto de los vencidos, contraria a la acción de pensar y a la voluntad de poder. El profetismo despierta una esperanza infinita e irrealizable, donde no importan la necesidad de la nación.

Al mesianismo solo le preocupa la ideología que somete al pueblo y a los poderes públicos. Y le exige a éstos decir sí al gobierno, decir sí al dogma y a sus interpretaciones cotidianas, que son el germen de una corrupción total y paralizante. Los ideólogos del mesianismo son truhanes enriquecidos con el dinero ajeno. De allí que hayan construido una cleptocracia a su medida.



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Obed Delfín


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