Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo VIII de “El Capital” (XII)

¿Qué ocurre, en las fábricas de alfombras, con la codicia de alargar la jornada de trabajo?

En las fábricas de alfombras, las clases más bastas se imprimen a máquina, las de calidad más fina a mano. Los  meses en que hay más demanda, y por tanto más trabajo, caen entre comienzos de octubre y fines de abril. Durante estos meses, suele trabajarse casi sin interrupción desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche, y aún muy avanzada ésta.

J. Leach declara: “El invierno pasado (1862), de las 19 muchachas empleadas en el taller, tuvieron que abandonar el trabajo 6, a consecuencia de enfermedades adquiridas por exceso de trabajo. Para que no decaigan en sus tareas, no tengo más remedio que gritarles.” W. Duffy: “Muchas veces, los niños no podían abrir los ojos de cansados que estaban; a nosotros mismos nos ocurría no pocas veces lo mismo.” J. Lighbourne: “Tengo 13 años. … El invierno pasado trabajábamos hasta las 9 de la noche, y el invierno anterior hasta las 10. El invierno pasado llagaba a casa casi todas las noches llorando de lo que me dolían los pies.” G. Adspen: “Cuando ese chico tenía 7 años, solía llevarle a hombros sobre la nieve y trabajaba casi siempre ¡16 horas diarias!... No pocas veces, tenía que arrodillarme para darle de comer junto a la máquina, pues no podía abandonarla ni pararla.” Smith, socio y gerente de una fábrica de Manchester: “Nosotros (se refiere a “sus” obreros, los que trabajan para “nos”) trabajamos sin interrumpir las faenas para comer, de modo que la jornada de 10,5 horas termina a las 4 y media, y lo demás es trabajo extraordinario. (Dudamos mucho que el señor Smith no pruebe bocado durante las 10 horas y  media.) Nosotros (continúa el mismo señor Smith) rara vez acabamos antes de las seis de la tarde (se refiere al funcionamiento de “sus” máquinas de fuerza de trabajo), de modo que en realidad casi todo el año rendimos (idem de idem) trabajo extraordinario…. Los niños y los adultos (152 niños y jóvenes menores de 18 años y 140 adultos) han venido a trabajar unos con otros, durante los últimos 18 meses, por término medio, cuando menos, 7 días a la semana, o sean 78 horas y media semanales. En 6 semanas, hasta el 2 de mayo de este año (1863), el promedio de trabajo fue más alto: ¡8 días, o sean 84 horas semanales!” Pero, este mismo señor Smith, tan aficionado al nos, añade: “El trabajo a la máquina es fácil.” Los que emplean el block printig dicen lo mismo: “el trabajo manual es más sano que el trabajo a la máquina”. Y los señores fabricantes en bloque, se declaran indignados contra la proposición de “parar las máquinas, por lo menos, durante las comidas”. “Una ley –dice Mr. Otley, director de una fábrica de alfombras en Borough (Londres)- que permitiese trabajar desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde, nos (!) parecería muy bien, pero las horas del Factory-Act desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde, no sirve para nosotros (!)…. Nuestra máquina se para durante la comida (¡qué magnanimidad!). Esta parada no origina ninguna pérdida considerable de papel ni de color.” “Pero -añade con un gesto de simpatía el informante- comprendo que se rehuya la pérdida que esto lleva aparejada.” El informe del comisario opina candorosamente que el temor de algunas “empresas destacadas” a perder tiempo, es decir, tiempo de apropiación de trabajo ajeno, y por tanto, a “perder ganancia” no es “razón suficiente” para “hacer perder” la comida de mediodía durante 12 a 16 horas a niños de menos de 13 años y a jóvenes menores de 18, o para hacérsela ingerir como se hace ingerir carbón y agua a la máquina de vapor, jabón a la lana, aceite a los engranajes, etc., durante el mismo proceso de producción, como si se tratase de una simple materia auxiliar del instrumento de trabajo.  


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Nicolás Urdaneta Núñez


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