Un fenómeno extraño acontecía en ese lugar: miradas extraviadas, pesar melancólico y cuerpos sin almas deambulaban en pueblos y ciudades por las calles y avenidas sin conocer a ciencia cierta su rumbo y su destino.
Nadie atinaba a explicar lo que ocurría. ¿Quizás era una maldición de los dioses? ¿Tal vez un conjuro que solo el piache de la sabana o la montaña podría exorcizar? ¿A lo mejor un ataque con drones desde la tierra del norte? Mientras pocos y pocas pensaban qué hacer, la rutina se repetía: en el atardecer corrían a sus casas para guarecerse; al despuntar el alba salían presurosos para cumplir con inciertas tareas.
Un día, en plena madrugada, el firmamento se rasgó. Un fuerte chubasco se desprendió de repente e inundó la sabana. Fue una lluvia entremezclada con llanto que provenía de una casa muy humilde donde una mujer campesina paría un niño predestinado para un futuro incierto.
Pronto se regó el chisme entre los zombis: algo había acontecido que podía cambiar sus vidas. Un niño frontera, trabajador, andante, el…”pequeño Quijote del Llano” había nacido para…”enderezar entuertos” (Ramonet, p. 169). Creció rodeado de amor e historia rebelde. Desde el llano, extenso e intenso, divulgó leyendas y anécdotas que cautivaron a las conciencias sedientas de patria.
Quebrantó la monotonía; rompió las vestiduras de la unanimidad y la parsimonia. Esparció las coplas y retó a los arrogantes. Prodigó pócimas de amor y esperanza. Y fue así que el mutismo se transformó en grito rebelde; la tristeza en alegría sublime. Los cuerpos adoptaron un dinamismo inusitado y en fracciones de segundos los zombis adquirieron forma humana. La quijotada había dado sus frutos.
Juntaron sus manos; los abrazos se hicieron cotidianos. Las conciencias devoraron ideas inverosímiles; pronto removerían viejos escombros. Lo impredecible cedió a lo común y esa tarde lluviosa el juramento eterno consagró a los elegidos: “Ya yo no soy yo, yo soy un pueblo; ya nosotros no somos nosotros, somos tú y todos, hoy, mañana y siempre”. El llanto rodó por las mejillas como la lluvia en el cuerpo social. Había ocurrido el milagro: parieron el Socialismo del amor, de la justicia, de la unidad entre iguales, de la Patria grande y hermosa.
La pasión se desbordó, la risa y las miradas amorosas se multiplicaron; era la vida misma, lo auténtico, lo humano renaciendo en la carne, en el espíritu y en la conciencia. A ese estruendo se sumaron las estrellas, las galaxias y los seres extraños; comprendieron, al fin, que la fusión del género era posible.
El paroxismo duró poco. Una tarde, el llanto sin lluvia lo paralizó todo: una nube de obscuridad y silencio estremeció los abismos. Todos y todas temieron se extraviara la plegaria, el ruego suplicante de que se preservara la integridad del todo.
Pasaron los días, pocos, y el temor se acrecentó. El rumbo se extraviaba lentamente: los encomendados negaban la posibilidad socialista. Eran cuerpos habitados por espíritus pequeños, por conciencias extraviadas que cedieron fácilmente a la traición, a la deslealtad, a la ignominia, a lo mezquino.
Retornó la unanimidad. Pocos, en murmullo, objetaron tal extravío mientras los cuerpos enflaquecían y los abrazos se negaban. La alegría y la emoción se apagaron lentamente; la risa apenas si se escuchaba desde lejos; un llanto silencioso laceraba el alma de la vida colectaba. Se había quebrantado el juramento; el parto se tornó en una quimera. La frontera entre la indignación y lo indignado se fracturó definitivamente.
La hazaña del Gigante duró pocos instantes; el riesgo sobrepasaba las posibilidades. Algunos sintieron alivio; otros, tal vez muchos y tantas, apenas si percibieron cuán profano fue su paso por estas tierras.
¡Quizás, algún día, vuelva a renacer de las entrañas de una humilde mujer en noche de luna llena! ¡Quizás, en otro tiempo y lugar, los zombis remuevan el universo y el planeta y concluyan su paradoja inconclusa! ¡Quizás, sólo quizás, algún día comprendamos que CHÁVEZ, el comandante y líder de la revolución bolivariana en sus afanes socialistas, anticapitalista, antiimperialista fue sólo un hombre que pertenecía a otro tiempo y lugar!
Mientras tanto gritamos con firmeza y lealtad con su causa amorosa: ¡Vuela, Mariposa Amarilla, alto, muy alto. Entrégale al Gigante nuestro canto de amor y gratitud infinita! ¡Vuela, Mariposa Amarilla y cuéntale que no desistiremos jamás. Lo intentaremos cuántas veces sea necesario convencidos que, en cada peldaño de este ascenso complejo, nos acercaremos a su paradoja inconclusa: rozar lo humano, lo divino, lo profano!
LEE Y DIVULGA EL LIBRO ELECTRÓNICO “EL SOCIALISMO DE CHÁVEZ, PARADOJA INCONCLUSA” QUE PUEDES ENCONTRAR EN:
Link: http://issuu.com/elsyrojasparra/docs/el_socialismo_de_ch__vez__paradoja_/1
Blog: auroradelapatria.blogspot.com
elgaropa13@gmail.com