Belicismo con esteroides

Lanza del Sur, la nueva operación de Estados Unidos

El secretario de Guerra de Estados Unidos, Pete Hegseth, anunció el reforzamiento de las operaciones armadas en los mares de la región, supuestamente dirigidas contra el narcotráfico. La ofensiva de Washington en América Latina parece estar en sus comienzos, ayudada ahora por un contexto regional que la facilita.

Un helicóptero MH-60R Sea Hawk, perteneciente al Escuadrón de Ataque Marítimo de Helicópteros de la Armada de Estados Unidos, despega durante una patrulla de interdicción marítima de rutina en el mar Caribe. Armada de Estados Unidos, Ryan Williams.

Semanario Brecha, Montevideo, 21 noviembre, 2025

La semana pasada, altos mandos castrenses de Estados Unidos le presentaron a Donald Trump planes actualizados para atacar militarmente a Venezuela. Fuentes de la administración anunciaron ese día que el presidente había abordado alternativas operativas, incluida una intervención terrestre, en una reunión mantenida con el secretario de Guerra, Pete Hegseth, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, Dan Caine. Dijeron que la «comunidad de inteligencia» –cabe deducir, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA)– había contribuido con «información clave» para el diseño de las posibles acciones, que según justifica Washington están destinadas a «combatir el narcotráfico». Hasta ahora, Trump todavía no ha tomado una decisión final.

En paralelo, ese mismo día, el secretario Hegseth anunció en X la puesta en marcha de la Operación Lanza del Sur (Southern Spear). Dijo: «El presidente Trump ordenó acción y el Departamento de Guerra está cumpliendo. Hoy anuncio la Operación Lanza del Sur. Dirigida por la Fuerza de Tarea Conjunta Lanza del Sur y el Comando Sur, esta misión defiende nuestra patria, expulsa a los narcoterroristas de nuestro hemisferio y protege a nuestra patria de las drogas que están matando a nuestro pueblo. El hemisferio occidental es el vecindario de Estados Unidos y lo protegeremos […]. Nosotros no estamos construyendo para la paz; estamos redireccionando al Pentágono y a nuestra base industrial a estar en pie de guerra». Más claro…

La narrativa del secretario de Guerra revive los principios de la doctrina Monroe con su clásica frase «América para los americanos» (1823) y del destino manifiesto (1845), un ideario que históricamente ha servido de justificación para el expansionismo y las intervenciones políticas y militares de Washington en América Latina y el Caribe. Estas regiones han sido un área considerada por Washington como una suerte de «retaguardia estratégica» o «protectorado exclusivo» con soberanía limitada, que hoy intenta ser recuperada con los argumentos distractores y las justificaciones eufemísticas de las añejas guerras regionales a las drogas (Richard Nixon, 1971) y contra el terrorismo (George W. Bush, 2001).

Una retórica, además, la de Hegseth, permeada por un belicismo con esteroides que sorprendió a no pocos mandos militares del Pentágono durante el encuentro que sostuvieron con él y Trump en la base naval de Quantico el 30 de setiembre. Allí, el flamante secretario de Guerra les dijo que la decadencia de Estados Unidos es culpa del «wokismo», es decir, esa mala costumbre de ser políticamente correctos. Y que el Ejército no debe «caminar más sobre cáscaras de huevo». Enfatizó: «Luchamos para ganar. Desatamos una violencia aplastante y punitiva sobre el enemigo. Tampoco luchamos con reglas de combate estúpidas. Damos carta blanca a nuestros combatientes para intimidar, desmoralizar, perseguir y matar a los enemigos de nuestro país […]. La letalidad es nuestra tarjeta de presentación y la victoria, nuestro único objetivo aceptable».

Luego de los severos cuestionamientos que recibieron las fuerzas armadas estadounidenses por los crímenes de guerra cometidos en Irak, Afganistán y la base de Guantánamo en Cuba luego del 11S, las palabras de Hegseth, considerado uno de los «instructores de combate» de cabecera de Trump, aventuran el regreso a lo peor de la historia de las invasiones yanquis.

A esa hipótesis contribuyen algunos datos pintorescos sobre el personaje: Hegseth, quien antes de convertirse en comentarista político de la cadena Fox se había alistado como voluntario en las guerras de Irak y Afganistán, tiene un tatuaje en su brazo que dice Deus vult (Dios lo quiere), el lema del papa Urbano II a los fieles que iban a las cruzadas contra los musulmanes. De hecho, en el pectoral derecho tiene dibujada una enorme cruz de Jerusalén, el símbolo de los cruzados.

Pero su fraseo, que implícitamente ordena «matar» en caliente y aplicar «una violencia aplastante y punitiva sobre el enemigo» al margen de las «estúpidas» reglas de combate regidas por el derecho internacional humanitario, no es un retorno al siglo XIX y la política del Gran Garrote, sino expresión de un futurismo reaccionario, que desde junio está siendo dirigido por ejecutivos de las big tech/Silicon Valley: Shyam Sankar (Palantir), Andrew Bosworth (Meta), Kevin Weil (Open AI) y Bob McGrew (Open AI y Thinking Machine Labs). Los cuatro fueron comisionados como tenientes coroneles del Ejército e incorporados a la cadena de mando del nuevo Destacamento 201: Cuerpo Ejecutivo de Innovación (Detachment 201: Executive Innovation Corps), con uniforme y autoridad para tomar decisiones letales.

Palantir, a la que pertenece Sankar, es la empresa de software dedicada al análisis masivo de datos que recibió financiamiento de la CIA y el Pentágono, y mutó después a protuberancia del antiguo complejo militar industrial. Cofundada por Alex Karp y Peter Thiel, padrino del vicepresidente J. D. Vance, Palantir proporcionó la plataforma AIP al sistema israelí Habsora («el Evangelio»), con capacidades de localización avanzadas, utilizado en el laboratorio del genocidio en Gaza, que generó objetivos casi automáticamente, acelerando el ritmo de los ataques de días a minutos, y propuso planes de batalla completos, incluyendo el despliegue de fuerzas especiales y logística de tropas. Un modelo que se traslada ahora de Oriente Medio al Caribe, con epicentro en Venezuela, y eventualmente aplicable a Colombia y México.

LA NUEVA CRUZADA DE HEGSETH & TRUMP

Hasta el momento, el Pentágono no ha ofrecido detalles sobre el alcance, los países involucrados o la naturaleza de las acciones que abarca la Operación Lanza del Sur. Pero se da en el marco del envío de activos militares al Caribe, el mayor despliegue marítimo estadounidense desde la primera guerra del Golfo (1990-1991), a lo que se suma la orden de Trump a la CIA de llevar adelante operaciones psicológicas y clandestinas dentro de Venezuela.

En el marco de Lanza del Sur, el 16 de noviembre el portaviones USS Gerald R. Ford ingresó al mar Caribe. En la retórica del dimitente almirante Alvin Holsey, todavía al frente del Comando Sur (SouthCom), el despliegue del portaviones y su grupo de ataque representa un paso crucial para reforzar la «seguridad» del hemisferio occidental y del territorio estadounidense.

El portaviones se sumará a la Fuerza de Tarea Conjunta Lanza del Sur, desplegada desde el 19 de agosto y establecida, según el SouthCom, para «derrotar y desmantelar las redes criminales» que explotan las fronteras y dominios marítimos compartidos. El despliegue fue seguido de una serie de ataques cinéticos letales con drones y misiles contra una veintena de lanchas, con saldo de más de 80 civiles asesinados de manera sumaria, identificados en la jerga de Hegseth y Trump como «narcoterroristas».

El Operativo Lanza del Sur, que combina una flota híbrida integrada por buques guardacostas en alta mar con navíos de superficie robóticos de larga duración, pequeñas lanchas interceptoras robóticas y aeronaves robóticas de despegue y aterrizaje vertical en la zona de influencia del Southcom, ya había sido anunciado el 28 de enero por la Cuarta Flota, con cuartel general en la base naval de Mayport, Florida, al mando del vicealmirante Sinclair M. Harris. En ese momento, la Armada subrayó como objetivo poner en funcionamiento el Sistema de Alerta de Reconocimiento (RAS), para aumentar la presencia y la vigilancia de regiones marítimas consideradas de «importancia estratégica y económica» y contribuir en la toma de decisiones.

En octubre, Hegseth confirmó la creación de una nueva fuerza de tarea conjunta «antinarcóticos» del Pentágono para desarticular los cárteles de la droga en el mar Caribe. En lo que es un intento por reposicionar la decadente hegemonía estadounidense en un contexto geopolítico que ha cambiado, Holsey dijo que la Fuerza de Tarea Conjunta Interinstitucional Sur, en torno al cuartel general de la II Fuerza Expedicionaria de Marines (II MEF), mejoraría la capacidad para «detectar, desarticular y desmantelar las redes de narcotráfico ilícito con mayor rapidez y profundidad».

COROLARIO ROOSEVELT MARCA BIG TECH

La misión de los sistemas robóticos es proporcionar información de inteligencia a los centros de operaciones de la Cuarta Flota y la Fuerza de Tarea que coordina la «lucha contra el narcoterrorismo», viejo señuelo narrativo del embajador Lewis Tambs en Bogotá de finales de los años ochenta, que sirvió para aterrizar el Plan Colombia durante la administración de Bill Clinton, con su réplica cercana, el Plan México, cuyos efectos desestabilizadores llegan hasta nuestros días.

Sin embargo, las fabricaciones semánticas de «narcoterrorismo», entre otras, como el fantasmagórico cártel de los Soles, operan como bulos propagandísticos para intentar producir un cambio de régimen en Venezuela, bajo un modelo de acción que se sustenta en una ficción legal: que no se requiere una declaración de guerra porque no se enfrenta a un Estado soberano, sino a una «organización delictiva» o a «combatientes ilegales» (actores no estatales), lo que permite desplegar fuerza letal sin autorización del Congreso y sin rendir cuentas internacionales.

Según un reportaje de la página web venezolana Misión Verdad («Operación Lanza del Sur: la guerra algorítmica llega de Gaza al Caribe»), la Cuarta Flota, que desde 2008 ha funcionado como la sombra naval del Comando Sur, se presenta ahora como el banco de pruebas de una revolución silenciosa: la operacionalización permanente de sistemas robóticos y autónomos (RAS) en el corazón del Caribe y América Latina.

El comunicado de la Armada lo deja claro: «Lanza del Sur operacionalizará una mezcla heterogénea de RAS para apoyar la detección y el monitoreo del tráfico ilícito». Su objetivo declarado es la ficción funcional que, bajo el anzuelo de la «seguridad hemisférica», permite la penetración de infraestructuras de vigilancia en aguas jurisdiccionales de terceros Estados, que abarca más de 30 países de Sudamérica, Centroamérica y el Caribe, sin necesidad de tratados formales ni debates parlamentarios. Y cuya proyección sobre Venezuela incluye el mar Caribe, el golfo de Venezuela y el delta del Orinoco, amén de su espacio geográfico territorial.

Todo indica que asistimos a un cambio sustancial en la forma del poder militar de Washington. Ya no se trata de intervenir en el sentido clásico de «la zanahoria y el garrote», la metáfora del poder blando y duro de los presidentes William McKinley y Theodore Roosevelt, sino de instalar una capa tecnológica de poderío delegado, donde la presencia militar «no se mide en soldados, sino en bits, algoritmos y contratos de servicio».

A tono con la singularidad tecnológica de nuestros días, la diplomacia y el poder blando ceden su protagonismo al dominio tecnológico. A su vez, la automatización de la escalada naval híbrida diluye y despersonaliza la responsabilidad de la violencia homicida. Si un dron destruye un bote y su tripulación, ¿quién es el responsable? ¿El comandante del centro de operaciones en Mayport? ¿El algoritmo de Palantir? ¿El teniente coronel Sankar, que diseñó la arquitectura? Nadie y todos. Esa ambigüedad es el blindaje institucional del tecnado.

Así, con la transferencia de ciertos atributos fundamentales de la guerra a la tecnología, la decisión de atacar y la escalada táctica ya no dependen de un comandante humano, sino de un sistema algorítmico que opera con una infraestructura de guerra autónoma, bajo la autoridad de una empresa como Palantir, y donde el poder de decisión se desplaza del Capitolio a Silicon Valley. Ergo, del general al algoritmo, que actúa como una simple cañonera.



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Carlos Fazio

Catedrático y periodista uruguayo residente en México. Docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM)


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