La renuencia de la universidad pública ante el compromiso social

Al entronizarse el individualismo hedonista (https://bit.ly/3fWNb8p) la universidad pública tendió –como lógica general, aunque con sus honrosas excepciones– a extraviarse y a caer en la intrascendencia histórica tras erosionar el sentido del compromiso social. Ello no siempre fue así: la universidad moderna perfiló la noción de que el conocimiento sería la luz para superar el oscurantismo, erigir vanguardias, aspirar a la libertad y acercarse a la humanización; al tiempo que la razón revolucionaría dicho conocimiento hasta colocarlo al servicio de la sociedad. El pensamiento crítico era consustancial a esa universidad en la medida que sus miembros aspiraban a la emancipación y a cuestionar –en no pocos casos– las estructuras de poder, riqueza y dominación.

Particularmente, la universidad pública latinoamericana, durante las décadas previas a 1980, se vinculó con los proyectos de desarrollo nacional y las estrategias de industrialización, de tal manera que hasta cierto punto fueron uno de los pilares de la soberanía. De las universidades públicas egresaban ingenieros dedicados a la construcción de infraestructura básica; médicos y enfermeras avocados a las campañas de salud y al incremento de la esperanza de vida, incluso en comunidades apartadas; economistas y planificadores que participaron en los procesos de planeación; docentes que facilitaron campañas de alfabetización y capacitación de la fuerza de trabajo; entre otros. De tal manera que esa modalidad de universidad contribuía a la formación del Estado moderno y a la mejora de las condiciones de vida en la sociedad que le sufragaba y delegaba funciones estratégicas en la provisión de bienes públicos.

Sin embargo, lo anterior no facilitó la superación de la dependencia científica y tecnológica en la región, sino que al restringirse el financiamiento público dedicado a la investigación y al posicionarse –cuando menos desde los años sesenta del siglo XX– los monopolios en los sectores económicos más dinámicos éstos impidieron la transferencia tecnológica y reconcentraron el conocimiento y las innovaciones. Actualmente, ello se evidenció de manera exacerbada con la pandemia del Covid-19 y la afianzada dependencia respecto a los países desarrollados en materia de medicamentos, equipos de protección, antivirales, y de diseño, investigación, producción, distribución y comercialización de vacunas.

Entonces, si el compromiso social torna a debilitarse en la universidad pública contemporánea, ¿dónde quedan principios como la solidaridad, la empatía, la formación de ciudadanía, la justicia social, la apertura y respeto a la interculturalidad, la tolerancia y la misma relación academia/praxis política? Las universidades cambian históricamente; inciden en su entorno social, al tiempo que reciben los impactos de la sociedad que las alberga. Por tanto, los valores o principios tienden a transformarse históricamente y se redefinen conforme se exponen a los propios cambios estructurales y organizacionales del capitalismo. Sin embargo, es posible observar que las universidades públicas se marginaron de las vanguardias intelectuales, artísticas, políticas y tecnológicas, abandonando el monopolio en esos ámbitos. De ahí la urgencia para resignificarse históricamente, escapar de la pasajera comodidad y de la misma elitización del conocimiento.

Distante de los mecanismos efectivos de capilaridad social la universidad pública enfrenta un dislocamiento respecto al campo laboral y al tecnoparadigma que subsume y desaparece unos oficios y profesiones e incentiva la emergencia de otras nuevas. Aunado a ello, los mecanismos de extensión de la universidad pierden efectividad conforme sus élites académicas se desarraigan del territorio y viven presas de la falsa ilusión de la meritocracia y de la racionalidad tecnocrática. Esto no solo inhibe a las organizaciones de educación superior en su tarea de brindar respuestas y alternativas de cara a las problemáticas sociales, sino que las encamina a la vorágine del colapso civilizatorio contemporáneo. Más todavía: el problema de la universidad contemporánea es, en esencia, uno de corte civilizatorio marcado por el eclipsamiento de la ilusión etnocéntrica del progreso y el extravío de la praxis política.

A su vez, la universidad se enfrenta a ritmos vertiginosos en la transformación y acumulación del conocimiento sistemático; al tiempo que la sociedad global alcanza densidades en las relaciones sociales que tornan obsoletas lo que hasta ayer eran verdades incuestionables. De ahí que las universidades públicas, si pretenden reivindicar su compromiso social, requieren institucionalizar el aprender a aprender, el aprender a desaprender, y el aprender a reaprender a partir de los nuevos bríos que adquiere la imaginación creadora. Lo anterior supone reconocer que la universidad pública abraza una actitud pasiva y adaptativa y no proactiva de cara a los cambios de las sociedades contemporáneas. El problema estriba en que esta organización no forma profesionistas ni produce conocimientos para comprender las megatendencias mundiales, las especificidades locales, las nuevas desigualdades y conflictividades, ni para enfrentar nuevos escenarios signados por la incertidumbre. La educación continua y la educación para la vida son fundamentales para formar y actualizar permanentemente a estudiantes y docentes. Solo así comprenderán a cabalidad los problemas públicos y construirán posibles soluciones que les trasciendan.

La pretendida superioridad intelectual del universitario también lo aleja de las necesidades y urgencias sociales. Se impone entonces una verticalidad que nubla la mirada y aleja la modestia respecto a las posibilidades de incidencia de la universidad en su entorno social. A su vez, se desconoce el potencial de los conocimientos comunitarios que emergen a ras de tierra y en la cotidianidad.

A grades rasgos, si la universidad pública, sus académicos, administrativos y estudiantes se muestran renuentes al ejercicio del compromiso con su entorno social es porque esa organización se desvinculó de las posibilidades de desarrollo nacional y extravió la noción de futuro. En regiones como la latinoamericana la universidad perdió el Sur al desacoplarse del cultivo de las ciencias y las humanidades especializadas en la comprensión de las especificidades locales/nacionales. De ahí la relevancia del ejercicio del pensamiento crítico aplicado al mismo conocimiento, al mundo fenoménico y a la misma universidad que precisa de autodiagnósticos permanentes como mecanismos para reconocer sus aportes, alcances y limitaciones.



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Isaac Enríquez Pérez

Ph D. en Economía Internacional y Desarrollo. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México.

 isaacep@comunidad.unam.mx      @isaacepunam

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